Efelios se quedó callado, procesando la información recibida, cuestionando si un demonio podía petrificarse, porque él lo estaba en ese momento. Se mostró tan conmocionado que, por primera vez en milenios, tartamudeo.—¿Te-te has- e-enamorado?Dylan asintió, se apartó y recuperó su forma humana. Efelios tenía la maldita razón una vez más.—¡Te has vuelto loco! ¡¿En qué demonios estabas pensando para poner los ojos en una mujer mortal! —rugió cuando salió de su estupor.Efelios creía que Astrid solo era una loca obsesión para su hermano, jamás consideró que pudiera caer enamorado. ¿Amor? ¡Era inaudito! Los demonios no se enamoraban, no amaban, por la simple razón de que no tenían corazón para hacerlo…—No exageres, tampoco soy el único íncubo que ha sucumbido a los encantos de una mortal —respondió, quitándole importancia; sin embargo, su hermano pensaba todo lo contrario.Efelios quería golpearlo para hacerlo entrar en razón, pero esa acción era tan humana que lo asqueó.—¡Tú no eres
«Esto se acabó.»«Vete.»«No quiero verte.»Leviatán se agitó dentro del cuerpo de Dylan. Se obligó a controlarse cada vez que recordaba las palabras de Astrid o iba a terminar destruyendo todo a su paso, incluyéndose. Había llegado tan lejos para estar en el mundo humano, no podía darse el lujo de arruinarlo todo.—¡Aah…! —gritó, deteniéndose en la cima de un viejo edificio. La lluvia se precipitó del cielo, empapándolo de pies a cabeza. El dolor lo atravesó con la fuerza de un rayo y de sus ojos se derramaron gruesas lágrimas que se mezclaron con el agua.¿Lágrimas?¿Dolor?Sentimientos tan mundanos y humanos lo golpearon e hicieron que cayera de rodillas. La opresión en el pecho era tan fuerte que creyó que iba a desplomarse desde las alturas. Quizá era lo mejor para todos. Tal vez era mejor olvidarse de Astrid, abandonar el cuerpo que poseía y volver a su mundo, donde no podía sentir dolor, donde no tendría ninguna debilidad…La decepción le hizo descontrolarse. Sus poderes fluyer
Astrid dejó de resistirse e hizo a un lado los gritos de su conciencia. Había venido a la discoteca para esto, para no pensar en nada, ni en nadie. Por lo que, se dejó llevar por la música, el alcohol y la seducción del hombre que la sostenía, pegándola a su cuerpo como una extensión de él.No tuvo idea de cuánto tiempo estuvieron moviéndose sobre la pista de baile, ni de la cantidad de alcohol que continuó intoxicando su cuerpo. Tampoco detuvo las caricias del hombre que provocaban cierto anhelo en su cuerpo, pero que no despertaban ninguna pasión.Astrid dejó escapar un gemido cuando su espalda chocó contra la dura madera de la puerta y su boca fue tomada con ferocidad. La lengua del desconocido saqueó su boca con agresiva voluntad, sus manos la recorrieron con prisa, desnudándola por completo.Su cuerpo tembló con violencia cuando los dedos frotaron su clítoris. Su coño se empapó de sus jugos de inmediato. La boca del hombre la devoraba de la misma manera en la que hundía los dedos
Astrid se levantó, golpeando el escritorio con sus manos mientras la silla se estrellaba en el piso.—¿Cómo que no responde? —preguntó, moviéndose con rapidez para dirigirse a la puerta.—Le he estado llamando toda la mañana, señorita Sheldon. El teléfono suena, pero nadie atiende —respondió Connie caminando detrás de Astrid.—Intenta comunicarte de nuevo a la casa Marshall —le pidió, abriendo la oficina de Dylan y cerrándola antes de que Connie la siguiera.Astrid se fijó en cada detalle de la oficina. El móvil de Dylan continuaba en el mismo lugar de ayer, también la billetera y el saco.Un vacío se le abrió en la boca del estómago y un nudo le apretó la garganta. Se acercó lenta y temerosa al escritorio. Tomó el celular, dándose cuenta de que estaba en vibrador, lo dejó en el mismo lugar y se acercó para tomar el saco. Aspiró el olor al sándalo que empezaba a desaparecer. Tenía más de veinticuatro horas que Dylan lo dejó abandonado en la oficina.—¿Dónde estás? —se preguntó—. Te di
El olor óxido de la sangre golpeó a Astrid tan fuerte, que la hizo tambalearse, sosteniéndose con dificultad a la madera de la puerta. Se las arregló para no sucumbir ante la oscuridad que la rodeó. No podía desmayarse cuando Dylan estaba herido.—¡Dylan! —gritó cuando logró estabilizarse, corriendo a su lado y arrodillándose junto al cuerpo sangrante—. Dylan —sollozó ahogándose en su llanto, acariciándole el pálido rostro.—Vete —le pidió. Dylan intentó apartarse, pero no tenía fuerzas y ver a Astrid lo hacía todo más difícil. —No, no voy a dejarte. ¡Necesitas un médico! —gritó con los ojos empapados de lágrimas.—¡Vete, Astrid! ¡Vete! —gritó con la poca fuerza que le quedaba. Dylan se contrajo cuando la sangre abandonó sus labios.—¡Dylan! —gritó Astrid, tomándolo de la cabeza, tratando de mantenerlo despierto—. Por favor, no me hagas esto —le suplicó.Astrid no había conocido el miedo de perder a alguien que amaba desde la muerte de su madre. Ese dolor le hizo guardar distancias,
Astrid sintió una puñalada atravesarle el corazón al escuchar las palabras de Dylan, fueron casi una réplica de las mismas que ella utilizó unos días atrás.—Dylan, yo…—No deberías estar aquí, Astrid. Será mejor que te vayas —su tono fue brusco, más de lo que imaginó, pero no se disculpó. Después de todo, Astrid lo lastimó primero y él era un demonio, no un santo.—Lo siento tanto, Dylan —se disculpó, estirando la mano para tocarlo; sin embargo, él se apartó antes de que la mano alcanzara su piel. Estaba débil y hambriento, mas no deseaba sucumbir ante ella. Debía tener un poco de orgullo y amor propio. ¿No era así como pensaban los humanos?Astrid apretó la mano en un puño, el rechazo de Dylan fue como una nueva daga rasgando su corazón. Aunque lo merecía, dolía.—Vete, Astrid, no tiene sentido que estés aquí —le pidió, moderando su tono de voz.La herida le dolió cuando se movió un poco. Necesitaba desesperadamente alimentarse para que la herida sanara, pero era mil veces preferibl
Astrid se detuvo abruptamente al ver la escena delante de sus ojos. Un vacío se le abrió en la boca del estómago, su mano se aferró al pomo de la puerta con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron. ¿Era por esto que Connie se mostraba tan preocupada por la desaparición de Dylan? Ellos…, ¿estaban juntos? Astrid tuvo que morderse para no dejar escapar el gemido que luchaba por salir de sus labios.—Lamento la interrupción —dijo, conteniendo el deseo de echarse a gritar. Había estado tan preocupada por nada.—No te preocupes —expresó él, apartándose de encima de Connie—. No has interrumpido nada, ni siquiera me dejaste empezar —añadió.Las mejillas de Connie se pusieron rojas al darse cuenta de la situación y de lo que Astrid podía pensar.—Tengo que llevar unos documentos al departamento de producción —se excusó rápidamente, levantándose del sillón cuando Leviatán terminó de apartarse.Astrid no le respondió, se limitó a mirarla correr lejos de la oficina.—Me he preocupado por nada,
Astrid acomodó las últimas prendas en el closet de la habitación en la casa de Dylan. Se fijó en la hora que marcaba el reloj y no pudo evitar resoplar. Dylan aún no volvía.Astrid se dejó caer sobre la suave cama, cerró los ojos y por un momento se imaginó a Dylan y Connie haciendo el amor. Su cuerpo se estremeció y su corazón se partió en dos.Todo esto lo provocó solamente ella, asumir su error era una de las primeras cosas que debía hacer. Pero, ¿de qué servía? Dylan ya ni siquiera la miraba y buscaba en brazos de otra lo que una vez buscó en los suyos.Las lágrimas se precipitaron por sus mejillas, su mano se aferró a la tela de su blusa sobre su pecho. Dolía, dolía demasiado que sentía que se ahogaba.«Te mereces sufrir de esta manera, Astrid, casi consigues que lo maten»Astrid estuvo de acuerdo con lo que ella creía que eran reclamos de su conciencia, totalmente ajena a que se debía al susurro de un íncubo que disfrutaba particular y plenamente de atormentarla, ya que no pudo