Alessandro colocó las cartas que tenía en su mano sobre la mesa y un bufido colectivo se escuchó en la sala de juegos. —¿Escalera real? ¿Es en serio? —se quejó Leonardo y dejó sus cartas sobre la mesa al igual que el resto. —Estoy seguro de que hace trampa —dijo Valentino—. Aunque eres demasiado honorable para hacer algo como eso, es imposible que ganes la mayoría de partidas. —Lo dices porque siempre pierdes. —Adriano recogió las cartas de todos para una nueva partida—. ¿Quiénes continúan? Luka sacudió su cabeza. —Prefiero no tener que explicarle a mi esposa como perdí miles de dólares en una partida amistosa. —También estoy fuera —dijo Valentino—. Soy idiota, pero sé cuando no tengo una oportunidad. —Lo intentaré esta vez. —Paolo le dio un trago a su bebida. —¿Y tú Ezio? —Supongo que estoy dentro. Adriano empezó a repartir las cartas mientras hablaban sobre algunos rumores sobre la adquisición de empresas, nuevas sociedades, valores de acciones. —Escuché que tu hija mayo
Serena soltó una carcajada y miró a sus padres, a la espera de que ellos también lo hicieran. Bueno, esperar que rieran era demasiado, pero sabía que podían sonreír, los había visto hacerlo antes.—¡Debe ser una jodid@ broma! —soltó cuando los dos se limitaron a mirarla como si fuera una estúpida.—Serena, controla tu lenguaje y no alces la voz, no es propio de una señorita.Rechinó los dientes.Una señorita nunca alza la voz. Una señorita nunca interrumpe una conversación. Una señorita no maldice. Podía nombrar todas las malditas reglas de su madre de memoria. Había crecido con ellas y, mientras que cuando era niña no tuvo más opción que hacer caso, en cuánto pudo aprovechó toda oportunidad para romperlas. —¿Es en serio? ¿Eso es lo que te importa en este momento? A la mierd@ los modales —siseó.—Serena —reprochó su madre otra vez y se llevó un trozo de lechuga a la boca.Nunca la veía comer nada más consistente que eso. Si ella se ponía más delgada, el viento se la cargaría.Respir
Serena se lanzó a los brazos de Vincenzo en cuanto lo vio y él la envolvió sin que tuviera necesidad de pedírselo. Respiró profundamente y su familiar aroma la reconfortó. Durante unos segundos casi se olvidó del giro drástico que había dado su vida. Sintiéndose un poco mejor, retrocedió y le dio una sonrisa brillante. —¿Nos vamos? —¿Está todo bien? —Sí. Él la miró con incredulidad, pero no dijo nada más. Nunca la presionaba para hablar, solo esperaba hasta que ella se sintiera lista. Vincenzo era su lugar seguro, esa persona a la que podía acudir si las cosas se ponían mal. Pero había cosas que Serena no sabía si algún día tendría el valor de confiarle. No solo porque no tenía sentido cargarlo con sus problemas cuando probablemente no había nada que pudiera hacer para ayudarla, sino también porque le daba vergüenza admitir el desastre que era su familia. Comparada con la suya, la familia de su amigo era todo lo contrario. La madre de Vincenzo era un tan linda y amable que más d
Serena apoyó la frente en el volante de su auto y maldijo en un susurro. No era el momento para tener una crisis y aun así sentía como era incapaz de controlar sus emociones. Todo a su alrededor dejó de existir y sintió una opresión en el pecho que le dificulto respirar. Tomó una respiración profunda y luego soltó todo el aire. Repitió el mismo proceso hasta que comenzó a sentirse otra vez en control.Levantó la cabeza y se miró en el espejo retrovisor para comprobar su cabello y su maquillaje, había necesitado de una buena cantidad para tapar las ojeras alrededor de sus ojos. No había dormido casi nada en las dos últimas semanas.—Puedo hacer esto —se dijo y se obligó a sonreír.Bajó del coche y se dirigió al restaurante que estaba cruzando la pista.La secretaria de Kassio la había contactado un par de días atrás para coordinar el lugar y hora en la que se reuniría con Kassio.Sacudió la cabeza. Su supuesto futuro marido, ni siquiera se había molestado en llamarla en persona. —S
Dos días después de encontrar a Serena inconsciente en su departamento, Vincenzo descubrió el motivo por el cual ella había estado actuando extraño. “El magnate ruso Kassio Volkov y la única heredera de la fortuna Castelli están comprometidos”. Y allí, justo debajo de aquel estúpido titular, había una foto de ambos en un restaurante. Se le revolvió el estómago, pero como el masoquista que era, agrandó la imagen. Serena se veía tan hermosa como siempre y una sonrisa adornaba su rostro. No podría decir con exactitud cuánto tiempo se quedó mirando la foto hasta que se armó de valor para leer el artículo. Quería creer que lo que se decía en aquella revista era una mentira, pero en el fondo supo que no lo era. Su primer impulso fue tomar su celular y llamar a Serena para comprobarlo, pero no estaba en condiciones de hablar con ella en ese mismo momento. No quería decir algo con lo que pudiera herirla. Sus sentimientos eran algo que él debía manejar. Al fin entendía por qué ella había
—¿Quieres algo de beber? —Una taza de café, por favor. Vincenzo asintió y se acercó a la cafetera. Se sirvió otra taza para él. Iba a necesitar algo más fuerte para lidiar con la conversación que se avecinaba, pero de solo pensar en beber alcohol se le revolvía el estómago. Había tenido suficiente el día anterior cuando casi arrasó con la mitad de su bar. La cabeza todavía le dolía un poco y no había podido levantarse de la cama hasta cerca del mediodía. Se sentó frente a Serena y el silencio reinó en la cocina mientras los dos tomaban su café. —¿Es cierto? —preguntó, aparentando una tranquilidad que no se sentía. Serena no respondió de inmediato y su pulso se aceleró. —¿Así que ya te enteraste? Que ella no lo negara fue suficiente respuesta. —Mi hermana leyó las buenas nuevas en el internet. —Sonrió como si todo aquello no lo molestara. —Oh. —No sabía que estabas saliendo con alguien. ¿Por qué no me lo dijiste? —Intentó mantener el dolor fuera de su voz. —Lamento no hab
Serena lo odiaba. Odiaba cada detalle de su despampanante y largo vestido de novia. No era horrible, todo lo contrario, habría sido perfecto si fuera para alguien más. El corte hacía que sus hombros parecieran más anchos de lo que eran y la parte de abajo la hacía ver demasiado cuadrada.—¡Te ves preciosa! —exclamó su madre limpiándose un par de lágrimas imaginarias—. Es el vestido perfecto.No, no lo era. Aun así, se veía obligada a usarlo, así como se veía obligada a casarse con un hombre al que no quería.Su madre y la madrastra de Kassio habían escogido aquel vestido. Elegante y sobrio, habían sido las palabras de la matriarca de la familia Volkov. La señora Nastia Volkova era una mujer severa y con una expresión tan pétrea como la de un cadáver. Ellas también se habían encargado de cada detalle de la boda mientras Serena se había limitado a asentir en acuerdo. Aunque la mayoría del tiempo no había estado prestando atención. De todas formas, nadie la habría escuchado si quería c
Serena despertó gracias al incesante sonido de su celular. Estaba hecha un desastre. Su cabeza martillaba como si alguien estuviera trabajando con un taladro en el interior y aquel maldito sonido solo empeoraba su situación.Se cubrió la cabeza con la almohada e intentó ignorar a quien sea que la estuviera llamando. Se tendría que cansar en algún momento.—Al fin —musitó, cuando el ruido se detuvo. Su alivio no duró demasiado porque su celular empezó a sonar otra vez.Era obvio que no pensaban dejar en paz. Soltó un resoplido y buscó el endemoniado aparto sin atreverse a abrir los ojos.—¿Hola? —contestó de mala gana. —¿Dónde te has metido? —Su madre no se escuchaba nada contenta, no es que alguna vez lo hiciera.—Estoy en mi habitación.—¡Déjate de estupideces! ¿Dónde estás?Habría sonreído al escuchar a su madre romper una de sus tontas reglas, de no ser porque su cabeza resintió la estridente voz. —Deja de gritar. Te dije que en mi… —Se calló al abrir los ojos y darse cuenta que