5

Era un viernes por la tarde, pero mi mente no sabía qué día era. El aire estaba pesado, como si el universo hubiera decidido suspender el tiempo, como si los minutos se alargaran indefinidamente y me dejaran atrapada en una telaraña de pensamientos. No podía dejar de pensar en él. Kian. El hombre que había desbaratado mi mundo y lo había reordenado de una manera que ni siquiera entendía.

Mi vida diaria parecía tan distante en comparación con lo que había experimentado. Mi trabajo, mis amigos, incluso la calma habitual de mi casa ya no me daban la misma paz. Había algo dentro de mí, una necesidad que no podía acallar, y todo apuntaba hacia él. Lo deseaba de una manera salvaje, irracional, peligrosa. Y al mismo tiempo, algo dentro de mí me gritaba que no debía acercarme más. Kian era el tipo de hombre que podía destruirte con solo mirarte.

Pero al parecer, el destino tenía otros planes.

Estaba sentada en el sofá, las luces apagadas excepto por la lámpara tenue que iluminaba la habitación. La ventana abierta dejaba pasar una brisa fresca, pero a pesar de eso, mi piel estaba ardiente. Sentía el calor, la tensión, el peso de algo que se acercaba. No podía librarme de la sensación de que algo estaba a punto de cambiar.

Fue entonces cuando escuché el sonido. Un suave golpeteo en la puerta. En mi cabeza, me preparé para ver a cualquier persona, pero mi cuerpo reaccionó de inmediato al reconocer la figura.

Kian.

Mi corazón dio un vuelco al ver su sombra proyectada por debajo de la puerta. No me preguntes cómo lo supe. Simplemente lo supe.

No respondí. ¿Qué se supone que debía decirle? ¿Qué podía decirle? Sabía que no podía seguir evitando el inevitable.

El sonido volvió. Un golpeteo más fuerte esta vez, acompañado de una voz grave que hizo que mi cuerpo se tensara al instante.

—Emma, abre la puerta. —Era una orden, pero sonaba como una súplica. No podía ignorarlo. No quería hacerlo.

Cerré los ojos por un segundo, respirando profundamente. Estaba luchando contra mí misma. ¿Por qué me afectaba tanto su presencia? ¿Qué era lo que hacía que cada fibra de mi ser respondiera a él de una forma tan visceral?

Me levanté lentamente y, con el corazón golpeando en mi pecho, fui hacia la puerta. Al abrirla, no pude evitar que un suspiro se me escapara. Ahí estaba, parado frente a mí, tan imponente y peligroso como siempre. La oscuridad de la noche lo envolvía, pero él brillaba con una intensidad propia, como si fuera la única fuente de luz en el mundo.

—¿Qué haces aquí? —mi voz tembló más de lo que quería admitir. Tragué saliva, sintiendo cómo mi garganta se secaba al instante.

Kian no respondió de inmediato. En lugar de eso, dio un paso hacia mí, cruzando el umbral sin esperar invitación, y cerró la puerta suavemente detrás de él. El sonido de la madera cerrándose resonó en mis oídos, haciendo que mi respiración se acelerara.

—Necesito respuestas. —Su tono era bajo, pero firme. Su mirada me atravesaba, penetrando en lo más profundo de mí. No podía escapar de él.

Yo tampoco tenía respuestas. O al menos no las que él esperaba.

Me aparté ligeramente, dejándole espacio, pero a la vez sentía la necesidad de alejarme de él. Quería huir, pero mi cuerpo se mantenía inamovible, como si él fuera un imán que me absorbiera sin remedio.

—¿Qué tipo de respuestas? —le pregunté, aunque sabía que ya las conocía. Había algo mucho más profundo en su mirada, algo que no se podía ignorar.

Kian dio un paso más, y ahora estábamos a solo unos centímetros de distancia. Podía sentir el calor de su cuerpo, el leve roce de su respiración. Todo en mí reaccionó instantáneamente, como si mi cuerpo tuviera una memoria propia, recordando cada instante que había pasado cerca de él.

—Quiero saber lo que realmente sientes —dijo, su voz suave pero cargada de una intensidad que me hizo estremecer.

Sus ojos no dejaban de mirarme, como si estuviera buscando algo. O tal vez me estaba sondeando, midiendo cada palabra que pronunciaba. La cercanía de su cuerpo me estaba volviendo loca. Mi corazón latía con fuerza, y cada músculo en mi cuerpo estaba tenso, esperando lo que vendría.

—¿Lo que siento? —Me reí nerviosamente, tratando de romper la tensión en el aire, pero mi risa sonó vacía, hueca. ¿Qué podía decirle? ¿Que sentía que me estaba ahogando en un mar de emociones que no entendía? No, no podía ser tan vulnerable frente a él.

Kian no sonrió. De hecho, su expresión se endureció.

—No juegues conmigo, Emma. Sabes perfectamente lo que siento por ti. Y tú... sabes lo que me haces. —Dijo esas palabras con una frialdad que hizo que todo mi cuerpo se estremeciera.

El silencio entre nosotros se alzó como una tormenta esperando estallar. Yo quería apartarme de él, pero mi cuerpo no respondía. Estaba atrapada en una telaraña de deseo, miedo y fascinación.

Él dio un paso hacia mí. Fue tan rápido, tan fluido, que ni siquiera tuve tiempo de reaccionar. En un solo movimiento, Kian me tomó por la cintura, levantándome del suelo un poco, acercándome a su cuerpo. No pude evitar un suspiro de sorpresa, aunque lo odiara por el efecto que causaba en mí.

Nuestros cuerpos se rozaron, y el mundo entero desapareció. El contacto fue eléctrico. El roce de su piel contra la mía, la intensidad de su mirada, el palpitar de mi corazón, todo desapareció en ese instante. Solo existíamos él y yo.

Mi respiración se detuvo. Él se inclinó hacia mí, sus labios casi tocando los míos. El deseo, la necesidad, la tensión... todo estaba al borde de explotar.

Pero justo antes de que el mundo se desmoronara, Kian se detuvo. Sus manos temblaban ligeramente, y su rostro reflejaba una lucha interna que no había visto antes.

—No hagas esto, Emma —susurró, su voz apenas audible. Estaba luchando, y yo también lo estaba haciendo.

Me tomó todo lo que tenía no lanzarme a él, no sucumbir al magnetismo de su cercanía. Pero sabía lo que significaba. Si cruzaba esa línea, no habría vuelta atrás.

—Si me tocas, no habrá vuelta atrás —dijo, su voz grave, llena de advertencia, pero también de deseo. Se alejó lentamente, su rostro sombrío y decidido.

La puerta de la casa se abrió nuevamente. Sin darme tiempo a procesar lo que acababa de suceder, Kian desapareció en la oscuridad de la noche, dejándome sola con mis pensamientos y el caos que acababa de desatarse en mi interior.

“Si me tocas, no habrá vuelta atrás.”

Las palabras resonaron en mi mente, y por primera vez en mi vida, supe que no habría regreso. Estaba atrapada.

La puerta se cerró con un suave clic que retumbó en mis oídos. Kian ya no estaba. Su presencia, que tan intensamente había invadido mi espacio, ahora se desvanecía como un fantasma en la noche. Me quedé allí, sola, con las manos temblando y mi corazón latiendo de una manera desbocada, como si quisiera escapar de mi pecho.

La realidad se me escapaba. Había estado a punto de cruzar esa línea, a punto de perderme en él, en sus brazos, en su fuerza. Y aunque una parte de mí aún lo deseaba con cada fibra de mi ser, otra sabía que si lo hacía, no habría forma de detener la tormenta que se desataría. No solo su poder como alfa del clan, sino la tormenta de emociones que ya había comenzado a arrastrarme.

Tomé aire, tratando de calmarme, pero no podía. Mis pensamientos giraban en círculos, como un torbellino imposible de detener. ¿Por qué me afectaba tanto su cercanía? ¿Por qué cada vez que estaba cerca de él sentía que me perdía un poco más? Quería odiarlo, despreciarlo, por el peligro que representaba para mí, por todo lo que me arrastraba a un mundo que nunca había sido mío. Pero no podía. No podía simplemente apagar ese deseo que crecía en mi interior.

Miré hacia la ventana, la oscuridad de la noche parecía tragar el espacio que quedaba entre mí y el mundo exterior. Me sentía atrapada entre dos mundos, entre dos realidades que no se encontraban. Y Kian... Kian era el punto de ruptura, la línea que separaba todo lo que conocía de lo que deseaba, aunque me aterraba.

Tomé una respiración profunda y me dejé caer sobre el sofá. El espacio vacío a mi alrededor parecía reflejar el vacío que sentía dentro. ¿Qué había pasado? ¿Por qué se había detenido? ¿Por qué me había dejado ir tan fácilmente después de haberse acercado tanto? Lo sabía. Estaba claro. Kian temía lo mismo que yo, el riesgo de perderse en algo que no se podía controlar. Había una delgada línea entre la necesidad y el peligro, y ambos estábamos caminando sobre ella.

Me llevé una mano a la cara, frotándola con frustración. No podía dejar de pensar en sus palabras. “Si me tocas, no habrá vuelta atrás.” Se había ido, pero su amenaza, su advertencia, su promesa, todo eso seguía rondando mi mente como una sombra imposible de alejar.

El reloj en la pared marcó las horas, pero no sentí que hubiera pasado el tiempo. Cada segundo sin él me parecía una eternidad, pero al mismo tiempo, todo en mí me decía que necesitaba un respiro, que debía pensar, que debía calmarme antes de que todo esto me arrastrara más allá de lo que podía manejar.

Me levanté finalmente, caminando de un lado al otro de la sala. El frío de la noche se colaba por las rendijas de la ventana, y por un momento, pensé en salir, en buscarlo, en poner fin a todo este caos que había desbordado mi vida en tan poco tiempo. Pero sabía que, si lo hacía, no habría vuelta atrás. Y algo en mi interior me decía que aún no estaba lista.

Pero, entonces, el sonido de un móvil interrumpió mis pensamientos.

Mi corazón dio un vuelco. La pantalla de mi celular parpadeó, y supe de inmediato quién era. El nombre de Kian brillaba en letras grandes, desafiándome a contestar, a dar el paso final. Mis manos temblaron ligeramente mientras lo observaba, indecisa. La pantalla se apagó, y con ella, la posibilidad de saber qué quería decirme, de escuchar su voz.

El miedo volvió a apoderarse de mí. Me sentía como una niña atrapada en un juego peligroso, donde no había reglas claras y cada movimiento que hacía me acercaba más al borde del abismo.

El móvil vibró de nuevo.

Kian. El mensaje.

Lo abrí, mis ojos recorriendo rápidamente las palabras que aparecieron en la pantalla.

“Voy a necesitar algo más de ti, Emma. No te alejes. No te hagas la tonta.”

Era corto. Directo. Pero las palabras estaban llenas de una promesa que me heló la sangre. No sabía si quería temerle más o si debía rendirme, finalmente, a la tormenta que me había prometido. Mi cabeza era un torbellino, y mis pensamientos chocaban entre sí, luchando por encontrar un equilibrio, un poco de paz. Pero sabía que no la encontraría. No mientras Kian estuviera cerca.

Guardé el teléfono, pero no pude dejar de mirar la pantalla en blanco, esperando que vibrara nuevamente. Algo dentro de mí lo deseaba, deseaba saber más, entender más, pero al mismo tiempo, sabía que al escuchar su voz, al seguirle el juego, me sumergiría aún más en lo que temía.

Mi respiración se volvió irregular. No podía pensar con claridad, mis pensamientos estaban envueltos en una niebla espesa de incertidumbre. Cada vez que creía que había tomado una decisión, otra parte de mí se rebelaba, pidiendo algo más, algo más profundo, más real.

No, no puedo hacer esto. —Susurré para mí misma, y me obligué a apartar la mirada de la pantalla.

Me fui a la cocina, busqué un vaso de agua y me quedé allí, sola, bebiendo lentamente, sintiendo cómo mi mente trataba de calmarse. Pero nada parecía funcionar. Nada podía callar la parte de mí que aún lo deseaba, que aún lo sentía cerca. Como una droga, como una necesidad que me nublaba el juicio.

Y así, al caer la noche, me encontré atrapada entre dos mundos, entre dos decisiones, entre el deseo y el miedo. Kian era la tormenta que no podía evitar. Pero, al mismo tiempo, él era el ojo de esa tormenta, y yo, en mi desesperación, me encontraba al borde de ceder, de sucumbir.

La oscuridad de la noche me envolvía, pero sabía que, por alguna razón, el sol no volvería a brillar de la misma manera. Ya había cruzado un umbral. Y no importaba cuánto lo intentara, no podría regresar.

Unos segundos después, el teléfono vibró nuevamente. Sabía que esta vez no podría ignorarlo.

Tomé aire.

Era mi decisión.

¿Iba a ceder al deseo que Kian había encendido dentro de mí, o iba a resistir, protegiéndome de lo inevitable?

Mi dedo rozó la pantalla del teléfono y, con un suspiro, presioné para abrir el mensaje.

El siguiente paso estaba fuera de mis manos.

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