Yerai apareció en la escena del crimen con ojeras marcadas. No había dormido bien la noche anterior, había tenido pesadillas con el hecho de perder a Ibai de su lado... Quería tenerlo como pareja pero, de no poder ser así, quería tenerlo como amigo, o al menos de becario o compañero... no quería perder a alguien que le aportaba tanta luz a su vida como lo hacía ese chico.
Cuando entró en el plenilunio las luces lo deslumbraron, ya era de dia, pero los focos apuntaban hacia su lado, deslumbrándolo, con una potencia que superaba el mirar al sol directamente.
—¿Qué es lo que pasa aquí? ¿No era un asesinato más del maldito asesino de la lista y los simbolitos?
Cuando abrió los ojos se encontró en una habitación extrañamente lujosa, sin ataduras de ningún tipo, ni en manos ni piernas, y sin un amordaza que acallase sus gritos de auxilio.Se incorporó en el mullido colchón mientras miraba alrededor. Paredes blancas con una ventana con barrotes decorativos por el exterior. Un techo levemente abovedado y un suelo de parqué. A su derecha había un escritorio lleno de papeles, lápices, manuales de todo tipo y unos auriculares de estudiante que aislaban el sonido.Mirando al frente un armario de madera natural, con simples tallas en las esquinas y la puerta de la izquierda abierta por alguna razón, dejando ver el interior totalmente vacío.Se mira a s&
Se sentó en una de las mesas de la cocina, intentando actuar con normalidad. El ruido alertó al cocinero, quien se giró y le sonrió con una cálida sonrisa, digna de una de las partes de la pareja más empalagosa y con más amor que se le pudiera ocurrir a alguien.—¿Qué hora es... Samael? —Usó el nombre del diablo de forma consciente, quería recordarle aquel día en la cafetería en el que ambo se lo pasaron bien para que no lo viese como una amenaza, sino como un amigo más.Sam se acercó a la mesa con una sopa y algo de pescado y se lo puso en el lugar que había ocupado, sonriendo aun.—La de cenar, mi vida... ¿Te ha gustado la siesta?
Ibai se tensaba entre los brazos de Sam acurrucado en la cama. Todo lo que le había dicho le aterraba y no conseguía dormir, lo cual era bueno porque tenia mas oportunidades de escapar.Cada vez que se movía para acomodarse Sam hacía un ruido, lo cual le dejaba saber que tenia un sueño muy ligero y que escapar iba a ser bastante más difícil de lo que tenía planeado.Cuando creyó que había pasado tiempo suficiente, se levantó de la cama con cuidado.—Mmm... ¿A dónde vas...?—Al baño, cariño... duérmete... —Ibai rezaba porque algo tan simple funcionase.
Sam miraba el techo de la estancia con la felicidad de quien se acaba de casar con la persona de sus sueños. Veía todo de forma maravillosa y perfecta, no se le había ocurrido ni por un instante la idea de que Ibai estaba escapando, pidiendo ayuda, reuniéndose con la policía... Para él, en su perfecta ensoñación, era todo maravilloso, y si Ibai tardaba tanto era porque estaba preparando una sorpresa.Unos pasos lo alertaron y se incorporó en la cama, esperando encontrarse a Ibai entrando por la puerta con cualquiera de las cosas que había podido encontrar que él le había comprado. Las pastillas del desayuno eran de absorción lenta, la suya más lenta que la de Ibai, y tenia otra que lo mataría en menos de una hora si se la tomaba, así que su plan para la mañana sig
------------------PASADO-----------------Sam se acercó al chico nuevo con cuidado de no asustarlo. Acababan de darle una pequeña paliza y se levantaba despacio, teniendo miedo de hacer un movimiento brusco que le hiciese daño.—¿Estás bien...?—Sí, gracias... ¿Tú estás bien? Iban a por ti...—Sí, gracias... no tenias porque ayudarme...—Claro que sí... no iba a dejarte ahí tirado mientras te atacaban, y mucho menos mirando.Ambos se levantaron del todo y se dieron la mano a modo de presentación.—Soy Ibai.
---------------------PRESENTE----------------Sam estaba en una pequeña celda en la cárcel de Martutene, el único centro penitenciario de Guipuzcoa, el único sitio en la comunidad en el que lo podían tener para la cárcel preventiva antes del juicio.Aún y todo, Sam era feliz. Había comprendido que el hecho de que Ibai besase al inspector no era más que una estratagema para camelarlo y así poder sacarle a él de la cárcel.Estaba tan metido en su mundo de fantasía, que este comenzó a agarrarse a la realidad. Día tras día en esa celda, su fantasía se pegaba un poco más al mundo real, hasta que un día terminó de pegarse y no distingu&iac
Yerai miraba bajo el paraguas a unos metros la lápida de piedra gris. Junto a la lápida, un agujero en el que estaban metiendo un ataúd, el ataúd de un joven de 23 años que había muerto envenenado por algo que el forense no había conseguido describir, pero que habría sido suficiente con lavar el estómago para que no lo matase.Yerai bajó la mirada, no sabia que hacia exactamente allí, no quería despedirse de ese cuerpo que ocupaba el ataúd, y menos después de todo lo que había sucedido. El cadáver que había en esa caja adornada y, por alguna extraña razón, cómoda, se merecía una vida larga a ojos de Yerai y de casi cualquiera que lo conociese y tuviese más de dos dedos de frente.
La lluvia caía fina sobre la tierra. La poca luz solar que se colaba entre las nubes negras era de un pálido mortecino. Cada rayo de sol escalaba las frías piedras de mármol pulido hasta alcanzar la madera de roble color champán que protegía a la joven pálida que no respiraba desde hacía un par de días.Todo era perfecto para la ocasión, o al menos eso le parecía a la figura encapuchada que miraba desde la lejanía el funeral. Se recreó en la joven que subía al atril a decir unas palabras. Su piel pálida, con un leve rubor que la declaraba en vida, los ojos azules como el cielo y el pelo rubio oscuro corto que apenas le llegaba a los hombros.-La verdad es que no soy la más indicada para esto, hablar en público nunca me gustó y tampoco se me dio bien jamás, pero... no puedo dejar que la persona que más he amado en mi vida se vaya de este mundo así sin más, sin despedirme... -La voz y el cuerpo de la joven temblaban por varias razones. Llevaba un rato llorando, la rabia de perder a su p