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3.1 EL MISMO AIRE

Evan

La mañana llega después de lo que parecieron segundos, pues el cansancio y este terrible dolor de cabeza siguen ahí martilleando con fuerza mis sienes casi de manera insoportable. Decido salir de la cama una hora antes de lo previsto al darme cuenta de que no vale la pena seguir fingiendo que descanso, cuando no es así.

Me preparo para la oficina, tomo lo que necesito y salgo de mi casa con bastante tiempo de sobra. Quiero tomar desprevenidos a los empleados de mi nueva empresa, que no piensen que porque no prescindí de ellos ya tienen sus puestos asegurados. Si algo me ha enseñado la vida es precisamente eso: nadie es imprescindible.

A pesar de que hagas tu mejor esfuerzo y des todo de tu parte por alguien, siempre habrá alguien que vendrá a reemplazarte sin previo aviso. todo en la vida funciona así.

Y los empleados de la agencia no serán la excepción. El que no demuestre su valor simplemente será reemplazado por alguien más.

Las alegres calles de la ciudad no me contagian ni un poco con su energía. Aunque siempre he amado vivir en San Francisco, hace tiempo que ya no disfruto de la ciudad como antes.

Hace tiempo que no disfruto de absolutamente nada, para ser más preciso.

Llego al edificio sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo ante lo desconocido. Es una nueva etapa en mi vida y en mi carrera y el sentimiento es algo normal, supongo.

La recepcionista me recibe con una enorme y sensual sonrisa que, lejos de provocarme, me da escalofríos. Pero como ya he dicho, ¿qué se puede esperar de las de su clase?

 A penas salgo del ascensor y pongo un pie dentro de la oficina, el llanto escandaloso de una criatura me llena los oídos y me hace cerrar los ojos con molestia.

Un niño en la oficina, solo a mi tío se le puede ocurrir tener una guardería en la misma planta donde los empleados se esfuerzan por concentrarse en el trabajo.

En cuanto pueda cambiaré eso y no me importa que haya sido una de sus principales cláusulas al venderme la empresa. En cuanto compruebe lo poco factible que es, pondré a trabajar a mis abogados y no descansaré hasta eliminar ese gasto innecesario de mis bolsillos.

—Que alguien calle a ese niño, ¡por Dios! —increpo sorprendiendo a los pocos empleados que ya se encuentran organizando sus lugares de trabajo. Sigo mi camino hasta llegar a mi oficina y me cruzo con la que parece ser mi nueva secretaria—. Tú, trae un café a mi oficina, rápido.

—Buenos días, señor. —Ignoro su saludo y tomo el pomo de la puerta siendo detenido un segundo después por su voz—. ¿Cómo le gustaría su café, señor Preston?

—Americano, caliente y sin azúcar.

«Como mi personalidad», pienso sin decirlo.

—Ahora se lo llevo.

—No te tardes…

—Eloise, señor.

—Ajá. —No es como si fuera a grabarme su nombre hoy mismo.

Entro a la oficina e inspecciono cada rincón de esta, sin duda hay detalles que debo cambiar, pero, en general está bien. Admiro la vista desde el ventanal que me regala un primer plano de la bahía de San Francisco y el Golden Gate en su máximo esplendor.

«No ha sido una mala compra después de todo», reflexiono.

El sonido de mi móvil desde el escritorio interrumpe el único momento de paz que he tenido en toda la mañana y voy hacia él para tomar la llamada. El nombre de mi tío aparece en la pantalla y sonrío al darme cuenta de lo predecible que es.

—Hola —respondo al momento que se escuchan unos golpes en la puerta de la oficina e imagino que se trata de la secretaria que trae mi café por fin—. Adelante. —Cubro la bocina del móvil para hacerla pasar y retomo la llamada después—: Sí, tío, ya estoy aquí.

—Hola, hijo, espero que te sientas cómodo en la empresa. Mis empleados son muy buenos en lo que hacen, te pido que los trates con el mismo respeto con el que yo los traté siempre, Evan.

—No, lo siento, pero las cosas se harán a mi manera de ahora en adelante —bromeo con el viejo, cuando escucho el estruendo que me alerta y me doy la vuelta para encontrarme la imagen que me sorprende y nubla todos y cada uno de mis sentidos a la vez.

«¿Sofía?».

—¿Qué mier…?

Su jadeo dolorido me hace actuar por instinto, aún atontado por la situación. Corto la llamada con mi tío y me acerco a ella, tomo el pañuelo del bolsillo de mi saco y estoy a punto de colocar mi mano sobre su pecho, tratando de secar la mancha de café que ha dejado su piel como una brasa, pero me arrepiento al instante al recordar quién es y el pasado que nos rodea.

Le ofrezco el pañuelo para que sea ella quien limpie el desastre que su torpeza provocó y me alejo un paso de su cuerpo.

De pronto siento el ramalazo de sentimientos que me sacuden y el pasado regresa con más fuerzas que nunca, como si el tiempo hubiera retrocedido y hubiese sido anoche cuando la encontré en la cama con aquel hijo de puta que me la arrebató.

—Lo siento… yo… —balbucea tropezando con las palabras mientras termina de limpiar el café de su escote.

Cuando sus ojos se encuentran con los míos la furia revive una vez más. Noto la duda en su mirada, de seguro está tan confundida como yo de encontrarla precisamente aquí, pero hago un esfuerzo sobrehumano para no demostrar todo lo que me está derrumbando desde adentro.

—¿Qué haces aquí? —cuestiono fríamente.

—Yo, soy… Era la asistente del señor Lutionn —me informa y parece que en cualquier momento podría desmayarse—. Supongo que ahora soy tuya, quiero decir, tu asistente personal.

Sus palabras me tienen sin cuidado mientras me enfoco en esos ojos que me dejan sin aliento.

Ha cambiado. Bastante en realidad. Siempre fue una chica delgada y de buen físico, pero ¡Mierda! Está más hermosa que nunca.

Su cuerpo ha moldeado unas sensuales curvas que antes no estaban ahí y no recuerdo que su busto tuviera ese tamaño.

Regreso mi mirada a su rostro al pensar que puedo estarme equivocando de persona, pero la vergüenza impresa en su mirada me confirma la verdad.

Es ella, mi Sofi, la m*****a mujer que se atrevió a engañarme cuando más la amaba.

—Limpia el desastre que ocasionaste y regresa de inmediato —le ordeno fingiendo no recordarla. Me doy la vuelta y camino hacia mi escritorio antes de que los nervios me delaten.

—Evan… —Mi nombre en sus labios manchados por la traición me hacen hervir la sangre, y no logro controlar el impulso de humillarla como tantas veces soñé después de lo que me hizo.

—Señor Preston —la corrijo—. ¡¿Qué esperas para hacer lo que te ordené?!, que te quede clara una cosa: mi tío se ha ido, ahora trabajas para mí y no pienses que tienes el empleo asegurado. Aquí el que no sirve, se va. No sabes lo fácil que será en encontrar a una nueva asistente. Así de sencillo —culmino chasqueando mis dedos.

Si cree que le será fácil ser mi empleada, se equivoca. La vida me ha dado la oportunidad de cobrarme con creces todo el daño que me ha hecho y no pienso desaprovecharla.

«Bienvenida a mi infierno, Sofía».

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