Capítulo VI

24/12/2025

Salí de la madriguera, me encuentro cerca de unas instalaciones abandonadas del Ejército, parecen ser un conjunto de barracas. Ya no tengo comida. Ellos me siguen buscando. Frente a mí, a unos cien metros de distancia, se encuentra un árbol de mangos con pocos frutos, algunos de ellos maduros. También están un par de matas de coco, las cuales están cargadas; pero no puedo acercarme, o no debo hacerlo, porque es muy arriesgado.

Ya casi no hay árboles en Ciudad Bolívar, fueron arrasados casi todos por sus habitantes al principio del apocalipsis. Eran cuatrocientas mil personas que sintieron desesperación cuando el gas doméstico dejó de ser suministrado a la ciudad, volcándose todos hacia la leña para cocinar. Las pocas matas que quedan, siempre son de alguna tribu o algún grupo de supervivientes, muchas veces son señuelos para cazar a los humanos. Nuestra carne es muy codiciada en estos estos días por los caníbales o por ellos.

Llevo horas sin moverme, estoy acostado entre el monte, mi vista se mantiene en dirección de esos cocos y mangos, mi boca se hace agua, siento que caigo en el delirio. Pero debo esperar, seguir observando para ver si hay movimiento de alguna de estas tribus urbanas. No obstante, la debilidad por falta de calorías me está derrotando.         

Al menos estamos bien de agua, pude recargar en el riachuelo y tratarla con cloro, pero no la he filtrado con el lienzo, así que estoy tomando agua turbia.

Dentro de un par de horas va a oscurecer, y hay algunos mangos que han caído al piso. Me jugaré la lotería al buscarlos cuando llegue la noche. Tengo mucho sueño mientras escribo, no sé si es el hambre o el cansancio. Intentaré tomar una siesta. “Pronto vamos a comer querido amigo”, le comento a Pelusita, sus ojitos negros me ruegan por alimento.

Lamento mucho que ya en pocas horas será navidad y trato de no pensar en ello, para evitar deprimirme, porque es inevitable no pensar en todos tus seres amados que se han ido. También recuerdo la cena que preparaba mi madre, cuánto daría por comer una hallaca con pan de jamón. Mis ojos están humedecidos por mis recuerdos navideños en familia. “Maldita sea, ¿por qué?”.

Intentaré descansar algo, luego iré por esos mangos.

25/12/2025

Voy avanzando hacia el río Orinoco. He recuperado mis fuerzas. Decidí no ir por los mangos ni por los cocos, pero recibí otro alimento de regalo, quizás fue la navidad o, mis padres desde arriba.

Ayer, no tenía más fuerzas, recordé ese sueño que se apodera de las personas cuando ya no tienen más energías en su cuerpo a causa de la hambruna, es un dulce sueño que se va apoderando de ellos hasta unirlos con la muerte. Yo estaba así, sumergiéndome en ese oscuro descanso. A Pelusa lo tenía en mi pecho, el pobre estaba como yo, con ganas de dormir. Había decidido, como escribí anteriormente, dejar que la oscuridad llegara para ir por aquellos mangos que estaban en el suelo, con la esperanza de que esos frutos no fuesen una trampa para ser cazado por una tribu de caníbales.

Me había quedado profundamente dormido, como si me hubiesen dado en un interruptor con la palabra “off”. Mis instintos de supervivencia dejaron de estar alerta. Empecé a soñar con cosas que no tenían sentido, en mundos surrealistas y, en medio de esos sueños empecé a sentir los fuertes chillidos de Pelusa. No me podía levantar, estaba totalmente paralizado, los empecé a ver; a ellos. Pensé al principio que se trataba de una pesadilla más de la que no me podía levantar.

Mientras me esforzaba por despertarme, me vi a mi mismo acostado con los ojos abiertos, siendo devorado por ellos. Los chillidos de Pelusa aumentaron en intensidad. Grité, grité muy fuerte, “¡Ahhhhhhh!”, y no sé si grité en mi mente o en la realidad, lo cierto fue que, tomé las pocas energías que me quedaban y abrí mis ojos, sentí que algo empezaba a recorrer mi pierna. Era una gran serpiente, di un gran respingo y ella me mordió en la pierna, causándome un agudo dolor. La luz de la luna me permitió visualizarla, era una gran tragavenado[1] de unos dos metros de longitud. Me impresionó que la boa no huyera de mí, sino que se enrolló y emitió un rugido aterrador que me hizo helar. Su cabeza estaba en mi dirección. Tomé mi machete y lo levanté para cortar su cabeza, pero con impresionante rapidez intentó morderme otra vez, pero mi filosa arma le había hecho una moderada cortada cerca de su cabeza. Había Quedado herida, pero aún seguía defendiéndose, más no con la misma intensidad, hasta que en un segundo intento logré cercenar su cabeza, su cuerpo alargado siguió moviéndose por los impulsos recorriendo todo su sistema nervioso.

Tomé la tragavenado y me fui de ese lugar. Me adentré más al desolado campo, intentando así alejarme de los peligros. Llegué a un conjunto de enormes piedras de color oscuro. En ese lugar, saqué de mi mochila, la madera de la mesita de noche, hice una fogata y empecé a hervir agua, allí cocinaría la boa. También lavé la herida de mi pierna con una solución de agua y cloro.

Desollé al animal. Saqué sus vísceras y las enterré para evitar que las alimañas vinieran a mí. La piel la froté con abundante tierra del lado interior para quitarle restos de carne y sangre, necesitaba lavarla pero no podía gastar mi agua. Luego rebané la carne blanca y maciza de la serpiente. Devoré dos grandes pedazos crudos y, sentí inmediatamente como las energías volvían a mí, cerré los ojos de placer por comer un alimento cargado de calorías y vitaminas, sentí su sabor agradable. Pelusa también devoró un pedazo crudo de carne blanca. En estos días no se consiguen suplementos vitamínicos y mucho menos hortalizas, la única forma de conseguir vitaminas es comiendo la carne cruda, para así obtener la vitamina c y evitar la enfermedad del escorbuto. Esto lo saben los pocos sobrevivientes que quedan en la ciudad, y esto fue lo que descubrieron los legendarios esquimales, donde su dieta mayormente consiste, o consistía, en carne cruda de pescado, focas, ballenas y otras especies, de hecho, suelen comer el hígado crudo de sus presas, para obtener la mayor cantidad de vitaminas y minerales, los cuales se perderían por completo si se cocieran las carnes.

Calculo que saqué entre quince o dieciocho kilos de carne de la tragavenado. Pero tengo un problema, necesito asarla, para deshidratarla y lograr que el humo penetre por toda ella, así lograría conservarla por mucho más tiempo. Me queda solo un puñado de madera, así que debo encontrar por lo menos un arbusto de chaparro para asar la carne, la cual llevo conmigo en una especie de bolsa que hice con mi sábana. No puedo permitir que se descomponga, porque esto representa muchos días de alimento para mí y para Pelusita. Al menos con la cantidad que comí ayer y con el poco que logré sancochar tengo suficientes energías para encontrar una mata de chaparro. También debo encontrar más agua, porque el cuerpo humano usa mucha para poder digerir las carnes. El Orinoco tiene toda el agua que necesito, sin embargo es una zona de tribus caníbales, estaré obligado a ser muy cauteloso. Mi única ventaja es que es una zona muy amplia.

Pelusa recuperó el brillo de sus ojos, no paro de hablar con él mientras seguimos avanzando.

[1] Especie de boa contrictora de tamaño mediano.

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