Palacio de Cambridge.
Oliver Campbell se apartó del bullicio del palacio real en busca de un rincón tranquilo donde pudiera abrir la carta que había recibido de George Harrison. La invitación, con su elegante diseño, le recordaba la gravedad de la situación que se avecinaba. Mientras deslizaba su dedo por el borde del papel, su mente se llenó de pensamientos oscuros sobre la subasta que tendría lugar esa noche. La trata de personas era un tema que lo inquietaba profundamente y la idea de que su amigo, un agente del FBI, estuviera involucrado en una investigación tan peligrosa lo tenía en vilo.
Con el corazón acelerado, Oliver sacó su teléfono y marcó el número de George. La línea sonó varias veces antes de que su amigo contestara.
—Oliver, ¿todo bien? —preguntó George con voz grave y serena, contrastando con la tensión que sentía el duque.
—No, no está bien —respondió Oliver, con su tono cargado de preocupación. —He estado pensando en la subasta de esta noche. Siento dudas, no estoy seguro de involucrarme en esto. La familia real no tiene ni idea de lo que está sucediendo y, si se enteran...
—Lo sé, lo sé —interrumpió George, con voz firme. —Pero tengo que hacer esto. Hay vidas en juego, Oliver. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras esa gente se beneficia del sufrimiento de otros.
Oliver respiró hondo, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros.
—¿Y si algo sale mal? No quiero que te metas en problemas por mi causa.
—Descuida, Oliver, todo saldrá bien. Lo haremos por todas esas chicas que están atrapadas en ese mundo. Si podemos desmantelar esta red, habremos hecho algo significativo. Además, tengo un plan. Solo necesito que estés atento.
—Entendido. No puedo quedarme al margen sabiendo que hay tanto en juego.
—Tu presencia en la subasta es la clave. Tienes mucho dinero. Puedes conseguir información valiosa de los organizadores. Podríamos tener una oportunidad. Solo debes ser cauteloso.
Oliver asintió, aunque sabía que George no podía verlo.
—Haré lo que sea necesario. Si hay alguna oportunidad de ayudar, la aprovecharé.
—Eso es lo que quería escuchar. Recuerda, mantente alerta y no te dejes atrapar en la atmósfera de lujo. La subasta puede parecer un evento glamuroso, pero detrás de esa fachada se esconde un horror inimaginable —advirtió George, cuya voz grave resonó con urgencia.
Oliver colgó, sintiendo una mezcla de fortaleza y miedo. Sabía que la subasta no sería solo un evento social, sino un campo de batalla en el que se jugarían vidas.
*****
Oliver respiró hondo, sintiendo cómo la adrenalina empezaba a recorrer su cuerpo. Agarró firmemente su maletín y, sin mirar atrás, salió velozmente del palacio. John, su asistente, lo siguió de cerca y notó la tensión en el aire. No había tiempo para despedidas; la subasta estaba a punto de comenzar, y cada segundo contaba. Con el corazón latiendo con fuerza en el pecho, Oliver se adentró en la noche, consciente de que tras las puertas doradas del salón principal se escondía un mundo de secretos oscuros y peligros inminentes. Sabía que su misión era más que un simple evento social: era una carrera contra el tiempo para salvar vidas.
La determinación brillaba en sus ojos mientras se acercaba al lugar donde el destino de tantas personas pendía de un hilo.
Entró en el salón con sus guardaespaldas y John a su lado, consciente de que su presencia no pasaría desapercibida. Era el duque de Cambridge, uno de los hombres más ricos de Europa, y su porte elegante y seguro capturó la atención de todos los presentes. Los mafiosos, con ojos codiciosos, vieron cómo se dibujaban millones en sus miradas; sabían que la noche prometía ser interesante y que sus bolsillos se llenarían a raudales.
—Mira eso, John —susurró Oliver con una sonrisa arrogante—, parece que han encontrado a su pez gordo.
John, con una sonrisa cómplice, asintió mientras mostraba el contenido del portafolio, revelando una suma de dinero que dejó a todos boquiabiertos. Los murmullos de admiración se esparcieron por la sala y los asistentes comenzaron a tratar al duque con una deferencia casi reverencial, ofreciéndole una vista privilegiada de la subasta.
—Es hora de que comience la acción —dijo Oliver con voz baja, pero firme.
—¿Listo para jugar con los grandes, señor? —preguntó John, conteniendo una risa.
—Siempre —respondió Oliver, con un brillo travieso en los ojos. —Después de todo, esta noche no solo se trata de dinero, sino de poder y de hacer justicia.
Ambos compartieron una risa discreta, sabiendo que estaban a punto de adentrarse en un juego peligroso, donde cada movimiento contaba y el destino de muchos pendía de un hilo.
*****
Oliver y John se adentraron en el salón y, a medida que sus ojos se acostumbraban a la penumbra, la verdad del lugar se reveló ante ellos. Las paredes estaban adornadas con terciopelo rojo y dorado, pero la opulencia no podía ocultar el hedor de la desesperación que impregnaba el ambiente. Las miradas de los asistentes, hombres poderosos y ricos, se centraban en un grupo de jóvenes mujeres, sus rostros marcados por la inocencia y el miedo, que estaban alineadas como si fueran mercancía en un mercado.
—Esto es más repugnante de lo que imaginaba —murmuró Oliver, cuya voz, cargada de indignación, denotaba su desprecio hacia la escena.
John asintió con expresión grave.
—No son más que objetos para ellos, señor. Este lugar es un infierno disfrazado de lujo.
Oliver apretó los puños, sintiendo cómo la rabia se acumulaba en su interior.
—No podemos permitir que esto continúe. Cada una de estas mujeres merece una oportunidad, no un destino como este.
—La subasta ya está a punto de comenzar —dijo John, mirando el escenario donde un hombre corpulento se preparaba para dar la bienvenida a los postores. — ¿Qué planea hacer?
—Primero, debemos obtener información. Necesitamos saber quiénes son los que están detrás de esto. George se encargará del resto —respondió Oliver, con la mirada fija en el escenario, donde la vida de esas mujeres pendía de un hilo.
—¿Y si nos descubren? —preguntó John, preocupado.
—No creo que lo hagan, soy el duque de Cambridge. Esta noche no solo estamos aquí para subastar, estamos aquí con un propósito —replicó Oliver, con su voz resonando con determinación.
Ambos se miraron con extrañeza. Sabían que estaban a punto de participar en un juego peligroso, pero la vida de esas mujeres dependía de su valentía. La subasta comenzaba, y con ella, la oportunidad de cambiar el destino de esas muchachas.
Las luces del salón se atenuaron aún más y un murmullo de expectación recorrió la sala mientras las jóvenes comenzaban a desfilar sobre la pasarela. Cada paso que daban se oía como un eco de desesperación en la sala y sus pálidos rostros reflejaban el horror que las envolvía. Eran chicas inocentes, cada una más hermosa que la anterior, pero en sus ojos brillaba una sombra de resignación, como si supieran que su mundo había sido despojado de toda esperanza.De repente, una mujer madura, con una elegancia inquietante y una voz que parecía fluir como un río oscuro, se acercó al micrófono. Su presencia era magnética y, con un gesto de su mano, hizo que el silencio se apoderara del lugar.—Damas y caballeros, bienvenidos a la subasta más exclusiva de la noche —anunció, con un tono suave pero cargado de una frialdad que helaba la sangre.Oliver, sentado al borde de su silla, sintió cómo su corazón se aceleraba al ver a Blair, una de las jóvenes, aparecer en la pasarela. Su belleza era deslu
Oliver condujo solo por las oscuras calles de Londres, con el motor del coche resonando en el silencio tenso que lo rodeaba. Al llegar a la cabaña, un refugio alejado de las miradas curiosas y de la prensa voraz que siempre lo acechaba, sintió un alivio momentáneo. Sin embargo, cuando bajaron del coche, el miedo en los ojos de Blair era evidente.—¡No quiero estar aquí! No soy una puta, señor —exclamó con la voz temblorosa mientras las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos. La angustia la envolvía y su mente se llenaba de pensamientos oscuros sobre lo que podría suceder en ese lugar desconocido.Oliver, sintiendo su desesperación, se acercó a ella con una intensidad que buscaba calmar su tormenta interna.—Blair, escúchame —dijo con firmeza, fijando su mirada en la suya. —No estás aquí en contra de tu voluntad. Estoy aquí para ayudarte, no para hacerte daño. No solo a ti, sino a todas las chicas que están en peligro. Ellas estarán a salvo, al igual que tú.Ella lo miró, con la conf
Blair se quedó paralizada en la entrada, sintiendo cómo el frío de la noche se colaba por su piel. Las lágrimas caían sin control y su voz temblaba al hablar.—No puedes hacerme esto, Julia. Lanzarme a la calle como a un perro, no tengo a dónde ir. Mi padre apenas acaba de morir, no tengo más parientes —suplicó, con la garganta apretada como si una daga la atravesara, robándole el aliento.Julia la miró con desprecio, se cruzó de brazos y soltó una risa burlona.—¿Y qué esperabas, Blair? ¿Qué te quedarías aquí para recordarme cada día lo que perdí? Eres solo una carga, y no tengo por qué soportarte. ¡Lárgate de mí vista! —gritó, y su voz resonó en la casa vacía, llena de un odio que no podía ocultar.Blair sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor, pero no podía rendirse.—Por favor, Julia, solo necesito un poco de tiempo... —su voz se quebró, pero la furia de su madrastra no conocía límites.—¡No me importa! —respondió Julia, empujándola hacia la puerta con una fuerza que la
Minutos más tarde, Blair llegó a la pensión donde vivía, abrumada por el intenso frío nocturno. Al entrar, corrió hacia su habitación y cerró la puerta tras de sí con un suspiro de alivio. Sin embargo, el silencio que la rodeaba la envolvió y, de repente, su mente se llenó de recuerdos del pasado. Recordó cómo, hacía más de un año, Julia la había echado de casa como si fuera un perro, una experiencia que la había dejado marcada y llena de dolor. Las lágrimas brotaron de sus ojos al rememorar aquel momento desgarrador, y la sensación de traición y desamparo que había sentido en ese instante la cubrió completamente.Pero, a pesar de la tristeza que la invadía, una sonrisa comenzó a asomarse en su rostro. Reflexionó sobre su vida actual y se dio cuenta de que, a pesar de las dificultades, había logrado reconstruir su vida. Contaba con un trabajo que le permitía mantenerse y un techo donde refugiarse. Esa pequeña victoria, aunque frágil, era un testimonio de su resiliencia y determinación
Desde lo alto de un imponente y majestuoso edificio en Londres, un aristócrata y multimillonario caballero contemplaba el paisaje urbano. Era Oliver Campbell, un duque de renombre y un magnate de los negocios, conocido por su elegancia y atractivo físico. Recordaba vívidamente que, hacía algunos días, había sufrido un terrible accidente que estuvo a punto de costarle la vida. Sin embargo, gracias a una joven que se le apareció en medio de su fragilidad, logró salir adelante. Esta le había ofrecido palabras de aliento y lo había acompañado al hospital, un gesto de amabilidad y generosidad poco común en la actualidad. Oliver se preguntaba cómo habría sido su destino si no hubiera sido por la bondad de aquella muchacha, cuya austera pero sincera compasión le había devuelto la esperanza en un momento tan crítico.Rápidamente, un joven rubio, asistente de Oliver, lo sacó de sus profundos pensamientos.—Señor, es hora de partir —anunció con firmeza.Oliver lo miró, con un destello de preocu
Blair se encontraba atrapada en un laberinto de desesperación; cada lágrima que caía era un eco de su sufrimiento, un grito mudo que resonaba en la oscuridad de su alma. La cruel traición de su madrastra la había sumido en un abismo del que parecía no haber salida: un destino sellado por manos ajenas que la trataban como un objeto, una mercancía despojada de su humanidad. En su mente, la imagen de aquellos desconocidos se entrelazaba con la angustia de su realidad, y la presión en su interior se convertía en un torrente imparable. ¿Cómo podía luchar contra un destino tan cruel? La impotencia la consumía, pero en lo más profundo de su ser, una chispa de resistencia comenzaba a arder. Sollozando, Blair juraba que no se rendiría; su espíritu, aunque herido, aún anhelaba la libertad. Su lucha por la vida apenas comenzaba y, aunque el camino se presentaba oscuro, su determinación brillaría como un faro en la tormenta.Llegó a un lugar desconocido, un espacio que, aunque no tenía un aspecto