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Capítulo 3: Un hombre cínico

Serena apoyó la frente en el volante de su auto y maldijo en un susurro. No era el momento para tener una crisis y aun así sentía como era incapaz de controlar sus emociones. Todo a su alrededor dejó de existir y sintió una opresión en el pecho que le dificulto respirar.  

Tomó una respiración profunda y luego soltó todo el aire. Repitió el mismo proceso hasta que comenzó a sentirse otra vez en control.

Levantó la cabeza y se miró en el espejo retrovisor para comprobar su cabello y su maquillaje, había necesitado de una buena cantidad para tapar las ojeras alrededor de sus ojos. No había dormido casi nada en las dos últimas semanas.

—Puedo hacer esto —se dijo y se obligó a sonreír.

Bajó del coche y se dirigió al restaurante que estaba cruzando la pista.

La secretaria de Kassio la había contactado un par de días atrás para coordinar el lugar y hora en la que se reuniría con Kassio.

Sacudió la cabeza. Su supuesto futuro marido, ni siquiera se había molestado en llamarla en persona.  

—Señorita, buenas tardes —saludó el recepcionista—. ¿Tiene reservación?

—Sí, el señor Volkov me espera.

—Por supuesto —el hombre hizo un gesto con la mano y una mesera se acercó a ellos—. El señor Volkov ya está aquí. Sígala, por favor. Ella la llevará a su mesa.

Serena asintió y caminó detrás de la mujer. 

Mientras atravesaba el restaurante se sintió como una oveja dirigiéndose al matadero. Aun así, caminó con la frente en alto y mantuvo una expresión relajada en el rostro. Vio a Kassio mucho antes de que llegaran y su determinación flaqueó.

Kassio Volkov se veía mucho más intimidante en persona. Cuando él alzó la mirada y sus ojos se encontraron, casi se dio la vuelta para salir huyendo. Tenía el presentimiento de que su plan no iba a resultar, pero no iba a rendirse sin intentarlo.

Pese a su batalla interior, le dio una sonrisa confiada, que él no correspondió.

La mesera le señaló la mesa y se retiró con una leve inclinación de cabeza.

—Señor Volkov —saludó y estiró la mano.   

—Señorita Castelli. —El hombre tomó su mano y le dio un apretón rápido. Luego le hizo la silla hacia atrás para que ella se sentara.

—Es un placer conocerlo en persona, creí que tendría que reunirme con su secretaria.

Serena levantó la carta y fingió leer el menú. Sintió los ojos de Kassio en ella por un buen rato antes de que se atreviera a mirarlo. Era difícil saber que pasaba por su mente, su rostro era inexpresivo.

—¿Entonces? ¿Todavía me encuentra adecuada para ser su esposa o ha cambiado de opinión después de verme?

Debería tener más cuidado con lo que decía, pero nunca había sido muy buena para controlar lo que salía de su boca.

—¿Ha decidido que va a pedir? —preguntó él, en lugar de responderle.

Asintió.

Kassio alzó una mano para llamar a la camarera. Los dos ordenaron sus comidas y Kassio pidió también una botella de vino.

—Señor Volkov… —comenzó a decir en cuanto volvieron a estar a solas, pero fue interrumpida por el celular de su cita.

—Un momento —dijo Kassio y contestó su celular.

Serena bebió un sorbo de agua para aclararse la garganta y observó a Volkov, aprovechando que él estaba distraído con su llamada. Él iba muy bien arreglado. Su cabello rubio totalmente corto, el traje hecho a medida y un reloj caro en la muñeca izquierda.

No se molestó en desviar la mirada cuando él terminó la llamada.

—¿Trabajo? —preguntó por simple cortesía.

—Así es.

No había duda de que era un hombre de pocas palabras.

—Por cierto, deberías comenzar a llamarme por mi nombre —parecía más una orden que una petición—. No es algo que se lo permito a cualquiera, pero dado nuestra… relación, sería raro si sigues usando mi apellido. Ahora, ¿qué es lo que querías decirme antes de que nos interrumpieran?

—Es sobre… —dijo, pero esta vez fue interrumpida por la mesera. Era como si todos estuvieran confabulados contra ella.

—¿Desean que llené sus copas?

—No es necesario —dijo Kassio y después de despedir a la mesera, él mismo se encargó de llenar sus copas.  

«Es ahora o nunca», pensó.

—Iré al grano. No estoy de acuerdo con este compromiso. No lo conozco y usted tampoco a mí.

Kassio levantó su copa y la meció, luego inhaló la fragancia del vino y le dio un sorbo.

—Supongo que sus padres no saben qué iba a decirme esto.

Se mordió la mejilla interior. Si su madre se enteraba que había tratado de arruinar sus planes, estaría molesta y quién sabe lo que podría hacer.

—Descuide, no les diré que intentó romper nuestro acuerdo. 

Sonrió sinceramente, por primera vez.

—Entonces, ¿piensa igual que yo?

—Jamás dije eso.

Su entusiasmo desapareció tan rápido como había aparecido.

—¿Qué diablos? —preguntó entre dientes—. ¿Acaso no le parece anticuado casarse con una extraña?

—No podía importarme menos. Usted o cualquier otra, siempre supe que llegado el momento tendría que sentar cabeza y seguir lo que demanda la tradición, y creo que usted también lo sabía.

Nunca había conocido a un ser tan frío. ¿Y se suponía que tenía que atar su vida a él de por vida?

—Escucha, Serena. Esto no es más que una mera transacción comercial para mí. Asumiré el mando de mi empresa en un año y tengo que dar cierta imagen. No tengo tiempo para salir en busca de una esposa, así que esto me viene muy bien. Mi madre dijo que eres la candidata perfecta.

—Qué honor —comentó bebiendo un trago de vino, solo agua no iba a bastar para soportar aquella absurda situación.

—Esto no tiene por qué ser complicado. Firmaremos el acta de matrimonio, me darás un heredero y después cada quien hará lo que quiera con su vida. No me importa lo que hagas en tu tiempo libre, siempre y cuando seas precavida, y no te inmiscuirás en mis asuntos.

—¿Así que seré un vientre de alquiler glorificado?

—Solo que usted podrá criar a nuestro hijo.

Era demasiado cínico.

Quería abofetearlo.

—Oh, genial. Esto solo se pone mejor —dijo con ironía. Ya no tenía por qué contenerse en vista que él no iba a ser de ayuda.

Estaba jodid@. Total y completamente jodid@.

—Salud por eso —dijo con una sonrisa engañosamente dulce y levantó su copa al aire. Luego bebió el contenido restante de un solo trago—. Creo que necesitaré algo más fuerte —musitó. Se levantó y tomó su cartera—. Que disfrute de su comida, creo que perdí el apetito. Estaré esperando la llamada de su secretaria para nuestra próxima salida, seguro será tan interesante como esta.

Se dio la vuelta y se las arregló para salir de allí sin derrumbarse. Sentía las piernas débiles y una cadena alrededor del cuello que se apretaba cada vez más hasta casi dejarla sin aire. Estaría atrapada por el resto de su vida junto a un hombre al que no podía importarle menos si se casaba con ella o con cualquier otra mientras le diera lo que quería.

Regresar a casa y encontrarse con su madre no le apetecía ni un poco y tampoco podía ir a un bar, así que condujo hasta el departamento de Vincenzo. Sabía que él no estaría allí a esas horas y que no regresaría hasta más tarde. Él le había dado una llave para cualquier emergencia y los guardias la conocían. Poco le importo que su madre podría verlo como un desafío directo a sus órdenes. Lidiaría con las consecuencias después.

—Puede irse a la mierd@ —dijo lanzando su cartera al sillón. Estaba fuera de sí.

Se retiró los tacones y fue directo a la vitrina donde Vincenzo guardaba sus bebidas. Cogió una de las botellas de lo que parecía whisky y un vaso. Después se sentó en la sala y se sirvió su primer vaso. Hizo una mueca de desagrado cuando el licor bajó por su garganta, pero pronto se fue acostumbrando.

Cuando Vincenzo llegó más tarde, la encontró durmiendo en el sofá con el maquillaje corrido y el cabello desordenado. La botella de whisky estaba en el suelo, al igual que el vaso.

—Serena —la llamó mientras la sacudía por un hombro con suavidad—. Cariño.  

Serena no se movió, ni dio alguna respuesta, así que se dio por vencido. La levantó y la llevó hasta la habitación de invitados.

Estaba preocupado por ella. Se preguntó que la había llevado a acabar con media botella de whisky.

Sin poder contenerse, estiró la mano y acarició su rostro. Era imposible resistirse a tocarla, la mayoría del tiempo tenía que hacer un esfuerzo sobre humano para mantener sus manos para el mismo.  

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