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Capítulo 3. El duque moderno.

Desde lo alto de un imponente y majestuoso edificio en Londres, un aristócrata y multimillonario caballero contemplaba el paisaje urbano. Era Oliver Campbell, un duque de renombre y un magnate de los negocios, conocido por su elegancia y atractivo físico. Recordaba vívidamente que, hacía algunos días, había sufrido un terrible accidente que estuvo a punto de costarle la vida. Sin embargo, gracias a una joven que se le apareció en medio de su fragilidad, logró salir adelante. Esta le había ofrecido palabras de aliento y lo había acompañado al hospital, un gesto de amabilidad y generosidad poco común en la actualidad. Oliver se preguntaba cómo habría sido su destino si no hubiera sido por la bondad de aquella muchacha, cuya austera pero sincera compasión le había devuelto la esperanza en un momento tan crítico.

Rápidamente, un joven rubio, asistente de Oliver, lo sacó de sus profundos pensamientos.

—Señor, es hora de partir —anunció con firmeza.

Oliver lo miró, con un destello de preocupación cruzando su rostro.

—Espera un momento —dijo, deteniéndose. —¿Has tenido noticias de la joven que me ayudó en la calle la tarde del accidente?

John, el joven rubio, sacudió la cabeza con pesar.

—Aún no, señor. La hemos buscado por todas partes, pero no hemos encontrado ninguna pista. Es posible que haya salido del país; esa es la razón más lógica que se me ocurre.

Oliver, melancólico, sintió cómo la esperanza se desvanecía, pero no estaba dispuesto a rendirse.

—No, no podemos detenernos aquí. ¡Sigan buscándola! —exclamó, llenándose de entusiasmo. —Debo encontrarla. Su bondad me salvó y necesito agradecerle.

—Realmente no tenemos sus datos, ni la policía los tiene —respondió John, con un tono de frustración.

—Es increíble lo incompetentes que son las autoridades de este país. ¿Cómo es posible que no haya un registro policial ni en el hospital?

Oliver frunció el ceño, sintiendo cómo la indignación se apoderaba de él.

—Nada, señor —continuó John. —Solo una enfermera me dijo que la chica se llama Blair, pero eso no nos ayuda mucho. Hay muchas Blair en la ciudad; es un nombre muy común aquí.

Oliver se giró hacia John y lo miró con una autoridad renovada.

—¡Exijo que muevan cielo, mar y tierra para encontrar a Blair! —ordenó con firmeza. —No aceptaré un «no» como respuesta. ¡Es una orden!

La osadía en su voz resonó en la oficina y John asintió, consciente de la gravedad de la misión que tenían por delante.

De repente, un fugaz recuerdo del rostro de Blair invadió la mente de Oliver. Recordó su mirada llena de humildad e inocencia, y cómo, con una voz suave y tranquilizadora, le había asegurado que todo estaría bien. Esa promesa, aunque simple, retumbó en su corazón como un faro de esperanza en medio de la tormenta de incertidumbre que lo rodeaba. La imagen de su sonrisa iluminó su mente, recordándole que, a pesar de las adversidades, hay personas dispuestas a ayudar y a creer en un futuro mejor.

*****

Abriendo los ojos ligeramente, mareada y aturdida, Blair despertó lentamente. No tenía los ojos vendados, pero estaba atada a un sillón. Al abrir sus hermosos ojos verdes, se encontró con el rostro de Julia, que disfrutaba de su vulnerabilidad. Las lágrimas comenzaron a caer por las mejillas de Blair, incapaz de pronunciar palabra alguna. De repente, Julia le quitó la venda de la boca y Blair comenzó a toser, apenas podía respirar.

—¿Por qué me haces esto? —logró preguntar entre sollozos. — ¿Por qué me tratas así? Ya no estoy en tu vida, como me lo pediste hace más de un año, cuando murió mi padre.

Julia sonrió con malicia, disfrutando del sufrimiento de Blair.

Blair se decía a sí misma por qué la vida seguía tratándola con tanta rudeza y maldad, si ella siempre había intentado ser buena. No comprendía qué pecado estaba pagando para merecer tanto ensañamiento. La desesperación la invadía mientras miraba a su alrededor, atrapada en un lugar oscuro y sucio, sin poder escapar. Cada rincón parecía reflejar su angustia, y la incertidumbre sobre las intenciones de Julia la consumía. ¿Por qué la había secuestrado? ¿Qué quería lograr con su sufrimiento? La confusión y el miedo se entrelazaban en su mente, mientras las lágrimas caían silenciosamente por sus mejillas. Blair anhelaba respuestas, pero en su corazón sabía que, en ese momento, solo podía aferrarse a la esperanza de que algún día la verdad saldría a la luz y podría liberarse de esa pesadilla.

De pronto, dos sujetos irrumpieron en aquella horrible guarida. Se apartaron para hablar con Julia, mientras Blair, confundida, observaba las sombras que danzaban a su alrededor. En ese instante, una sensación de desprotección y vulnerabilidad la invadió, como si un peligro inminente se acercara sigilosamente.

Minutos después, los hombres se acercaron a ella. Ambos tenían la apariencia de matones, robustos y con un aire amenazante que los delataba como mafiosos. Uno de ellos, con una sonrisa lasciva, le dijo al otro:

—Sí que es hermosa —sus ojos brillaban con lujuria mientras se posaban sobre Blair.

El segundo, con una voz grave y autoritaria, respondió:

—Recuerda que la mercancía no se toca.

Julia, con una frialdad escalofriante, se despidió de Blair con un sarcasmo mordaz, palabras cargadas de odio:

—Hasta nunca.

Mientras hablaba, sacó un fajo de billetes de su bolso y reveló la traición más cruel: había vendido a Blair a aquellos horribles sujetos, sin importarle el destino que le aguardaba. La joven sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor, atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar. A la maléfica Julia no le importó despojar a Blair de sus bienes, sabiendo que la joven era la heredera universal de la fortuna que su padre había acumulado. No solo la había traicionado al venderla por dinero, sino que también había dilapidado casi toda la fortuna de Blair en caprichos y en los lujos de sus amantes. La avaricia de Julia no conocía límites; su corazón estaba tan corrompido que no dudó en sacrificar a la joven por unas monedas, dejando a Blair atrapada en una red de traición y desamparo, mientras ella se regocijaba en su propia decadencia.

Blair se quedó atrapada en la incertidumbre y en un rumbo que parecía surgir de las tinieblas y el engaño. Partió en silencio con ellos, con el miedo oprimiéndole el pecho. Al llegar al coche, apenas pudo articular palabras; su voz temblorosa se convirtió en un susurro desesperado:

—¿Dónde me llevan? —preguntó, suplicando por su libertad.

Los despiadados sujetos se miraron entre sí, esbozando una sonrisa lujuriosa. Uno de ellos, con un tono burlón, respondió:

—A un lugar donde aprenderás a ser más útil.

El otro soltó una risa cruel, añadiendo con desdén:

—No te preocupes, querida. Te vas a divertir mucho.

Blair sintió que el horror se apoderaba de ella, mientras las risas de sus captores resonaban en su mente, como un eco atroz ante su inminente destino.

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