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Luke Eisner ¨ Por supuesto que va a despertar … ¨ Capítulo 6:

                Tres semanas después:

Miro la hora en la computadora de mi oficina donde estoy trabajando.  

Joder, el tiempo pasa volando. Paso mis manos por el rostro, estoy exhausto, demasiadas horas de trabajo. Termino de arreglar unos papeles que tengo sobre el escritorio y apago la computadora. Me acerco al mini bar de mi oficina y me sirvo un poco de whisky. Desde esta mañana no había vuelto a tomar. Ya extrañaba la sensación quemante en mi garganta. Me termino lo que queda en el pequeño vaso de cristal y vuelvo a llenarlo. 

Camino hasta la gran ventana de cristal de mi oficina y pierdo mi vista en la ciudad. Desde aquí todo se ve en miniatura: los autos, las personas deambulando por las calles. El hospital se encuentra en el centro de la ciudad, así que desde aquí puedo verlo todo perfectamente. Aunque a veces prefiero no ver nada más allá, que todo sea oscuridad y tranquilidad.

Minutos después termino con mi vaso y me coloco la chaqueta del traje mientras sonrío ante la caja de regalo que tengo para Anna y Alessa sobre el sofá. Es grande, la decoré, con ayuda de Margot ya que yo soy un poco torpe, con papel de regalo rosado y amarillo, sus colores favoritos respectivamente. Tiene un gigantesco lazo rojo que da hasta miedo debido a su gran tamaño. Sosteniendo con ambas manos el regalo voy hacia los ascensores y marco el piso 3 que es donde se encuentra su habitación.

Las puertas se abren y camino por el pasillo donde alguna enfermera me saluda pronunciando mi apellido. Algunas de ellas me temen, otras se me insinúan, y otras me odian por no corresponderles, pero no me involucro con trabajadoras del centro, por lo menos ya no. Prefiero mantener mi vida privada lejos del trabajo.

Llego a la habitación de las niñas y antes de tocar la puerta oigo unas risitas y una vocecita que susurra:

- Ya está aquí. ¡Correeee! – creo que es la voz de Anna. Arrugo mis labios para evitar sonreír y que mis trabajadores me vean en esta faceta.

- Toc toc - pronuncio llamando a la puerta y escucho más risas desde dentro. - ¿Hay alguien? Toc, toc.

- No, no estamos – sé que ahora lo dijo Alessa, su voz es inconfundible mientras ríe.

- Bueno, ¿dónde estarán Anna y Alessa? ¿Alguien las ha visto? – digo siguiéndoles el juego. – ¿no? Voy a tener que buscarlas entonces.

Abro la puerta y entro a ese mini paraíso de Disney. La habitación es amarilla en una pared y rosa la otra, dos camitas perfectamente tendidas rodeadas de docenas de peluches y dos armarios pequeños de ropa. En un lado hay una casa grande de juguete que les compré hace unos meses y se ha convertido en el refugio de las dos. Y el piso está lleno de garabatos sin sentido y dibujos hechos a mano. Prefieren pintar las paredes porque, según ellas, permanecerán para siempre, mientras que las hojas se pierden. 

< Estas niñas son unos diablitos > Pienso riendo. 

Escucho más risitas proviniendo desde el armario así que dejo la caja a un lado de la puerta y camino en silencio hasta ese pequeño lugar donde están escondidas. Haciendo el menor ruido posible coloco mis manos en la manilla de la mini puerta y la abro de pronto gritando:

- ¡¡¡Os pillé!!! – les digo estirando mis manos para atraparlas.

Ellas gritan riendo y se retuercen cunado les hago cosquillas en la tripa. Casi siempre jugamos a lo mismo. Ellas no se cansan y a mí me gusta verlas felices.

Sin pronunciar una palabra, les hago una señal con los ojos para que vean mi regalo y salen corriendo entre risas hacia esa dirección. Se sientan en el suelo y rompen el envoltorio sin el menor cuidado. 

Y pensar que estuve tantas horas envolviéndolo…

Las observo conteniendo esa sonrisa boba que me provocan cada vez que las tengo a mi alrededor, sus alegrías genuinas son más que suficientes para que las complazca en todo lo que desean. 

Son hermanas. Alessa tiene 7 años, su pelo es rubio encaracolado recogido en un moño poco hecho, sus ojos son verdes y siempre lleva una sonrisa en el rostro, de esas de las que contagian a todos (incluso a mí, aunque lo niegue). Sus ocurrencias son demasiado graciosas, inclusive para mí, que quiero mantener la fachada de hombre serio que no me afecta nada. Le gusta hablar sin parar y a pesar de su corta edad es muy inteligente y espontánea. 

Anna en cambio es un poco más seria, tiene 9 años. A diferencia de su hermana, su cabello rubio fue sustituido por un pañuelo amarillo que siempre lleva puesto para ocultar su calvicie. Sus ojos también son de color verde, y tiene un lunar marrón en la mejilla izquierda, que, según su hermanita, tiene forma de corazón, aunque yo lo veo como un lunar común y corriente. Es una niña muy fuerte. Hace 2 años fue diagnosticada con Leucemia Linfoblástica Aguda en su fase avanzada, la quimio la deja débil y cansada, pero aparenta que está bien para jugar con su hermana menor y que esta no se preocupe. Es mi pequeña heroína. 

Lo más difícil de este hospital es encontrarte con casos tristes como este. Amo a los niños. Siempre les hago regalos y ellos me agradecen con sus raros dibujos y sus excesivas muestras de cariño. Este lugar es un pequeño paraíso lleno de ellos, es increíble cómo, a pesar de tener que tomar un cargamento de pastillas, y someterse a tratamientos demasiado fuertes, sus rostros siempre están llenos de alegría y felicidad, a diferencia de las personas mayores, que creemos que, por cada problema, por más pequeño que sea, se nos acaba el mundo y nos encerramos en nosotros mismos, dejando de luchar. Como yo.

Pero estas dos hermanitas marcan la diferencia para mí. Por mucho que trato de alejarlas de mi lado, debido a que todo lo que toco lo destruyo, ellas me demuestran que son más testarudas que yo. A veces se escapan de sus enfermeras y cuidadoras, y van hasta mi oficina para llevarme algo de comer cuando olvido la hora entre papeles y reuniones, (que no sé cómo hacen para entrar en el ascensor y llegar hasta la última planta, siendo tan pequeñas), y otras veces mandan mensajes por teléfono haciéndome reír con sus cosas. Y si te lo estás preguntando, la respuesta es sí. Anna quería un móvil y yo la complací. Hacen que mi oscuro corazón se aclare un poco cada vez que estoy con ellas. Me recuerdan algo que una vez la vida me negó…

Son huérfanas. Sus padres eran unos drogadictos que estaban más pendientes de comprar su dosis diaria que del cuidado de sus pequeñas hijas. Servicios sociales encontraron a las niñas en ese pequeño departamento donde vivían. Su madre había fallecido por sobredosis y se encontraba tirada en un sofá, y las criaturas estaban deshidratadas y enfermas. Estuvieron viviendo casi un mes en lugares de acogida, hasta que un tío, hermano de la madre, las recogió y las llevó a su casa. 

La custodia está a cargo de ese tío, que contactó con mi institución meses después. Anna necesitaba cuidados especiales por su enfermedad, y él alegaba que no podía cuidarlas puesto que tenía su propia familia y sus propios hijos que mantener. Alessa no está enferma, por suerte, pero sería muy cruel separarlas. Viven aquí hace alrededor de 1 año y medio. Y para ellas yo soy como el padre que no tienen. Aunque no estoy seguro que eso sea bueno para ellas.

Cuando Anna llegó a nosotros la enfermedad la estaba consumiendo, estuvo con tratamientos iniciales muy fuertes para lograr estabilizarla. Ella es fuerte y lo ha demostrado.

Me acerco hacia donde se encuentran, armando el juego de cocina que les traje, con fogones, sartenes, hornillas. Si, de todo. 

Me arrodillo junto a ellas y les pregunto:

- ¿Les gusta?

- Siiiii - responden sonriendo al unísono sin mirarme. 

- Escúchenme – les digo para llamar su atención, cuando lo consigo continuo: - Hace días que no visitamos a Bella. ¿Me quieren acompañar?

- Siiii - responden levantándose ya olvidando por completo el juego de cocinas.

Alessa va hacia su mesita de dibujos y trae una hojita en la mano y me la enseña. Es un dibujo.

- ¿Para mí? - Le sonrío. – Gracias.

- No, tontito, es para Bella. ¿Crees que le guste? – pregunta con ilusión.

- No lo sabremos tontita, está dormida ¿recuerdas? – le responde su hermana antes que yo pueda abrir mi boca.

- ¿Y no va a despertar? - me pregunta Alessa mirándome con sus ojos verdes apagados. Esa pregunta me la hace casi a diario, y yo siempre le respondo lo mismo.

- Sí, por supuesto que va a despertar, aunque no sabemos cuándo – le sonrío para que ella haga lo mismo. - Y creo que ese dibujo le encantaría. ¿Vamos?

Las dos agarran mis manos, una a cada lado y vamos hacia la habitación de Bella, que se encuentra en una planta superior, en el ala de cuidados intensivos.

Cuando entramos todo está igual que siempre. Solo se escucha el pic pic de la máquina al lado de la cama. Inspecciono a la joven. Su piel ya carece de lesiones visibles, es suave y blanca. Su cabello rubio es mucho más largo, desparramado bajo su cabeza y sobre la almohada, y un vendaje blanco rodea su frente debido a todas las operaciones a las que se ha sometido. Sus ojos se mantienen cerrados al igual que sus labios. Su cuerpo delgado está cubierto con una sábana blanca y sus manos descansan a cada lado. Parece que duerme. Parece estar en paz. Aunque sé que debe estar cerca del infierno, donde yo la mandé y quizás nunca más despierte.

Nos acercamos y como siempre siento a las niñas una a cada lado de la cama. Alessa le habla de todo lo que ha hecho estos días, de mis regalos, de una amiga que lleva una manguera en la nariz que es por donde respira, le enseña su dibujo y comienza a hacerle una trenza (más bien, nudos en el pelo).

- Lue - me llama la más pequeña, con ese tono muy particular suyo que me anuncia que se avecina una de sus preguntas ocurrentes. La miro y dispara: - ¿Por qué no la besas?

- ¿Qué?

Y qué pregunta. M****a.

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