Evan
—James… ¿C-cómo estás? —saluda Sofía con nerviosismo y el sonrojo en sus mejillas podría parecerme adorable si no la odiara como lo hago.
—¿Qué carajos…? —Él voltea a verme, incrédulo de lo que sus ojos le muestran.
—Vamos, el personal nos espera. —Me levanto de la silla y atravieso la oficina hasta quedar lado a lado con ella.
Hago una señal a mi amigo para que se adelante y me quedo en mi lugar hasta que quedamos a solas.
—¿Se le ofrece algo más? —cuestiona robóticamente y sin mirarme.
—Sí —respondo secamente—. ¿cómo debo llamarte?, ¿sigues siendo González, o…? —Me enfoco en sus manos, confirmando que no haya un anillo en su dedo. Ella se da cuenta y baja la mirada avergonzada.
—Sí, sigo siendo González —me informa.
—Muy bien, señorita González será entonces —digo saliendo de la oficina sin darle mayor importancia, aunque en mi interior vibra el regocijo al saberla soltera todavía. «Y pensar que ahora llevarías mi apellido».
Sofía me sigue de cerca y entramos a la sala de juntas donde el resto de los empleados ya nos espera; me acomodo en mi sitio y comienzo con la reunión. Saludo como es debido, les informo sobre mi reciente adquisición de la empresa y la manera en que estaremos trabajando de ahora en adelante, pero, por más que intento ser profesional, el ver el contoneo de Sofía por toda la sala, sirviendo cafés y entregando documentos a los hombres que se la comen con la mirada, simplemente me vuelve loco.
La incomodidad se expande por mi cuerpo en forma de picazón y termino aflojando mi corbata en un intento inútil de sentirme menos asfixiado en su presencia.
«No lograré hacer esto», me digo.
La hermosa sonrisa que le brinda a uno de los malnacidos rabo verdes que la desnuda con la mirada es el detonante de todos mis demonios, y no logro contener más el impulso que me hace golpear la mesa con la palma de mi mano.
—¡Señorita González! —Todos los presentes se sobresaltan al escucharme, pero ella solo suspira profundamente y responde con sumisión:
—Sí, señor Preston. —Se acerca a mi lugar para recibir mis órdenes, mientras que yo pienso qué le diré para sacarla de la oficina y poder volver a funcionar con normalidad.
—Vaya a Mortons Steak y pida un filete mignon…
—A ¾, en salsa de champiñones, sin ajo y verduras salteadas —termina por mí, llamando la atención de todos en la sala.
—A eso le llamo eficiencia —dice uno de los hombres.
—Parece que llevan años trabajando juntos —exclama otro.
—No, ¿sabe qué?, mejor vaya a La Toscana y ordene su mejor pasta al pesto —cambio de idea solo por joderla.
—Pero, no te gusta… —Guarda silencio un segundo después al darse cuenta de lo personal que sonó esa afirmación y se limita a asentir con obediencia—. Como guste, señor.
Por fin se digna a salir de la sala y es hasta entonces que logro concentrarme en mi labor y terminar la reunión como estaba planeada.
Pasa una hora antes de que vuelva, pues, el restaurante al que la envié queda demasiado lejos de la empresa. Llega con la respiración acelerada y evidentemente agotada; entra a mi oficina, solo para darse cuenta de que ya he comido algo.
—Siento la demora, aquí está su comi… —Se detiene antes de colocar el platillo en mi escritorio al mirar los restos de mi almuerzo en el mismo lugar.
—Tardó demasiado —digo sin tomarle importancia y continúo tecleando en la computadora.
—Perdón, el restaurante está al otro lado de la ciudad.
—Sé dónde está ese restaurante —increpo con brusquedad—. Vaya a su puesto y espere mis órdenes.
—Como diga…, señor —espeta de mala gana, recoge los utensilios sucios que hay sobre la mesa y se da la vuelta para ir a su lugar, pero la detengo antes de que logre salir.
—Ah, y tira esa comida a la basura —le exijo—. Odio la salsa pesto.
La noche se asoma por el enorme ventanal de la oficina y las luces de la ciudad adornan el paisaje a lo lejos. Me he quedado un par de horas después del horario de salida para terminar de ponerme al corriente con los asuntos de la empresa.
El resto de la tarde lo pasé encerrado revisando contratos y estados financieros, por lo que a estas horas el cansancio se ha pronunciado en mi cuerpo como es de esperarse. Los hombros me duelen, los ojos me arden por haber pasado horas frente a la pantalla de la computadora y decido terminar por hoy la jornada.
Me levanto de la silla y estiro mi cuerpo con pereza, tomo mis pertenencias y salgo al pasillo encontrando a Sofía aún en su lugar.
—¿Qué hace todavía aquí?, hace horas que terminó su jornada —le informo.
No me pasa desapercibida la manera en que endereza su cuerpo tratando de esconder el cansancio, y un leve pinchazo de preocupación me atraviesa el pecho, pero se esfuma con la misma rapidez con la que llegó.
—Hago mi trabajo —responde de manera mecánica—. Me quedé por si necesitaba algo más.
Me reprendo mentalmente por no haberle avisado que me quedaría por más tiempo, pero no hago un drama por ello, en cambio digo:
—No se preocupe por las horas extras, le serán remuneradas conforme la ley. Ya puede ir a su casa.
—Gracias, señor.
«Su casa», repito en mi mente. Esa casa donde tantas veces la hice mía, la misma donde la encontré con otro.
«¿Seguirá viviendo ahí?, ¿vivirá sola?, ¿estará con él?». Tantas preguntas sin respuestas que se agolpan en mi cabeza y que no tengo el derecho de cuestionar.
—¿No se va? —indago al ver que no se mueve.
—S-sí, solo… debo ir al sanitario antes —responde de manera nerviosa, acomodando torpemente sus cosas en el bolso.
Me muero por preguntar de qué manera regresará, si viene en auto, o tomará un taxi, o el autobús… pero me muerdo la lengua recordando que eso no es de mi incumbencia y retomo mi camino después de decir un simple «Adiós».
Sofía—No puedo creer todo lo que me estás contando, hija. —Niega mi madre, asombrada al saber el día que tuve ayer—. ¿Cómo voy a creer que ese joven tan dulce y amable, el mismo que destilaba amor por ti, se ha convertido en un tirano?—Ya ves, mamá —murmuro con pesar, observando la hermosa carita de mi hija mientras se alimenta de mí, ajena a la situación—. Evan me odia, y no lo culpo.—Pero, independientemente de lo que haya pasado entre ustedes, no puede venir a humillarte así —increpa encolerizada—. Hay leyes, derechos humanos…—Él es el dueño de la empresa, mamá. Puede hacer y ordenar lo que le plazca. —Suspiro derrotada—. Si me pide que le compre un bolígrafo con tinta de oro al otro lado de la ciudad, debo obedecer si quiero conservar mi empleo.—¿Y quieres hacerlo? —pregunta con interés—. ¿En verdad quieres seguir en esa empresa bajo sus órdenes?—No tengo otra opción.—Claro que la tienes, siempre hay otra opción que no sea dejarse mangonear por un jefe prepotente hijo de su
Sofía—Buen día, señor Preston. —Me doy la vuelta quedando frente a él, y le ruego a Dios que no note la manera en que mis ojos se pierden sin permiso por su cuerpo.«¿Por qué tienes que ser tan malditamente apuesto?», me pregunto, abochornada.—Pensé que después de lo de ayer, tendría la decencia de no volver a la empresa.Sus palabras filosas me hieren profundamente, pero intento que no se dé cuenta y finjo mi mejor cara de indiferencia al decir:—Lamentablemente hay un contrato que me ata a este lugar, señor.—Mmm… sí, tal vez le pida a James que nos ayude a rescindir ese contrato. —Sujeta su barbilla de manera pensativa, recordándome que nuestro amigo es el nuevo abogado representante de la empresa.—Nos haría un favor a ambos —respondo.—Ya veremos, por ahora acatará cada una de mis órdenes, solo hasta que encuentre a una nueva asistente que la supla.—Desde luego, señor, para eso estoy aquí —espeto secamente.—¿Ese café es para mí? —cuestiona señalando la taza en mis manos.—Sí,
Sofía—Amiga, ¿qué te pasa? —pregunta Katy a mis espaldas al darse cuenta de mi estado.—No es nada —miento—, solo es el exceso de trabajo y que extraño mucho a mi bebé. Han cambiado tanto las cosas en esta empresa en solo dos días —reflexiono en voz alta.—Sí, ya se ha corrido el rumor entre los empleados de que el nuevo dueño es de cuidado.No digo nada por temor a dejar en evidencia mis emociones si menciono a Evan ahora que me encuentro tan sensible, y prefiero aprovechar el tiempo que tengo para dar de comer a mi pequeña que ya comienza a desesperarse.—Ya, corazón, mami está aquí —la tranquilizo en lo que me acomodo en uno de los sillones del lugar—. ¿me extrañaste?, yo me volvía loca por verte.—Sofía, no quieras verme la cara de tonta —dice Katy acercándose a nosotras—. Sé bien que te sucede algo, y está bien si no me lo quieres contar, pero quiero que sepas que estoy aquí para ti si me necesitas.Las palabras de mi amiga me hacen derramar más lágrimas aún, y no me canso de da
Evan—¿Qué es lo que está pasando con Sofía, Evan? —me reclama James apenas entra a la oficina.—¿No es obvio? —ironizo revisando los documentos que la susodicha me acaba de entregar, por segunda vez, y los tiro a la basura sabiendo que en verdad no los necesito—. Es mi asistente personal.—Pero ¿cómo sucedió eso? ¿Acaso ya han hablado y solucionado las cosas?—Por supuesto que no, ¿por quién me tomas? Jamás le perdonaré lo que me hizo y lo sabes.James guarda silencio apretando los labios en una fina línea, lo cual me indica que está a punto de explotar.—Evan…—No, ni lo digas —le advierto—, y por favor mantente al margen de todo este asunto con… ella.—Okey. —Hace amago de cerrar su boca con un zipper y cambia de tema abruptamente.Por varios minutos parlotea sobre la empresa y todos los problemas legales a los que mi tío tuvo que enfrentarse y por los que tomó la decisión de venderme la agencia, sin embargo, mi mente no hace otra cosa que no sea pensar en Sofía y lo tirano que me
SofíaSuspiro admirando la espuma de mi café sin siquiera probarlo. Estoy bastante sumergida en mis pensamientos como para escuchar los parloteos de Katy, quien se desvive contándome sobre su reciente enamoramiento del nuevo abogado de la agencia. Mientras mi mente da vueltas tratando de solucionar el problema que me he echado encima con el tal viaje a Chicago la próxima semana. «¿Qué haré con mi bebé?». Mi madre pudiese cuidarla, pero nunca me he alejado de ella por tanto tiempo y me aterra la idea de que le suceda algo y no estar presente.Mi nena es tan pequeñita, que no sabe pasar una noche sin mí; ya siento que le pido demasiado al dejarla en la guardería por tantas horas, como para que tenga también que abandonarla una noche completa.—Y, como te decía…, nos besamos en el baño y me pidió matrimonio de rodillas. —Katy suspira dramáticamente, sacándome de mi ensoñación.—Qué lindo —respondo de manera automática sin prestarle demasiada atención a sus palabras.—Sofía ¿siquiera me e
SofíaLa oficina es una locura desde que llegó ese proyecto y es raro ver a alguien fuera de su cubículo, vagando por la agencia. Todos se encuentran completamente enfocados en el trabajo y no es para menos, si sienten como Evan les respira en la nuca cada vez que descubre a algún pobre soldado fuera de su puesto.—Señorita González, ¿ya reservó las habitaciones y los boletos de avión para el viernes? —pregunta mi jefe malhumorado.—Así es, señor —respondo, observando cómo soba sus sienes con aparente dolor de cabeza—. ¿Quiere que le traiga un café? —Me atrevo a preguntar, odiando la manera en que mi voz delata la preocupación que siento por él.—Tráelo, estaré en mi oficina —acepta y pasa de largo—. Sin…—…Azúcar —completo por él.Después de haberme equivocado en más de una ocasión, Evan siente la necesidad de recordármelo a cada rato.Llego a la cocina y una idea se cruza por mi cabeza. Caliento el agua y, en vez de servir el café, preparo un té de tila que viene muy bien para calma
SofíaDespués de haber tenido un día tan cansado nos pasa esto. No puedo creer que en un hotel con el prestigio que tiene este puedan pasar errores como el que acaban de cometer con nosotros. No me aguanto las ganas de reclamar y termino discutiendo con el recepcionista:—Exijo una explicación, ¿qué fue lo que pasó? —pido desesperada—. Yo hice las reservaciones de la manera correcta. Llame al gerente por favor.—Tranquila —murmura Evan sujetando mi codo—. Así está bien, tomaremos la suite, no tenemos tiempo para buscar otro hotel.—¡No! —Me libero de su agarre que quema como brasas sobre mi piel—. Usted puede quedarse aquí, yo buscaré otra habitación en el hotel más cercano…—Puedo ayudarle con eso —se ofrece el empleado, pero Evan le da una mala mirada y se acerca a mi oído. Pienso que me susurrará algo en confidencia, pero lo que dice provoca que se me suban los colores al rostro:—No es como si no hubiéramos dormido juntos un millón de veces antes —espeta lo suficientemente alto pa
SofíaMis manos comienzan a sudar y el latido furioso de mi corazón lo siento en los oídos. No sé cómo diablos me metí en esta situación, o, cómo saldré de ella.—¿Salmón está bien? —pregunta Evan desde la cama antes de hacer el pedido.—S-sí, está bien —respondo nerviosa.—Bien, envíe un plato de Salmón Wellington y otro a la Carbonara, sin cebollitas y solo un toque de aceite de oliva —describe perfectamente el que, sabe, es mi plato favorito y guarda silencio de pronto, dándose cuenta de lo mucho que aún me conoce—. Perdón —murmura cerrando sus ojos—. ¿Quieres pedir tú?Es el primer gesto considerado que veo de su parte desde que nos reencontramos, y siento cómo se inflan mis pulmones en un suspiro que delata lo mucho que me ha agradado su pregunta.—No, está perfecto.Termina de hacer el pedido y camina directo al cuarto de baño. Espero sin saber qué más hacer, hasta que varios minutos después escucho el timbre de la entrada que anuncia la llegada de nuestra cena.Abro la puerta y