Serena cerró la carpeta y la dejó sobre el velador.—Es extraño sentir dolor por la pérdida de alguien a quien ni siquiera tuve oportunidad de conocer —dijo acomodándose junto a su esposo. Vincenzo la abrazó y le dio un beso en la cabeza. A Angelo le había tomado un poco más de una semana reunir información sobre su madre biológica y sí que había sido meticuloso. La carpeta que le había entregado contenía la vida de su madre a detalle.Cuando leyó el archivo que habían conseguido de la caja fuerte de su padre, se había negado a creer lo que decía allí. Después de todo, su padre era capaz de cualquier cosa, que le aseguraba que todo lo que se decía de su madre biológica en esos papeles no eran más que mentiras.—Lamento que no tuvieras oportunidad de conocerla.—También yo, pero quizás fue lo mejor. Elisa, como se había llamado su madre, había muerto a los cuarenta y cinco años por una sobredosis de drogas. Hasta entonces había tenido un sinnúmero de parejas, una peor que la otra. A
Vincenzo dejó su celular a un lado y se sentó en la cama, luego acomodó a Serena sobre sus piernas. Envolvió sus brazos en torno a su cintura y apoyó el mentón en su hombro. El tiempo transcurrió en silencio. Los dos estaban demasiado nerviosos para hablar.Después de lo que se sintió como una eternidad, miró a su celular acusadoramente. Estaba seguro de haberlo programado para que sonara en tres minutos, pero el inservible aparato no sonaba aún.—¿Cuánto más tenemos que esperar? —se quejó Serena, al parecer no estaba mucho mejor que él.—No debe faltar mucho —dijo, y le dio un beso en la mejilla mientras consideraba la posibilidad de comprarse un nuevo celular, ya que el que tenía no funcionaba bien.Estaba por levantar el aparato para confirmar la hora cuando este por fin empezó a sonar.«Quizás no está malogrado después de todo».Serena se puso de pie de un salto, escapando de su agarre, y corrió hacia el baño. Vincenzo no tardó en seguirla. Ella ya tenía la prueba de embarazo en s
Serena se acercó a Vincenzo y le frotó la espalada. Estaban terminando de alistarse cuando su esposo había salido corriendo en dirección al baño antes de empezar a devolver el contenido de su estómago. —Te amo, pecas, pero creo que deberías hacerte para atrás. El olor de tu colonia no lo está mejorando. —Oh, lo siento. —Se alejó intentando no ponerse a llorar. Últimamente se sentía como un recipiente lleno lágrimas que podía explotar en cualquier momento—. Me cambiaré de ropa, eso debería ayudar. Había transcurrido una semana desde su consulta con la obstetra. Las cosas habían resultado mejor de lo que esperaba y la doctora les había asegurado que todo iba bien con sus bebés. Todavía quería ponerse a llorar de alegría cada vez que recordaba que iba a tener gemelos, aunque también estaba asutada. Debido que durante la semana Vincenzo estaba ocupado con el trabajo, habían decidido esperar hasta el fin de semana para darle la noticia a su familia, así que ese día sus suegros y cuñado
Serena se fue poniendo más ansiosa conforme avanzaba el almuerzo. No le preocupaba como su familia se fuera a tomar la noticia, ya se hacía una idea, simplemente necesitaba compartir la noticia con ellos de una vez. Todos estaban muy animados mientras hablaban escuchar a Valentino contar algunas anécdotas sobre sus hijos. Tenía un montón, una más divertida que la otra. Cada uno de ellos había cometido su buena cuota de travesuras, incluso Gio. Cuando Valentino se quedó en silencio y las risas pararon, Vincenzo se aclaró la garganta y las miradas se dirigieron allí. —Mi esposa y yo organizamos esta reunión porque tenemos algo que decirle —Vincenzo la miró—. ¿Quieres decírselos tú? —preguntó él y ella asintió. Se giró hacia el resto y podía ver por sus rostros que nadie sospechaba nada. —La semana pasada me hice una prueba de embarazo y dio positivo. Yo… estoy embarazada. El silencio le siguió a su anunció y luego un grito de júbilo, muy parecido al que había dado Vincenzo cuando
Lo primero que vio Vincenzo al abrir los ojos fue las paredes de una habitación que sabía no eran las de la suya.—¿Dónde estoy? —Empezó a recorrer la habitación con la mirada y vio a sus padres sentados un poco más allá.—Oh, miren quien despertó —dijo su padre acercándose a su cama—. Nuestro bello durmiente —terminó con una sonrisa.—¿Qué pasó? —preguntó.—Te desmayaste en la sala de partos —le explicó su madre. —Leonardo estará feliz de ya no ser el único —acotó su padre.Los recuerdos afloraron en su mente. Serena había roto fuente durante la madrugada y él la había traído al hospital de inmediato, aunque no había sido hasta la tarde que había estado lista para dar a luz.Su hijo fue el primero en nacer y sus gritos habían llenado la sala de parto mientras el pediatra lo revisaba. Su hija llegó poco después y ella también había demostrado la buena capacidad de sus pulmones. Ambos se habían calmado cuando el doctor los puso en el pecho de Serena.Vincenzo recordó sus bellos rostr
Serena abrió los ojos y se encontró con el idílico paisaje que se extendía más allá de la enorme puerta de vidrio. El mar azul se confundía con el cielo en el horizonte. Una ligera brisa con aroma a sal entraba por una de las puertas abiertas y sacudía levemente las cortinas. Giró la cabeza hacia el otro y frunció el ceño al no ver a Vincenzo a su lado. Estaba por llamarlo cuando él salió del baño luciendo completamente seductor. Solo estaba usando unos pantaloncillos cortos y su torso estaba completamente descubierto. —Buenos días, pecas. —Vincenzo le dio una sonrisa que la derritió. Él seguía afectándola como el primer día. —Hola, sexy —saludó sentándose en la cama usando la sábana para cubrirse—. ¿Qué hora es? —Casi las diez de la mañana. No le sorprendió que fuera tan tarde. Vincenzo la había tomado de diferentes formas hasta que ambos cayeron rendidos. Sus músculos aún le dolían por todo el esfuerzo. —¿Por qué te sonrojaste? —preguntó su esposo acercándose a ella. Al llegar
Alessandro colocó las cartas que tenía en su mano sobre la mesa y un bufido colectivo se escuchó en la sala de juegos. —¿Escalera real? ¿Es en serio? —se quejó Leonardo y dejó sus cartas sobre la mesa al igual que el resto. —Estoy seguro de que hace trampa —dijo Valentino—. Aunque eres demasiado honorable para hacer algo como eso, es imposible que ganes la mayoría de partidas. —Lo dices porque siempre pierdes. —Adriano recogió las cartas de todos para una nueva partida—. ¿Quiénes continúan? Luka sacudió su cabeza. —Prefiero no tener que explicarle a mi esposa como perdí miles de dólares en una partida amistosa. —También estoy fuera —dijo Valentino—. Soy idiota, pero sé cuando no tengo una oportunidad. —Lo intentaré esta vez. —Paolo le dio un trago a su bebida. —¿Y tú Ezio? —Supongo que estoy dentro. Adriano empezó a repartir las cartas mientras hablaban sobre algunos rumores sobre la adquisición de empresas, nuevas sociedades, valores de acciones. —Escuché que tu hija mayo
Serena soltó una carcajada y miró a sus padres, a la espera de que ellos también lo hicieran. Bueno, esperar que rieran era demasiado, pero sabía que podían sonreír, los había visto hacerlo antes.—¡Debe ser una jodid@ broma! —soltó cuando los dos se limitaron a mirarla como si fuera una estúpida.—Serena, controla tu lenguaje y no alces la voz, no es propio de una señorita.Rechinó los dientes.Una señorita nunca alza la voz. Una señorita nunca interrumpe una conversación. Una señorita no maldice. Podía nombrar todas las malditas reglas de su madre de memoria. Había crecido con ellas y, mientras que cuando era niña no tuvo más opción que hacer caso, en cuánto pudo aprovechó toda oportunidad para romperlas. —¿Es en serio? ¿Eso es lo que te importa en este momento? A la mierd@ los modales —siseó.—Serena —reprochó su madre otra vez y se llevó un trozo de lechuga a la boca.Nunca la veía comer nada más consistente que eso. Si ella se ponía más delgada, el viento se la cargaría.Respir