Hyunjae sostenía el orbe en sus manos, sintiendo el poder latente que vibraba en su interior. Era consciente del valor que tenía, un objeto de este calibre podría hacer que su gremio prosperara aún más, o al menos, llenar sus arcas con una suma considerable si lo vendía en una subasta para cazadores. Sin embargo Hyunjae apretó el orbe entre sus dedos. El objeto empezó a crujir bajo la presión, y en un instante, se desintegró en miles de partículas brillantes que se dispersaron en el aire como polvo de estrellas.
De repente, con un movimiento casi imperceptible de su mano, Hyunjae abrió una puerta, un umbral hecho de neblina que se materializó frente a él. Sin vacilar, atravesó la puerta, sabiendo perfectamente lo que le esperaba al otro lado.
Al cruzar, se encontró flotando en un espacio que le era ya familiar. La visión que lo rodeaba era impresionant
—Bueno, dejando de lado la charla sobre los demás, que sé que no te importa —dijo con una sonrisa juguetona, sus palabras como notas ligeras en el aire—. ¿Qué te trae a mi humilde residencia? Pensé que no te vería hasta que te aburrieras de esa humana a la que persigues.Su tono era burlón, pero había algo de verdad en sus palabras. Astarté no podía evitar disfrutar del sufrimiento y la confusión que los mortales provocaban en los dioses. Ver “ese ser” siempre tan distante y desapegado, implicarse con un ser humano despertaba en ella un morboso interés.Hyunjae, por su parte, se mantenía en pie, observando el entorno con la misma calma que siempre lo caracterizaba. Las formas flotantes y las luces cambiantes no lo afectaban; ya había visitado la residencia de Astarté muchas veces. Sabía que todo allí era un reflejo de su carácter caprichoso y a veces cruel.—Tal vez aún debería echarle la culpa a Mikaela por incitarte a eso —continuó Astarté, girando sobre sus t
Hyunjae se mantuvo en silencio intentando comprender la explicación, la mente enredada en pensamientos que se entrelazaban en un torbellino de preguntas. Lo que había comenzado como una búsqueda simple por respuestas lo había llevado a un terreno emocional que jamás se habría imaginado explorar. Él, una entidad antigua y poderosa, ahora confrontado por una simple cuestión mundana: el amor.—Pero creo que no te refieres a intentar comprender a los humanos, sino en concreto a comprender tus propios sentimientos —dijo Astarté, observándolo con una intensidad que perforaba las capas de su ser. Hyunjae sintió un pequeño sobresalto en su interior, una chispa de sorpresa que rara vez experimentaba. ¿Acaso había algo en él que ella había captado y que él mismo ignoraba?—¿Eh? ¿Qué quieres decir, Astarté? —pre
Hyunjae se relajó, aunque todavía sentía esa incomodidad latente en su pecho. Astarté tenía razón. Había evitado hablar con Maggi sobre muchas cosas por miedo a que esa frágil y maravillosa paz que compartían se rompiera. Pero, ¿hasta qué punto estaba dispuesto a sacrificar la verdad por esa aparente tranquilidad? La felicidad de Maggi era su prioridad, pero, ¿y si esa felicidad significaba algo que él no podía darle?Astarté lo observó con una mirada más amable, como si hubiera captado los hilos de sus pensamientos y emociones.—¿Hay algo más de lo que quieras hablar conmigo? —preguntó, su voz ahora casi afectuosa.Hyunjae se mantuvo en silencio por un momento, su mirada perdida en el suelo. Finalmente, habló con un tono más apagado.—Aún no... pero agradezco es
Hyunjae regresó con del grupo de cazadores mientras su mirada fría se deslizaba hacia su guardaespaldas, quien permanecía de pie con una postura rígida y vigilante. Hyunjae lo observó por un momento, notando la tensión en sus hombros, una tensión que no podía permitirse.Con un suspiro apenas audible, Hyunjae extendió su mano hacia la mente del hombre, sintiendo el familiar cosquilleo de su poder al entrelazar sus pensamientos. No fue difícil manipularlo. El guardaespaldas parpadeó un par de veces, como si hubiera recordado algo importante, y luego relajó la postura.—Siempre estuviste aquí conmigo —murmuró Hyunjae, más para sí mismo que para el otro, su voz teñida de una ligera ironía—. No olvides eso.El hombre asintió, completamente convencido, sin rastro de duda en su rostro. Para Hyunjae, esto era casi
La noche caía pesadamente cuando Hyunjae finalmente llegó a casa. El aire era frío, pero cargado con el familiar aroma de la ciudad. Cada paso que daba hacia el departamento lo hacía sentir un poco más liviano, aunque el agotamiento seguía pesando en su cuerpo como una losa. Tres días más fuera de casa debido a interminables trámites legales. ¿Quién iba a pensar que una misión exitosa podía ser seguida por tanta burocracia? Los reportes al gobierno, las reuniones interminables, las complicaciones de tener un gremio extranjero operando en territorio mexicano... todo había sido un laberinto de papeles y exigencias. Todo esto lo había desgastado más de lo que cualquier enfrentamiento en la mazmorra pudiera haberlo hecho.Cuando finalmente llegó a la puerta del departamento, el reloj ya marcaba las 10 de la noche. La sensación de estar nuevamente en su hog
Sin duda, esta había sido una de las misiones más estresantes que Herbert había enfrentado en todo el año. El aire denso que emanaba de su entrada de la mazmorra parecía absorber la luz del sol, dándole al paisaje una sensación de muerte inminente. El equipo de cazadores de rango S se había reunido a regañadientes, y Herbert sabía que lo más complicado no sería la mazmorra en sí, sino mantener a esos individuos trabajando juntos.Cada cazador era una fuerza de la naturaleza por sí mismo, imparable en su propia disciplina, pero ponerlos a trabajar en equipo era un desafío muy, muy grande. La tensión entre ellos era palpable desde el principio. Uno quería atacar de inmediato, otro prefería analizar la situación hasta el último detalle, y otro se lanzaba a lo loco sin pensarlo dos veces.—Es increíble —murmuró
Mei estaba de pie frente a Herbert, envuelta en el brillo suave de la luz de la luna que se colaba entre los árboles del jardín. El aire nocturno tenía un toque fresco, haciendo que las hojas de los árboles se movieran lentamente, creando un susurro en el fondo. El vestido blanco que llevaba Mei, con su estilo modesto y líneas sencillas, contrastaba con la opulencia de la mansión y su entorno, pero ella lo llevaba con una elegancia natural, casi etérea. Su cabello negro caía liso sobre sus hombros, y sus ojos verdes, que habían sido siempre su rasgo más distintivo, lo observaban con una mezcla de curiosidad y cautela.Herbert se permitió un segundo para absorber la escena, y los recuerdos del pasado lo inundaron de manera repentina y abrumadora. Recordaba los días cuando ella y él solían pasear por los parques fuera de la ciudad, hablando de todo y de nada, riendo por cosas insig
Felipe lo miró como si fueran una burla, una presencia inoportuna que no merecía su atención.—¿Qué son? —preguntó con frialdad, su voz dura y tosca, cargada de una impaciencia que Herbert conocía demasiado bien.Herbert contuvo un suspiro, recordando por qué había decidido enfrentar a su padre esa noche. La herida que esas cartas representaban aún dolía en su interior, pero había algo más profundo, una necesidad de cerrar ese capítulo. Con una calma forzada, respondió:—Son cartas.La respuesta, aunque simple, parecía desafiar la actitud siempre dominante de su padre. Felipe levantó la mirada con irritación, sus ojos chispeando con una mezcla de incredulidad y enojo.—Eso ya lo noté, no soy tonto —replicó, apretando las cartas en su mano como si fuera a arrojarlas lejos—. ¿Pero por qué me las das? Si hay algo que tienes que decirme, mejor dímelo directamente.Herbert suspiró, el eco del cansancio asomando en su voz. Estaba acostumbrado a este tipo de reacciones, al constante choque e