Desde lo alto de un imponente y majestuoso edificio en Londres, un aristócrata y multimillonario caballero contemplaba el paisaje urbano. Era Oliver Campbell, un duque de renombre y un magnate de los negocios, conocido por su elegancia y atractivo físico. Recordaba vívidamente que, hacía algunos días, había sufrido un terrible accidente que estuvo a punto de costarle la vida. Sin embargo, gracias a una joven que se le apareció en medio de su fragilidad, logró salir adelante. Esta le había ofrecido palabras de aliento y lo había acompañado al hospital, un gesto de amabilidad y generosidad poco común en la actualidad. Oliver se preguntaba cómo habría sido su destino si no hubiera sido por la bondad de aquella muchacha, cuya austera pero sincera compasión le había devuelto la esperanza en un momento tan crítico.
Rápidamente, un joven rubio, asistente de Oliver, lo sacó de sus profundos pensamientos.
—Señor, es hora de partir —anunció con firmeza.
Oliver lo miró, con un destello de preocupación cruzando su rostro.
—Espera un momento —dijo, deteniéndose. —¿Has tenido noticias de la joven que me ayudó en la calle la tarde del accidente?
John, el joven rubio, sacudió la cabeza con pesar.
—Aún no, señor. La hemos buscado por todas partes, pero no hemos encontrado ninguna pista. Es posible que haya salido del país; esa es la razón más lógica que se me ocurre.
Oliver, melancólico, sintió cómo la esperanza se desvanecía, pero no estaba dispuesto a rendirse.
—No, no podemos detenernos aquí. ¡Sigan buscándola! —exclamó, llenándose de entusiasmo. —Debo encontrarla. Su bondad me salvó y necesito agradecerle.
—Realmente no tenemos sus datos, ni la policía los tiene —respondió John, con un tono de frustración.
—Es increíble lo incompetentes que son las autoridades de este país. ¿Cómo es posible que no haya un registro policial ni en el hospital?
Oliver frunció el ceño, sintiendo cómo la indignación se apoderaba de él.
—Nada, señor —continuó John. —Solo una enfermera me dijo que la chica se llama Blair, pero eso no nos ayuda mucho. Hay muchas Blair en la ciudad; es un nombre muy común aquí.
Oliver se giró hacia John y lo miró con una autoridad renovada.
—¡Exijo que muevan cielo, mar y tierra para encontrar a Blair! —ordenó con firmeza. —No aceptaré un «no» como respuesta. ¡Es una orden!
La osadía en su voz resonó en la oficina y John asintió, consciente de la gravedad de la misión que tenían por delante.
De repente, un fugaz recuerdo del rostro de Blair invadió la mente de Oliver. Recordó su mirada llena de humildad e inocencia, y cómo, con una voz suave y tranquilizadora, le había asegurado que todo estaría bien. Esa promesa, aunque simple, retumbó en su corazón como un faro de esperanza en medio de la tormenta de incertidumbre que lo rodeaba. La imagen de su sonrisa iluminó su mente, recordándole que, a pesar de las adversidades, hay personas dispuestas a ayudar y a creer en un futuro mejor.
*****
Abriendo los ojos ligeramente, mareada y aturdida, Blair despertó lentamente. No tenía los ojos vendados, pero estaba atada a un sillón. Al abrir sus hermosos ojos verdes, se encontró con el rostro de Julia, que disfrutaba de su vulnerabilidad. Las lágrimas comenzaron a caer por las mejillas de Blair, incapaz de pronunciar palabra alguna. De repente, Julia le quitó la venda de la boca y Blair comenzó a toser, apenas podía respirar.
—¿Por qué me haces esto? —logró preguntar entre sollozos. — ¿Por qué me tratas así? Ya no estoy en tu vida, como me lo pediste hace más de un año, cuando murió mi padre.
Julia sonrió con malicia, disfrutando del sufrimiento de Blair.
Blair se decía a sí misma por qué la vida seguía tratándola con tanta rudeza y maldad, si ella siempre había intentado ser buena. No comprendía qué pecado estaba pagando para merecer tanto ensañamiento. La desesperación la invadía mientras miraba a su alrededor, atrapada en un lugar oscuro y sucio, sin poder escapar. Cada rincón parecía reflejar su angustia, y la incertidumbre sobre las intenciones de Julia la consumía. ¿Por qué la había secuestrado? ¿Qué quería lograr con su sufrimiento? La confusión y el miedo se entrelazaban en su mente, mientras las lágrimas caían silenciosamente por sus mejillas. Blair anhelaba respuestas, pero en su corazón sabía que, en ese momento, solo podía aferrarse a la esperanza de que algún día la verdad saldría a la luz y podría liberarse de esa pesadilla.
De pronto, dos sujetos irrumpieron en aquella horrible guarida. Se apartaron para hablar con Julia, mientras Blair, confundida, observaba las sombras que danzaban a su alrededor. En ese instante, una sensación de desprotección y vulnerabilidad la invadió, como si un peligro inminente se acercara sigilosamente.
Minutos después, los hombres se acercaron a ella. Ambos tenían la apariencia de matones, robustos y con un aire amenazante que los delataba como mafiosos. Uno de ellos, con una sonrisa lasciva, le dijo al otro:
—Sí que es hermosa —sus ojos brillaban con lujuria mientras se posaban sobre Blair.
El segundo, con una voz grave y autoritaria, respondió:
—Recuerda que la mercancía no se toca.
Julia, con una frialdad escalofriante, se despidió de Blair con un sarcasmo mordaz, palabras cargadas de odio:
—Hasta nunca.
Mientras hablaba, sacó un fajo de billetes de su bolso y reveló la traición más cruel: había vendido a Blair a aquellos horribles sujetos, sin importarle el destino que le aguardaba. La joven sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor, atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar. A la maléfica Julia no le importó despojar a Blair de sus bienes, sabiendo que la joven era la heredera universal de la fortuna que su padre había acumulado. No solo la había traicionado al venderla por dinero, sino que también había dilapidado casi toda la fortuna de Blair en caprichos y en los lujos de sus amantes. La avaricia de Julia no conocía límites; su corazón estaba tan corrompido que no dudó en sacrificar a la joven por unas monedas, dejando a Blair atrapada en una red de traición y desamparo, mientras ella se regocijaba en su propia decadencia.
Blair se quedó atrapada en la incertidumbre y en un rumbo que parecía surgir de las tinieblas y el engaño. Partió en silencio con ellos, con el miedo oprimiéndole el pecho. Al llegar al coche, apenas pudo articular palabras; su voz temblorosa se convirtió en un susurro desesperado:
—¿Dónde me llevan? —preguntó, suplicando por su libertad.
Los despiadados sujetos se miraron entre sí, esbozando una sonrisa lujuriosa. Uno de ellos, con un tono burlón, respondió:
—A un lugar donde aprenderás a ser más útil.
El otro soltó una risa cruel, añadiendo con desdén:
—No te preocupes, querida. Te vas a divertir mucho.
Blair sintió que el horror se apoderaba de ella, mientras las risas de sus captores resonaban en su mente, como un eco atroz ante su inminente destino.
Blair se encontraba atrapada en un laberinto de desesperación; cada lágrima que caía era un eco de su sufrimiento, un grito mudo que resonaba en la oscuridad de su alma. La cruel traición de su madrastra la había sumido en un abismo del que parecía no haber salida: un destino sellado por manos ajenas que la trataban como un objeto, una mercancía despojada de su humanidad. En su mente, la imagen de aquellos desconocidos se entrelazaba con la angustia de su realidad, y la presión en su interior se convertía en un torrente imparable. ¿Cómo podía luchar contra un destino tan cruel? La impotencia la consumía, pero en lo más profundo de su ser, una chispa de resistencia comenzaba a arder. Sollozando, Blair juraba que no se rendiría; su espíritu, aunque herido, aún anhelaba la libertad. Su lucha por la vida apenas comenzaba y, aunque el camino se presentaba oscuro, su determinación brillaría como un faro en la tormenta.Llegó a un lugar desconocido, un espacio que, aunque no tenía un aspecto
Palacio de Cambridge.Oliver Campbell se apartó del bullicio del palacio real en busca de un rincón tranquilo donde pudiera abrir la carta que había recibido de George Harrison. La invitación, con su elegante diseño, le recordaba la gravedad de la situación que se avecinaba. Mientras deslizaba su dedo por el borde del papel, su mente se llenó de pensamientos oscuros sobre la subasta que tendría lugar esa noche. La trata de personas era un tema que lo inquietaba profundamente y la idea de que su amigo, un agente del FBI, estuviera involucrado en una investigación tan peligrosa lo tenía en vilo.Con el corazón acelerado, Oliver sacó su teléfono y marcó el número de George. La línea sonó varias veces antes de que su amigo contestara.—Oliver, ¿todo bien? —preguntó George con voz grave y serena, contrastando con la tensión que sentía el duque.—No, no está bien —respondió Oliver, con su tono cargado de preocupación. —He estado pensando en la subasta de esta noche. Siento dudas, no estoy s
Las luces del salón se atenuaron aún más y un murmullo de expectación recorrió la sala mientras las jóvenes comenzaban a desfilar sobre la pasarela. Cada paso que daban se oía como un eco de desesperación en la sala y sus pálidos rostros reflejaban el horror que las envolvía. Eran chicas inocentes, cada una más hermosa que la anterior, pero en sus ojos brillaba una sombra de resignación, como si supieran que su mundo había sido despojado de toda esperanza.De repente, una mujer madura, con una elegancia inquietante y una voz que parecía fluir como un río oscuro, se acercó al micrófono. Su presencia era magnética y, con un gesto de su mano, hizo que el silencio se apoderara del lugar.—Damas y caballeros, bienvenidos a la subasta más exclusiva de la noche —anunció, con un tono suave pero cargado de una frialdad que helaba la sangre.Oliver, sentado al borde de su silla, sintió cómo su corazón se aceleraba al ver a Blair, una de las jóvenes, aparecer en la pasarela. Su belleza era deslu
Oliver condujo solo por las oscuras calles de Londres, con el motor del coche resonando en el silencio tenso que lo rodeaba. Al llegar a la cabaña, un refugio alejado de las miradas curiosas y de la prensa voraz que siempre lo acechaba, sintió un alivio momentáneo. Sin embargo, cuando bajaron del coche, el miedo en los ojos de Blair era evidente.—¡No quiero estar aquí! No soy una puta, señor —exclamó con la voz temblorosa mientras las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos. La angustia la envolvía y su mente se llenaba de pensamientos oscuros sobre lo que podría suceder en ese lugar desconocido.Oliver, sintiendo su desesperación, se acercó a ella con una intensidad que buscaba calmar su tormenta interna.—Blair, escúchame —dijo con firmeza, fijando su mirada en la suya. —No estás aquí en contra de tu voluntad. Estoy aquí para ayudarte, no para hacerte daño. No solo a ti, sino a todas las chicas que están en peligro. Ellas estarán a salvo, al igual que tú.Ella lo miró, con la conf
Blair se quedó paralizada en la entrada, sintiendo cómo el frío de la noche se colaba por su piel. Las lágrimas caían sin control y su voz temblaba al hablar.—No puedes hacerme esto, Julia. Lanzarme a la calle como a un perro, no tengo a dónde ir. Mi padre apenas acaba de morir, no tengo más parientes —suplicó, con la garganta apretada como si una daga la atravesara, robándole el aliento.Julia la miró con desprecio, se cruzó de brazos y soltó una risa burlona.—¿Y qué esperabas, Blair? ¿Qué te quedarías aquí para recordarme cada día lo que perdí? Eres solo una carga, y no tengo por qué soportarte. ¡Lárgate de mí vista! —gritó, y su voz resonó en la casa vacía, llena de un odio que no podía ocultar.Blair sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor, pero no podía rendirse.—Por favor, Julia, solo necesito un poco de tiempo... —su voz se quebró, pero la furia de su madrastra no conocía límites.—¡No me importa! —respondió Julia, empujándola hacia la puerta con una fuerza que la
Minutos más tarde, Blair llegó a la pensión donde vivía, abrumada por el intenso frío nocturno. Al entrar, corrió hacia su habitación y cerró la puerta tras de sí con un suspiro de alivio. Sin embargo, el silencio que la rodeaba la envolvió y, de repente, su mente se llenó de recuerdos del pasado. Recordó cómo, hacía más de un año, Julia la había echado de casa como si fuera un perro, una experiencia que la había dejado marcada y llena de dolor. Las lágrimas brotaron de sus ojos al rememorar aquel momento desgarrador, y la sensación de traición y desamparo que había sentido en ese instante la cubrió completamente.Pero, a pesar de la tristeza que la invadía, una sonrisa comenzó a asomarse en su rostro. Reflexionó sobre su vida actual y se dio cuenta de que, a pesar de las dificultades, había logrado reconstruir su vida. Contaba con un trabajo que le permitía mantenerse y un techo donde refugiarse. Esa pequeña victoria, aunque frágil, era un testimonio de su resiliencia y determinación