Más tarde...El hotel de lujo donde se hospedaba Dagmar, el prestigioso diseñador de origen danés que era cómplice del príncipe Arthur, era imponente, con sus altos techos y elegantes muebles. Blair, aún abrumada por su participación en el desfile de verano londinense, no sospechaba nada de las oscuras intenciones que se ocultaban tras la sonrisa del diseñador, que fingía muy bien ser su amigo.Dagmar le ofreció la copa con una sonrisa enigmática y le dijo:—Blair, querida, bebe un poco. Seguro que estás sedienta después de todo el ajetreo del desfile. Felicidades, has lucido estupenda.Blair aceptó la copa con una sonrisa inocente y le agradeció su amabilidad.—Gracias, Dagmar. Es muy amable por su parte.—Dime, Blair, ¿qué opinas de la última colección de Dolce & Gabbana? He oído que fue bastante controvertida.—Oh, bueno, creo que fue bastante innovadora. Aunque algunos diseños me parecieron un poco extravagantes.Dagmar guió hábilmente la conversación hacia temas triviales, desde
Blair respiró hondo, sintiendo el alivio recorrer su cuerpo al saber que estaba a salvo. La princesa Annelise había llegado justo a tiempo para cambiar su destino. Ahora se encontraban en el lujoso hotel donde se hospedaba el duque, como un rayo de esperanza en medio de la tormenta.Su presencia era un bálsamo para su alma y, aunque la tensión aún flotaba en el aire, Oliver estaba decidido a protegerla. Juntos, en ese refugio de riqueza, se preparaban para afrontar las sombras que amenazaban con envolver sus vidas.Oliver, con la sangre hirviendo, exclamó:—¡Blair! Te has arriesgado al ir sola a ver a Dagmar. Ese maldito de Olsen me las va a pagar. ¿Cómo pudiste meterte en esa situación?—Lo sé, jamás imaginé que Dagmar era cómplice del príncipe. Oliver, pero por suerte estás aquí ahora. Y gracias a la princesa Annelise estoy a salvo. No pasó a mayores.—No puedo quedarme de brazos cruzados. El príncipe Arthur y el diseñador tienen que pagar por lo que intentaron hacerte.—Debes tener
Los días transcurrieron rápidamente y la boda de Elizabeth y Oliver estaba a solo un día de celebrarse. En la mansión de Cambridge, donde se celebraría el evento, Oliver se encontraba a solas con el príncipe Arthur en el estudio. Con un gesto decidido, Oliver arrojó un dossier sobre el escritorio: las pruebas de los múltiples delitos del príncipe se deslizaban como un torrente de revelaciones. Arthur, sorprendido, frunció el ceño, pasando de la confianza a la inquietud.—¿Qué es esto, Oliver? —preguntó Arthur, ligeramente temblando.—La verdad, príncipe —respondió Oliver, mirándole a los ojos. —No puedo permitir que continúe con esta farsa mientras arruina vidas a su paso.—No seas imbécil, sabes muy bien que los cuerpos policiales no se atreverían a detenerme.—No se confunda, alteza —dijo Oliver con voz firme y decidida. — Puede que tenga al FBI y al gobierno en su bolsillo, pero la verdad siempre sale a la luz. Y yo estoy dispuesto a ser su mensajero.Arthur soltó una risa despecti
La condesa Charlotte, con su porte altivo y su mirada penetrante, tomó el brazo de su sobrino Oliver, sintiendo una extraña mezcla de orgullo y ternura. Era un momento que, a pesar de todo, había esperado con ansias: la inminente boda de Oliver con la princesa Elizabeth. Sin embargo, la felicidad se tornó en desconcierto cuando Oliver le preguntó por los preparativos de la boda y pronunció unas palabras que la dejaron helada.—Oliver, querido, ¿cómo te preparas para el gran día? —preguntó la condesa con una dulzura que rara vez mostraba.—No habrá boda, tía —respondió Oliver con firmeza, su voz resonando en el aire como un eco de desilusión.La condesa, extrañada, corrió tras él y su voz denotaba incredulidad y desesperación.—¡Oliver! ¿Qué estás diciendo? —exclamó, deteniéndose frente a él, con la mirada fija y desafiante. —¿Cómo puedes afirmar que no habrá boda? ¡Esta unión debe celebrarse ya! ¡Hemos firmado un acuerdo!Oliver la miró a los ojos y su expresión denotaba una determina
Días después...Arthur se encontraba en un rincón sombrío del palacio, donde el eco de los vítores dedicados a su hermano Aiden resonaba en sus oídos como un cruel recordatorio de su derrota. La mirada de su padre, el rey Mason Olsen, lo atraviesa con desdén, reflejando la decepción que había sembrado en la familia.Mientras Aiden era aclamado como príncipe, Arthur se debatía entre la melancolía y la rabia, atrapado en un laberinto de decisiones equivocadas que lo habían llevado al borde de la ruina. La ruptura con su esposa, Annelise, quien lo había abandonado en el momento más oscuro de su vida, lo había destrozado por completo.Su única hija, Elizabeth, se había marchado a Grecia con su madre, buscando refugio lejos del dolor que habían sufrido. Arthur, aunque libre de la prisión física, se sentía encarcelado en su propia miseria, un príncipe desterrado de su propia historia, mientras el peso de sus acciones lo aplastaba sin piedad.Arthur, consumido por la desesperación y la traic
Oliver y Blair se habían dejado llevar por el momento y por el calor de la pasión que los embriagaba. El deseo era tan intenso que parecía que sus cuerpos estuvieran unidos de forma permanente, como si fueran uno solo.Oliver, con sus movimientos lentos y sensuales, se introdujo aún más en el cuerpo de Blair, mientras ella lo acompañaba con movimientos de caderas que lo envolvían por completo. Sus gemidos y jadeos se fundían en un coro de placer, mientras sus cuerpos se movían en perfecta sincronía.—¡Oh, Blair! Eres tan hermosa, tan perfecta —susurró Oliver, entrecortado por la excitación. —Nunca podré tenerte suficiente.Blair, con los ojos cerrados y el rostro bañado en sudor, respondió con un gemido:—¡Oliver! ¡Estoy tan húmeda por ti! ¡No puedo dejar de pensar en lo bien que me siento dentro de ti!El ritmo se aceleró y sus cuerpos se unieron con una fuerza y una urgencia cada vez mayores. Oliver, con sus manos fuertes y seguras, agarró las caderas de Blair y guió sus movimientos,
Blair se quedó paralizada en la entrada, sintiendo cómo el frío de la noche se colaba por su piel. Las lágrimas caían sin control y su voz temblaba al hablar.—No puedes hacerme esto, Julia. Lanzarme a la calle como a un perro, no tengo a dónde ir. Mi padre apenas acaba de morir, no tengo más parientes —suplicó, con la garganta apretada como si una daga la atravesara, robándole el aliento.Julia la miró con desprecio, se cruzó de brazos y soltó una risa burlona.—¿Y qué esperabas, Blair? ¿Qué te quedarías aquí para recordarme cada día lo que perdí? Eres solo una carga, y no tengo por qué soportarte. ¡Lárgate de mí vista! —gritó, y su voz resonó en la casa vacía, llena de un odio que no podía ocultar.Blair sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor, pero no podía rendirse.—Por favor, Julia, solo necesito un poco de tiempo... —su voz se quebró, pero la furia de su madrastra no conocía límites.—¡No me importa! —respondió Julia, empujándola hacia la puerta con una fuerza que la
Minutos más tarde, Blair llegó a la pensión donde vivía, abrumada por el intenso frío nocturno. Al entrar, corrió hacia su habitación y cerró la puerta tras de sí con un suspiro de alivio. Sin embargo, el silencio que la rodeaba la envolvió y, de repente, su mente se llenó de recuerdos del pasado. Recordó cómo, hacía más de un año, Julia la había echado de casa como si fuera un perro, una experiencia que la había dejado marcada y llena de dolor. Las lágrimas brotaron de sus ojos al rememorar aquel momento desgarrador, y la sensación de traición y desamparo que había sentido en ese instante la cubrió completamente.Pero, a pesar de la tristeza que la invadía, una sonrisa comenzó a asomarse en su rostro. Reflexionó sobre su vida actual y se dio cuenta de que, a pesar de las dificultades, había logrado reconstruir su vida. Contaba con un trabajo que le permitía mantenerse y un techo donde refugiarse. Esa pequeña victoria, aunque frágil, era un testimonio de su resiliencia y determinación