Sal de mi vida
Sal de mi vida
Por: Ana Ley
PREFACIO

Evan

Observo el anillo en mi mano, admirando el resplandor del diamante con la emoción apretando mi estómago. El brillo que centellea con cada rayo de luz que choca con él, es un rayo más de esperanza que infla mi pecho al pensar en un futuro con Sofía igual de glorioso.

La puerta de la recámara se abre sin previo aviso, y debo esconder la joya en el bolsillo de mi pantalón al adivinar la presencia de mi padre. No es un secreto para nadie su descontento con mi relación, así que no pretendo comenzar una riña con él después de su última cirugía de corazón.

—Perdón por entrar así, vi la luz encendida y…

—Está bien, papá. ¿Se te ofrece algo?

—Hijo, he estado pensando demasiado en… todo —reflexiona conforme se acerca a mi lado en la cama y toma asiento en el colchón. Su semblante luce cansado y no es para menos con lo lenta que ha sido su recuperación después de haber tenido un infarto hace poco menos de un mes—. Tú y esa muchacha…

—Sofía —le recuerdo. Mi tono receloso, a la expectativa de su comentario, lo incita a cambiar su postura y su manera de referirse a mi novia y, futura esposa si acepta mi propuesta.

—Tú y… Sofía ¿va en serio su relación? —cuestiona notablemente incómodo con la posibilidad de que así sea, aun sabiendo la respuesta.

—Padre… —advierto—. Te pido que no comiences con el tema, no me gustaría que volvieras a sentirte mal.

—No, no quiero pelear de nuevo —murmura cabizbajo—. Solo quiero que sepas lo avergonzado que me siento de haber sido tan intransigente contigo y tu novia. Me arrepiento de haberme opuesto a su relación. Estos días he tenido mucho tiempo para reflexionar y quiero que sepas que, sí en verdad es lo que quieres, te apoyaré.

Desearía que no se notara tanto mi sorpresa al escuchar esas palabras que he deseado escuchar desde hace dos años, cuando comencé mi relación con Sofía y no ha recibido más que desprecios de parte de mi padre.

—Yo… no sé qué decir. —Me quedo mudo, sin saber de qué manera expresar lo feliz que me hace contar con su apoyo—. Gracias, papá. Mi novia es una buena mujer, me muero porque te des la oportunidad de conocerla en verdad.

—También espero poder conocerla y, sobre todo, deseo verte feliz por fin después de tanto daño que les he hecho con mi desprecio. —Mi padre cubre su rostro con las manos y deja salir su llanto lleno de arrepentimiento.

Me conmueve de inmediato y siento la necesidad de contarle mis planes con tal de hacerlo sentir mejor. Quiero que sepa que su apoyo llega en el momento correcto, pues ya no puedo esperar para poder proponerle matrimonio a mi amada después de saber que ya no existe ningún obstáculo que nos impida vivir nuestro amor con total libertad.

—Está bien, papá —lo tranquilizo—. ¿Sabes?, me has hecho muy feliz esta noche. —Saco de mi pantalón la pequeña caja que guarda el anillo de compromiso—. Serás el primero en saberlo —digo mostrándole la joya con la alegría iluminando mi rostro.

—¿Vas a…? me alegro mucho por ti, Evan, en serio. Cuenta con todo mi apoyo de ahora en adelante. —Se levanta de su puesto y me envuelve en un cálido abrazo que termina por reunir todas mis piezas en su lugar.

—No sabes cuanto tiempo he esperado por esto, papá —confieso al borde del llanto—. Me siento más tranquilo ahora al saber que no tendré que distanciarme de ti después de casarme con la mujer que amo.

—¿Hubieses preferido alejarte de tu familia con tal de estar con ella? —pregunta con un ápice de incredulidad, aunque creo que conoce mi respuesta—. Entonces ¿qué estás esperando?, ve y búscala ahora —me anima.

—Pero…

—No hay peros que valgan. Si algo me ha enseñado esta m*****a enfermedad, es que nunca debes de dejar para mañana lo que puedes hacer hoy. El tiempo se va volando, hijo, cuando menos te lo esperas ya te encuentras al final de tu vida y te das cuenta de todas las cosas que pudiste haber hecho mejor.

—Búscala hoy —continúa—. Sé que tal vez querías hacer tu propuesta de otra manera, algo más especial, pero, imagina la sorpresa que se llevará si lo haces ahora.

Medito sus palabras un momento y la emoción crece como la espuma en mi pecho al darme cuenta de que es verdad. Ella sabrá que me propondré en el momento en que me vea, pues me conoce bastante bien. Será una verdadera sorpresa si lo hago esta noche, cuando ya debe de estar dormida.

Me presentaré en su puerta sin avisar, le haré el amor como nunca y después de eso, cuando más desprevenida se encuentre sacaré el anillo y le pediré ser mi esposa.

—Eso es —murmura mi padre al ver la enorme sonrisa en mi cara—. Cuando lo sabes, lo sabes, ¿para qué esperar más?, anda, ve por ella. —Da un empujón en mi hombro que me incentiva a salir de la habitación, pero cuando estoy por cruzar la puerta me volteo en su dirección, increíblemente agradecido por nuestra charla.

—Gracias, papá.

***

El edificio de Sofía se encuentra en calma cuando entro a la recepción. El portero me recibe sin hacer preguntas y subo por el elevador hasta llegar a su piso; mi corazón se desboca al ver su puerta y comienzo a repasar lo que diré cuando la tenga de frente.

Me cercioro de tener el anillo en mi pantalón antes de hacer sonar el timbre y cuando toco la caja en mi bolsillo, doy el paso que seguramente cambiará mi vida para siempre.

El timbre suena una, dos, tres veces, y me pregunto si será posible que aún se encuentre en la fiesta de la empresa donde trabaja. Según yo, ya debería de estar de vuelta.

Saco la llave que ella me dio para emergencias, abro la puerta con cautela y atravieso la oscuridad de su departamento hasta que llego a su habitación. Escucho un murmullo a través de la puerta y pienso que por fin ha despertado, así que me preparo para enfrentarla y darle la mejor sorpresa de su vida. Pero nada supera la sorpresa que me llevo yo al ver la escena que se lleva a cabo sobre su cama.

—¿Sofi…? —cuestiono, incrédulo de la situación.

No registro el momento exacto en el que mis ojos se convierten en lagos, ni presto atención al nudo que estrangula mi garganta impidiéndome pronunciar algo coherente.

El hombre que se encuentra sobre el cuerpo de mi novia se aparta sin ningún pudor dejándome ver su desnudez, y la horrenda sonrisa que se curva en su cara me hace hervir la sangre en cuestión de segundos.

—Evan… —gime Sofía al sentirse expuesta ante mis ojos—. ¿Qué…?

Su impresión es tanta, que se queda sin palabras paseando su mirada de su amante hacia mí, como si estuviese confundida con mi presencia en su departamento.

«Obviamente no me esperaba».

Como si nunca la hubiese hecho mía bajo el mismo techo en el que ahora rompe mi corazón, justo la noche en que pretendía proponerle matrimonio.

La furia se expande en mi pecho y me hace lanzarme sobre el infeliz que se burla de mi orgullo herido bajo la mirada atónita de Sofía.

Golpe tras golpe descargo mi odio en su cara, en sus costillas y en donde mis puños se estrellan sin contemplaciones. Cuando lo dejo tirado en el suelo como carne molida, me enfoco en la mujer que me observa en silencio aun desde la cama.

—Eres una zorra, Sofía. Después de todo lo que pasamos ¿me haces esto?, no tienes vergüenza, ni decencia. No eres la mujer que creí, con la que planeaba formar una familia. ¡Me das asco! —le grito haciéndola respingar asustada.

—Evan… yo… no sé qué… —murmura tropezando con las palabras, como si estuviera borracha.

«A estas alturas, no me sorprendería que lo estuviera»

—Ahórrate tus explicaciones, ¿qué me vas a decir? ¿que no es lo que estoy pensando?, vaya m****a… —Doy vueltas por la habitación, tratando de contener mi coraje y no lanzarme contra ella también—. ¿Sabes a qué vine? —pregunto sosteniendo el puente de mi nariz cuando siento que mis ojos pican y el llanto se quiere desbordar—. Vine a esto —digo sacando la caja donde guardo el anillo; lo saco de ella y se lo muestro—. Y pensar que pude haberme casado contigo… —Sonrío negando irónicamente—. Gracias por esto. Gracias por evitarme una decepción a futuro.

—Amor… —lloriquea mostrando por fin una reacción coherente—. Espera…

—Vete a la m****a, Sofía. —Le arrojo el anillo a la cara y salgo del lugar sintiendo cómo mi corazón se destruye con cada paso que me alejo de ella.

Después de todo, mi padre siempre tuvo razón. No quise darme cuenta a tiempo, pero esta vez sí tomaré su consejo, no pretendo desperdiciar ni un solo segundo más de mi vida pensando en ella.

Mi vida ha dado un vuelco inesperado, pero, juro por Dios que jamás volveré a dejar que ninguna mujer me pisotee. Antes seré yo quien las use a ella.

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