Evan
—¿Qué, te vas ya? —pregunta Alexandra desde la cama. Se ajusta la sábana al pecho y se levanta hasta llegar frente a mí.
«Como si no hubiera visto mil veces ya su cuerpo desnudo», me digo con fastidio. Termino de acomodar mi pantalón y comienzo a colocarme la camisa sin responder a su pregunta.
—Siempre me haces esto, ¿cuándo vas a quedarte a dormir una noche conmigo?, me haces sentir como una cualquiera —me reprocha ganándose una mala mirada de mi parte.
—Ya deberías de estar acostumbrada —respondo de manera ambigua provocando un jadeo de su parte.
—¿Disculpa?
—Si siempre te hago lo mismo, no deberías de sorprenderte de que me vaya —me explico—. Sabes que puedes quedarte cuanto quieras, refréscate un poco y puedes usar lo que gustes de la cocina.
—Gracias, supongo —espeta cruzándose de brazos y no me río de su estúpido capricho solo porque me duele la cabeza, pero me parece innecesario, ya que ella sabe lo que tenemos, o, más bien, lo que no tenemos; así que todo reproche de su parte es un absurdo.
—Adiós —me digno a decir, pero ella se abalanza sobre mi pecho y comienza a acariciar mi rostro de esa forma melosa que detesto. Sujeto sus muñecas y, con mucho cuidado de no lastimarla, las retiro de mí.
—¿Cuándo volveré a verte? —pregunta haciendo un puchero espantoso que la hace ver ridícula frente a mis ojos.
—No lo sé, yo te busco. —Tomo mi saco y me coloco el reloj en la muñeca al tiempo que camino hasta la puerta de mi departamento. Su suspiro de derrota a mis espaldas me hace sonreír y salgo de la habitación tan vacío como llegué.
Aunque ya me he acostumbrado a sobrevivir de esta manera, mentiría si digo que no desearía volver a sentirme vivo como hace ya tanto tiempo que no lo hago. Que no quisiera volver a llenar el hueco que dejó en mi pecho… ella.
Y haga lo que haga, no hay un maldito día de mi vida en que no la piense, en que no recuerde a detalle cada segundo de lo ocurrido esa noche que desearía borrar de mi memoria para siempre.
Regreso a mi departamento de manera automática, como ya se me ha hecho costumbre, y voy directo a la ducha donde me esmero tratando de borrar el olor de Alexandra de mi piel.
Soy un cabrón, lo acepto y no me da vergüenza admitirlo. La uso para satisfacer mis necesidades sexuales, a ella y a tantas más, pero, quiénes son ellas para juzgarme cuando sé perfectamente que se benefician de mí, tanto como yo lo hago de ellas.
Son unas… son mujeres, en fin.
¿Qué se puede esperar de una mujer que se acuesta con uno y otro como si fuésemos un objeto de placer, como si por el hecho de ser hombres no corriera sangre por nuestras venas?
«Todas son iguales».
Restriego mi cuerpo con la esponja casi dolorosamente, hasta que el perfume de la chica se ha borrado por completo. Hasta que ya no siento sus manos como tentáculos desplazándose por cada rincón de mi anatomía.
Salgo de la ducha y me visto para dormir y poder descansar unas horas antes de tener que levantarme de nuevo. Mañana es un día importante pues tomaré por fin el control de la empresa de mi tío, quien no pudo sacarla a flote y muy amablemente me ofrecí a comprarla. Por supuesto, tengo planes para ella. Independizarme de las empresas de mi padre es uno de ellos y, llevarla a la cima de la industria publicitaria es otro.
Voy a la cama con la intención de dormir, pero, apenas toco la almohada y ahí está de nuevo, ese maldito recuerdo que no me deja vivir en paz. Esos ojos chocolates que me observan inundados en lágrimas. Una sola pregunta viene a mi mente como siempre: «¿De qué se arrepentirá más, de haberme engañado, o de que la haya descubierto haciéndolo?», me pregunto, notando el nudo que quiere formarse en mi garganta.
Sin respuesta, trato de empujar ese jodido pensamiento hasta el rincón más oscuro de mi cerebro y me obligo a dormir de una vez, convencido de que ella no merece ni un solo segundo más de mi tiempo.
EvanLa mañana llega después de lo que parecieron segundos, pues el cansancio y este terrible dolor de cabeza siguen ahí martilleando con fuerza mis sienes casi de manera insoportable. Decido salir de la cama una hora antes de lo previsto al darme cuenta de que no vale la pena seguir fingiendo que descanso, cuando no es así.Me preparo para la oficina, tomo lo que necesito y salgo de mi casa con bastante tiempo de sobra. Quiero tomar desprevenidos a los empleados de mi nueva empresa, que no piensen que porque no prescindí de ellos ya tienen sus puestos asegurados. Si algo me ha enseñado la vida es precisamente eso: nadie es imprescindible.A pesar de que hagas tu mejor esfuerzo y des todo de tu parte por alguien, siempre habrá alguien que vendrá a reemplazarte sin previo aviso. todo en la vida funciona así.Y los empleados de la agencia no serán la excepción. El que no demuestre su valor simplemente será reemplazado por alguien más.Las alegres calles de la ciudad no me contagian ni u
Evan —Con su permiso…, señor Preston —espeta Sofía cabizbaja y, muy a mi pesar, ignoro la opresión que se instala en mi pecho al verla humillarse ante mí.No respondo y la dejo que salga de la oficina con la esperanza de no volver a verla en lo que resta del día, solo hasta que organice mis ideas y estos malditos sentimientos que se burlan de mi ego dolido, pero descarto la idea al escucharla llamar a la puerta unos minutos más tarde.—Pasa —digo en contra de mi voluntad.Entra de nuevo con algunos instrumentos de limpieza en sus manos. El vestido lo lleva mojado justo donde antes había una enorme mancha de café, como si hubiese estado tratando de desaparecerla con agua. Comienza a recoger la bandeja, los pedazos de la taza que se ha roto al estrellarse en el piso y el resto de los postres que yo no pedí en ningún momento.Recuerdo que ella solía ser así, dedicada en su trabajo, servicial; siempre trataba de dar más de lo que se le pedía y por eso siempre fue venerada por sus superio
Evan —James… ¿C-cómo estás? —saluda Sofía con nerviosismo y el sonrojo en sus mejillas podría parecerme adorable si no la odiara como lo hago.—¿Qué carajos…? —Él voltea a verme, incrédulo de lo que sus ojos le muestran.—Vamos, el personal nos espera. —Me levanto de la silla y atravieso la oficina hasta quedar lado a lado con ella.Hago una señal a mi amigo para que se adelante y me quedo en mi lugar hasta que quedamos a solas.—¿Se le ofrece algo más? —cuestiona robóticamente y sin mirarme.—Sí —respondo secamente—. ¿cómo debo llamarte?, ¿sigues siendo González, o…? —Me enfoco en sus manos, confirmando que no haya un anillo en su dedo. Ella se da cuenta y baja la mirada avergonzada.—Sí, sigo siendo González —me informa.—Muy bien, señorita González será entonces —digo saliendo de la oficina sin darle mayor importancia, aunque en mi interior vibra el regocijo al saberla soltera todavía. «Y pensar que ahora llevarías mi apellido».Sofía me sigue de cerca y entramos a la sala de junt
Sofía—No puedo creer todo lo que me estás contando, hija. —Niega mi madre, asombrada al saber el día que tuve ayer—. ¿Cómo voy a creer que ese joven tan dulce y amable, el mismo que destilaba amor por ti, se ha convertido en un tirano?—Ya ves, mamá —murmuro con pesar, observando la hermosa carita de mi hija mientras se alimenta de mí, ajena a la situación—. Evan me odia, y no lo culpo.—Pero, independientemente de lo que haya pasado entre ustedes, no puede venir a humillarte así —increpa encolerizada—. Hay leyes, derechos humanos…—Él es el dueño de la empresa, mamá. Puede hacer y ordenar lo que le plazca. —Suspiro derrotada—. Si me pide que le compre un bolígrafo con tinta de oro al otro lado de la ciudad, debo obedecer si quiero conservar mi empleo.—¿Y quieres hacerlo? —pregunta con interés—. ¿En verdad quieres seguir en esa empresa bajo sus órdenes?—No tengo otra opción.—Claro que la tienes, siempre hay otra opción que no sea dejarse mangonear por un jefe prepotente hijo de su
Sofía—Buen día, señor Preston. —Me doy la vuelta quedando frente a él, y le ruego a Dios que no note la manera en que mis ojos se pierden sin permiso por su cuerpo.«¿Por qué tienes que ser tan malditamente apuesto?», me pregunto, abochornada.—Pensé que después de lo de ayer, tendría la decencia de no volver a la empresa.Sus palabras filosas me hieren profundamente, pero intento que no se dé cuenta y finjo mi mejor cara de indiferencia al decir:—Lamentablemente hay un contrato que me ata a este lugar, señor.—Mmm… sí, tal vez le pida a James que nos ayude a rescindir ese contrato. —Sujeta su barbilla de manera pensativa, recordándome que nuestro amigo es el nuevo abogado representante de la empresa.—Nos haría un favor a ambos —respondo.—Ya veremos, por ahora acatará cada una de mis órdenes, solo hasta que encuentre a una nueva asistente que la supla.—Desde luego, señor, para eso estoy aquí —espeto secamente.—¿Ese café es para mí? —cuestiona señalando la taza en mis manos.—Sí,
Sofía—Amiga, ¿qué te pasa? —pregunta Katy a mis espaldas al darse cuenta de mi estado.—No es nada —miento—, solo es el exceso de trabajo y que extraño mucho a mi bebé. Han cambiado tanto las cosas en esta empresa en solo dos días —reflexiono en voz alta.—Sí, ya se ha corrido el rumor entre los empleados de que el nuevo dueño es de cuidado.No digo nada por temor a dejar en evidencia mis emociones si menciono a Evan ahora que me encuentro tan sensible, y prefiero aprovechar el tiempo que tengo para dar de comer a mi pequeña que ya comienza a desesperarse.—Ya, corazón, mami está aquí —la tranquilizo en lo que me acomodo en uno de los sillones del lugar—. ¿me extrañaste?, yo me volvía loca por verte.—Sofía, no quieras verme la cara de tonta —dice Katy acercándose a nosotras—. Sé bien que te sucede algo, y está bien si no me lo quieres contar, pero quiero que sepas que estoy aquí para ti si me necesitas.Las palabras de mi amiga me hacen derramar más lágrimas aún, y no me canso de da
Evan—¿Qué es lo que está pasando con Sofía, Evan? —me reclama James apenas entra a la oficina.—¿No es obvio? —ironizo revisando los documentos que la susodicha me acaba de entregar, por segunda vez, y los tiro a la basura sabiendo que en verdad no los necesito—. Es mi asistente personal.—Pero ¿cómo sucedió eso? ¿Acaso ya han hablado y solucionado las cosas?—Por supuesto que no, ¿por quién me tomas? Jamás le perdonaré lo que me hizo y lo sabes.James guarda silencio apretando los labios en una fina línea, lo cual me indica que está a punto de explotar.—Evan…—No, ni lo digas —le advierto—, y por favor mantente al margen de todo este asunto con… ella.—Okey. —Hace amago de cerrar su boca con un zipper y cambia de tema abruptamente.Por varios minutos parlotea sobre la empresa y todos los problemas legales a los que mi tío tuvo que enfrentarse y por los que tomó la decisión de venderme la agencia, sin embargo, mi mente no hace otra cosa que no sea pensar en Sofía y lo tirano que me
SofíaSuspiro admirando la espuma de mi café sin siquiera probarlo. Estoy bastante sumergida en mis pensamientos como para escuchar los parloteos de Katy, quien se desvive contándome sobre su reciente enamoramiento del nuevo abogado de la agencia. Mientras mi mente da vueltas tratando de solucionar el problema que me he echado encima con el tal viaje a Chicago la próxima semana. «¿Qué haré con mi bebé?». Mi madre pudiese cuidarla, pero nunca me he alejado de ella por tanto tiempo y me aterra la idea de que le suceda algo y no estar presente.Mi nena es tan pequeñita, que no sabe pasar una noche sin mí; ya siento que le pido demasiado al dejarla en la guardería por tantas horas, como para que tenga también que abandonarla una noche completa.—Y, como te decía…, nos besamos en el baño y me pidió matrimonio de rodillas. —Katy suspira dramáticamente, sacándome de mi ensoñación.—Qué lindo —respondo de manera automática sin prestarle demasiada atención a sus palabras.—Sofía ¿siquiera me e