Lo primero que vio Vincenzo al abrir los ojos fue las paredes de una habitación que sabía no eran las de la suya.—¿Dónde estoy? —Empezó a recorrer la habitación con la mirada y vio a sus padres sentados un poco más allá.—Oh, miren quien despertó —dijo su padre acercándose a su cama—. Nuestro bello durmiente —terminó con una sonrisa.—¿Qué pasó? —preguntó.—Te desmayaste en la sala de partos —le explicó su madre. —Leonardo estará feliz de ya no ser el único —acotó su padre.Los recuerdos afloraron en su mente. Serena había roto fuente durante la madrugada y él la había traído al hospital de inmediato, aunque no había sido hasta la tarde que había estado lista para dar a luz.Su hijo fue el primero en nacer y sus gritos habían llenado la sala de parto mientras el pediatra lo revisaba. Su hija llegó poco después y ella también había demostrado la buena capacidad de sus pulmones. Ambos se habían calmado cuando el doctor los puso en el pecho de Serena.Vincenzo recordó sus bellos rostr
Serena abrió los ojos y se encontró con el idílico paisaje que se extendía más allá de la enorme puerta de vidrio. El mar azul se confundía con el cielo en el horizonte. Una ligera brisa con aroma a sal entraba por una de las puertas abiertas y sacudía levemente las cortinas. Giró la cabeza hacia el otro y frunció el ceño al no ver a Vincenzo a su lado. Estaba por llamarlo cuando él salió del baño luciendo completamente seductor. Solo estaba usando unos pantaloncillos cortos y su torso estaba completamente descubierto. —Buenos días, pecas. —Vincenzo le dio una sonrisa que la derritió. Él seguía afectándola como el primer día. —Hola, sexy —saludó sentándose en la cama usando la sábana para cubrirse—. ¿Qué hora es? —Casi las diez de la mañana. No le sorprendió que fuera tan tarde. Vincenzo la había tomado de diferentes formas hasta que ambos cayeron rendidos. Sus músculos aún le dolían por todo el esfuerzo. —¿Por qué te sonrojaste? —preguntó su esposo acercándose a ella. Al llegar
Alessandro colocó las cartas que tenía en su mano sobre la mesa y un bufido colectivo se escuchó en la sala de juegos. —¿Escalera real? ¿Es en serio? —se quejó Leonardo y dejó sus cartas sobre la mesa al igual que el resto. —Estoy seguro de que hace trampa —dijo Valentino—. Aunque eres demasiado honorable para hacer algo como eso, es imposible que ganes la mayoría de partidas. —Lo dices porque siempre pierdes. —Adriano recogió las cartas de todos para una nueva partida—. ¿Quiénes continúan? Luka sacudió su cabeza. —Prefiero no tener que explicarle a mi esposa como perdí miles de dólares en una partida amistosa. —También estoy fuera —dijo Valentino—. Soy idiota, pero sé cuando no tengo una oportunidad. —Lo intentaré esta vez. —Paolo le dio un trago a su bebida. —¿Y tú Ezio? —Supongo que estoy dentro. Adriano empezó a repartir las cartas mientras hablaban sobre algunos rumores sobre la adquisición de empresas, nuevas sociedades, valores de acciones. —Escuché que tu hija mayo
Serena soltó una carcajada y miró a sus padres, a la espera de que ellos también lo hicieran. Bueno, esperar que rieran era demasiado, pero sabía que podían sonreír, los había visto hacerlo antes.—¡Debe ser una jodid@ broma! —soltó cuando los dos se limitaron a mirarla como si fuera una estúpida.—Serena, controla tu lenguaje y no alces la voz, no es propio de una señorita.Rechinó los dientes.Una señorita nunca alza la voz. Una señorita nunca interrumpe una conversación. Una señorita no maldice. Podía nombrar todas las malditas reglas de su madre de memoria. Había crecido con ellas y, mientras que cuando era niña no tuvo más opción que hacer caso, en cuánto pudo aprovechó toda oportunidad para romperlas. —¿Es en serio? ¿Eso es lo que te importa en este momento? A la mierd@ los modales —siseó.—Serena —reprochó su madre otra vez y se llevó un trozo de lechuga a la boca.Nunca la veía comer nada más consistente que eso. Si ella se ponía más delgada, el viento se la cargaría.Respir
Serena se lanzó a los brazos de Vincenzo en cuanto lo vio y él la envolvió sin que tuviera necesidad de pedírselo. Respiró profundamente y su familiar aroma la reconfortó. Durante unos segundos casi se olvidó del giro drástico que había dado su vida. Sintiéndose un poco mejor, retrocedió y le dio una sonrisa brillante. —¿Nos vamos? —¿Está todo bien? —Sí. Él la miró con incredulidad, pero no dijo nada más. Nunca la presionaba para hablar, solo esperaba hasta que ella se sintiera lista. Vincenzo era su lugar seguro, esa persona a la que podía acudir si las cosas se ponían mal. Pero había cosas que Serena no sabía si algún día tendría el valor de confiarle. No solo porque no tenía sentido cargarlo con sus problemas cuando probablemente no había nada que pudiera hacer para ayudarla, sino también porque le daba vergüenza admitir el desastre que era su familia. Comparada con la suya, la familia de su amigo era todo lo contrario. La madre de Vincenzo era un tan linda y amable que más d
Serena apoyó la frente en el volante de su auto y maldijo en un susurro. No era el momento para tener una crisis y aun así sentía como era incapaz de controlar sus emociones. Todo a su alrededor dejó de existir y sintió una opresión en el pecho que le dificulto respirar. Tomó una respiración profunda y luego soltó todo el aire. Repitió el mismo proceso hasta que comenzó a sentirse otra vez en control.Levantó la cabeza y se miró en el espejo retrovisor para comprobar su cabello y su maquillaje, había necesitado de una buena cantidad para tapar las ojeras alrededor de sus ojos. No había dormido casi nada en las dos últimas semanas.—Puedo hacer esto —se dijo y se obligó a sonreír.Bajó del coche y se dirigió al restaurante que estaba cruzando la pista.La secretaria de Kassio la había contactado un par de días atrás para coordinar el lugar y hora en la que se reuniría con Kassio.Sacudió la cabeza. Su supuesto futuro marido, ni siquiera se había molestado en llamarla en persona. —S
Dos días después de encontrar a Serena inconsciente en su departamento, Vincenzo descubrió el motivo por el cual ella había estado actuando extraño. “El magnate ruso Kassio Volkov y la única heredera de la fortuna Castelli están comprometidos”. Y allí, justo debajo de aquel estúpido titular, había una foto de ambos en un restaurante. Se le revolvió el estómago, pero como el masoquista que era, agrandó la imagen. Serena se veía tan hermosa como siempre y una sonrisa adornaba su rostro. No podría decir con exactitud cuánto tiempo se quedó mirando la foto hasta que se armó de valor para leer el artículo. Quería creer que lo que se decía en aquella revista era una mentira, pero en el fondo supo que no lo era. Su primer impulso fue tomar su celular y llamar a Serena para comprobarlo, pero no estaba en condiciones de hablar con ella en ese mismo momento. No quería decir algo con lo que pudiera herirla. Sus sentimientos eran algo que él debía manejar. Al fin entendía por qué ella había
—¿Quieres algo de beber? —Una taza de café, por favor. Vincenzo asintió y se acercó a la cafetera. Se sirvió otra taza para él. Iba a necesitar algo más fuerte para lidiar con la conversación que se avecinaba, pero de solo pensar en beber alcohol se le revolvía el estómago. Había tenido suficiente el día anterior cuando casi arrasó con la mitad de su bar. La cabeza todavía le dolía un poco y no había podido levantarse de la cama hasta cerca del mediodía. Se sentó frente a Serena y el silencio reinó en la cocina mientras los dos tomaban su café. —¿Es cierto? —preguntó, aparentando una tranquilidad que no se sentía. Serena no respondió de inmediato y su pulso se aceleró. —¿Así que ya te enteraste? Que ella no lo negara fue suficiente respuesta. —Mi hermana leyó las buenas nuevas en el internet. —Sonrió como si todo aquello no lo molestara. —Oh. —No sabía que estabas saliendo con alguien. ¿Por qué no me lo dijiste? —Intentó mantener el dolor fuera de su voz. —Lamento no hab