Evan
La mañana llega después de lo que parecieron segundos, pues el cansancio y este terrible dolor de cabeza siguen ahí martilleando con fuerza mis sienes casi de manera insoportable. Decido salir de la cama una hora antes de lo previsto al darme cuenta de que no vale la pena seguir fingiendo que descanso, cuando no es así.
Me preparo para la oficina, tomo lo que necesito y salgo de mi casa con bastante tiempo de sobra. Quiero tomar desprevenidos a los empleados de mi nueva empresa, que no piensen que porque no prescindí de ellos ya tienen sus puestos asegurados. Si algo me ha enseñado la vida es precisamente eso: nadie es imprescindible.
A pesar de que hagas tu mejor esfuerzo y des todo de tu parte por alguien, siempre habrá alguien que vendrá a reemplazarte sin previo aviso. todo en la vida funciona así.
Y los empleados de la agencia no serán la excepción. El que no demuestre su valor simplemente será reemplazado por alguien más.
Las alegres calles de la ciudad no me contagian ni un poco con su energía. Aunque siempre he amado vivir en San Francisco, hace tiempo que ya no disfruto de la ciudad como antes.
Hace tiempo que no disfruto de absolutamente nada, para ser más preciso.
Llego al edificio sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo ante lo desconocido. Es una nueva etapa en mi vida y en mi carrera y el sentimiento es algo normal, supongo.
La recepcionista me recibe con una enorme y sensual sonrisa que, lejos de provocarme, me da escalofríos. Pero como ya he dicho, ¿qué se puede esperar de las de su clase?
A penas salgo del ascensor y pongo un pie dentro de la oficina, el llanto escandaloso de una criatura me llena los oídos y me hace cerrar los ojos con molestia.
Un niño en la oficina, solo a mi tío se le puede ocurrir tener una guardería en la misma planta donde los empleados se esfuerzan por concentrarse en el trabajo.
En cuanto pueda cambiaré eso y no me importa que haya sido una de sus principales cláusulas al venderme la empresa. En cuanto compruebe lo poco factible que es, pondré a trabajar a mis abogados y no descansaré hasta eliminar ese gasto innecesario de mis bolsillos.
—Que alguien calle a ese niño, ¡por Dios! —increpo sorprendiendo a los pocos empleados que ya se encuentran organizando sus lugares de trabajo. Sigo mi camino hasta llegar a mi oficina y me cruzo con la que parece ser mi nueva secretaria—. Tú, trae un café a mi oficina, rápido.
—Buenos días, señor. —Ignoro su saludo y tomo el pomo de la puerta siendo detenido un segundo después por su voz—. ¿Cómo le gustaría su café, señor Preston?
—Americano, caliente y sin azúcar.
«Como mi personalidad», pienso sin decirlo.
—Ahora se lo llevo.
—No te tardes…
—Eloise, señor.
—Ajá. —No es como si fuera a grabarme su nombre hoy mismo.
Entro a la oficina e inspecciono cada rincón de esta, sin duda hay detalles que debo cambiar, pero, en general está bien. Admiro la vista desde el ventanal que me regala un primer plano de la bahía de San Francisco y el Golden Gate en su máximo esplendor.
«No ha sido una mala compra después de todo», reflexiono.
El sonido de mi móvil desde el escritorio interrumpe el único momento de paz que he tenido en toda la mañana y voy hacia él para tomar la llamada. El nombre de mi tío aparece en la pantalla y sonrío al darme cuenta de lo predecible que es.
—Hola —respondo al momento que se escuchan unos golpes en la puerta de la oficina e imagino que se trata de la secretaria que trae mi café por fin—. Adelante. —Cubro la bocina del móvil para hacerla pasar y retomo la llamada después—: Sí, tío, ya estoy aquí.
—Hola, hijo, espero que te sientas cómodo en la empresa. Mis empleados son muy buenos en lo que hacen, te pido que los trates con el mismo respeto con el que yo los traté siempre, Evan.
—No, lo siento, pero las cosas se harán a mi manera de ahora en adelante —bromeo con el viejo, cuando escucho el estruendo que me alerta y me doy la vuelta para encontrarme la imagen que me sorprende y nubla todos y cada uno de mis sentidos a la vez.
«¿Sofía?».
—¿Qué mier…?
Su jadeo dolorido me hace actuar por instinto, aún atontado por la situación. Corto la llamada con mi tío y me acerco a ella, tomo el pañuelo del bolsillo de mi saco y estoy a punto de colocar mi mano sobre su pecho, tratando de secar la mancha de café que ha dejado su piel como una brasa, pero me arrepiento al instante al recordar quién es y el pasado que nos rodea.
Le ofrezco el pañuelo para que sea ella quien limpie el desastre que su torpeza provocó y me alejo un paso de su cuerpo.
De pronto siento el ramalazo de sentimientos que me sacuden y el pasado regresa con más fuerzas que nunca, como si el tiempo hubiera retrocedido y hubiese sido anoche cuando la encontré en la cama con aquel hijo de puta que me la arrebató.
—Lo siento… yo… —balbucea tropezando con las palabras mientras termina de limpiar el café de su escote.
Cuando sus ojos se encuentran con los míos la furia revive una vez más. Noto la duda en su mirada, de seguro está tan confundida como yo de encontrarla precisamente aquí, pero hago un esfuerzo sobrehumano para no demostrar todo lo que me está derrumbando desde adentro.
—¿Qué haces aquí? —cuestiono fríamente.
—Yo, soy… Era la asistente del señor Lutionn —me informa y parece que en cualquier momento podría desmayarse—. Supongo que ahora soy tuya, quiero decir, tu asistente personal.
Sus palabras me tienen sin cuidado mientras me enfoco en esos ojos que me dejan sin aliento.
Ha cambiado. Bastante en realidad. Siempre fue una chica delgada y de buen físico, pero ¡Mierda! Está más hermosa que nunca.
Su cuerpo ha moldeado unas sensuales curvas que antes no estaban ahí y no recuerdo que su busto tuviera ese tamaño.
Regreso mi mirada a su rostro al pensar que puedo estarme equivocando de persona, pero la vergüenza impresa en su mirada me confirma la verdad.
Es ella, mi Sofi, la m*****a mujer que se atrevió a engañarme cuando más la amaba.
—Limpia el desastre que ocasionaste y regresa de inmediato —le ordeno fingiendo no recordarla. Me doy la vuelta y camino hacia mi escritorio antes de que los nervios me delaten.
—Evan… —Mi nombre en sus labios manchados por la traición me hacen hervir la sangre, y no logro controlar el impulso de humillarla como tantas veces soñé después de lo que me hizo.
—Señor Preston —la corrijo—. ¡¿Qué esperas para hacer lo que te ordené?!, que te quede clara una cosa: mi tío se ha ido, ahora trabajas para mí y no pienses que tienes el empleo asegurado. Aquí el que no sirve, se va. No sabes lo fácil que será en encontrar a una nueva asistente. Así de sencillo —culmino chasqueando mis dedos.
Si cree que le será fácil ser mi empleada, se equivoca. La vida me ha dado la oportunidad de cobrarme con creces todo el daño que me ha hecho y no pienso desaprovecharla.
«Bienvenida a mi infierno, Sofía».
Evan —Con su permiso…, señor Preston —espeta Sofía cabizbaja y, muy a mi pesar, ignoro la opresión que se instala en mi pecho al verla humillarse ante mí.No respondo y la dejo que salga de la oficina con la esperanza de no volver a verla en lo que resta del día, solo hasta que organice mis ideas y estos malditos sentimientos que se burlan de mi ego dolido, pero descarto la idea al escucharla llamar a la puerta unos minutos más tarde.—Pasa —digo en contra de mi voluntad.Entra de nuevo con algunos instrumentos de limpieza en sus manos. El vestido lo lleva mojado justo donde antes había una enorme mancha de café, como si hubiese estado tratando de desaparecerla con agua. Comienza a recoger la bandeja, los pedazos de la taza que se ha roto al estrellarse en el piso y el resto de los postres que yo no pedí en ningún momento.Recuerdo que ella solía ser así, dedicada en su trabajo, servicial; siempre trataba de dar más de lo que se le pedía y por eso siempre fue venerada por sus superio
Evan —James… ¿C-cómo estás? —saluda Sofía con nerviosismo y el sonrojo en sus mejillas podría parecerme adorable si no la odiara como lo hago.—¿Qué carajos…? —Él voltea a verme, incrédulo de lo que sus ojos le muestran.—Vamos, el personal nos espera. —Me levanto de la silla y atravieso la oficina hasta quedar lado a lado con ella.Hago una señal a mi amigo para que se adelante y me quedo en mi lugar hasta que quedamos a solas.—¿Se le ofrece algo más? —cuestiona robóticamente y sin mirarme.—Sí —respondo secamente—. ¿cómo debo llamarte?, ¿sigues siendo González, o…? —Me enfoco en sus manos, confirmando que no haya un anillo en su dedo. Ella se da cuenta y baja la mirada avergonzada.—Sí, sigo siendo González —me informa.—Muy bien, señorita González será entonces —digo saliendo de la oficina sin darle mayor importancia, aunque en mi interior vibra el regocijo al saberla soltera todavía. «Y pensar que ahora llevarías mi apellido».Sofía me sigue de cerca y entramos a la sala de junt
Sofía—No puedo creer todo lo que me estás contando, hija. —Niega mi madre, asombrada al saber el día que tuve ayer—. ¿Cómo voy a creer que ese joven tan dulce y amable, el mismo que destilaba amor por ti, se ha convertido en un tirano?—Ya ves, mamá —murmuro con pesar, observando la hermosa carita de mi hija mientras se alimenta de mí, ajena a la situación—. Evan me odia, y no lo culpo.—Pero, independientemente de lo que haya pasado entre ustedes, no puede venir a humillarte así —increpa encolerizada—. Hay leyes, derechos humanos…—Él es el dueño de la empresa, mamá. Puede hacer y ordenar lo que le plazca. —Suspiro derrotada—. Si me pide que le compre un bolígrafo con tinta de oro al otro lado de la ciudad, debo obedecer si quiero conservar mi empleo.—¿Y quieres hacerlo? —pregunta con interés—. ¿En verdad quieres seguir en esa empresa bajo sus órdenes?—No tengo otra opción.—Claro que la tienes, siempre hay otra opción que no sea dejarse mangonear por un jefe prepotente hijo de su
Sofía—Buen día, señor Preston. —Me doy la vuelta quedando frente a él, y le ruego a Dios que no note la manera en que mis ojos se pierden sin permiso por su cuerpo.«¿Por qué tienes que ser tan malditamente apuesto?», me pregunto, abochornada.—Pensé que después de lo de ayer, tendría la decencia de no volver a la empresa.Sus palabras filosas me hieren profundamente, pero intento que no se dé cuenta y finjo mi mejor cara de indiferencia al decir:—Lamentablemente hay un contrato que me ata a este lugar, señor.—Mmm… sí, tal vez le pida a James que nos ayude a rescindir ese contrato. —Sujeta su barbilla de manera pensativa, recordándome que nuestro amigo es el nuevo abogado representante de la empresa.—Nos haría un favor a ambos —respondo.—Ya veremos, por ahora acatará cada una de mis órdenes, solo hasta que encuentre a una nueva asistente que la supla.—Desde luego, señor, para eso estoy aquí —espeto secamente.—¿Ese café es para mí? —cuestiona señalando la taza en mis manos.—Sí,
Sofía—Amiga, ¿qué te pasa? —pregunta Katy a mis espaldas al darse cuenta de mi estado.—No es nada —miento—, solo es el exceso de trabajo y que extraño mucho a mi bebé. Han cambiado tanto las cosas en esta empresa en solo dos días —reflexiono en voz alta.—Sí, ya se ha corrido el rumor entre los empleados de que el nuevo dueño es de cuidado.No digo nada por temor a dejar en evidencia mis emociones si menciono a Evan ahora que me encuentro tan sensible, y prefiero aprovechar el tiempo que tengo para dar de comer a mi pequeña que ya comienza a desesperarse.—Ya, corazón, mami está aquí —la tranquilizo en lo que me acomodo en uno de los sillones del lugar—. ¿me extrañaste?, yo me volvía loca por verte.—Sofía, no quieras verme la cara de tonta —dice Katy acercándose a nosotras—. Sé bien que te sucede algo, y está bien si no me lo quieres contar, pero quiero que sepas que estoy aquí para ti si me necesitas.Las palabras de mi amiga me hacen derramar más lágrimas aún, y no me canso de da
Evan—¿Qué es lo que está pasando con Sofía, Evan? —me reclama James apenas entra a la oficina.—¿No es obvio? —ironizo revisando los documentos que la susodicha me acaba de entregar, por segunda vez, y los tiro a la basura sabiendo que en verdad no los necesito—. Es mi asistente personal.—Pero ¿cómo sucedió eso? ¿Acaso ya han hablado y solucionado las cosas?—Por supuesto que no, ¿por quién me tomas? Jamás le perdonaré lo que me hizo y lo sabes.James guarda silencio apretando los labios en una fina línea, lo cual me indica que está a punto de explotar.—Evan…—No, ni lo digas —le advierto—, y por favor mantente al margen de todo este asunto con… ella.—Okey. —Hace amago de cerrar su boca con un zipper y cambia de tema abruptamente.Por varios minutos parlotea sobre la empresa y todos los problemas legales a los que mi tío tuvo que enfrentarse y por los que tomó la decisión de venderme la agencia, sin embargo, mi mente no hace otra cosa que no sea pensar en Sofía y lo tirano que me
SofíaSuspiro admirando la espuma de mi café sin siquiera probarlo. Estoy bastante sumergida en mis pensamientos como para escuchar los parloteos de Katy, quien se desvive contándome sobre su reciente enamoramiento del nuevo abogado de la agencia. Mientras mi mente da vueltas tratando de solucionar el problema que me he echado encima con el tal viaje a Chicago la próxima semana. «¿Qué haré con mi bebé?». Mi madre pudiese cuidarla, pero nunca me he alejado de ella por tanto tiempo y me aterra la idea de que le suceda algo y no estar presente.Mi nena es tan pequeñita, que no sabe pasar una noche sin mí; ya siento que le pido demasiado al dejarla en la guardería por tantas horas, como para que tenga también que abandonarla una noche completa.—Y, como te decía…, nos besamos en el baño y me pidió matrimonio de rodillas. —Katy suspira dramáticamente, sacándome de mi ensoñación.—Qué lindo —respondo de manera automática sin prestarle demasiada atención a sus palabras.—Sofía ¿siquiera me e
SofíaLa oficina es una locura desde que llegó ese proyecto y es raro ver a alguien fuera de su cubículo, vagando por la agencia. Todos se encuentran completamente enfocados en el trabajo y no es para menos, si sienten como Evan les respira en la nuca cada vez que descubre a algún pobre soldado fuera de su puesto.—Señorita González, ¿ya reservó las habitaciones y los boletos de avión para el viernes? —pregunta mi jefe malhumorado.—Así es, señor —respondo, observando cómo soba sus sienes con aparente dolor de cabeza—. ¿Quiere que le traiga un café? —Me atrevo a preguntar, odiando la manera en que mi voz delata la preocupación que siento por él.—Tráelo, estaré en mi oficina —acepta y pasa de largo—. Sin…—…Azúcar —completo por él.Después de haberme equivocado en más de una ocasión, Evan siente la necesidad de recordármelo a cada rato.Llego a la cocina y una idea se cruza por mi cabeza. Caliento el agua y, en vez de servir el café, preparo un té de tila que viene muy bien para calma