Evan
—Con su permiso…, señor Preston —espeta Sofía cabizbaja y, muy a mi pesar, ignoro la opresión que se instala en mi pecho al verla humillarse ante mí.
No respondo y la dejo que salga de la oficina con la esperanza de no volver a verla en lo que resta del día, solo hasta que organice mis ideas y estos malditos sentimientos que se burlan de mi ego dolido, pero descarto la idea al escucharla llamar a la puerta unos minutos más tarde.
—Pasa —digo en contra de mi voluntad.
Entra de nuevo con algunos instrumentos de limpieza en sus manos. El vestido lo lleva mojado justo donde antes había una enorme mancha de café, como si hubiese estado tratando de desaparecerla con agua. Comienza a recoger la bandeja, los pedazos de la taza que se ha roto al estrellarse en el piso y el resto de los postres que yo no pedí en ningún momento.
Recuerdo que ella solía ser así, dedicada en su trabajo, servicial; siempre trataba de dar más de lo que se le pedía y por eso siempre fue venerada por sus superiores y compañeros.
Cuando no queda nada más qué recoger, empieza a tallar la mancha que se ha extendido por el suelo con el trapeador. No puedo dejar de mirarla y creo que lo siente, pues voltea hacia mí y maldigo el momento en el que tuve la fabulosa idea de comprar esta empresa, cuando sus ojos se cruzan con los míos y un escalofrío me sacude de pies a cabeza al ver los suyos enrojecidos y húmedos.
«Ha llorado», noto.
Baja la cabeza rápidamente y se concentra en la tarea en absoluto silencio.
Me enferma tenerla tan cerca, me mata el percibir su perfume que no ha cambiado desde que éramos… lo que se que hayamos sido. Ella una infiel, y yo un estúpido cornudo.
—¡Maldita sea! —exclamo conteniendo cuanto puedo la furia que me llena y me hace apretar las manos en puños sobre el escritorio—. ¿Acaso no hay empleados de limpieza que puedan hacer ese trabajo?
—S-sí, pero yo puedo hacerlo, fue mi culpa —dice como la mártir que pretende ser—, estoy por terminar.
—Apresúrate, necesito que hagas tu trabajo.
—Lo siento, esta mancha no sale…
—Deja ya la puta mancha y pide al encargado que lo haga, necesito unos documentos de manera urgente, ¿o acaso estás haciendo tiempo para no cumplir con tus obligaciones?
—Por supuesto que no —responde enderezando la postura y mostrando un poco del carácter que sé que tiene—. Dígame qué necesita y lo haré.
«Necesito que te largues, que me dejes en paz… Necesito que me expliques por qué lo hiciste. Necesito que regreses el tiempo y borres el pasado».
—Pide que limpie alguien más, tú tráeme el balance administrativo de la agencia y organiza una reunión con los encargados de cada departamento, los veré en una hora —pido más calmado y sujeto el puente de mi nariz, tratando en vano de aminorar el dolor que comienza a taladrarme la cabeza.
—Como ordene, señor.
Sofía sale de la oficina e inhalo una profunda bocanada de aire, como si bajo su presencia no pudiera respirar. Me arrepiento un segundo después, cuando mis fosas nasales se llenan de su perfume con olor a jazmín que antes fue mi adoración y opto por entrar al baño y refrescarme un poco después de haber pasado un momento tan incómodo.
¿Cómo se supone que la olvide, si debo convivir con ella a diario?
Lavo mi rostro en repetidas ocasiones y salgo de nuevo al despacho cuando me siento un poco mejor. Me sorprendo al encontrar los documentos que he pedido en mi escritorio, pero no es eso lo que llama mi atención, sino el vaso con agua junto a un frasco de analgésicos, una taza de café humeante y una nota escrita a mano sobre una bandeja:
«“Si necesita algo más, no dude en llamarme, señor Preston”», leo el papel donde adjunta la extensión que dirige al teléfono de su escritorio. Arrugo la nota, la tiro a la basura con coraje y me dedico a revisar el informe que ha traído.
El café es una tentación a la que no logro resistirme y, aunque lucho haciendo acopio de toda la dignidad que me queda, me rindo al sentir de nuevo el dolor de cabeza punzante que me obliga a ingerir el analgésico también.
Por más que intento, no logro concentrarme; me la paso imaginando que en cualquier momento Sofía entrará de nuevo por esa puerta y algo fallará en mi armadura y no podré resistirme a ella.
—¡Maldita sea! ¿en qué jodido momento se me ocurrió comprar esta compañía? —pregunto a la soledad de mi oficina y, como si me hubiera escuchado, unos golpes en la puerta me ponen los vellos de punta al pensar que…
—¿Evan? —la voz de James me alivia desde afuera.
—Adelante.
—No está mal —declara cruzando la puerta. Suelta un silbido de admiración que me confunde y me apresuro a preguntar:
—¿Quién?
—¿Cómo que quién?, la oficina, no está mal.
—Claro, la oficina —murmuro sobando mis sienes aún con dolor—. ¿Acabas de llegar?
—Sí, espero que aún no comience la reunión —espeta tomando asiento frente a mí—. ¿Qué tienes? Estás pálido.
—He tenido una mañana… “interesante” —confieso haciendo comillas—. Ya te enterarás tú mismo.
—¿De qué?, dame un adelanto, ¿qué te tiene tan mal a esta hora de la mañana?
Un llamado desde afuera interrumpe nuestra conversación y dejo pasar a la mujer, solo para ver la cara de mi amigo al enterarse por él mismo del motivo de mi palidez.
—Señor, el personal ya lo espera en la sala de reuniones —avisa Sofía agachando la cabeza.
—¡¿Sofía?! —indaga James levantándose de la silla; ella eleva su rostro con espanto al notar que nuestro amigo en común se encuentra en el mismo sitio, y por un leve instante posa sus ojos en mí.
Evan —James… ¿C-cómo estás? —saluda Sofía con nerviosismo y el sonrojo en sus mejillas podría parecerme adorable si no la odiara como lo hago.—¿Qué carajos…? —Él voltea a verme, incrédulo de lo que sus ojos le muestran.—Vamos, el personal nos espera. —Me levanto de la silla y atravieso la oficina hasta quedar lado a lado con ella.Hago una señal a mi amigo para que se adelante y me quedo en mi lugar hasta que quedamos a solas.—¿Se le ofrece algo más? —cuestiona robóticamente y sin mirarme.—Sí —respondo secamente—. ¿cómo debo llamarte?, ¿sigues siendo González, o…? —Me enfoco en sus manos, confirmando que no haya un anillo en su dedo. Ella se da cuenta y baja la mirada avergonzada.—Sí, sigo siendo González —me informa.—Muy bien, señorita González será entonces —digo saliendo de la oficina sin darle mayor importancia, aunque en mi interior vibra el regocijo al saberla soltera todavía. «Y pensar que ahora llevarías mi apellido».Sofía me sigue de cerca y entramos a la sala de junt
Sofía—No puedo creer todo lo que me estás contando, hija. —Niega mi madre, asombrada al saber el día que tuve ayer—. ¿Cómo voy a creer que ese joven tan dulce y amable, el mismo que destilaba amor por ti, se ha convertido en un tirano?—Ya ves, mamá —murmuro con pesar, observando la hermosa carita de mi hija mientras se alimenta de mí, ajena a la situación—. Evan me odia, y no lo culpo.—Pero, independientemente de lo que haya pasado entre ustedes, no puede venir a humillarte así —increpa encolerizada—. Hay leyes, derechos humanos…—Él es el dueño de la empresa, mamá. Puede hacer y ordenar lo que le plazca. —Suspiro derrotada—. Si me pide que le compre un bolígrafo con tinta de oro al otro lado de la ciudad, debo obedecer si quiero conservar mi empleo.—¿Y quieres hacerlo? —pregunta con interés—. ¿En verdad quieres seguir en esa empresa bajo sus órdenes?—No tengo otra opción.—Claro que la tienes, siempre hay otra opción que no sea dejarse mangonear por un jefe prepotente hijo de su
Sofía—Buen día, señor Preston. —Me doy la vuelta quedando frente a él, y le ruego a Dios que no note la manera en que mis ojos se pierden sin permiso por su cuerpo.«¿Por qué tienes que ser tan malditamente apuesto?», me pregunto, abochornada.—Pensé que después de lo de ayer, tendría la decencia de no volver a la empresa.Sus palabras filosas me hieren profundamente, pero intento que no se dé cuenta y finjo mi mejor cara de indiferencia al decir:—Lamentablemente hay un contrato que me ata a este lugar, señor.—Mmm… sí, tal vez le pida a James que nos ayude a rescindir ese contrato. —Sujeta su barbilla de manera pensativa, recordándome que nuestro amigo es el nuevo abogado representante de la empresa.—Nos haría un favor a ambos —respondo.—Ya veremos, por ahora acatará cada una de mis órdenes, solo hasta que encuentre a una nueva asistente que la supla.—Desde luego, señor, para eso estoy aquí —espeto secamente.—¿Ese café es para mí? —cuestiona señalando la taza en mis manos.—Sí,
Sofía—Amiga, ¿qué te pasa? —pregunta Katy a mis espaldas al darse cuenta de mi estado.—No es nada —miento—, solo es el exceso de trabajo y que extraño mucho a mi bebé. Han cambiado tanto las cosas en esta empresa en solo dos días —reflexiono en voz alta.—Sí, ya se ha corrido el rumor entre los empleados de que el nuevo dueño es de cuidado.No digo nada por temor a dejar en evidencia mis emociones si menciono a Evan ahora que me encuentro tan sensible, y prefiero aprovechar el tiempo que tengo para dar de comer a mi pequeña que ya comienza a desesperarse.—Ya, corazón, mami está aquí —la tranquilizo en lo que me acomodo en uno de los sillones del lugar—. ¿me extrañaste?, yo me volvía loca por verte.—Sofía, no quieras verme la cara de tonta —dice Katy acercándose a nosotras—. Sé bien que te sucede algo, y está bien si no me lo quieres contar, pero quiero que sepas que estoy aquí para ti si me necesitas.Las palabras de mi amiga me hacen derramar más lágrimas aún, y no me canso de da
Evan—¿Qué es lo que está pasando con Sofía, Evan? —me reclama James apenas entra a la oficina.—¿No es obvio? —ironizo revisando los documentos que la susodicha me acaba de entregar, por segunda vez, y los tiro a la basura sabiendo que en verdad no los necesito—. Es mi asistente personal.—Pero ¿cómo sucedió eso? ¿Acaso ya han hablado y solucionado las cosas?—Por supuesto que no, ¿por quién me tomas? Jamás le perdonaré lo que me hizo y lo sabes.James guarda silencio apretando los labios en una fina línea, lo cual me indica que está a punto de explotar.—Evan…—No, ni lo digas —le advierto—, y por favor mantente al margen de todo este asunto con… ella.—Okey. —Hace amago de cerrar su boca con un zipper y cambia de tema abruptamente.Por varios minutos parlotea sobre la empresa y todos los problemas legales a los que mi tío tuvo que enfrentarse y por los que tomó la decisión de venderme la agencia, sin embargo, mi mente no hace otra cosa que no sea pensar en Sofía y lo tirano que me
SofíaSuspiro admirando la espuma de mi café sin siquiera probarlo. Estoy bastante sumergida en mis pensamientos como para escuchar los parloteos de Katy, quien se desvive contándome sobre su reciente enamoramiento del nuevo abogado de la agencia. Mientras mi mente da vueltas tratando de solucionar el problema que me he echado encima con el tal viaje a Chicago la próxima semana. «¿Qué haré con mi bebé?». Mi madre pudiese cuidarla, pero nunca me he alejado de ella por tanto tiempo y me aterra la idea de que le suceda algo y no estar presente.Mi nena es tan pequeñita, que no sabe pasar una noche sin mí; ya siento que le pido demasiado al dejarla en la guardería por tantas horas, como para que tenga también que abandonarla una noche completa.—Y, como te decía…, nos besamos en el baño y me pidió matrimonio de rodillas. —Katy suspira dramáticamente, sacándome de mi ensoñación.—Qué lindo —respondo de manera automática sin prestarle demasiada atención a sus palabras.—Sofía ¿siquiera me e
SofíaLa oficina es una locura desde que llegó ese proyecto y es raro ver a alguien fuera de su cubículo, vagando por la agencia. Todos se encuentran completamente enfocados en el trabajo y no es para menos, si sienten como Evan les respira en la nuca cada vez que descubre a algún pobre soldado fuera de su puesto.—Señorita González, ¿ya reservó las habitaciones y los boletos de avión para el viernes? —pregunta mi jefe malhumorado.—Así es, señor —respondo, observando cómo soba sus sienes con aparente dolor de cabeza—. ¿Quiere que le traiga un café? —Me atrevo a preguntar, odiando la manera en que mi voz delata la preocupación que siento por él.—Tráelo, estaré en mi oficina —acepta y pasa de largo—. Sin…—…Azúcar —completo por él.Después de haberme equivocado en más de una ocasión, Evan siente la necesidad de recordármelo a cada rato.Llego a la cocina y una idea se cruza por mi cabeza. Caliento el agua y, en vez de servir el café, preparo un té de tila que viene muy bien para calma
SofíaDespués de haber tenido un día tan cansado nos pasa esto. No puedo creer que en un hotel con el prestigio que tiene este puedan pasar errores como el que acaban de cometer con nosotros. No me aguanto las ganas de reclamar y termino discutiendo con el recepcionista:—Exijo una explicación, ¿qué fue lo que pasó? —pido desesperada—. Yo hice las reservaciones de la manera correcta. Llame al gerente por favor.—Tranquila —murmura Evan sujetando mi codo—. Así está bien, tomaremos la suite, no tenemos tiempo para buscar otro hotel.—¡No! —Me libero de su agarre que quema como brasas sobre mi piel—. Usted puede quedarse aquí, yo buscaré otra habitación en el hotel más cercano…—Puedo ayudarle con eso —se ofrece el empleado, pero Evan le da una mala mirada y se acerca a mi oído. Pienso que me susurrará algo en confidencia, pero lo que dice provoca que se me suban los colores al rostro:—No es como si no hubiéramos dormido juntos un millón de veces antes —espeta lo suficientemente alto pa