Capítulo IV

18/12/2025.

*

Fue una gran bendición encontrar ayer este edificio, pero aun así, tenía que estar seguro de que ninguna persona, ni ellos, pudiesen acceder fácilmente a mí. Así que, tenía que buscar la manera de asegurar la entrada de la azotea o crear un sistema de alarma; o mejor aún, tener ambos a la vez. Revisé algunos departamentos más, solo encontré un pedazo rasgado de sábana que estaba manchado de sangre seca, llevaría mucho tiempo así. Luego fui en busca del viejo colchón y a por la mesita de noche. Los subí uno por uno a la azotea. Esa actividad de subir y bajar me había agotado un poco, sumado al cansancio que ya traía de ese día.

Tuve una idea para asegurar la pequeña puerta, por lo tanto, desgarré la sábana manchada en dos partes, coloqué un cable en el interior de uno de los trozos de tela y le fui dando vueltas hasta tensarlo, haciendo un resistente torniquete. El resto de los cables eran pequeños pedazos, no iba a poder hacer lo mismo con el otro trozo de sábana, pero aun así le di vueltas y la tensé de igual manera. En la pequeña puerta, del lado exterior, tenía un par argollas de metal soldadas a la lámina, de manera que até ambos trozos de tela a ellas, quedando asegurada la puerta como si se tratara de una cadena con candado. Lo sé, no es lo más seguro, pero es mejor que nada.

—Bien, dormiremos tranquilos, Pelusa—le hablé a mi compañerito luego de hacer bien los nudos de los torniquetes de tela.

— [Leve chillido].

—Sí, yo también tengo sed.

Tomé un tobo de hierro, vacié su contenido de agua en otro y lo usé como silla, me senté allí  y saqué mi botella grande de agua y pude tomar a placer, sin preocupación. Mi cuerpo sintió un gran frescor, tomé bastante, casi vacié el contenido. Después le di a Pelusa en su tapita.

—Mucho supervisar cansa, ¿eh, Pelusa?

Sé que fui  algo irresponsable al tomar tanta agua, pero llevaba días fantaseando con hacerlo; además, tenía bastante agua a mi alrededor, solo tenía que tratarla para hacerla potable. Cuando de pronto: “CHILLIDOS”.

—Están muy cerca—pensé.

Saqué mi escopeta. La azotea del edificio no tenía ningún tipo de barandas, había que tener cuidado con acercarse al borde, un resbalón o un ligero tropiezo, y listo, caería al vacío. Guardé a Pelusa en la mochila, en su mismo koala de media y lo dejé cerca de la puerta. Luego me arrastré hasta el borde de la azotea para asomarme, tenía que hacerlo con mucho cuidado, asomaría solamente un poco mi cabeza, no quería que me vieran. Llegué hasta el borde que daba con la avenida. Allí estaban ellos, “son los mismo que vi hace rato”, pensé. Tenían sangre en sus rostros. Sentí mucho miedo y adrenalina, mi corazón latía rápido. Deseé que no entrasen al edificio; si daban conmigo no tendría escapatoria, solo saltar al vacío o darme un tiro en la cabeza.

Entraron. Habían entrado al edificio dónde estaba. Al menos había reforzado la puerta. Me preparé para lo peor. Me acerqué a la entrada de la azotea, apuntando hacia abajo con mi arma. Si lograban romper el torniquete de seguridad que apliqué, entonces los recibiría con un disparo.

Habían pasado quizás unos tres minutos, yo permanecía allí cómo una estatua, apuntando hacia abajo. Alejé de la entrada a mi pequeño amigo, no quería que escucharan a Pelusa, ni menos quería que le hicieran daño. El tiempo pasaba…nada. Levemente escuchaba los chillidos de Pelusa, muy a pesar que estaba dentro de la mochila y alejado de mí.

Los había contado, eran ocho de ellos, —y yo solo tengo cuatro cartuchos—. Si lograban abrir la puerta, tendría que cargar muy rápido luego del primer disparo. Mi única ventaja era, que la entrada admitía espacio para una sola persona a la vez, al igual que la escalerilla. Eso me daría un instante para recargar y, mi radio de tiro era seguro, no podía fallar.

Grandes gotas de sudor recorrieron mi frente. El sol estaba inclemente, lo sabía por el brillo, más no sentía su calor por toda la adrenalina recorriendo mi cuerpo. [RUIDOS MUY CERCA] Me tensé, intenté calmar mi respiración. Si llegaba a sentir movimientos en la escalerilla, todo sería cuestión de segundos, con suerte minutos. Mi respiración era intensa.

No subieron, dejé de sentir el sonido que hacían con sus pasos desesperados, produciendo un pequeño eco con sus talones contra el piso.

Aun así, esperé un poco más en el mismo lugar, sin dejar de apuntar hacia abajo. Pude relajarme un poco cuando ya no sentí a Pelusa chillar. Tomé el tobo de hierro y me senté sobre él. Bebí el poco de agua que había dejado en la botella; pero seguía estando cerca de la puerta. Después decidí echar un vistazo hacia abajo, me arrastré de igual manera como lo hice hace  instantes. No los vi más, al menos por ahora. Mi respiración se había normalizado.

**

Luego de este trance que pasé, me dispuse a preparar todo para comer, hervir agua y hacer una pequeña carpa…bueno, no creo que se deba llamar carpa a lo que hice. Gracias a las ruinas de un tanque de concreto que está arriba del edificio, pude extender mi cobija entre dos paredes perpendiculares entre sí, formando así un techo.

Dentro de estas ruinas, coloqué el colchón que encontré, extendí mi sábana sobre éste y me refugié del sol. La altura de estas dos paredes era de aproximadamente 1,60 metros, y yo mido 1,90 metros, así que tenía que mantenerme sentado en el colchón o en el tobo que había tomado como silla.

Cerca de las ruinas de este tanque había grandes pedazos o trozos de pared, como si alguien hubiese derrumbado la estructura con mandarria. Con eso trozos de concreto fue que pude sostener la cobija que me servía de techo, y también tomé tres de esos pedazos para hacerme un pequeño fogón, para luego cortar trozos de madera de la mesita de noche que usaría como leña. Posteriormente me dediqué a hervir agua para potabilizarla.

Cuando el sol ya se estaba poniendo, aproveché algo de esa agua hirviendo y coloqué la lata de caraotas en la olla, se calentó con “baño de maría”. Apagué rápidamente mi pequeño fogón antes que la noche llegase por completo. No quería ser la antorcha olímpica  desde la azotea de un edificio en plena apocalipsis.

Abrí la lata con mi cuchillo, y la sostuve con mi pedazo de lienzo para no quemarme (uso el lienzo como filtro de agua). Cuando la lata estaba abierta, un humeante aroma de caraotas penetró por completo todos mis sentidos, me transporté a aquellos días cuando mi madre nos preparaba pabellón[1], mis ojos se aguaron, no lo pude evitar. Gracias a los leves chillidos de Pelusa por querer comer, es que pude salir de mi profunda nostalgia.

Serví la mitad del contenido de la lata en mi plato, mi boca se hacía agua, le puse un poquito a Pelusa en el piso, el cual devoró en menos de cinco segundos. Luego con mi cucharilla probé, sentí de una vez que la energía recorría mi cuerpo, cerré mis ojos y disfruté por completo su sabor exquisito. Comí lo más lento que pude, le di otro tanto a Pelusa y éste dejó dos granitos.

—Bueno amigo, hay que guardar estos granitos para tu desayuno—le comuniqué a Pelusa.

Luego de comer, me dediqué a vigilar un poco. Recorrí con mi mirada los cuatro puntos de vista que me ofrecía mi nuevo refugio. Después me fui a mi nueva cama, un colchón viejo con sus resortes saliéndose, “pero era más suave que el piso”. Retiré mi cobija que servía de techo y me dediqué a mirar a las estrellas. El firmamento estaba despejado, y todos esos pequeños luceros más la luna, me hacían sentir el hijo del Universo. El sueño se fue apoderando de mí, el cansancio iba inmovilizando mis músculos para prepararme para dormir. Hice un esfuerzo y me levanté, puse los tobos vacíos encima de la entrada de la azotea, los puse de tal manera que, cualquier movimiento en la lámina, haría ruido, sería mi sistema de alarma.

Pelusa es mi mejor alarma, pero ante los humanos él no chilla, y los humanos para estos días no son muy amistosos que digamos.

Me volví a acostar, inmediatamente me dormí, un pesado sueño se apoderó de todo mi sistema nervioso. La cena que tuve, el colchón, más mi agotamiento, hizo que me entregase por completo en los brazos de “Morfeo”.

—Mañana es otro día, Pelusita—Fue lo último que comenté ese día. Pelusa estaba en su koala y a mi lado…él también quedó rendido.

[1] Uno de los principales platos típicos de Vzla. que consiste en caraotas estofadas, arroz blanco, carne desmechada  guisada y plátanos maduros fritos.

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