Vincenzo habría hecho lo necesario para evitar que Serena pasara por aquel dolor, pero no podía cambiar el pasado, ahora solo podía asegurarse de que no se volviera a repetir. Iba a asegurarse de que sus padres no tuvieran oportunidad de lastimarla otra vez y les haría pagar por el daño infligido. ¿Cómo no había se había dado cuenta que había algo mal? Como su mejor amigo, debería haber sospechado algo. —Ven aquí. —Estiró la mano y espero que ella la tomara, luego la acercó y la acomodó en su regazo. Nunca la había sentido tan pequeña e indefensa en sus brazos como en ese momento. Era como si una ráfaga de viento pudiera derribarla si se descuidaba. Aun así, seguía pensando que era una de las mujeres más fuertes que había conocido. Había salido del infierno dispuesta a seguir luchando. —Lamento no haber estado allí para ayudarte —susurró y dejó un beso en su cabeza. —No es tu culpa. Si acaso, es gracias a ti que aún no me he rendido. Aun sin saberlo, me has dado la fuerza para no
Vincenzo aún tenía una sonrisa en los labios cuando bajó a preparar el desayuno. Desde despertar con Serena encima suyo hasta verla absorta mientras lo miraba, ese día había comenzado bastante bien. Afuera hacía un lindo día y pensó que quizás podía salir a desayunar al exterior. Había un arroyo a unos kilómetros lejos de la casa, perfecto para hacer un picnic. Con esa idea en mente se puso a preparar una variedad de cosas. —Eso huele delicioso. Vincenzo estaba demasiado concentrado que no había escuchado a Serena acercarse. —Y esto se ve tan bien como sabe. Serena rio. Un sonido suave y seductor. Vincenzo se dio la vuelta con una sonrisa, que murió al ver lo que ella estaba usando. Serena había escogido un vestido la cubría desde encima del busto hasta mitad del muslo. Una corriente de viento podría levantar la delicada prenda y mostrar lo que ella llevaba abajo. O él podría ponerla encima de la mesa y averiguarlo por sus propios medios. Se imaginó sus muslos envueltos alrede
Serena podía sentir corrientes de placer recorriendo su cuerpo aun algunos minutos después y cada respiración le costaba mucho trabajo. Vincenzo le había entregado un orgasmo más poderoso que cualquier otro que se había dado a sí misma. Cuando la niebla del placer se disipó, fue consciente de lo que acababa de suceder. Mantuvo los ojos cerrados mientras intentaba reunir algo de valor para mirar a Vincenzo. Un beso había bastado para que se olvidara de cualquier razón por la que involucrarse con él era mala idea y se entregara al placer. —¿Serena? Respiró profundo y abrió los ojos. —Deberíamos volver. Apoyó las manos en su pecho para hacerlo a un lado y se levantó. Se aseguró de tener su ropa en su sitio antes de marcharse apresurada. Necesitaba alejarse de Vincenzo para poner sus pensamientos en orden. Si se quedaba allí, terminaría sucumbiendo a él. ¿Por qué él había hecho eso? ¿Y por qué ella no lo había detenido? Se abrazó a sí misma cuando un temblor la recorrió al pensar e
La casa estaba en completo silencio y pasaba de la media noche, pero Serena no podía dormir. Aunque ya había tomado una decisión, temía que fuera la equivocada. Sin embargo, sin importar cuanto lo pensara volvía a la misma conclusión, rechazar la propuesta de Vincenzo sería una estupidez. —Buenos días —saludó cuando llegó a la sala. Vincenzo cerró su laptop y la miró. —Hola, dormilona. ¿Tienes hambre? Debía haberse quedado dormida en algún momento de la madrugada y cuando despertó era casi las nueve de la mañana. —Sí, aunque necesito un poco de café primero. —Pese a que había dormido hasta tarde, todavía se sentía agotada. —Preparé un poco esta mañana, vamos a la cocina. —¿Aun no desayunaste? —preguntó al ver que Vincenzo acomodaba en la mesa el desayuno de los dos. —Estaba esperándote. —Él le tendió una taza de café humeante. —Es tarde. Debiste comer primero o despertarme. —Lo pensé, pero me dio pena despertarte parecía que estabas teniendo dulces sueños. ¿Estaba yo en ellos
—¿Le dijiste que no tienes planeado darle el divorcio? Vincenzo terminó de arreglarse el corbatín antes de responderle a su hermana. —¿Qué te hace creer que no se lo daré? —¿Así que sí la dejarás ir? No podía ver a su hermana, pero podía apostar que debía lucir confundida. —¿Tampoco dije eso? Voy a asegurarme de demostrarle que somos el uno para el otro, así ella nunca tendrá que pedirme el divorcio y yo no tendré que enfrentarme a la decisión dejarla ir. —Estoy tratando de decidir si eres un hombre determinado o un psicópata. —Sienna se quedó en silencio unos segundos antes de continuar—. ¿Y si ella se arrepiente? Podría salir huyendo y dejarte plantado en el altar, justo como hizo con Kassio, y jamás tendrías oportunidad de demostrarle nada. Vincenzo estaba suficientemente nervioso sin la ayuda de su hermana como para que ella venga a darle voz a sus propios pensamientos. —Deja de intentar provocarle un infarto —intervino Antonella—. Serena no se arrepentirá. Eso creo. B
—¿Qué fue eso? —preguntó Serena mientras se dirigían de regreso a su suite. —¿Qué fue qué? Serena abrió la boca para interrogarlo sobre sus últimas palabras antes de besarla, pero se limitó a sacudir la cabeza. —¿Cuándo volveremos a Italia? —preguntó, en cambio. —En dos días. —¿Por qué tenemos que quedarnos? Estaba algo nerviosa. El beso de Vincenzo la había dejado queriendo más. Bajó la mirada hasta donde él la estaba sujetando por la mano. Su pulgar le estaba frotando el dorso de la mano con movimientos lentos y aquella leve caricia estaba mandando un corriente de placer a través de todo su cuerpo. —No hay prisa, pecas. Ella levantó la mirada solo para encontrarlo mirándola. Sus ojos se clavaron en sus labios y deseo que él la volviera a besar. El timbre del ascensor la sacó de su ensoñación. Salieron y se dirigieron hasta su suite. —Espera un momento —dijo Vincenzo deteniéndose frente a la puerta. Él insertó su tarjeta y luego se puso detrás de ella para cubrirle los oj
Vincenzo sujetó a Serena en su lugar mientras se hundía lentamente en su interior. Su núcleo estaba cálido y húmedo por su reciente orgasmo. Se detuvo cuando la sintió tensarse.—Respira —ordenó, con la voz ronca.Esperó hasta sentirla un poco más relajada antes de continuar. Un rugido de placer salió desde el fondo de su pecho cuando estuvo completamente en su interior. Se sentía mejor que cualquier fantasía que hubiera tenido en el pasado.Vincenzo cubrió su boca con la suya para acallar el grito de Serena.—Lo siento por esto —susurró sobre sus labios—. Te prometo que va mejorar en un momento. Esperó, quieto, a que el dolor mitigara, aun cuando todo en él le pedía que se moviera. Llevó una de sus manos hasta uno de sus senos y acarició su sensible pezón arrancándole un gemido de los labios.—Muévete —suplicó Serena.Vincenzo no se hizo de rogar. Con una mano en su cintura y la otra sobre la cama, se retiró con cuidado antes de volver a embestirla. Repitió el movimiento una y otra
—Me muero de hambre —comentó Vincenzo mientras se unía a Serena en la sala. Tomó una fresa y se la llevó a la boca—. Veo que te quedó bien —comentó sentándose frente a ella—. Me refiero al vestido. —¿Tu mandaste a comprar la ropa? Había contactado a una de las boutiques del hotel para que le mandaran algunas prendas en los colores favoritos de Serena. —Sí, espero que todo sea de tu agrado. —Lo es, gracias. —Aunque me gusta más cuando no llevas nada, en algún momento tendremos que salir de esta habitación. No puedo permitir que nadie más que yo te vea desnuda. Más tarde podemos ir a comprar cualquier otra cosa que necesites. —Creo que pensaste en todo. —Serena hizo una pausa mientras buscaba las palabras adecuadas para sacar el tema—. Vincenzo… —Come, pecas —interrumpió él, dándose cuenta de sus intenciones—. Tendremos tiempo para hablar después. Es tarde y necesitas alimentarte. —Tomó un tenedor y levantó un poco de tocino para darle de comer—. Buena chica —dijo cuando ella abri