Blair se encontraba atrapada en un laberinto de desesperación; cada lágrima que caía era un eco de su sufrimiento, un grito mudo que resonaba en la oscuridad de su alma. La cruel traición de su madrastra la había sumido en un abismo del que parecía no haber salida: un destino sellado por manos ajenas que la trataban como un objeto, una mercancía despojada de su humanidad. En su mente, la imagen de aquellos desconocidos se entrelazaba con la angustia de su realidad, y la presión en su interior se convertía en un torrente imparable. ¿Cómo podía luchar contra un destino tan cruel? La impotencia la consumía, pero en lo más profundo de su ser, una chispa de resistencia comenzaba a arder. Sollozando, Blair juraba que no se rendiría; su espíritu, aunque herido, aún anhelaba la libertad. Su lucha por la vida apenas comenzaba y, aunque el camino se presentaba oscuro, su determinación brillaría como un faro en la tormenta.
Llegó a un lugar desconocido, un espacio que, aunque no tenía un aspecto del todo repulsivo, emanaba una atmósfera de desolación que la envolvía como un manto helado. A su alrededor, otras chicas compartían su destino, con rostros marcados por el miedo y la desesperanza, lágrimas que caían como lluvia en un día gris. El silencio era abrumador, solo interrumpido por los sollozos que resonaban en la penumbra, un lamento colectivo que parecía absorber toda luz y esperanza.
Ella se sentó en un rincón, con la mirada perdida en un vacío que reflejaba su propio tormento, incapaz de articular una sola palabra. Su mente era un torbellino de pensamientos caóticos, pero en medio de la tormenta, una chispa de fe persistía en su corazón. Apretó con fuerza el crucifijo que colgaba de su cuello, un símbolo de clemencia y protección, como si invocara una fuerza superior que la guiara a través de la oscuridad. En ese instante, mientras el frío la envolvía, una pequeña llama de valentía comenzó a arder en su interior. Blair sabía que, aunque el camino que tenía por delante era incierto y aterrador, no estaba dispuesta a dejar que la desesperanza la consumiera. Su historia apenas había comenzado y en su pecho latía la promesa de una lucha por la libertad que aún no había terminado.
*****
Blair, sentada en un rincón oscuro de la habitación, sintió que su corazón se aceleraba cuando un joven se acercó a ella. Tenía un aspecto tranquilo, casi apacible, pero la tensión en el aire era palpable. Con una bandeja en la mano, le ofreció comida y agua, pero su mirada delataba una profunda tristeza.
—¿Qué van a hacer conmigo? —preguntó ella con la voz temblorosa, buscando desesperadamente respuestas en los ojos del joven.
Él bajó la mirada, visiblemente avergonzado. —Tú... tú has sido vendida a una red de trata de personas —murmuró con voz apenas audible. —Probablemente te llevarán a un lugar donde nunca querrás ir.
Blair sintió que su mundo se desmoronaba a su alrededor.
—¿Un prostíbulo? —preguntó, y la realidad la golpeó como un puñetazo. Comenzó a temblar, invadida por la angustia.
El joven asintió, evitando su mirada. —Lo siento. Yo... no puedo hacer nada.
Luego, sin decir una palabra más, se dio la vuelta, lanzando una última mirada furtiva a Blair antes de desaparecer en la oscuridad.
Ella se quedó allí, paralizada por el miedo, con la mente atrapada en un torbellino de pensamientos confusos. El pánico se apoderó de ella y comenzó a temblar, tomando conciencia de la horrorosa realidad de su destino.
—No, no, no... —murmuró, con lágrimas en los ojos. —No puedo dejar que esto suceda.
Cada latido de su corazón resonaba como un grito desesperado, como una promesa silenciosa de luchar por su libertad. Sabía que debía encontrar una manera de escapar, de romper las cadenas invisibles que la rodeaban. La determinación despertó en ella, alimentada por el miedo y la esperanza.
«No dejaré que este sea mi destino», se prometió, lista para hacer lo que fuera necesario para recuperar su vida. Las palabras del joven resonaban aún en su mente, pero ahora eran el catalizador de su revuelta. No podía rendirse, no ahora.
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Al cabo de unas horas, Blair sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando la palabra «subasta» resonó en el aire como un eco ominoso. Su corazón latía con fuerza, y la rabia se encendió en su pecho al mirar al hombre que se acercaba. Su mirada oscura y maliciosa presagiaba una tormenta inminente. Era un hombre robusto, con una sonrisa que no prometía nada bueno, y su presencia era tan intimidante que hacía que el aire se volviera denso.—Mira qué joya tenemos aquí —dijo el hombre, saboreando cada palabra como si fueran dulces. Su voz era grave y seductora, pero en ella había un filo que cortaba como un cuchillo. —Asegúrate de que destaque entre las demás, querida. Esta belleza será la sensación de la noche.
La mujer a su lado, con una sonrisa fría y calculadora, asintió con entusiasmo. Sus ojos brillaban con una mezcla de ambición y deseo, como si ya pudiera imaginar el oro que brillaría en sus manos tras la venta de Blair.
—No te preocupes, pequeña —dijo la mujer, acercándose a Blair con una suavidad engañosa. —Te haré brillar como nunca antes. Nadie podrá resistirse a ti.
Blair, con su cabello rojizo ondeando como llamas y sus ojos verdes llenos de ímpetu, se sintió atrapada en una telaraña de intrigas y peligros. Pero en su interior, una chispa de rebeldía comenzaba a arder. No iba a permitir que la convirtieran en un objeto de subasta. Con un movimiento rápido, se plantó firme, desafiando al hombre con la mirada.
—No soy un objeto que se pueda vender —respondió, y su voz resonó con una fuerza que incluso a ella misma le sorprendió.
El hombre sonrió, pero en su mirada había un destello de sorpresa. La mujer, sin embargo, no se inmutó.
—Oh, querida —dijo, acariciando el rostro de Blair con un dedo. —Te enseñaré que, en este mundo, la belleza tiene un precio. Y tú, mi niña, vales más de lo que imaginas.
Entretanto, más personas se acercaban para preparar a las chicas. Blair sintió que el tiempo se detenía. Sabía que debía encontrar una forma de escapar de ese destino, de esa subasta que amenazaba con robarle no solo su libertad, sino también su esencia. La noche apenas comenzaba y, en su corazón, una nueva determinación se forjaba: ¿podría encontrar la manera de liberarse de las garras de aquellos que la veían como un simple objeto de deseo? La respuesta a esa pregunta ardía en su interior, como una llama que se negaba a apagarse.
Mientras la mujer y su grupo de asistentes comenzaban a trabajar en su transformación, Blair observó cada movimiento con atención. Sabía que cada pincelada de maquillaje, cada prenda que le colocaban era un intento de moldearla según su imagen. Pero en su mente, una estrategia comenzaba a tomar forma.
—Vamos, querida, es hora de que te prepares —dijo la mujer, sonriendo con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. —Esta noche, serás el centro de atención.
Blair se dejó llevar, pero no sin antes recordar las historias de mujeres que habían sido vendidas como ganado, atrapadas en un ciclo del que nunca pudieron escapar. No iba a ser una más.
—¿Y si no quiero ser el centro de atención? —preguntó con voz susurrante y desafiante.
La mujer se detuvo, sorprendida por la audacia de Blair. Sin embargo, recuperó rápidamente la compostura.
—Oh, pero eso no es una opción, mi querida. La subasta es inevitable y tú serás la estrella.
Su tono era casi maternal, pero Blair podía sentir la amenaza latente en sus palabras. Entretanto, la mujer continuaba con su trabajo, y Blair se concentró en su reflejo en el espejo. La imagen que veía era hermosa, pero no era ella. Esa no era la vida que quería. En su mente, se formó una idea brillante: si iba a ser el centro de atención, lo sería a su manera.
Palacio de Cambridge.Oliver Campbell se apartó del bullicio del palacio real en busca de un rincón tranquilo donde pudiera abrir la carta que había recibido de George Harrison. La invitación, con su elegante diseño, le recordaba la gravedad de la situación que se avecinaba. Mientras deslizaba su dedo por el borde del papel, su mente se llenó de pensamientos oscuros sobre la subasta que tendría lugar esa noche. La trata de personas era un tema que lo inquietaba profundamente y la idea de que su amigo, un agente del FBI, estuviera involucrado en una investigación tan peligrosa lo tenía en vilo.Con el corazón acelerado, Oliver sacó su teléfono y marcó el número de George. La línea sonó varias veces antes de que su amigo contestara.—Oliver, ¿todo bien? —preguntó George con voz grave y serena, contrastando con la tensión que sentía el duque.—No, no está bien —respondió Oliver, con su tono cargado de preocupación. —He estado pensando en la subasta de esta noche. Siento dudas, no estoy s
Las luces del salón se atenuaron aún más y un murmullo de expectación recorrió la sala mientras las jóvenes comenzaban a desfilar sobre la pasarela. Cada paso que daban se oía como un eco de desesperación en la sala y sus pálidos rostros reflejaban el horror que las envolvía. Eran chicas inocentes, cada una más hermosa que la anterior, pero en sus ojos brillaba una sombra de resignación, como si supieran que su mundo había sido despojado de toda esperanza.De repente, una mujer madura, con una elegancia inquietante y una voz que parecía fluir como un río oscuro, se acercó al micrófono. Su presencia era magnética y, con un gesto de su mano, hizo que el silencio se apoderara del lugar.—Damas y caballeros, bienvenidos a la subasta más exclusiva de la noche —anunció, con un tono suave pero cargado de una frialdad que helaba la sangre.Oliver, sentado al borde de su silla, sintió cómo su corazón se aceleraba al ver a Blair, una de las jóvenes, aparecer en la pasarela. Su belleza era deslu
Oliver condujo solo por las oscuras calles de Londres, con el motor del coche resonando en el silencio tenso que lo rodeaba. Al llegar a la cabaña, un refugio alejado de las miradas curiosas y de la prensa voraz que siempre lo acechaba, sintió un alivio momentáneo. Sin embargo, cuando bajaron del coche, el miedo en los ojos de Blair era evidente.—¡No quiero estar aquí! No soy una puta, señor —exclamó con la voz temblorosa mientras las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos. La angustia la envolvía y su mente se llenaba de pensamientos oscuros sobre lo que podría suceder en ese lugar desconocido.Oliver, sintiendo su desesperación, se acercó a ella con una intensidad que buscaba calmar su tormenta interna.—Blair, escúchame —dijo con firmeza, fijando su mirada en la suya. —No estás aquí en contra de tu voluntad. Estoy aquí para ayudarte, no para hacerte daño. No solo a ti, sino a todas las chicas que están en peligro. Ellas estarán a salvo, al igual que tú.Ella lo miró, con la conf
Blair se quedó paralizada en la entrada, sintiendo cómo el frío de la noche se colaba por su piel. Las lágrimas caían sin control y su voz temblaba al hablar.—No puedes hacerme esto, Julia. Lanzarme a la calle como a un perro, no tengo a dónde ir. Mi padre apenas acaba de morir, no tengo más parientes —suplicó, con la garganta apretada como si una daga la atravesara, robándole el aliento.Julia la miró con desprecio, se cruzó de brazos y soltó una risa burlona.—¿Y qué esperabas, Blair? ¿Qué te quedarías aquí para recordarme cada día lo que perdí? Eres solo una carga, y no tengo por qué soportarte. ¡Lárgate de mí vista! —gritó, y su voz resonó en la casa vacía, llena de un odio que no podía ocultar.Blair sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor, pero no podía rendirse.—Por favor, Julia, solo necesito un poco de tiempo... —su voz se quebró, pero la furia de su madrastra no conocía límites.—¡No me importa! —respondió Julia, empujándola hacia la puerta con una fuerza que la
Minutos más tarde, Blair llegó a la pensión donde vivía, abrumada por el intenso frío nocturno. Al entrar, corrió hacia su habitación y cerró la puerta tras de sí con un suspiro de alivio. Sin embargo, el silencio que la rodeaba la envolvió y, de repente, su mente se llenó de recuerdos del pasado. Recordó cómo, hacía más de un año, Julia la había echado de casa como si fuera un perro, una experiencia que la había dejado marcada y llena de dolor. Las lágrimas brotaron de sus ojos al rememorar aquel momento desgarrador, y la sensación de traición y desamparo que había sentido en ese instante la cubrió completamente.Pero, a pesar de la tristeza que la invadía, una sonrisa comenzó a asomarse en su rostro. Reflexionó sobre su vida actual y se dio cuenta de que, a pesar de las dificultades, había logrado reconstruir su vida. Contaba con un trabajo que le permitía mantenerse y un techo donde refugiarse. Esa pequeña victoria, aunque frágil, era un testimonio de su resiliencia y determinación
Desde lo alto de un imponente y majestuoso edificio en Londres, un aristócrata y multimillonario caballero contemplaba el paisaje urbano. Era Oliver Campbell, un duque de renombre y un magnate de los negocios, conocido por su elegancia y atractivo físico. Recordaba vívidamente que, hacía algunos días, había sufrido un terrible accidente que estuvo a punto de costarle la vida. Sin embargo, gracias a una joven que se le apareció en medio de su fragilidad, logró salir adelante. Esta le había ofrecido palabras de aliento y lo había acompañado al hospital, un gesto de amabilidad y generosidad poco común en la actualidad. Oliver se preguntaba cómo habría sido su destino si no hubiera sido por la bondad de aquella muchacha, cuya austera pero sincera compasión le había devuelto la esperanza en un momento tan crítico.Rápidamente, un joven rubio, asistente de Oliver, lo sacó de sus profundos pensamientos.—Señor, es hora de partir —anunció con firmeza.Oliver lo miró, con un destello de preocu