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Luke Eisner: ¨ No te mueras, ¡joder! … ¨ Capítulo 3:

Es curioso cómo puede cambiarnos la vida de un momento a otro. Hay caminos que parecen rectos y de repente todo se quiebra, aparecen grietas y se hace imposible seguir avanzando en esa dirección. Lo más malo de esas grietas es que es casi imposible lograr repararlas.

Desde aquel fatídico día me convertí en una persona fría, calculadora, rebelde, inseguro y mi autoestima se fue a la m****a. Ese día comencé a odiarme a mí mismo, a detestar cada parte de mi cuerpo, a esperar a que todos durmieran para maldecirme una y otra vez en soledad, a compadecerme de mi mala suerte. A causa de esa desgracia, me convertí en esta porquería que soy hoy. Quizás esa sea el motivo de que hoy, precisamente hoy, el karma me haga volver a revivir todo aquello.

Segundos, minutos u horas después, no sabría decir con exactitud cuánto tiempo me encuentro perdido en ese lugar oscuro en mi mente, siento una mano presionando mi hombro que me hace reaccionar y volver a traer mis sentidos al presente. Miro primero hacia la mano y luego a la persona. 

Es John, mi chófer, no sé de qué forma ha llegado hasta aquí, ni cómo sabía dónde encontrarme, y no lo entendería ni, aunque me lo explicara, pero sentir su mano firme sobre mi hombro, dándome apoyo y seguridad, apareciendo en el momento oportuno, me da la fuerza necesaria para reaccionar. No sé cómo lo hace, pero siempre que lo necesito está en el lugar exacto, en el momento indicado. 

- ¿Está bien, Eisner? – me pregunta arrugando su frente.

Lo miro y no respondo, sólo inclino la cabeza agradeciendo sin palabras que se encuentre aquí. Lleno mis pulmones de aire y cierro los ojos unos segundos, cuando los vuelvo a abrir, aterrizo de golpe en el problema que tengo delante. Por primera vez soy consciente de la gravedad. Me maldigo mil veces por ser tan inconsciente. Le he destrozado la vida a esta joven, ¡Joder!

No soy médico, pero se pudiera decir que, después de todos estos años rodeado de ellos, he adquirido bastantes conocimientos sobre primeros auxilios y algo de medicina, a pesar de no tener un título certificado. Dirijo una clínica privada de atención infantil desde hace alrededor de 7 años. Antes de morir, mi padre me hizo prometer que la mantendría en pie, y que no la vendería ni me desvincularía de ella. Estuve tentado a romper mi promesa en varias ocasiones. Ocuparme de algo tan grande con solo 20 años no era nada fácil, pero gracias a la mano derecha de mi padre y el apoyo moral de mi abuela, mantuve mi promesa hasta el día de hoy. He sido testigo en varias ocasiones del modo de actuar de los médicos por lo que estoy bastante empapado en cómo proceder en situaciones como ésta. 

Me inclino sobre la joven y la inspecciono, evaluando los posibles daños. Retiro cuidadosamente la mano que tiene en el rostro y con mis dedos le busco el pulso carotideo. 

Mi respiración se acelera. No está muerta. Por lo menos no por ahora, pero su pulso es demasiado débil. Tiene mucha sangre en la cara, la cabeza y mucha más desparramada por el suelo. La ambulancia debe estar al llegar así que tengo que detenerle la hemorragia que viene de su cabeza antes de que se desangre. 

Me quito la camisa que llevo puesta y la rasgo en pedazos con mis manos de forma tal que, como puedo, trato de comprimirle la herida y le hago un vendaje alrededor de su frente, intentando moverla lo menos posible.

Cuando me aseguro de comprimirlo bien, me ocupo del resto de su cuerpo magullado y de su pierna derecha que parece estar rota. Le pido a John que me traiga algo parecido a un par de tablas y que las encuentre donde sea, da igual. Un minuto después regresa a mi lado tendiéndome dos tablones de madrera. Son pequeñas y no sé de dónde las habrá sacado, pero servirán. Las acolchono a cada lado de su pierna en posición recta, inmovilizándola. Vuelvo a tomarle el pulso para asegurarme que se mantiene con vida, justo cuando oigo ese famoso sonido de la ambulancia anunciando su llegada. 

Los paramédicos aparecen a mi lado en un abrir y cerrar de ojos e inspeccionan mi trabajo. Asintiendo con la cabeza, le colocan un collarín con cuidado de no hacerle más daño, la acuestan en una camilla de cuchara, y la introducen rápido dentro de la ambulancia. Uno de los paramédicos se dirige hacia la multitud que se ha ido acercando para ver lo ocurrido.

- ¿Hay algún familiar de la muchacha entre los presentes? - al no obtener respuesta vuelve a preguntar: - ¿Alguien vio lo que sucedió?

Silencio. Nadie dice nada. Y yo, no sé qué me sucede, pero no consigo articular palabra. Debería decirle yo fui el causante del accidente, pero mis labios no quieren cooperar. El hombre se introduce en la parte trasera de la ambulancia y yo lo imito. No pienso dejarla hasta asegurarme que mis manos no vuelvan a estar manchadas de sangre.

Le tiro a John las llaves del BMW antes que las puertas se cierren y este las atrapa en el aire. 

Me siento al lado izquierdo de la camilla. Sujeto la mano de la joven sin penarlo. No sé exactamente de donde salió el impulso para hacerlo, pero lo hago. Mientras tanto, los paramédico le toman el pulso, le canalizan vena, le administran hidratación, controlan sus signos vitales y se aseguran que se mantenga estable hasta llegar al hospital.

Mis ojos siguen los movimientos de los médicos que tengo delante, haciendo su trabajo lo más rápido que pueden, y luego inspecciono el cuerpo casi sin vida en la camilla. El vendaje que había colocado antes alrededor de su cabeza, hecho con mi camisa, ahora se encuentra manchado de color rojo debido a la sangre. Con mi mano libre aparto un pequeño mechón de su cabello empapado en sangre, y, el corazón se me comprime cuando la chica me sorprende abriendo los ojos poco a poco, pesados y somnolientos, acostumbrándose a la luz o a la confusión, no sabría decir. 

No intenta moverse, yo tampoco. No intenta hablar, yo tampoco. Sólo nos miramos el uno al otro, ella con sus intensos ojos azules celestes fijos en mis pupilas dilatadas. Trato de sonreír para hacerle ver que todo va a estar bien, ya que de mi boca no salen palabras coherentes. Y la sorpresa es aún mayor cuando su comisura derecha comienza a elevarse ligeramente.

Es en estos momentos en los que no sabes que hacer, no sabes que decir ni cómo reaccionar. Es en estos momentos cuando te das cuenta que la vida te puede cambiar de un momento a otro. En mi caso, con este simple gesto que puede ser insignificante para muchos.

- No te mueras, ¡joder! No te mueras. - le susurro acercando mis labios a nuestras manos entrelazadas y cerrando los ojos unos instantes, buscando con ese gesto que mi deseo se cumpla. No quiero vivir con el peso de otra muerte sobre mi maldita conciencia. 

Siento un ligero movimiento de su mano en la mía, y levanto mi vista para volver a encontrar sus ojos, pero esta vez están cerrados. Parece estar en un profundo sueño, ajena a todo lo que pasa a su alrededor. Los paramédicos miran el monitor e intercambian comentarios entre ellos, como si no hubieran visto esos ojos azules que atraparon los míos, y yo me pregunto si me lo he imaginado todo.

El sonido de la ambulancia pidiendo vía y el pic pic de la máquina a la que se encuentra conectada es lo único que se escucha en el corto tiempo hasta llegar al hospital.

♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥

Instantes después, bajamos de inmediato, mis manos sin apartarlas de las suyas en ningún momento. Siento una sensación extraña y un nudo en el estómago cuando mis manos rosan su suave y delicada piel, pero lo ignoro asegurándome que son los nervios del momento. 

La sostengo fuerte mientras pasamos por los pasillos, atravesando puertas que apenas soy consciente. Estoy en modo automático. Llegamos a unas grandes puertas blancas, cuando estoy a punto de entrar con ellos, un médico que ni sabía que estaba junto a nosotros, coloca su mano en mi pecho, deteniéndome. Lo miro con el ceño fruncido.

- ¿Qué coño haces? - le espeto apartando su mano de mí, de malas maneras.

- Lo siento. No puedes entrar – dice mientras hace señales a sus compañeros para que continúen arrastrando la camilla hacia el interior del salón. - Podrías estorbar más de lo que podrías ayudar. Estará en buenas manos. Haremos todo lo posible por salvarla. Pero por favor, mantente alejado y que te atiendan el golpe en la cabeza que está sangrando - dice y sin esperar respuesta, sigue a la camilla, cerrando las puertas tras él.

Mi mano que hace solo unos pocos segundos tenía sujetada la de ella, ahora se siente fría y desolada. Miro la puerta con rabia. Eso no me lo esperaba. No soy el tipo de hombre que acepta una orden, ni un no por respuesta. Pero quizás tenga razón. Estoy involucrado personalmente, no tiene sentido que esté ahí adentro. 

Todo fue mi culpa. Mi maldita culpa. En fracciones de segundo mi vida vuelve a dar un giro sin darme cuenta. Todo se repite en mi mente.

Me acerco a la pared y pegando mi espalda desnuda en las frías lozas blancas, dejo que mi cuerpo resbale por esta, hasta caer al suelo. Estoy exhausto. Encojo mis rodillas al pecho y las rodeo con mis brazos.

No soy una persona creyente. Solía serlo, pero la vida me demostró hace unos años que de nada sirve rezar y pedirle a Dios. Sin embargo, ahora mismo mi cabeza solo repite una cosa:

<Por favor, si hay alguien ahí, Dioses, Santos, demonios, ... Lo que sea... ayúdenme, por favor. Que no muera. Que no muera. Que no muera. Que no muera. Que no muera>

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