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CAPÍTULO 4. RECUERDOS Y REENCUENTROS

Karina sentía como si alguien hubiese tomado su corazón y lo hubiese estrujado hasta machacarlo con sus manos, intentó tomarle el pulso a su madre, pero no había nada, colocó su oído en su pecho, tratando de encontrar indicios de vida, pero solo había un ruidoso silencio que casi la dejaba sin sentido, su garganta la sentía cerrada y por un momento tuvo la impresión de que su corazón se paralizaría del dolor que fue abriéndose paso en su interior, movió en forma negativa la cabeza, se negaba a aceptar esa realidad, le daba terror pensar que pudiera perder a su mamá.

—¡Mamá! ¡Mamita! ¡Madre amada! Por favor, abre los ojos—exclamaba llorando, moviendo a su madre de los hombros, al ver que no reaccionaba la posó en el suelo y comenzó a abrirle los ojos con sus dedos — ¡No te duermas! Abre los ojos, tienes que terminar de sembrar las semillas en el huerto mamita… ya casi estamos terminando, ya sembré los tomatitos que tú me dijiste ¡Mamá! —Gritó totalmente fuera de sí.

En ese momento llegó su hermano Osmar que había escuchado los gritos y su hermana— ¿Qué pasó? —Interrogaron con preocupación mientras veían a su madre desplomada en el suelo y a Karina encima de ella llorando tratando de despertarla.

—Se quedó dormida, ayúdenme a levantarla para llevarla a la cama—dijo llorando, nerviosa, con una expresión deforme.

Cuando Osmar tocó a su madre y revisó los signos vitales, se dio cuenta de que su madre había muerto. Con su rostro desencajado se dirigió a sus hermanas, sobre todo a Karina.

—¡Lo siento! Mamá ya no respira, ella está…—pero no pudo terminar la frase porque enseguida las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas, mientras los primeros sollozos empezaron a surgir de su garganta.

Karina lo escuchó, para segundos después comenzar a decir totalmente desquiciada —¡No! ¡Quítate! Mamá si respira, solo está descansando porque se agotó sembrando las semillas de verduras—decía mientras daba pequeñas palmadas en el rostro de su madre para hacerla despertar, pero al ver que no se movía sus sollozos fueron in creciendo y su cuerpo empezó a sacudirse productos de los espasmos que le producía el llanto.

Cuando Osmar y Kelia, la vieron en ese estado, intentaron a apartarla, pero ella se negaba a retirarse de encima de su madre. Hasta que su hermano tuvo que gritarle.

—¡Ya Karina! ¡Basta! Ella no está durmiendo, ¡Está muerta! ¡Mamá está muerta!—Exclamó el hombre mirándola a los ojos, al escucharlo Karina empezó a gritar tan fuerte que su voz enronqueció, la escena cuando entró su padre era totalmente desgarradora, sobre todo al escuchar el llanto de su hija.

—¿Por qué me dejas mamá? ¿Qué haré sin ti? Me enseñaste todo lo que sé, pero te faltó enseñarme como hago para vivir sin ti. Dime ¿Cómo podré vivir sin tus caricias, sin tus consejos, sin tu ternura, sin tu capacidad de saber todo lo que me pasa mucho antes que yo misma me dé cuente? Y sobre todo mamá ¿Cómo voy a vivir sin tu amor? Tienes que despertarte porque tienes que conocer a tu nieta. Dijiste que me enseñarías a cuidarla —se tiró al piso al lado de su madre, colocándose en posición fetal sin apartarse de su madre, lloró sintiendo que su mundo se derrumbaba con ella y que la vida nunca más tendría sentido.

Karina pasó su mano por el rostro secándose el torrente de lágrimas que habían surgido de sus ojos, vio que había transcurrido el tiempo, entretanto ella estaba sumergida en los recuerdos del pasado y no había logrado arreglar las pacas de heno, intentó colocar uno en la pila que estaba formando, pero quedaron mal apiladas y se cayó.

En vez de acomodarlas, se sintió tan cansada aunque más que física, emocionalmente, prefirió sentarse en la paca, cruzó sus piernas, tomando la posición del Loto y se tiró hacia atrás cerrando los ojos, mientras pensaba que después de la muerte de su madre, nunca nada había sido igual.

Esa tragedia marcó sus vidas, su madre murió de un infarto fulminante y ellos quedaron tan profundamente heridos que evitaron lo más posible volver al campo, luego hubo una inundación donde perdieron la mayoría de sus animales, las malas noticias se cernieron sobre ellos, su padre también enfermó aunque logró recuperarse con prontitud.

Meses después, ella dio a luz a su princesa Katherine, recibió el apoyo de su familia y nuevamente destellos de esperanzas surgieron en su interior, aunque no solo en ella sino también en sus hermanos e incluso en su padre, eso abrió un impulso para volver a empezar.

Su hermano siguió trabajando las tierras de su familia, pero sentía que no era lo mismo, el lugar estaba lleno de recuerdos, sin embargo, no se dio por vencido. Pero meses después, su padre volvió a enamorarse, ellos en un principio se opusieron a su relación porque consideraban que era una traición a su madre, pues aún ella no había cumplido un año de muerta y su papá la había sustituido, sin embargo, él terminó convenciéndolos, alegando que no podía quedarse solo, porque la tristeza de no tener a su madre terminaría matándolo.

Las palabras de su padre y el miedo de perderlo los hizo ceder, lo que no se esperaban, era que una vez que su madrastra logró el objetivo de casarse con su padre, hizo lo imposible por alejarlo de ellos, siempre estaba en plan de víctima, para lograr enfrentarlos a su padre, a tal punto que logró convencerlo para que vendiera las tierras. Como él tenía el 62,5% de la propiedad y ellos no tenían para comprar su parte, se vieron obligados a vender y cada uno buscó encontrar una nueva vida, ella se fue a trabajar con su hermano en un fundo por un tiempo, donde aprendió muchas faenas del campo, su hermana se mudó cercano a ellos, porque no quería alejarse de Katherine, a su padre lo visitaban de vez en cuando, aunque siempre lo llamaban. No obstante, después de la muerte de su madre, la familia no volvió a ser la misma.

Su hermana se enamoró, se casó y se fue nuevamente a la capital, allí fue cuando surgió la propuesta para Osmar de venirse a Boquerón para ayudar a Martín y la convidó, ella como no sabía que iba a encontrarse por eso dejó a su hija con su hermana Kelia. Luego de estar allí Martín le propuso que trabajara con él y ella aceptó, porque ya no se sentía arraigada a ningún sitio, se sentía desamparada, sin rumbo, tenía la impresión de que hubiese perdido la brújula de su vida y aunque solo tenía veintidós años, ya no era una niña, tenía que empezar a hacer las cosas bien porque no era sola, tenía a una pequeña a su cargo, quien confiaba plenamente en ella.

Esas eran las razones por las cuales quería trabajar lo más que pudiera, para comprar sus propias tierras y tener algo que ofrecerle a su hija, pero sabía que eso no era tarea fácil, aunque tampoco imposible.

Allí en “La Italianera”, se sentía bien, tanto Martín y Dara, eran buenas personas, los trataban como familia, respetaban su trabajo e incluso desde que ellos llegaron, Martín les dio a su hermano y a ella autoridad frente a los demás, el único momento donde se había sentido incómoda fue cuando los visitó el hermano de Dara, Marino. Era un hombre tan odioso, creído, el típico hijo de papi y mami que le gustaba que todo se hiciera a su modo y que sentía placer al humillar a los demás para sentirse superior.

Detestaba a Marino con toda su alma, era todo lo que más despreciaba en un hombre, alguien que nunca se había ganado lo que se llevaba a la boca, era un imbécil, pensando en él, se puso tan furiosa que sin darse cuenta terminó de apilar los henos.

—¡Vaya! Después de todo para algo sirve pensar ese imbécil—Expresó en voz alta.

Y pensar que al parecer el tal Marino, era la adoración de Dara, a tal punto que estaba deseando que llegara su momento de dar a luz para ver a su atorrante hermano. Se recordó lo triste que estaba su amiga hacía unas semanas atrás, porque el imbécil estaba enfermo o tenía a alguien enfermo, pero al decir verdad, no quiso prestarle atención al tema, porque no soportaba que le hablaran de él, la piel se le erizaba, pero de la repulsión que le provocaba, el solo hecho de que se lo nombraran, hacía que su estómago se le revolviera y le diera una desagradable sensación. Ya se inventaría algo para no estar presente, durante su estadía.

Observó que todo había quedado bien ordenado y salió a la casa para bañarse, comer y después a acostarse abrazando a su pequeña, para ella ese era el momento más placentero del día.

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Pasaron los meses, la pequeña Tara se había recuperado totalmente, él se concentró en su empresa, pero en mayor grado a su niña, sus contactos sociales se limitaban a los padres de los otros niños de la guardería y amistades que hacía cuando llevaba a la niña a parques, zoológicos, a las fiestas de cumpleaños que ofrecían los padres de los compañeros de guardería.

Había recibido visitas periódicas de la señora Tabata quien se había regresado a Nápoles y al parecer había vuelto con el padre de sus hijos, no entendía por qué ella permitía que la manipularan y controlaran de esa manera, pero aunque intentó conversar un par de veces con ella sobre el tema, siempre se terminaba cohibiendo y concluía que ese no era su problema, que cada quien decidía el camino que quería recorrer.

En cuanto a su padre había vuelto con su madre y por eso ella se había acercado varias veces a su casa a visitarlo, aunque sinceramente él prefería que no lo hiciera, porque aunque ella trataba de disimular su animadversión en contra de su hija frente a su padre, se daba cuenta perfectamente de su fingimiento y si algo lo sacaba de sus casillas descontrolándolo totalmente es que se metieran con su hija, para él Tara era lo más sagrado, nunca pensó que sentiría un amor tan inmenso por alguien que no fuera Dara y su padre.

En ese momento estaban en el parque Capidemonte, ubicado en la zona del mismo nombre con un área de ciento veinticuatro hectáreas, donde se encontraban celebrando el primer cumpleaños de Tara y aunque todos le habían dicho que lo mejor para celebrar una fiesta en un parque, era vestirla con un pantalón y ropa deportiva, porque se iba a ensuciar y arrastrar por el suelo, no quiso prestarles atención, le puso un vestido largo color lila, parecía una princesa, para Marino ella era su reina, su vida, su impulso, su fortaleza, su alegría, y no le importaba que se arrastrara con ese vestido, para eso se lo había comprado y si embarrarlo la hacía feliz, para él estaba bien.

Contrató payasos, pinta caritas, inflables, había dulces para los niños, torta, refrescos, saladitos, salchichas, pizzas, cremas y una gran cantidad de pasapalos; junto con Tabata contrataron una empresa de decoración y una de catering, quienes se habían encargado de todo lo relacionado a la fiesta. Se sentó en una de las sillas mientras la pequeña Tara correteaba.

A los diez meses había aprendido a caminar, eso había sido otro de los momentos emocionantes de su vida, es que cada instante que vivía con su hija siempre era mejor que el anterior. Se sonrió mientras veía como se sentaba en el suelo para jugar con una de las muñecas que le habían dado de regalo.

Tomó su teléfono, lo observó por un momento, rogando en silencio para que Amarantha se recordara que ese día era el cumpleaños de su pequeña, pero esa llamada nunca llegó. Aunque si la llamaron Dara y Martín, compartieron una video llamada, eso de cierta manera le dio paz en su corazón, porque él amaba profundamente a ese par, aparte de familia, eran los únicos amigos que tenía y estaba ansioso de volver a verlos.

DÍAS DESPUÉS

Ya había arreglado las maletas y demás cosas de Tara, repasó mentalmente, sus medicamentos, su manta, ropa y juguetes preferidos, sus almohadas, agua, bebidas, comida, dulces, los termos uno con agua natural y otro con hielo, porque la pequeña no tomaba agua sino estaba helada.

Se colocó el canguro y metió a su pequeña mientras en un carrito de maletero subía las valijas, de él solo llevaba una, pero tres eran de su hija, tenían pensado quedarse solo un mes, aunque su hermana y su cuñado querían que se quedara con ellos en “La Italianera”, el fundo ubicado aproximadamente a cincuenta y cinco kilómetros de Filadelfia, la capital de Boquerón.

Llegó al aeropuerto, se encontró a su padre quien iba a ver el nacimiento de su segundo nieto, viajarían primero a Milán, para de allí partir con los demás, los abuelos de Dara, Tabata que había regresado allá luego de haberse vuelto a separar de Enrico, después de una trifulca, pero ese era un tema para contar en otro momento, los señores Landaeta Fernández, padres de Martín y dos de sus hermanos.

Estaba un poco nervioso por el recibimiento que iba a recibir por parte de esa familia, porque después de lo que había pasado con Amarantha, la señora María Martha, no le tenía el aprecio que antaño había sentido por él.

Aterrizaron en Milán, iban a quedarse en un hotel, pero el señor Martino no lo permitió, los invitó a quedarse en su casa. Al día siguiente, salieron a La Asunción, después de un recorrido de trece horas arribaron a su destino, la niña había estado fastidiada, lloró mucho al principio del trayecto, pero después Martina, la tomó entre sus brazos y comenzó a cantarle, hasta que se calmó.

Él las observó y con tristeza expresó —Mi mayor miedo es que yo no esté siendo suficiente para ella.

—No digas eso, ella te ama, quizás es que quiere experimentar otros brazos—dijo Martina sonriente.

Después de allí todo fue más fácil, al llegar a La Asunción, los estaba esperando Martín, quien ya había realizado las reservas del hotel, los saludó a todos emocionados, incluso a él.

—Cuñado—mencionó y después le dio un abrazo a Marino, para luego tomar a Tara—¡Wow! Hola, mi casi hija ¡Estás bellísima! Como no va a estarlo, si es igualita a la mujer más bella del mundo—todos se quedaron viéndolo con una sonrisa—¿Me van a negar que mi esposa es la mujer más bella del mundo?

—Totalmente de acuerdo contigo—expresó Donatto—, su belleza la heredó de mí—confesó creído el hombre.

—Y de mí—dijo Marino, mientras Tabata volteaba los ojos sin decir palabras.

Al día siguiente, salieron a las tres de la mañana para “La Italianera”, eran aproximadamente de seis a siete horas de recorrido. Cuando iban solo a menos de veinticinco kilómetros para llegar a su destino, Martín paró la vans, todos se sorprendieron, pero se dieron cuenta del jeep que se había detenido al otro lado, ellos dieron la vuelta y su cuñado bajó.

Mientras tanto, todos se quedaron en la camioneta, Marino venía conversando con Martina en el primer asiento y la niña brincando en sus piernas, justo en ese momento ambos se habían reído de un chiste que había contado ella, cuando apareció en la puerta Karina y si las miradas fueran proyectiles, lo más probable es que en ese momento Marino sería un cadáver.

—Buen día, Martín mandó a buscar a la mamá de Dara, porque ella va en el jeep camino a la clínica porque tiene dolores de parto—enseguida todos empezaron con una algarabía, sobre todo las señoras, Tabata decía que debía ir ella, y Greta decía que ella iría porque Dara era su hija, porque ella la había criado, hasta que al final bajaron las dos y la señora María Martha que dijo, que no iba a perderse ningún momento desde que su primer nieto o nieta vislumbrara la vida. Al final las tres se fueron al jeep.

Karina lo observó con rabia, Martina se dio cuenta y lanzó una carcajada — ¿Qué le hiciste a esa mujer que te mira con tanto odio?

—Nada, es una estúpida que se cree la mandamás en la casa de nuestros hermanos—, aún no acababa de hablar, cuando Karina se sentó en el asiento del chofer y con toda la intención, rodó el asiento para atrás con tal inclinación que golpeó fuertemente las rodillas y espinillas de Marino que estaba sentado al lado de la ventana, ante la mirada sorprendida de todos.

Él lanzó una exclamación de dolor — ¡¿Eres torpe?! ¿No te das cuenta de que mi rodilla está allí y me la estás lastimando? —Preguntó furioso.

—Entonces recógelas para que no estorben o sienta a tu mujer del lado de la ventana para que no te fastidie mi asiento o es que tu cerebro no te permite procesar más de dos ideas—espetó con una molestia, que al decir verdad desconocía que la había provocado. Pero es que la mera presencia de ese hombre desencadenaba lo peor en ella.

—Aquí la única que al parecer no tiene ninguna capacidad cerebral ¡Eres tú! ¡¿Quién te crees?! —Exclamó furioso, la rabia corría por su cuerpo como el agua de un río fluyendo y no sabía por qué le sucedía eso, si hacía tiempo que él tenía controlado su carácter.

“No es correcto dejar que nos domine el enfado, porque este solo sembrará  semillas de futuro sufrimiento”. Gueshe Kelsang Gyatso.

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