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Rescátame
Rescátame
Por: Taylor Mártin
Luke Eisner: ¨ Cambio de planes … ¨ Capítulo 1:

Todos tenemos nuestros propios demonios internos: esos que nos hablan al oído y nos impulsan a hacer cosas estúpidas e indebidas; esos que nos persiguen allá donde vamos, arrastrándonos a su infierno, y por mucho que queramos salir de ahí, nos sentimos atrapados, sin salida.

En mi caso, ese infierno es mi vida diaria y yo me he convertido en mi propio enemigo.

Recojo mi pantalón del suelo junto al bóxer y me los coloco. Peino con la mano derecha mi cabello hacia atrás; mientras que, con la otra mano, arrojo el condón usado sobre el cuerpo femenino que reposa inconsciente en la cama de este lujoso hotel. Un cuerpo femenino con su rostro cubierto por sus rizos rebeldes, negros y largos. Son evidentes las marcas de mis dedos dejando una huella rosada sobre su blanca piel. 

No la conozco, ni me propongo conocerla. Es solo una de las tantas chicas que intentaron atrapar mi atención hace unas horas en un bar. No pretendo entablar ningún tipo de relación con ninguna de las mujeres con las que me acuesto. Cada vez que tengo sexo, retiro junto a mi ropa cualquier tipo de sentimientos. Solo busco con quien aliviar mis deseos como hombre. No necesito nada más.

Miro alrededor en busca de la chaqueta de mi traje, y la encuentro a los pies de la cama junto a un tanga roto. La coloco sobre uno de mis hombros, mientras intento acomodar la camisa en mi cuerpo, que ni siquiera retiré para mi encuentro sexual. 

Recojo mi móvil y mis zapatos, y salgo de la habitación dando un sonoro portazo. No me importa si hago ruido. No creo que, sea quien sea esta chica, tenga la fuerza suficiente para abrir los ojos después de habérmela follado tan salvajemente, descargando en ella toda mi frustración. 

Tomo el ascensor hasta el primer piso, desesperado por irme a casa y acabar de una maldita vez este día.

Las puertas se abren y al pasar junto al portero en la salida del hotel, me despido con una inclinación de cabeza. 

Se llama Michael. Es un hombre de unos cincuenta años; alto, delgado y canoso. Por su acento deduzco que es americano. Él conoce mis costumbres. Sin necesidad de decirle una palabra, sabe perfectamente qué es lo que debe hacer con la chica de la habitación. Le pago una suma considerable para que se deshaga de mis amantes con la discreción que lo caracteriza. 

La mayoría de las mujeres con las que me acuesto, las traigo aquí. Busco la suficiente privacidad para que nadie se entere de mi vida personal. En un mundo como el mío, cualquier escándalo es bueno para salir en la portada de alguna revista. Maikel se encarga de esperar a que ellas despierten y luego las lleva a sus casas, asegurándoles que nunca más volveremos a tener ninguno tipo de contacto. 

Así es como funciona mi vida: busco a chicas que estén dispuestas a complacerme sexualmente y luego me aseguro de no toparme con ellas nunca más. Soy un poco cabrón, lo sé, pero me siento bien con ello.

El aire fresco de la madrugada me recibe al salir del hotel. La sensación de mis pies descalzos en la acera es más que refrescante.

John, mi chófer, espera apoyado junto a mi BMW negro. Como mi perro fiel, al verme, cuadra los hombros y abre la puerta del asiento trasero para mí. 

John es un hombre serio, nunca sonríe. Recuerdo haberle dicho el día que lo contraté que si reía o sonreía en mi presencia lo despediría. En aquel momento me pareció una forma de demostrar mi superioridad ante él, trabaja para mí desde hace unos 12 años y hasta ahora no lo ha hecho ni una sola vez. Es veterano de guerra, supongo que tras todo lo que vivió, le sea complicado encontrar algo por lo que valga la pena reír.

Es un poco mayor, viste siempre con el uniforme que le exijo y su espesa barba la mantiene siempre en perfecto estado. Debe estar alrededor de la sesta década de su vida, pero no lo sé con certeza. Lo que más admiro de él, es su lealtad. A veces creo que no tiene vida propia más allá de trabajar para mí, pero no me importa. Lo que verdaderamente me interesa es que haga bien su trabajo y hasta ahora, no tengo queja alguna. Es una de las pocas personas en las que puedo confiar. 

Bueno… más o menos… a decir verdad, no confío ni en mí mismo.

Cierro la puerta del carro que antes abrió y tiendo mi mano con la palma hacia arriba esperando a que me entregue la llave. Él capta la señal al instante, depositándola sobre mi mano. Rodeo el coche hasta el asiento del chófer y antes de acomodarme dentro, le digo:

- Me apetece manejar.

No es que tenga que darle explicaciones de lo que hago a ninguno de mis empleados, pero, en cierta forma, John me agrada. 

Asiente con la cabeza y se aparta hasta quedar a una distancia prudente de la calle, sin expresión alguna en su rostro, como de costumbre.

Mis manos van al volante y el motor ruge cuando arranco a toda prisa. Sé que es un poco grosero de mi parte dejarlo abandonado a estas horas de la madrugada, pero no es la primera vez que lo hago, así que debe estar acostumbrado. 

Soy el jefe y si decido manejar, manejo. 

Miro la hora en mi móvil. 3:42 de la mañana. El aire frio es condenadamente refrescante.

La calle está desolada, lo que motiva mis instintos más salvajes a pisar fuerte el acelerador y a conducir feroz por las calles hasta que el cansancio me venza. El día ha sido largo, y no tiene pinta de querer acabar. 

Recuerdos amargos inundan mi maldita mente. Esos recuerdos que me persiguen a donde quiera que voy, atormentándome como un asesino al asecho, esperando el momento oportuno para demostrarme que todo lo que toco lo destruyo. Mis pesadillas son cada vez más frecuentes. Solo con unos cuantos tragos de más, consigo dormir unas pocas horas cada día.

La adrenalina brota por mis poros. La velocidad que alcanzo es la suficiente como para pasarme el resto de mi vida en la cárcel si me detiene algún policía. Pero no me importa. Calles, casas, edificios... todo se queda atrás en cuestión de segundos. Estiro la mano y pongo música a todo volumen. Ni siquiera reconozco la canción que suena, solo que la escandalosa melodía retumba en mis oídos, como un taladro en la pared, y me aferro con más fuerza al volante girando en las curvas sin siquiera mirar a los lados, a estas horas apenas hay transeúntes o transporte.

Vago por las calles sin rumbo fijo, girando en las esquinas, saltándome semáforos, hasta que diviso a lo lejos un bar abierto con un gran cartel luminoso.

Cambio de planes. 

No me considero un alcohólico, pero reconozco que la mayor parte del tiempo, la mayoría de mis días, bebo sin parar. Dicen que olvidar los malos momentos es difícil, pues yo creo que recordarlos duele mucho más. Soporto más mi maldita mente si tengo cierto grado de embriaguez en mi sistema. Y un día como hoy, lo necesito más que nunca.

Me dirijo a ese lugar sin pensarlo. Freno de golpe con una rueda sobre la acera. Me acerco y me siento en una de las banquetas de la barra. Doy golpes sobre la mesa para llamar la atención del joven dependiente que se encuentra somnoliento y con gesto aburrido. No me extraña, el bar está prácticamente vacío, solo hay cuatro hombres en una mesa del fondo bebiendo y riendo. 

Pido un whisky doble y en cuanto lo tengo enfrente me lo bebo de un sorbo. El líquido quema mi garganta y la sensación es fascinante, así que termino comprando la botella más cara y vuelvo a aterrizar tras el volante, conduciendo como loco con una mano, mientras que, con la otra llevo la botella a mis labios.

Mis días de m****a se reducen siempre a lo mismo.

Esta tarde mientras me follaba a Nikita en el mismo hotel que estuve hace un rato, me dio la genial noticia de que está embarazada. Puta m****a.

Según ella, esa criatura puede ser tanto mío como de su marido. Aunque no creo que sea mío. Siempre me protejo para evitar estas mismas consecuencias. No quiero hijos y ella lo sabe. 

La conocí hace alrededor de 20 años. Íbamos juntos al instituto y era muy amiga de mi exmujer. Siempre fue una arpía, aunque con el paso de los años ha ido a peor, no me sorprendería si estuviera mintiendo sobre este embarazo. Ya no sabe qué más hacer para llamar mi atención. Ella folla de puta madre, y es consciente de ello, por lo que siempre lo utiliza a su favor cada vez que intento apartarla de mi lado. También es la única mujer con la que he repetido en la cama desde hace muchos años.

Nikita me conoce lo suficiente para saber que hablarme de hijos hoy es como meter un dedo bien profundo en una herida sangrante. Su manipulación va más allá de mi tolerancia. Así que dudo que esa criatura que espera sea mía. 

Si fuese mío, por supuesto que me haría responsable. Pero en el fondo sé que es imposible. 

Sacudo mi cabeza para alejar todo tipo de pensamiento y vuelvo a llevar la botella a mis labios dando un buen trago. La oscuridad de la noche cada vez se hace más clara a mi alrededor, anunciando el nuevo día. En la mañana tengo una junta importante con nuevos inversores y necesito tener la mente despejada, espero que al llegar a casa el alcohol haya hecho su magia y consiga dormir un par de horas. Giro el volante con brusquedad, retomando el camino hacia mi ático, que se encuentra en uno de los edificios más ostentosos de la ciudad. Es mi guarida, el único lugar donde me permito ser yo mismo. Solo mi ama de llaves, mi chofer y yo tenemos acceso a la entrada. No permito que nadie más invada mi territorio.                

Estirando la mano hacia el reproductor, rebusco entre la música una de mi agrado, cosa difícil ya que casi nunca una canción consigue distraerme del mundo que me rodea, pero supongo que deba haber algo en mi reproductora que consiga dejar mi mente en blanco mientras conduzco. 

Vuelvo la vista a la carretera. 

De repente las luces del auto captan la silueta de un cuerpo justo en mitad de la calle, frente a mí. Achico mis ojos para lograr distinguir con claridad lo que veo. 

¿Es una persona?

Piso el freno con fuerza, pero es inútil, es demasiado tarde. El chirrido de mis neumáticos seguidos de un fuerte golpe en el capó del coche hace que mi corazón se acelere a mil latidos por segundo. 

¡Joder! ¡La he atropellado!

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