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2. VENCER EL PASADO

Sofía

—Ten fe, mi vida, pronto encontrarás un mejor empleo. No te desesperes, sabes que puedes contar con nosotros si lo necesitas y si fuera necesario…

—No, mamá, ni se te ocurra decir que vaya a vivir con ustedes; sabes todo lo que me esforcé para poder comprar este departamento, no lo voy a dejar así —murmuro al borde del llanto, recordando todo lo que tuve que aguantar a mi antiguo jefe: sus desplantes, las horas extras, las humillaciones y todas sus odiosas miradas lascivas; pero todo lo hice para poder asegurar un lugar donde poder vivir.

—Entonces no te derrumbes aún, espera un poco que algo bueno saldrá, ya lo verás.

«Cómo quisiera tener, aunque sea un poco de tu positivismo, mamá».  

El domingo llega rápido y aún no encuentro nada decente en las páginas de vacantes. En ninguna empresa cuentan con el servicio de guardería, y todas las que he visto que se acercan a lo que busco me quedan bastante lejos como para poder organizar mi día con mi hija.

La idea de dejarla en manos de mi madre y solo verla por las noches comienza a taladrarme la cabeza y, cuando estoy por tirar la toalla y tomar el primer empleo se me cruce por enfrente, una llamada a mi celular me saca de la nube de miseria en la que me encuentro.

—Buenas noches, Sofía —dice Elizabeth, la encargada de recursos humanos de la agencia Lutionn—. La empresa ha sido comprada por un nuevo socio y él ha decidido continuar las labores justo como se encuentra, seguro que habrá cambios en el futuro, pero quiero que sepas que por ahora conservas tu puesto, si todavía te interesa, claro.

—¡¡Sí!! —grito saltando de la cama y provocando que Angie se remueva adormilada—. Quiero decir, sí, por supuesto que aún me interesa el empleo —modero el tono de mi voz, avergonzada después de delatar mi desesperación.

La emoción no cabe en mi pecho ante la noticia y de nuevo siento vibrar la esperanza de poder darle una mejor vida a mi pequeña que la que tenemos ahora.

—Es bueno saberlo, entonces, te esperamos mañana temprano. Que sigas teniendo buena noche.

—Gracias, igualmente —me despido de la mujer.

Salgo de la habitación, tomo un cojín de la sala y lo coloco en mi boca antes de dar un grito que muere amortiguado entre la tela.

Mañana comienza un nuevo ciclo en mi vida y la de mi bebé, y prometo que daré lo mejor de mí para que esto funcione. Seré tan buena en mi trabajo, que me volveré imprescindible para mi nuevo jefe, hasta que le sea imposible volver a asimilar su vida sin mí.

***

Ni bien aclara la mañana cuando me levanto de la cama con el ánimo por los cielos. Casi no logré conciliar el sueño durante toda la noche por la emoción, y aprovecho la nueva energía que tengo para prepararme con esmero; debo dar una buena impresión a mi nuevo jefe si lo que quiero es quedarme en la agencia por mucho tiempo y, a pesar de lo mucho que detesto la idea, la apariencia es la primera carta de presentación de una persona.

Dejo a Angie en la cama y rodeo su cuerpecito con un muro de almohadas para asegurarme de que no se caerá mientras me visto y preparo el bolso con sus cosas.

Me doy una ducha rápida y me visto con la ropa más formal que tengo: un vestido de tubo negro con franjas grises a los costados y mis tacones negros. Me hago un maquillaje sobrio y aliso mi cabello castaño que cae hasta mi cintura.

—Pañales, toallitas húmedas, mamila, ropa extra, juguetes… —repaso la lista de las cosas que empaco en la pequeña maleta de mi bebé—. Vamos, princesa, es hora de despertar. —La lleno de besos por toda su carita hasta que comienza a frotar sus ojos… esos hermosos ojos que me recuerdan tanto a… él.

«Imposible olvidarte si te veo a diario en nuestra hija», suspiro con pesar.

Salimos del departamento y cierro la puerta detrás de nosotras. El taxi ya nos espera frente al edificio y por los minutos que dura el trayecto me dedico a organizar mentalmente mi día.

De nuevo nos encontramos en la empresa y no puedo evitar que los nervios de lo desconocido me llenen el cuerpo al recordar que, aunque por fuera siga siendo el mismo, en el interior hay toda clase de cambios sucediendo en este preciso momento.

Solo espero que sean cambios buenos.

—Buenos días, Katy —saludo a la encargada de la guardería, quien poco a poco se ha convertido en una buena amiga.

—Hola, Sofi —pronuncia alegremente.

—Sofía —la corrijo.

—¿Perdón?

—Solo Sofía, por favor.

—Mm… ahora veo —dice elevando una de sus cejas con sospecha, y se acomoda en uno de los pequeños sillones que hay en la guardería—. Cuéntamelo todo: nombre, edad, tamaño del…

—¡Katy! —la corto antes de que diga lo que pienso que dirá y volteo hacia los lados en busca de nadie en particular.

—¿Quién te hizo tanto daño, amiga?, ¿Alguien que de seguro te decía “Sofy” y por eso ahora es una palabra prohibida?

—Es difícil de explicar —suspiro observando a mi hija, recordando momentos del pasado que, por mucho que duelan, me niego a olvidar—. No diría que fue él quien me hizo daño —mascullo casi en un susurro.

—¿Entonces…? ¿Tú se lo hiciste a él? —cuestiona incrédula—. ¿Es el padre de tu hija?

—Sí —confieso melancólica—. En alguna ocasión te lo contaré, ahora debo ir a conocer a mi nuevo jefe —espeto evadiendo sus preguntas.

—No huyas, cobarde, aún tienes tiempo de hablar conmigo un ratito —lloriquea cuando ve que me despido de mi bebé y me encamino hacia la puerta.

Angie comienza a llorar como ya se ha vuelto costumbre, pero se conforma con los brazos de Katy, que la mece con ternura.

—Ya te lo dije, en otra ocasión te contaré mi vida. Ahora debo irme.

—Está bien —acepta resignada—. El fin de semana, noche de chicas en mi casa ¿Qué dices?

—Mejor en la mía —propongo.

—Por mí está bien.

—Entonces está bien.

Cruzo las puertas de la guardería apresurada al ver la hora en mi reloj, aún falta un cuarto para las 8:00 a.m. pero debo darme prisa si quiero impresionar a mi nuevo jefe.

Camino rumbo a la oficina principal y la secretaria del vicepresidente me hace señas para que me apure; me alerto de inmediato al pensar en que haya sucedido un nuevo problema que amenace mi empleo y llego hasta ella casi corriendo.

—Sofía, ¿dónde has estado?

—Yo… vengo de la…

—No importa, ve rápido a la cocina y prepara un café para el nuevo jefe, lo quiere americano, muy caliente y sin azúcar.

—¡¿Qué?! ¿ya está aquí? —cuestiono horrorizada y emocionada a partes iguales.

—Sí, y se ve que es muy estricto —especula en un susurro—. Primer día con el nuevo dueño y ya extraño al señor Lutionn —se queja dramáticamente.

—Sí, yo igual…

—Anda, trae el café, que se ve que tu jefe no es de los que espera con paciencia.

—Ya voy. —Me doy la vuelta y comienzo mi trayecto hacia la cocina de la agencia, pero alcanzo a escuchar la voz de Eloise a mis espaldas con pesar al decir «Pobre chica».

Trato de ignorar el golpeteo de mi corazón ante la oleada de nervios que me ha provocado ese comentario, y sigo con mi tarea. Entro a la cocina equipada con toda clase de artefactos y voy directo a la cafetera para preparar ese “café americano, caliente y sin azúcar” para el señor amargado al igual que su bebida.

«¿Sin azúcar?, ¿quién bebe el café sin azúcar?», me pregunto rodando los ojos.

Espero un minuto hasta que la bebida está lista y coloco todo en una pequeña bandeja, agrego unos panecillos como ofrenda de bienvenida —solo para equilibrar el asunto— y regreso a la oficina forzando una sonrisa en mis labios, tratando de disfrazar el temor que de un momento a otro se ha instalado en todo mi sistema.

Doy tres golpecitos a la puerta para anunciarme y escucho un «adelante» que me hace retumbar el corazón.

«Qué hermosa voz», pienso. Abro la puerta y el tintineo de la taza sobre la bandeja me distrae y me ocupo en acomodarla de nuevo antes de que se derrame y arruine todo.

—Buen día, señor…

—Sí, tío, ya estoy aquí… no, lo siento, pero ahora las cosas se harán a mi manera…

«Dios mío, yo conozco esa voz… es… es él».

—Evan… —suelto en un susurro.

Mi cuerpo se desvanece y mis manos fallan dejando caer la bandeja sobre mi pecho, provocando que el líquido caliente me queme la piel. Trato de ahogar el grito que el dolor me provoca soltar, pero es demasiado tarde cuando la taza, la bandeja y todo lo demás caen al piso, haciendo que el estruendoso sonido llame la atención del hombre frente a mí.

—¿Qué mier…?

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