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Capítulo 4. Laberinto sin salida.

Blair se encontraba atrapada en un laberinto de desesperación; cada lágrima que caía era un eco de su sufrimiento, un grito mudo que resonaba en la oscuridad de su alma. La cruel traición de su madrastra la había sumido en un abismo del que parecía no haber salida: un destino sellado por manos ajenas que la trataban como un objeto, una mercancía despojada de su humanidad. En su mente, la imagen de aquellos desconocidos se entrelazaba con la angustia de su realidad, y la presión en su interior se convertía en un torrente imparable. ¿Cómo podía luchar contra un destino tan cruel? La impotencia la consumía, pero en lo más profundo de su ser, una chispa de resistencia comenzaba a arder. Sollozando, Blair juraba que no se rendiría; su espíritu, aunque herido, aún anhelaba la libertad. Su lucha por la vida apenas comenzaba y, aunque el camino se presentaba oscuro, su determinación brillaría como un faro en la tormenta.

Llegó a un lugar desconocido, un espacio que, aunque no tenía un aspecto del todo repulsivo, emanaba una atmósfera de desolación que la envolvía como un manto helado. A su alrededor, otras chicas compartían su destino, con rostros marcados por el miedo y la desesperanza, lágrimas que caían como lluvia en un día gris. El silencio era abrumador, solo interrumpido por los sollozos que resonaban en la penumbra, un lamento colectivo que parecía absorber toda luz y esperanza.

Ella se sentó en un rincón, con la mirada perdida en un vacío que reflejaba su propio tormento, incapaz de articular una sola palabra. Su mente era un torbellino de pensamientos caóticos, pero en medio de la tormenta, una chispa de fe persistía en su corazón. Apretó con fuerza el crucifijo que colgaba de su cuello, un símbolo de clemencia y protección, como si invocara una fuerza superior que la guiara a través de la oscuridad. En ese instante, mientras el frío la envolvía, una pequeña llama de valentía comenzó a arder en su interior. Blair sabía que, aunque el camino que tenía por delante era incierto y aterrador, no estaba dispuesta a dejar que la desesperanza la consumiera. Su historia apenas había comenzado y en su pecho latía la promesa de una lucha por la libertad que aún no había terminado.

*****

Blair, sentada en un rincón oscuro de la habitación, sintió que su corazón se aceleraba cuando un joven se acercó a ella. Tenía un aspecto tranquilo, casi apacible, pero la tensión en el aire era palpable. Con una bandeja en la mano, le ofreció comida y agua, pero su mirada delataba una profunda tristeza.

—¿Qué van a hacer conmigo? —preguntó ella con la voz temblorosa, buscando desesperadamente respuestas en los ojos del joven.

Él bajó la mirada, visiblemente avergonzado. —Tú... tú has sido vendida a una red de trata de personas —murmuró con voz apenas audible. —Probablemente te llevarán a un lugar donde nunca querrás ir.

Blair sintió que su mundo se desmoronaba a su alrededor.

—¿Un prostíbulo? —preguntó, y la realidad la golpeó como un puñetazo. Comenzó a temblar, invadida por la angustia.

El joven asintió, evitando su mirada. —Lo siento. Yo... no puedo hacer nada.

Luego, sin decir una palabra más, se dio la vuelta, lanzando una última mirada furtiva a Blair antes de desaparecer en la oscuridad.

Ella se quedó allí, paralizada por el miedo, con la mente atrapada en un torbellino de pensamientos confusos. El pánico se apoderó de ella y comenzó a temblar, tomando conciencia de la horrorosa realidad de su destino.

—No, no, no... —murmuró, con lágrimas en los ojos. —No puedo dejar que esto suceda.

Cada latido de su corazón resonaba como un grito desesperado, como una promesa silenciosa de luchar por su libertad. Sabía que debía encontrar una manera de escapar, de romper las cadenas invisibles que la rodeaban. La determinación despertó en ella, alimentada por el miedo y la esperanza.

«No dejaré que este sea mi destino», se prometió, lista para hacer lo que fuera necesario para recuperar su vida. Las palabras del joven resonaban aún en su mente, pero ahora eran el catalizador de su revuelta. No podía rendirse, no ahora.

*****

Al cabo de unas horas, Blair sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando la palabra «subasta» resonó en el aire como un eco ominoso. Su corazón latía con fuerza, y la rabia se encendió en su pecho al mirar al hombre que se acercaba. Su mirada oscura y maliciosa presagiaba una tormenta inminente. Era un hombre robusto, con una sonrisa que no prometía nada bueno, y su presencia era tan intimidante que hacía que el aire se volviera denso.

—Mira qué joya tenemos aquí —dijo el hombre, saboreando cada palabra como si fueran dulces. Su voz era grave y seductora, pero en ella había un filo que cortaba como un cuchillo. —Asegúrate de que destaque entre las demás, querida. Esta belleza será la sensación de la noche.

La mujer a su lado, con una sonrisa fría y calculadora, asintió con entusiasmo. Sus ojos brillaban con una mezcla de ambición y deseo, como si ya pudiera imaginar el oro que brillaría en sus manos tras la venta de Blair.

—No te preocupes, pequeña —dijo la mujer, acercándose a Blair con una suavidad engañosa. —Te haré brillar como nunca antes. Nadie podrá resistirse a ti.

Blair, con su cabello rojizo ondeando como llamas y sus ojos verdes llenos de ímpetu, se sintió atrapada en una telaraña de intrigas y peligros. Pero en su interior, una chispa de rebeldía comenzaba a arder. No iba a permitir que la convirtieran en un objeto de subasta. Con un movimiento rápido, se plantó firme, desafiando al hombre con la mirada.

—No soy un objeto que se pueda vender —respondió, y su voz resonó con una fuerza que incluso a ella misma le sorprendió.

El hombre sonrió, pero en su mirada había un destello de sorpresa. La mujer, sin embargo, no se inmutó.

—Oh, querida —dijo, acariciando el rostro de Blair con un dedo. —Te enseñaré que, en este mundo, la belleza tiene un precio. Y tú, mi niña, vales más de lo que imaginas.

Entretanto, más personas se acercaban para preparar a las chicas. Blair sintió que el tiempo se detenía. Sabía que debía encontrar una forma de escapar de ese destino, de esa subasta que amenazaba con robarle no solo su libertad, sino también su esencia. La noche apenas comenzaba y, en su corazón, una nueva determinación se forjaba: ¿podría encontrar la manera de liberarse de las garras de aquellos que la veían como un simple objeto de deseo? La respuesta a esa pregunta ardía en su interior, como una llama que se negaba a apagarse.

Mientras la mujer y su grupo de asistentes comenzaban a trabajar en su transformación, Blair observó cada movimiento con atención. Sabía que cada pincelada de maquillaje, cada prenda que le colocaban era un intento de moldearla según su imagen. Pero en su mente, una estrategia comenzaba a tomar forma.

—Vamos, querida, es hora de que te prepares —dijo la mujer, sonriendo con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. —Esta noche, serás el centro de atención.

Blair se dejó llevar, pero no sin antes recordar las historias de mujeres que habían sido vendidas como ganado, atrapadas en un ciclo del que nunca pudieron escapar. No iba a ser una más.

—¿Y si no quiero ser el centro de atención? —preguntó con voz susurrante y desafiante.

La mujer se detuvo, sorprendida por la audacia de Blair. Sin embargo, recuperó rápidamente la compostura.

—Oh, pero eso no es una opción, mi querida. La subasta es inevitable y tú serás la estrella.

Su tono era casi maternal, pero Blair podía sentir la amenaza latente en sus palabras. Entretanto, la mujer continuaba con su trabajo, y Blair se concentró en su reflejo en el espejo. La imagen que veía era hermosa, pero no era ella. Esa no era la vida que quería. En su mente, se formó una idea brillante: si iba a ser el centro de atención, lo sería a su manera.

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