Capítulo III

17/12/2025.

Finalmente logré salir al otro día. Pelusa se calmó, lo que me dio confianza para salir de la oficina. A mi pequeño amigo le hice una especie de bolsito koala con una media vieja y unas cabuyas. Su bolsito de viaje queda ajustado entre mi cuello y mi cuerpo, quedando a la altura de mi pecho. Mi Pelusa parece un bebecito… ¡Carajo! Cuánto le quiero.

Antes de salir de la vieja oficina, verifiqué todas mis cosas por última vez. Me ajusté mi machete a mi cintura en una especie de vaina que hice con tela de jean, mi cuchillo lo coloqué a mi pantorrilla, en una vieja vaina de cuero, cerca de mi tobillo. La escopeta la puse al lado izquierdo exterior de mi mochila. Desayuné una arepa, le di un pedacito a Pelusa, tomamos algo de agua y salimos a las tinieblas de afuera.

Recorrí parte del barrio Virgen del Valle y me topé con un Iglesia grande abandonada que fue de los denominados mormones. La cerca estaba tumbada en una de sus esquinas, así que entré con facilidad. Tenía que entrar en esa iglesia que se componía de dos naves adyacentes. Esperaba encontrar agua en algunos de sus tanques, algo de papel y cualquier otra cosa que me fuese útil. Pero me preocupaba mucho toparme con alguno de ellos, quizás hubiesen tomado el sitio como guarida; igual tenía que tomar el riesgo. Pelusa estaba calmado… buen indicador.

Llegué a las entradas principales de las dos edificaciones, uno de los lados parecía ser donde se reunían en su especie de misa o algo así. La puerta estaba cerrada, pero había una abertura en una de sus amplias ventanas, decidí entrar por allí, saqué mi escopeta y empecé a recorrer el lugar con mucha cautela. Eran dos grandes salones, estaban llenos de polvo y telarañas, casi no tenía nada, habían sido saqueado. En uno de sus salones yacía un gran banco de madera, era el único y, en el púlpito había restos de cables. La madera del banco me permitiría cocinar y hervir agua, el cojín de ese gran asiento había sido desgarrado en su totalidad. Pero tenía un inconveniente, yo sólo no podría cargar con ese banco por allí, tendría que arrastrarlo y haría mucha bulla por las calles. Si me quedaba a picar una parte con el machete, haría mucho ruido también y agotaría las escazas fuerzas que tengo, sumado a que me deshidrataría. Por ahora desistí, solo tomé un puñado del poco de cable que quedaba en el púlpito.

Salí de ese edificio y me dirigí hacia la otra nave, me acerqué a la puerta y estaba violentada. La abrí, el lugar también estaba lleno de polvo y tenía un gran pasillo que conectaba a un conjunto de lo aparentaban ser salones de clase. Pelusa estaba tranquilo, pero aun así no me confiaba. Ese lado de la iglesia estaba totalmente saqueado, solo paredes y piso, más nada. Edificaciones como estas tienen los tanques de agua en algún lugar no visible, o estaba de manera subterránea o estaba en la parte superior, entre el techo raso y el techo exterior.

— ¡Bingo!—dije. Allí estaba el tanque, en la parte superior. Subí por una escalerilla, quité la tapa y alumbré con mi yesquero. Nada, seco cómo los médanos de Coro. Qué decepción.

Finalmente salí de esa iglesia. Me fui con un puñado de cable y con el conocimiento de que allí había madera.

Tomé la avenida Libertador, ya me empezaba a cansar y a deshidratar. Hice una pausa en mi caminata, tomé la botella grande de cola y bebí dos sorbos de agua, puse agua en la tapita de Pelusa y éste tomó a placer.

—Con calma torito, con calma, que no tenemos mucha—le dije a mi compañerito, acariciando su peludita cabecita, él estaba dentro de su pequeña bolsa de media, pero con su cabeza descubierta.

“CHILLIDOS DE PELUSA”… Fueron muy fuertes, saqué mi pequeña escopeta y le monté el martillo, lista para disparar. A mi lado estaba una vieja y larga cerca de alambres de ciclón. Era la vieja cerca que en un tiempo delineaba la zona militar de la ciudad. A mi frente la avenida y lo que fue la urbanización Vista Hermosa. Al menos la cerca protegía mis espaldas, o también significaría quedar acorralado.

Seguí avanzando con mucha precaución, me dirigía hacia la parte baja de la ciudad. Después de caminar unos cuarenta metros los pude ver, estaban a unos doscientos metros de mí. Eran menos de diez, parecía que devoraban algo, una persona o un perro quizás. Pelusa empezó a chillar más fuerte, así que me vi obligado a meterlo completo en su bolsa y la cerré con un viejo cordón de zapato. Vi hacia atrás de la avenida; nada en esa parte, luego me dirigí con rapidez hacia Vista Hermosa, por la parte de los pequeños edificios de cuatro pisos. Pelusa se calmó tan solo un poco.

Aproveché para revisar uno de los edificios y refugiarme allí. Escogí el que estaba más próximo a la avenida, tenía la intención de usarlo también como una torre de vigilancia, así podría ver si había más infectados cerca de esa zona.

La entrada de ese edificio no tenía puerta. Le oré a mis difuntos padres para que el lugar estuviese libre de ellos. Entré, estaba parcialmente oscuro, por algunas ventanas se filtraba algo de luz solar. Empecé a subir las escaleras muy despacio, había guardado la escopeta y saqué el machete. Pelusa paró de chillar, fue reconfortante no escucharle. Las puertas de algunos departamentos estaban abiertas, revisé algunos de ellos, en uno encontré un viejo colchón y una mesita de noche, pero no los tomé. Seguí revisando otros departamentos y en uno de ellos encontré una lata de caraotas[1], estaba en la cocina, la lata estaba parcialmente oxidada y su fecha de vencimiento decía 5/mar/2019. Vaya suerte que tengo, la sardina que nos comimos Pelusa y yo se había vencido en el 2018—estamos mejorando, supongo—Que gran felicidad fue haber encontrado comida.

Luego de revisar los departamentos que pude, decidí subir a la azotea, allí estaba la escalerilla, oxidada y podrida en algunos de sus peldaños, pero se podía subir por ella. Revisé la azotea, estaba vacía, tenía algunas poncheras y tobos para recolectar agua de la lluvia. Los recipientes tenían una tercera parte de agua, estaban llenas de larvas de mosquito, pero era agua. Alguien estuvo aquí y si todavía es su refugio, espero no ser recibido a tiros o a machetazos.

[1] Frijoles negros.

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