Es curioso cómo puede cambiarnos la vida de un momento a otro. Hay caminos que parecen rectos y de repente todo se quiebra, aparecen grietas y se hace imposible seguir avanzando en esa dirección. Lo más malo de esas grietas es que es casi imposible lograr repararlas.
Desde aquel fatídico día me convertí en una persona fría, calculadora, rebelde, inseguro y mi autoestima se fue a la m****a. Ese día comencé a odiarme a mí mismo, a detestar cada parte de mi cuerpo, a esperar a que todos durmieran para maldecirme una y otra vez en soledad, a compadecerme de mi mala suerte. A causa de esa desgracia, me convertí en esta porquería que soy hoy. Quizás esa sea el motivo de que hoy, precisamente hoy, el karma me haga volver a revivir todo aquello.
Segundos, minutos u horas después, no sabría decir con exactitud cuánto tiempo me encuentro perdido en ese lugar oscuro en mi mente, siento una mano presionando mi hombro que me hace reaccionar y volver a traer mis sentidos al presente. Miro primero hacia la mano y luego a la persona.
Es John, mi chófer, no sé de qué forma ha llegado hasta aquí, ni cómo sabía dónde encontrarme, y no lo entendería ni, aunque me lo explicara, pero sentir su mano firme sobre mi hombro, dándome apoyo y seguridad, apareciendo en el momento oportuno, me da la fuerza necesaria para reaccionar. No sé cómo lo hace, pero siempre que lo necesito está en el lugar exacto, en el momento indicado.
- ¿Está bien, Eisner? – me pregunta arrugando su frente.
Lo miro y no respondo, sólo inclino la cabeza agradeciendo sin palabras que se encuentre aquí. Lleno mis pulmones de aire y cierro los ojos unos segundos, cuando los vuelvo a abrir, aterrizo de golpe en el problema que tengo delante. Por primera vez soy consciente de la gravedad. Me maldigo mil veces por ser tan inconsciente. Le he destrozado la vida a esta joven, ¡Joder!
No soy médico, pero se pudiera decir que, después de todos estos años rodeado de ellos, he adquirido bastantes conocimientos sobre primeros auxilios y algo de medicina, a pesar de no tener un título certificado. Dirijo una clínica privada de atención infantil desde hace alrededor de 7 años. Antes de morir, mi padre me hizo prometer que la mantendría en pie, y que no la vendería ni me desvincularía de ella. Estuve tentado a romper mi promesa en varias ocasiones. Ocuparme de algo tan grande con solo 20 años no era nada fácil, pero gracias a la mano derecha de mi padre y el apoyo moral de mi abuela, mantuve mi promesa hasta el día de hoy. He sido testigo en varias ocasiones del modo de actuar de los médicos por lo que estoy bastante empapado en cómo proceder en situaciones como ésta.
Me inclino sobre la joven y la inspecciono, evaluando los posibles daños. Retiro cuidadosamente la mano que tiene en el rostro y con mis dedos le busco el pulso carotideo.
Mi respiración se acelera. No está muerta. Por lo menos no por ahora, pero su pulso es demasiado débil. Tiene mucha sangre en la cara, la cabeza y mucha más desparramada por el suelo. La ambulancia debe estar al llegar así que tengo que detenerle la hemorragia que viene de su cabeza antes de que se desangre.
Me quito la camisa que llevo puesta y la rasgo en pedazos con mis manos de forma tal que, como puedo, trato de comprimirle la herida y le hago un vendaje alrededor de su frente, intentando moverla lo menos posible.
Cuando me aseguro de comprimirlo bien, me ocupo del resto de su cuerpo magullado y de su pierna derecha que parece estar rota. Le pido a John que me traiga algo parecido a un par de tablas y que las encuentre donde sea, da igual. Un minuto después regresa a mi lado tendiéndome dos tablones de madrera. Son pequeñas y no sé de dónde las habrá sacado, pero servirán. Las acolchono a cada lado de su pierna en posición recta, inmovilizándola. Vuelvo a tomarle el pulso para asegurarme que se mantiene con vida, justo cuando oigo ese famoso sonido de la ambulancia anunciando su llegada.
Los paramédicos aparecen a mi lado en un abrir y cerrar de ojos e inspeccionan mi trabajo. Asintiendo con la cabeza, le colocan un collarín con cuidado de no hacerle más daño, la acuestan en una camilla de cuchara, y la introducen rápido dentro de la ambulancia. Uno de los paramédicos se dirige hacia la multitud que se ha ido acercando para ver lo ocurrido.
- ¿Hay algún familiar de la muchacha entre los presentes? - al no obtener respuesta vuelve a preguntar: - ¿Alguien vio lo que sucedió?
Silencio. Nadie dice nada. Y yo, no sé qué me sucede, pero no consigo articular palabra. Debería decirle yo fui el causante del accidente, pero mis labios no quieren cooperar. El hombre se introduce en la parte trasera de la ambulancia y yo lo imito. No pienso dejarla hasta asegurarme que mis manos no vuelvan a estar manchadas de sangre.
Le tiro a John las llaves del BMW antes que las puertas se cierren y este las atrapa en el aire.
Me siento al lado izquierdo de la camilla. Sujeto la mano de la joven sin penarlo. No sé exactamente de donde salió el impulso para hacerlo, pero lo hago. Mientras tanto, los paramédico le toman el pulso, le canalizan vena, le administran hidratación, controlan sus signos vitales y se aseguran que se mantenga estable hasta llegar al hospital.
Mis ojos siguen los movimientos de los médicos que tengo delante, haciendo su trabajo lo más rápido que pueden, y luego inspecciono el cuerpo casi sin vida en la camilla. El vendaje que había colocado antes alrededor de su cabeza, hecho con mi camisa, ahora se encuentra manchado de color rojo debido a la sangre. Con mi mano libre aparto un pequeño mechón de su cabello empapado en sangre, y, el corazón se me comprime cuando la chica me sorprende abriendo los ojos poco a poco, pesados y somnolientos, acostumbrándose a la luz o a la confusión, no sabría decir.
No intenta moverse, yo tampoco. No intenta hablar, yo tampoco. Sólo nos miramos el uno al otro, ella con sus intensos ojos azules celestes fijos en mis pupilas dilatadas. Trato de sonreír para hacerle ver que todo va a estar bien, ya que de mi boca no salen palabras coherentes. Y la sorpresa es aún mayor cuando su comisura derecha comienza a elevarse ligeramente.
Es en estos momentos en los que no sabes que hacer, no sabes que decir ni cómo reaccionar. Es en estos momentos cuando te das cuenta que la vida te puede cambiar de un momento a otro. En mi caso, con este simple gesto que puede ser insignificante para muchos.
- No te mueras, ¡joder! No te mueras. - le susurro acercando mis labios a nuestras manos entrelazadas y cerrando los ojos unos instantes, buscando con ese gesto que mi deseo se cumpla. No quiero vivir con el peso de otra muerte sobre mi maldita conciencia.
Siento un ligero movimiento de su mano en la mía, y levanto mi vista para volver a encontrar sus ojos, pero esta vez están cerrados. Parece estar en un profundo sueño, ajena a todo lo que pasa a su alrededor. Los paramédicos miran el monitor e intercambian comentarios entre ellos, como si no hubieran visto esos ojos azules que atraparon los míos, y yo me pregunto si me lo he imaginado todo.
El sonido de la ambulancia pidiendo vía y el pic pic de la máquina a la que se encuentra conectada es lo único que se escucha en el corto tiempo hasta llegar al hospital.
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Instantes después, bajamos de inmediato, mis manos sin apartarlas de las suyas en ningún momento. Siento una sensación extraña y un nudo en el estómago cuando mis manos rosan su suave y delicada piel, pero lo ignoro asegurándome que son los nervios del momento.
La sostengo fuerte mientras pasamos por los pasillos, atravesando puertas que apenas soy consciente. Estoy en modo automático. Llegamos a unas grandes puertas blancas, cuando estoy a punto de entrar con ellos, un médico que ni sabía que estaba junto a nosotros, coloca su mano en mi pecho, deteniéndome. Lo miro con el ceño fruncido.
- ¿Qué coño haces? - le espeto apartando su mano de mí, de malas maneras.
- Lo siento. No puedes entrar – dice mientras hace señales a sus compañeros para que continúen arrastrando la camilla hacia el interior del salón. - Podrías estorbar más de lo que podrías ayudar. Estará en buenas manos. Haremos todo lo posible por salvarla. Pero por favor, mantente alejado y que te atiendan el golpe en la cabeza que está sangrando - dice y sin esperar respuesta, sigue a la camilla, cerrando las puertas tras él.
Mi mano que hace solo unos pocos segundos tenía sujetada la de ella, ahora se siente fría y desolada. Miro la puerta con rabia. Eso no me lo esperaba. No soy el tipo de hombre que acepta una orden, ni un no por respuesta. Pero quizás tenga razón. Estoy involucrado personalmente, no tiene sentido que esté ahí adentro.
Todo fue mi culpa. Mi maldita culpa. En fracciones de segundo mi vida vuelve a dar un giro sin darme cuenta. Todo se repite en mi mente.
Me acerco a la pared y pegando mi espalda desnuda en las frías lozas blancas, dejo que mi cuerpo resbale por esta, hasta caer al suelo. Estoy exhausto. Encojo mis rodillas al pecho y las rodeo con mis brazos.
No soy una persona creyente. Solía serlo, pero la vida me demostró hace unos años que de nada sirve rezar y pedirle a Dios. Sin embargo, ahora mismo mi cabeza solo repite una cosa:
<Por favor, si hay alguien ahí, Dioses, Santos, demonios, ... Lo que sea... ayúdenme, por favor. Que no muera. Que no muera. Que no muera. Que no muera. Que no muera>
Estoy varios minutos esperando a que alguien salga y me brinden información sobre el estado de la joven, pero eso no ocurre. No soporto la espera. Por eso quería estar ahí dentro. No saber lo que sucede es insoportable.Bajo la cabeza cerrando los ojos, hasta que siento a alguien a mi lado, que coloca una mano en mi cabello, acariciándolo cariñosamente. Levanto la vista para encontrarme unos ojos marrones preocupados. Es mi secretaria, Margot, una mujer de más de 50 años, con unas pocas canas salteadas en el nacimiento de su cabello negro. Me mira con pena, con compasión y sabe que no lo soporto. Esta mujer a mi lado me conoce. Comprende cómo me hace daño pasar por lo mismo nuevamente.Trae consigo una camisa blanca y me la coloca alrededor de los hombros. Había olvidado que estaba desnudo de cintura para arriba y descalzo. Ese era el menor de mis preocupaciones.Aparto la vista de sus
- ¿En coma? ¿Qué quiere decir con que le indujeron un coma? ¿Va a morir?- De momento no lo sabemos - me responde. - Sedamos a la paciente y pusimos su cerebro “a dormir” mientras monitoreamos su actividad. El objetivo es proteger al cerebro y darle tiempo al cuerpo recuperarse, ya que en este estado el órgano necesita menos sangre, oxígeno y glucosa.- ¿Y cuánto tiempo va a estar en coma?- Eso tampoco lo sabemos. El tiempo depende de la recuperación de la paciente. Te aseguro que la mejor medida es esta, no vamos a permitir que muera por hipertensión intracraneana. Puede estar así días, meses o años, al igual que un coma espontáneo, pero por supuesto, el menor tiempo posible, para así evitar complicaciones más graves.El corazón se me cayó a los pies. La dejé en estado vegetativo. Es incluso peor que la muerte.Días, meses o años. Repito en mi mente.- Te aseguro que haremos todo lo que esté en nuestras manos para que los daños sean
Tres semanas después:Miro la hora en la computadora de mi oficina donde estoy trabajando.Joder, el tiempo pasa volando. Paso mis manos por el rostro, estoy exhausto, demasiadas horas de trabajo. Termino de arreglar unos papeles que tengo sobre el escritorio y apago la computadora. Me acerco al mini bar de mi oficina y me sirvo un poco de whisky. Desde esta mañana no había vuelto a tomar. Ya extrañaba la sensación quemante en mi garganta. Me termino lo que queda en el pequeño vaso de cristal y vuelvo a llenarlo.Camino hasta la gran ventana de cristal de mi oficina y pierdo mi vista en la ciudad. Desde aquí todo se ve en miniatura: los autos, las personas deambulando por las calles. El hospital se encuentra en el centro de la ciudad, así que desde aquí puedo verlo todo perfectamente. Aunque a veces prefiero no ver nada más allá, que todo sea oscuridad y tranquilidad.Minutos
A veces me pregunto de dónde estas niñas sacan esas ideas siendo tan pequeñas. Alessa me está pidiendo un imposible. No se puede ir por la vida besando a desconocidas que están en un profundo sueño comatoso. Sería como aprovecharme de su estado.- ¿Que por qué no la besas? – vuelve a repetir la pregunta la enana. - En la película de La Bella Durmiente, ella despierta con el beso del príncipe. – me dice con expresión de que es obvio lo que dice. – Bésala, Lue – esta vez es una orden.Miro hacia la cama y luego a Alessa que espera una respuesta.- No la puedo besar, enana. Yo no soy príncipe y ella no puede decirnos si está de acuerdo con el beso o no.- Para mí sí que eres un príncipe - contraataca ella cruzándose de brazos.- Para mí también – reafirma Anna haciendo el mismo gesto que su hermana, pero sonriendo.- La Bella Durmiente es un cuento ficticio, no es real, enanas. Si fuese real, no hubiera enfermos en los hospitales en
- ¿Estás segura? Enana, ¿estás segura que abrió los ojos?Sé que Alessa nunca jugaría con algo así, pero no puedo evitar que las dudas surjan en mi mente. O quizás un poco de esperanza.Anna se acerca a nosotros y los tres nos quedamos mirando a la joven como si hubiéramos descubierto el secreto del código de Da Vinci. Bajo a Alessa al suelo y me acerco a Bella, inspeccionándola, parece igual que antes. Su frecuencia está bien, su presión y saturación de oxigeno también según el monitor.Sostengo una de sus manos y aprieto fuerte, pero no hace ningún movimiento.Suelto el aire que estaba conteniendo y suspiro. Demasiado bueno para ser verdad.Me vuelvo hacia las niñas.- Deben estar cansadas. Vamos para que duerman que ya es tarde.Ellas asienten, y como siempre, ambas toman mis manos, una a cada lado. Las acompaño hasta llegar a su habitación.Preparo las camas y las arropo, dándoles un beso en la frente y
Me recompongo un poco antes que me vean en esta nueva faceta que se ha apoderado de mi alma de hielo y voy escaleras arriba hasta entrar en el dormitorio de los médicos. Encuentro a Fredek roncando con la boca abierta en un sueño profundo. Lo sacudo con fuerza hasta que logro despertarlo del todo.- Vamos imbécil, míralo con tus propios ojos.Corro de nuevo fuera de la habitación, escaleras abajo, hasta estar junto a Bella nuevamente. Él me sigue, aunque llega un poco después que yo, sofocado. Sus pintas me hacen sonreír internamente. Viene en calzones, camiseta y descalzo. Pero me complace que comparta mi locura y mi urgencia.Aunque, yo estoy en traje, tengo una imagen que mantener.Fredek se queda paralizado cuando la ve con sus ojos abiertos como plato. Es bastante joven, hace un par de años se graduó como especialista en neurocirugía, el mejor de la facultad de medicin
Mi día transcurre lento. Estoy en una junta con varios supervisores de la clínica que están hablando de presupuestos y de llevar a cabo nuevas inversiones. Yo la verdad es que les presto atención a medias. Ya es mediodía y no he sabido nada de Bella. No sé si terminaron de hacerle las pruebas o si está bien.Y lo peor es que al terminar esta aburrida reunión tengo que acercarme a la Organización “Miremos al Futuro”, porque hace unas horas avisaron que hay un problema con un paciente y un médico, hasta el punto de involucrar a la policía. Por esta razón, no me puedo escaquear. Hay asuntos como este, que debo atender personalmente.Mi móvil vibra sobre la mesa y lo reviso rápido pensando que es Fredek para darme información. Pero lo que me llega es un mensaje por WhatsApp, una foto de las niñas, junto a otros niños en un parque cercano.
Demoré más de lo esperado resolviendo el ¨ligero problemita¨ de la Organización, puesto que la madre de un paciente, en un intento desesperado de devolverle la vida a su hijo, apuntó con una pistola al pediatra que lo recibió. La pobre mujer no acepta la muerte de su hijo de 16 años, causada por una sobredosis. Los médicos no pudieron hacer nada por él, fue recibido en pésimas condiciones, era imposible hacer más.Es triste tener que ser testigo de casos como este. Las drogas cada vez afectan más a los jóvenes, causando serias consecuencias, y en la mayoría de los casos los familiares no llegan a saberlo hasta que ya es demasiado tarde.Luego de conversar con la policía y sedar a la mujer, regreso a la clínica para reunirme con Fredek y conocer los detalles de los resultados de las pruebas.Bella sigue descansando por lo que él me pide que hablemos en mi oficina.Me siento en mi escritorio y él se acomoda en la silla frente a mí, y esparce s