Minutos más tarde, Blair llegó a la pensión donde vivía, abrumada por el intenso frío nocturno. Al entrar, corrió hacia su habitación y cerró la puerta tras de sí con un suspiro de alivio. Sin embargo, el silencio que la rodeaba la envolvió y, de repente, su mente se llenó de recuerdos del pasado. Recordó cómo, hacía más de un año, Julia la había echado de casa como si fuera un perro, una experiencia que la había dejado marcada y llena de dolor. Las lágrimas brotaron de sus ojos al rememorar aquel momento desgarrador, y la sensación de traición y desamparo que había sentido en ese instante la cubrió completamente.
Pero, a pesar de la tristeza que la invadía, una sonrisa comenzó a asomarse en su rostro. Reflexionó sobre su vida actual y se dio cuenta de que, a pesar de las dificultades, había logrado reconstruir su vida. Contaba con un trabajo que le permitía mantenerse y un techo donde refugiarse. Esa pequeña victoria, aunque frágil, era un testimonio de su resiliencia y determinación. En medio de la oscuridad de sus recuerdos, encontró una chispa de esperanza y gratitud. Blair se sentó en la cama, se secó las lágrimas y sintió que, aunque el pasado la había herido, el presente le ofrecía nuevas oportunidades. Con el corazón un poco más ligero, se prometió a sí misma seguir adelante, sin importar los obstáculos que pudiera encontrar en el camino.
Al día siguiente, Blair se levantó muy temprano, con la adrenalina de un nuevo día de trabajo. Sin embargo, al abrir la puerta de la pensión, se encontró cara a cara con dos hombres de aspecto amenazante. Sus miradas eran frías y desafiantes, y una sensación de pánico la invadió.
—¿Qué quieren? —preguntó Blair, tratando de mantener la voz firme a pesar de su fragilidad.
—Solo venimos a hablar contigo, pequeña —dijo uno de ellos, sonriendo de una manera que no presagiaba nada bueno.
Blair sintió que su corazón latía con fuerza mientras intentaba cerrar la puerta, pero los hombres la empujaron con fuerza. En un instante, se vio atrapada en un forcejeo, luchando con todas sus fuerzas, pero ellos eran más fuertes.
—¡Suéltame! —gritó, intentando liberarse de su agarre, pero la situación se tornaba cada vez más desesperada.
Blair, atrapada en el forcejeo, sintió que su mente se llenaba de pensamientos oscuros. La incertidumbre la consumía mientras intentaba entender qué querían aquellos hombres de ella.
—¿Qué quieren de mí? —preguntó, y su voz tembló de miedo. —No tengo nada, soy solo una chica pobre.
Uno de los hombres se acercó más, su sonrisa se volvió más siniestra.
—No te preocupes, pequeña. Solo queremos saber algunas cosas.
—¿Qué cosas? —replicó Blair, sintiendo cómo la desesperación se apoderaba de ella. —No tengo dinero, ni siquiera tengo ropa nueva.
El otro hombre se rió, y su risa fría resonó en el pasillo.
—No se trata de eso, cariño. Solo queremos que colabores.
Blair sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Colaborar? ¿Cómo? —preguntó, mientras su mente solo podía imaginar lo peor.
Blair fue arrastrada a través de un callejón oscuro, escuchando el eco de sus pasos en la penumbra. La sensación de miedo la envolvía mientras la llevaban hacia un coche estacionado, donde una figura femenina esperaba con impaciencia. Al llegar, la mujer se volvió hacia los hombres con su voz cargada de desdén.
—¿Se han tardado mucho? —les reprochó, cruzando los brazos.
Blair, con las manos atadas y los ojos vendados, sintió que su corazón se aceleraba aún más. La incertidumbre la envolvía y no pudo evitar preguntar:
—¿Quién eres? —Su voz temblaba, pero la necesidad de entender la situación la empujó a seguir hablando. — ¿Qué quieren de mí?
La mujer la miró con una mezcla de repudio y diversión.
Blair, sintiendo que la desesperación la consumía, no pudo contener las lágrimas que brotaron de sus ojos vendados. La impotencia y el miedo la invadían, y su voz, cargada de furia, resonó en el oscuro callejón.
—¡Suéltenme! —gritó, con un tono lleno de rabia y súplica. — ¡Libérenme! ¿Qué les he hecho para merecer esto?
La mujer la miró con una mezcla de indiferencia y maldad, como si el sufrimiento de Blair fuera un espectáculo que disfrutaba.
—Querida, no eres más que un peón en este juego. No puedo liberarte, porque aún no has cumplido tu propósito.
Blair sintió que su corazón se rompía ante la cruel realidad, mientras la oscuridad del callejón la envolvía y la dejaba atrapada en un laberinto de miedo y confusión.
De repente, uno de los hombres sacó un pañuelo empapado en un líquido oscuro y, con un movimiento rápido, se lo presionó contra la boca y la nariz de Blair. La joven luchó por respirar, pero pronto la oscuridad la envolvió, dejándola dormida e indefensa. En medio de las sombras que cernían sus ojos, logró vislumbrar un rostro familiar: el de Julia.
—¿Julia? —logró murmurar, su voz era apenas un murmullo antes de que la inconsciencia la reclamara por completo.
Julia la miró con una mezcla de rabia e intrepidez.
—Lo siento, Blair. Esto es solo el comienzo.
El secuestro de Blair no fue cometido por una banda de delincuentes comunes, sino por orden de su madrastra, Julia. Desde hacía tiempo, Julia alimentaba un rencor oculto, una mezcla de celos y ambición, que la llevó a tramar un plan nefasto para deshacerse de la joven. Con astucia y frialdad, había tejido una red de engaños, manipulando a aquellos que la rodeaban y utilizando a los hombres del callejón como meros peones en su juego. ¿Qué estaba tramando Julia? La respuesta era inquietante: deseaba apoderarse de la herencia de Blair, un legado que había estado en juego desde la muerte de su padre. Para ella, la vida de Blair no era más que un obstáculo en su camino hacia el poder y la riqueza. Cada paso que daba estaba meticulosamente calculado y su frialdad era tan profunda que la idea de traicionar a la única familia que le quedaba no le causaba ningún remordimiento. Mientras Blair yacía inconsciente, la mente de Julia funcionaba como un reloj suizo, planeando cada detalle de su próximo movimiento, segura de que, una vez que su plan se llevara a cabo, no habría vuelta atrás.
—Eres solo una pieza en un juego más grande, querida. No te preocupes, pronto entenderás tu papel.
Julia sintió un escalofrío recorrer su cuerpo mientras Blair dormía en los brazos de uno de los hombres; la oscuridad del callejón parecía cerrarse a su alrededor.
Desde lo alto de un imponente y majestuoso edificio en Londres, un aristócrata y multimillonario caballero contemplaba el paisaje urbano. Era Oliver Campbell, un duque de renombre y un magnate de los negocios, conocido por su elegancia y atractivo físico. Recordaba vívidamente que, hacía algunos días, había sufrido un terrible accidente que estuvo a punto de costarle la vida. Sin embargo, gracias a una joven que se le apareció en medio de su fragilidad, logró salir adelante. Esta le había ofrecido palabras de aliento y lo había acompañado al hospital, un gesto de amabilidad y generosidad poco común en la actualidad. Oliver se preguntaba cómo habría sido su destino si no hubiera sido por la bondad de aquella muchacha, cuya austera pero sincera compasión le había devuelto la esperanza en un momento tan crítico.Rápidamente, un joven rubio, asistente de Oliver, lo sacó de sus profundos pensamientos.—Señor, es hora de partir —anunció con firmeza.Oliver lo miró, con un destello de preocu
Blair se encontraba atrapada en un laberinto de desesperación; cada lágrima que caía era un eco de su sufrimiento, un grito mudo que resonaba en la oscuridad de su alma. La cruel traición de su madrastra la había sumido en un abismo del que parecía no haber salida: un destino sellado por manos ajenas que la trataban como un objeto, una mercancía despojada de su humanidad. En su mente, la imagen de aquellos desconocidos se entrelazaba con la angustia de su realidad, y la presión en su interior se convertía en un torrente imparable. ¿Cómo podía luchar contra un destino tan cruel? La impotencia la consumía, pero en lo más profundo de su ser, una chispa de resistencia comenzaba a arder. Sollozando, Blair juraba que no se rendiría; su espíritu, aunque herido, aún anhelaba la libertad. Su lucha por la vida apenas comenzaba y, aunque el camino se presentaba oscuro, su determinación brillaría como un faro en la tormenta.Llegó a un lugar desconocido, un espacio que, aunque no tenía un aspecto
Palacio de Cambridge.Oliver Campbell se apartó del bullicio del palacio real en busca de un rincón tranquilo donde pudiera abrir la carta que había recibido de George Harrison. La invitación, con su elegante diseño, le recordaba la gravedad de la situación que se avecinaba. Mientras deslizaba su dedo por el borde del papel, su mente se llenó de pensamientos oscuros sobre la subasta que tendría lugar esa noche. La trata de personas era un tema que lo inquietaba profundamente y la idea de que su amigo, un agente del FBI, estuviera involucrado en una investigación tan peligrosa lo tenía en vilo.Con el corazón acelerado, Oliver sacó su teléfono y marcó el número de George. La línea sonó varias veces antes de que su amigo contestara.—Oliver, ¿todo bien? —preguntó George con voz grave y serena, contrastando con la tensión que sentía el duque.—No, no está bien —respondió Oliver, con su tono cargado de preocupación. —He estado pensando en la subasta de esta noche. Siento dudas, no estoy s
Las luces del salón se atenuaron aún más y un murmullo de expectación recorrió la sala mientras las jóvenes comenzaban a desfilar sobre la pasarela. Cada paso que daban se oía como un eco de desesperación en la sala y sus pálidos rostros reflejaban el horror que las envolvía. Eran chicas inocentes, cada una más hermosa que la anterior, pero en sus ojos brillaba una sombra de resignación, como si supieran que su mundo había sido despojado de toda esperanza.De repente, una mujer madura, con una elegancia inquietante y una voz que parecía fluir como un río oscuro, se acercó al micrófono. Su presencia era magnética y, con un gesto de su mano, hizo que el silencio se apoderara del lugar.—Damas y caballeros, bienvenidos a la subasta más exclusiva de la noche —anunció, con un tono suave pero cargado de una frialdad que helaba la sangre.Oliver, sentado al borde de su silla, sintió cómo su corazón se aceleraba al ver a Blair, una de las jóvenes, aparecer en la pasarela. Su belleza era deslu
Oliver condujo solo por las oscuras calles de Londres, con el motor del coche resonando en el silencio tenso que lo rodeaba. Al llegar a la cabaña, un refugio alejado de las miradas curiosas y de la prensa voraz que siempre lo acechaba, sintió un alivio momentáneo. Sin embargo, cuando bajaron del coche, el miedo en los ojos de Blair era evidente.—¡No quiero estar aquí! No soy una puta, señor —exclamó con la voz temblorosa mientras las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos. La angustia la envolvía y su mente se llenaba de pensamientos oscuros sobre lo que podría suceder en ese lugar desconocido.Oliver, sintiendo su desesperación, se acercó a ella con una intensidad que buscaba calmar su tormenta interna.—Blair, escúchame —dijo con firmeza, fijando su mirada en la suya. —No estás aquí en contra de tu voluntad. Estoy aquí para ayudarte, no para hacerte daño. No solo a ti, sino a todas las chicas que están en peligro. Ellas estarán a salvo, al igual que tú.Ella lo miró, con la conf
Blair se quedó paralizada en la entrada, sintiendo cómo el frío de la noche se colaba por su piel. Las lágrimas caían sin control y su voz temblaba al hablar.—No puedes hacerme esto, Julia. Lanzarme a la calle como a un perro, no tengo a dónde ir. Mi padre apenas acaba de morir, no tengo más parientes —suplicó, con la garganta apretada como si una daga la atravesara, robándole el aliento.Julia la miró con desprecio, se cruzó de brazos y soltó una risa burlona.—¿Y qué esperabas, Blair? ¿Qué te quedarías aquí para recordarme cada día lo que perdí? Eres solo una carga, y no tengo por qué soportarte. ¡Lárgate de mí vista! —gritó, y su voz resonó en la casa vacía, llena de un odio que no podía ocultar.Blair sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor, pero no podía rendirse.—Por favor, Julia, solo necesito un poco de tiempo... —su voz se quebró, pero la furia de su madrastra no conocía límites.—¡No me importa! —respondió Julia, empujándola hacia la puerta con una fuerza que la