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Capítulo 4: Secreto a la luz

Dos días después de encontrar a Serena inconsciente en su departamento, Vincenzo descubrió el motivo por el cual ella había estado actuando extraño.

“El magnate ruso Kassio Volkov y la única heredera de la fortuna Castelli están comprometidos”. Y allí, justo debajo de aquel estúpido titular, había una foto de ambos en un restaurante.

Se le revolvió el estómago, pero como el masoquista que era, agrandó la imagen. Serena se veía tan hermosa como siempre y una sonrisa adornaba su rostro.

No podría decir con exactitud cuánto tiempo se quedó mirando la foto hasta que se armó de valor para leer el artículo.

Quería creer que lo que se decía en aquella revista era una mentira, pero en el fondo supo que no lo era. Su primer impulso fue tomar su celular y llamar a Serena para comprobarlo, pero no estaba en condiciones de hablar con ella en ese mismo momento. No quería decir algo con lo que pudiera herirla. Sus sentimientos eran algo que él debía manejar.

Al fin entendía por qué ella había dicho todas aquellas cosas de encontrar a alguien y dejar de verse. Todavía no explicaba porque se había emborrachado —ella no le había explicado nada cuando hablaron en el desayuno, al día siguiente—, pero se le ocurrieron una infinidad de posibilidades.

Clavó los ojos en la foto y tensó la mandíbula. Los dos se veían demasiado bien.

—Serena —llamó como si ella pudiera escucharlo.

Incapaz de ver la pantalla de su computadora por más tiempo, se levantó y paseó por su oficina intentando controlar la mezcla de emociones que estaba sientiendo. Imágenes de Serena y Voskov bombardearon su mente. Él tocándola de la manera que Vincenzo había soñado.

—¡Maldición! —Arrojó al suelo las cosas que estaban sobre su escritorio, pero eso no lo hizo sentir mejor.  

Quería buscar a Voskov y partirle la cara por haberle robado a Serena. ¿Pero ella era suya? ¿Lo había sido alguna vez? Jamás se había atrevido a confesarle sus sentimientos. Sus hermanos dirían que no lo hizo por cobarde y quizás hasta cierto punto estarían en lo cierto.

Pero había algo más. Conocía a Serena desde hace años y sabía que ella no estaba preparada para entrar en una relación. Podía mostrarse como una persona valiente, sin embargo, detrás estaba una mujer con muchos miedos y secretos. De confesarle su amor, probablemente la habría perdido hace mucho tiempo. Así que decidió esperar.

Solo que, al parecer, había esperado demasiado y ahora ya era tarde.

Su ira se esfumó y solo quedó dolor.

Alguien llamó a la puerta de su despacho y empujaron la puerta.

—¿Está todo bien?

—Cancela mis citas del resto del día —le pidió a su secretaría.

La mujer miró las cosas desparramadas en el suelo y asintió.

—¿Hay algo más que necesites?

—No.

Esperó hasta que su secretaria se marchó para recoger el desorden que había ocasionado. Colocó todo indistintamente en su escritorio y luego tomó su saco del respaldar de su silla. Esta vez era él quien necesitaba beber hasta la inconsciencia.

Sienna, su hermana menor, lo estaba esperando en su departamento cuando llegó. Era un inconveniente que vivieran en el mismo edificio.

—Quiero estar solo —dijo.

—Lo siento tanto. —Sienna era quien le había enviado el link del artículo.

No sabía que decir, así que se quedó en silencio.

Su hermana se acercó a él y le dio un abrazo.

A media hora de allí, Serena recién acababa de leer el mismo artículo que había llevado a Vincenzo a beber.

—¡¿Qué demonios?!

Leyó el artículo una vez más y volvió a maldecir.

Había pasado la mañana en sus clases de etiqueta por lo que había dejado su celular en su habitación. Sus padres no la habían dejado ir a la universidad, prefirieron contratarle tutores que le enseñaran lo necesario para ser la esposa perfecta. Algunas clases no estaban tan mal, como cuando aprendió sobre historia.

En cuanto se desocupó, había encontrado varias llamas perdidas, así como muchos mensajes felicitándola por su reciente compromiso.

—Pero, ¿cómo…

La respuesta fue más que evidente. Era obra de su madre. Nadie más podía haber dado tanta información precisa. Incluso cuando sería la dichosa boda.

Con la tablet en mano, salió en busca de su madre. La encontró en el jardín, reunida con su grupo de amigas, tomando el té. Serena estaba segura que todas eran serpientes venenosas esperando su oportunidad de atacar. Las había visto destrozar la reputación de cualquier persona que no fuera de su agrado.

Su madre se reunía con ellas al menos dos veces por semana para hablar de lo espectacular que era su vida y ponerse al día sobre cualquier rumor que estuviera circulando.

—Buenas tardes —saludó—. Lamento interrumpir.  

—¡Oh, allí está la novia! —dijo una de ellas.

Serena no recordaba su nombre.

—Te ves radiante. Debes estar feliz por tu compromiso.

Se mordió la lengua para no mandarla al demonio y se las arregló para fingir una sonrisa. No se sentía con ganas de socializar y actuar como la hija perfecta, pero no es como si tuviera más opción.

—Acércate, hija —indicó su madre.

Se acercó al grupo. Rodeó la mesa recibiendo sus abrazos y felicitaciones. Sus abrazos le resultaron tan fríos como el polo norte.

—Tienes suerte de tener una hija linda y que haya con seguido un marido como Volkov.

—Lo sé —Su madre le acarició la cintura—. Ella es mi más preciado tesoro.

Serena casi soltó un bufido.

—Mi hija y tu deberían salir uno de estos días, ella te extraña mucho —comentó otra de las amigas de su madre.

—Por supuesto, la llamaré —mintió—. ¿Podemos hablar a solas? —preguntó mirando a su madre.

Ella le dio una sonrisa nada sincera.

—Por supuesto, cariño. Vamos a la biblioteca. —Se levantó y sonrió a sus invitadas—. ¿Si nos disculpan? Volveré enseguida, no se terminen los bocadillos.

Serena sacudió la cabeza. Como si alguna de ella fuera a comer algo que aumentara su límite de calorías diarias.

—Felicidades otra vez por tu compromiso.

Serena se dio la vuelta antes de decir algo fuera de lugar. Se mordió la lengua hasta que llegaron a la biblioteca.

—¿Qué significa esto? —preguntó entre dientes dejando su tableta encima del escritorio.

—¿No es perfecto? —Su madre la miró con una sonrisa desde detrás del escritorio—. Los dos se ven bastante bien en esa foto, yo misma la escogí. Mi contacto en la revista estaba más que encantado de escribir esta nota.

—¿Cómo te atreviste a hacerlo? ¿Y ni siquiera me consultaste?

Su madre perdió su sonrisa.

—Tu boda será uno de los eventos más importantes de los últimos años. No iba a dejar pasar la oportunidad de que este en todos lados. Deberías sentirte especial.

—¡Eres increíble! No puedes hacerme esto. Usarme para tus propios beneficios.

—Soy tu madre. Sé y haré lo que sea mejor para tu reputación.

—No finjas que esto es por mí. Lo único que te importa es como te puedes ver beneficiada.

—Estoy cansada de tu berrinche. Tengo que volver afuera. Ah, y una cosa más. Eres una Castelli. Cualquier cosa que hagas también nos afecta a tu padre y a mí. Y eso también funciona a la inversa. Disfruta de tu momento de fama y asegúrate de parecer una novia enamorada.

Apretó los puños a los lados para no lanzarse sobre el escritorio y apretar el cuello de su madre.

Jamás le había importado la fama, prefería pasar desapercibida. Su madre era todo lo contrario, le gustaba que cada persona en el mundo supiera el lugar que ella ocupaba y que nadie podría superarla. Esta era una oportunidad más que ella pudiera presumir de su poder y estatus.

No quería imaginar todas las personas que habían leído aquel artículo, aunque solo una le importaba. Si Vincenzo aún no había leído sobre su boda, lo haría pronto o alguien más se lo contaría.

Era su mejor amigo, debería haber tenido tiempo para contárselo ella misma, pero su madre había tenido que actuar por su cuenta.

—Si vuelves a hacer algo como esto otra vez, haré un escándalo público que arrastrara tu precioso apellido por el lodo y no me importa si me encierras por el resto de mi vida. Voy a casarme, tal como quieres, deberías contentarte con eso.

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