Todos tenemos nuestros propios demonios internos: esos que nos hablan al oído y nos impulsan a hacer cosas estúpidas e indebidas; esos que nos persiguen allá donde vamos, arrastrándonos a su infierno, y por mucho que queramos salir de ahí, nos sentimos atrapados, sin salida.
En mi caso, ese infierno es mi vida diaria y yo me he convertido en mi propio enemigo.
Recojo mi pantalón del suelo junto al bóxer y me los coloco. Peino con la mano derecha mi cabello hacia atrás; mientras que, con la otra mano, arrojo el condón usado sobre el cuerpo femenino que reposa inconsciente en la cama de este lujoso hotel. Un cuerpo femenino con su rostro cubierto por sus rizos rebeldes, negros y largos. Son evidentes las marcas de mis dedos dejando una huella rosada sobre su blanca piel.
No la conozco, ni me propongo conocerla. Es solo una de las tantas chicas que intentaron atrapar mi atención hace unas horas en un bar. No pretendo entablar ningún tipo de relación con ninguna de las mujeres con las que me acuesto. Cada vez que tengo sexo, retiro junto a mi ropa cualquier tipo de sentimientos. Solo busco con quien aliviar mis deseos como hombre. No necesito nada más.
Miro alrededor en busca de la chaqueta de mi traje, y la encuentro a los pies de la cama junto a un tanga roto. La coloco sobre uno de mis hombros, mientras intento acomodar la camisa en mi cuerpo, que ni siquiera retiré para mi encuentro sexual.
Recojo mi móvil y mis zapatos, y salgo de la habitación dando un sonoro portazo. No me importa si hago ruido. No creo que, sea quien sea esta chica, tenga la fuerza suficiente para abrir los ojos después de habérmela follado tan salvajemente, descargando en ella toda mi frustración.
Tomo el ascensor hasta el primer piso, desesperado por irme a casa y acabar de una maldita vez este día.
Las puertas se abren y al pasar junto al portero en la salida del hotel, me despido con una inclinación de cabeza.
Se llama Michael. Es un hombre de unos cincuenta años; alto, delgado y canoso. Por su acento deduzco que es americano. Él conoce mis costumbres. Sin necesidad de decirle una palabra, sabe perfectamente qué es lo que debe hacer con la chica de la habitación. Le pago una suma considerable para que se deshaga de mis amantes con la discreción que lo caracteriza.
La mayoría de las mujeres con las que me acuesto, las traigo aquí. Busco la suficiente privacidad para que nadie se entere de mi vida personal. En un mundo como el mío, cualquier escándalo es bueno para salir en la portada de alguna revista. Maikel se encarga de esperar a que ellas despierten y luego las lleva a sus casas, asegurándoles que nunca más volveremos a tener ninguno tipo de contacto.
Así es como funciona mi vida: busco a chicas que estén dispuestas a complacerme sexualmente y luego me aseguro de no toparme con ellas nunca más. Soy un poco cabrón, lo sé, pero me siento bien con ello.
El aire fresco de la madrugada me recibe al salir del hotel. La sensación de mis pies descalzos en la acera es más que refrescante.
John, mi chófer, espera apoyado junto a mi BMW negro. Como mi perro fiel, al verme, cuadra los hombros y abre la puerta del asiento trasero para mí.
John es un hombre serio, nunca sonríe. Recuerdo haberle dicho el día que lo contraté que si reía o sonreía en mi presencia lo despediría. En aquel momento me pareció una forma de demostrar mi superioridad ante él, trabaja para mí desde hace unos 12 años y hasta ahora no lo ha hecho ni una sola vez. Es veterano de guerra, supongo que tras todo lo que vivió, le sea complicado encontrar algo por lo que valga la pena reír.
Es un poco mayor, viste siempre con el uniforme que le exijo y su espesa barba la mantiene siempre en perfecto estado. Debe estar alrededor de la sesta década de su vida, pero no lo sé con certeza. Lo que más admiro de él, es su lealtad. A veces creo que no tiene vida propia más allá de trabajar para mí, pero no me importa. Lo que verdaderamente me interesa es que haga bien su trabajo y hasta ahora, no tengo queja alguna. Es una de las pocas personas en las que puedo confiar.
Bueno… más o menos… a decir verdad, no confío ni en mí mismo.
Cierro la puerta del carro que antes abrió y tiendo mi mano con la palma hacia arriba esperando a que me entregue la llave. Él capta la señal al instante, depositándola sobre mi mano. Rodeo el coche hasta el asiento del chófer y antes de acomodarme dentro, le digo:
- Me apetece manejar.
No es que tenga que darle explicaciones de lo que hago a ninguno de mis empleados, pero, en cierta forma, John me agrada.
Asiente con la cabeza y se aparta hasta quedar a una distancia prudente de la calle, sin expresión alguna en su rostro, como de costumbre.
Mis manos van al volante y el motor ruge cuando arranco a toda prisa. Sé que es un poco grosero de mi parte dejarlo abandonado a estas horas de la madrugada, pero no es la primera vez que lo hago, así que debe estar acostumbrado.
Soy el jefe y si decido manejar, manejo.
Miro la hora en mi móvil. 3:42 de la mañana. El aire frio es condenadamente refrescante.
La calle está desolada, lo que motiva mis instintos más salvajes a pisar fuerte el acelerador y a conducir feroz por las calles hasta que el cansancio me venza. El día ha sido largo, y no tiene pinta de querer acabar.
Recuerdos amargos inundan mi maldita mente. Esos recuerdos que me persiguen a donde quiera que voy, atormentándome como un asesino al asecho, esperando el momento oportuno para demostrarme que todo lo que toco lo destruyo. Mis pesadillas son cada vez más frecuentes. Solo con unos cuantos tragos de más, consigo dormir unas pocas horas cada día.
La adrenalina brota por mis poros. La velocidad que alcanzo es la suficiente como para pasarme el resto de mi vida en la cárcel si me detiene algún policía. Pero no me importa. Calles, casas, edificios... todo se queda atrás en cuestión de segundos. Estiro la mano y pongo música a todo volumen. Ni siquiera reconozco la canción que suena, solo que la escandalosa melodía retumba en mis oídos, como un taladro en la pared, y me aferro con más fuerza al volante girando en las curvas sin siquiera mirar a los lados, a estas horas apenas hay transeúntes o transporte.
Vago por las calles sin rumbo fijo, girando en las esquinas, saltándome semáforos, hasta que diviso a lo lejos un bar abierto con un gran cartel luminoso.
Cambio de planes.
No me considero un alcohólico, pero reconozco que la mayor parte del tiempo, la mayoría de mis días, bebo sin parar. Dicen que olvidar los malos momentos es difícil, pues yo creo que recordarlos duele mucho más. Soporto más mi maldita mente si tengo cierto grado de embriaguez en mi sistema. Y un día como hoy, lo necesito más que nunca.
Me dirijo a ese lugar sin pensarlo. Freno de golpe con una rueda sobre la acera. Me acerco y me siento en una de las banquetas de la barra. Doy golpes sobre la mesa para llamar la atención del joven dependiente que se encuentra somnoliento y con gesto aburrido. No me extraña, el bar está prácticamente vacío, solo hay cuatro hombres en una mesa del fondo bebiendo y riendo.
Pido un whisky doble y en cuanto lo tengo enfrente me lo bebo de un sorbo. El líquido quema mi garganta y la sensación es fascinante, así que termino comprando la botella más cara y vuelvo a aterrizar tras el volante, conduciendo como loco con una mano, mientras que, con la otra llevo la botella a mis labios.
Mis días de m****a se reducen siempre a lo mismo.
Esta tarde mientras me follaba a Nikita en el mismo hotel que estuve hace un rato, me dio la genial noticia de que está embarazada. Puta m****a.
Según ella, esa criatura puede ser tanto mío como de su marido. Aunque no creo que sea mío. Siempre me protejo para evitar estas mismas consecuencias. No quiero hijos y ella lo sabe.
La conocí hace alrededor de 20 años. Íbamos juntos al instituto y era muy amiga de mi exmujer. Siempre fue una arpía, aunque con el paso de los años ha ido a peor, no me sorprendería si estuviera mintiendo sobre este embarazo. Ya no sabe qué más hacer para llamar mi atención. Ella folla de puta madre, y es consciente de ello, por lo que siempre lo utiliza a su favor cada vez que intento apartarla de mi lado. También es la única mujer con la que he repetido en la cama desde hace muchos años.
Nikita me conoce lo suficiente para saber que hablarme de hijos hoy es como meter un dedo bien profundo en una herida sangrante. Su manipulación va más allá de mi tolerancia. Así que dudo que esa criatura que espera sea mía.
Si fuese mío, por supuesto que me haría responsable. Pero en el fondo sé que es imposible.
Sacudo mi cabeza para alejar todo tipo de pensamiento y vuelvo a llevar la botella a mis labios dando un buen trago. La oscuridad de la noche cada vez se hace más clara a mi alrededor, anunciando el nuevo día. En la mañana tengo una junta importante con nuevos inversores y necesito tener la mente despejada, espero que al llegar a casa el alcohol haya hecho su magia y consiga dormir un par de horas. Giro el volante con brusquedad, retomando el camino hacia mi ático, que se encuentra en uno de los edificios más ostentosos de la ciudad. Es mi guarida, el único lugar donde me permito ser yo mismo. Solo mi ama de llaves, mi chofer y yo tenemos acceso a la entrada. No permito que nadie más invada mi territorio.
Estirando la mano hacia el reproductor, rebusco entre la música una de mi agrado, cosa difícil ya que casi nunca una canción consigue distraerme del mundo que me rodea, pero supongo que deba haber algo en mi reproductora que consiga dejar mi mente en blanco mientras conduzco.
Vuelvo la vista a la carretera.
De repente las luces del auto captan la silueta de un cuerpo justo en mitad de la calle, frente a mí. Achico mis ojos para lograr distinguir con claridad lo que veo.
¿Es una persona?
Piso el freno con fuerza, pero es inútil, es demasiado tarde. El chirrido de mis neumáticos seguidos de un fuerte golpe en el capó del coche hace que mi corazón se acelere a mil latidos por segundo.
¡Joder! ¡La he atropellado!
Kurt Vonnegut decía: ¨ Se aprende más acerca de la vida por los accidentes que nos ocurren, una y otra vez ¨; sin embargo, yo sigo cometiendo los mismos errores. Sigo estropeando todo a mi paso como un jodido tsunami.Todo ocurre en cuestión de segundos. Mis nudillos se ponen blancos alrededor del volante y mi cara impacta con la almohadilla flotante frente al asiento. Un fuerte dolor invade mi cabeza y me encuentro aturdido. La botella de whisky ahora está hecha pedazos con fragmentos de vidrio por doquier. Toco mi frente con mi mano derecha y veo sangre que brota de ella. No sé si proviene del golpe en la frente o de mi mano cortada, quizás sea de ambas.Me paralizo. Un nudo se instala en mi garganta. Silencio absoluto, solo escucho mi pulso en los oídos. Y una voz en mi interior que me grita: "Otra vez no, por favor"Pero, ¿qué ha pasado?Enfoco la vista al frente y lo que veo
Es curioso cómo puede cambiarnos la vida de un momento a otro. Hay caminos que parecen rectos y de repente todo se quiebra, aparecen grietas y se hace imposible seguir avanzando en esa dirección. Lo más malo de esas grietas es que es casi imposible lograr repararlas.Desde aquel fatídico día me convertí en una persona fría, calculadora, rebelde, inseguro y mi autoestima se fue a la mierda. Ese día comencé a odiarme a mí mismo, a detestar cada parte de mi cuerpo, a esperar a que todos durmieran para maldecirme una y otra vez en soledad, a compadecerme de mi mala suerte. A causa de esa desgracia, me convertí en esta porquería que soy hoy. Quizás esa sea el motivo de que hoy, precisamente hoy, el karma me haga volver a revivir todo aquello.Segundos, minutos u horas después, no sabría decir con exactitud cuánto tiempo me encuentro perdido en ese lugar oscuro en
Estoy varios minutos esperando a que alguien salga y me brinden información sobre el estado de la joven, pero eso no ocurre. No soporto la espera. Por eso quería estar ahí dentro. No saber lo que sucede es insoportable.Bajo la cabeza cerrando los ojos, hasta que siento a alguien a mi lado, que coloca una mano en mi cabello, acariciándolo cariñosamente. Levanto la vista para encontrarme unos ojos marrones preocupados. Es mi secretaria, Margot, una mujer de más de 50 años, con unas pocas canas salteadas en el nacimiento de su cabello negro. Me mira con pena, con compasión y sabe que no lo soporto. Esta mujer a mi lado me conoce. Comprende cómo me hace daño pasar por lo mismo nuevamente.Trae consigo una camisa blanca y me la coloca alrededor de los hombros. Había olvidado que estaba desnudo de cintura para arriba y descalzo. Ese era el menor de mis preocupaciones.Aparto la vista de sus
- ¿En coma? ¿Qué quiere decir con que le indujeron un coma? ¿Va a morir?- De momento no lo sabemos - me responde. - Sedamos a la paciente y pusimos su cerebro “a dormir” mientras monitoreamos su actividad. El objetivo es proteger al cerebro y darle tiempo al cuerpo recuperarse, ya que en este estado el órgano necesita menos sangre, oxígeno y glucosa.- ¿Y cuánto tiempo va a estar en coma?- Eso tampoco lo sabemos. El tiempo depende de la recuperación de la paciente. Te aseguro que la mejor medida es esta, no vamos a permitir que muera por hipertensión intracraneana. Puede estar así días, meses o años, al igual que un coma espontáneo, pero por supuesto, el menor tiempo posible, para así evitar complicaciones más graves.El corazón se me cayó a los pies. La dejé en estado vegetativo. Es incluso peor que la muerte.Días, meses o años. Repito en mi mente.- Te aseguro que haremos todo lo que esté en nuestras manos para que los daños sean
Tres semanas después:Miro la hora en la computadora de mi oficina donde estoy trabajando.Joder, el tiempo pasa volando. Paso mis manos por el rostro, estoy exhausto, demasiadas horas de trabajo. Termino de arreglar unos papeles que tengo sobre el escritorio y apago la computadora. Me acerco al mini bar de mi oficina y me sirvo un poco de whisky. Desde esta mañana no había vuelto a tomar. Ya extrañaba la sensación quemante en mi garganta. Me termino lo que queda en el pequeño vaso de cristal y vuelvo a llenarlo.Camino hasta la gran ventana de cristal de mi oficina y pierdo mi vista en la ciudad. Desde aquí todo se ve en miniatura: los autos, las personas deambulando por las calles. El hospital se encuentra en el centro de la ciudad, así que desde aquí puedo verlo todo perfectamente. Aunque a veces prefiero no ver nada más allá, que todo sea oscuridad y tranquilidad.Minutos
A veces me pregunto de dónde estas niñas sacan esas ideas siendo tan pequeñas. Alessa me está pidiendo un imposible. No se puede ir por la vida besando a desconocidas que están en un profundo sueño comatoso. Sería como aprovecharme de su estado.- ¿Que por qué no la besas? – vuelve a repetir la pregunta la enana. - En la película de La Bella Durmiente, ella despierta con el beso del príncipe. – me dice con expresión de que es obvio lo que dice. – Bésala, Lue – esta vez es una orden.Miro hacia la cama y luego a Alessa que espera una respuesta.- No la puedo besar, enana. Yo no soy príncipe y ella no puede decirnos si está de acuerdo con el beso o no.- Para mí sí que eres un príncipe - contraataca ella cruzándose de brazos.- Para mí también – reafirma Anna haciendo el mismo gesto que su hermana, pero sonriendo.- La Bella Durmiente es un cuento ficticio, no es real, enanas. Si fuese real, no hubiera enfermos en los hospitales en
- ¿Estás segura? Enana, ¿estás segura que abrió los ojos?Sé que Alessa nunca jugaría con algo así, pero no puedo evitar que las dudas surjan en mi mente. O quizás un poco de esperanza.Anna se acerca a nosotros y los tres nos quedamos mirando a la joven como si hubiéramos descubierto el secreto del código de Da Vinci. Bajo a Alessa al suelo y me acerco a Bella, inspeccionándola, parece igual que antes. Su frecuencia está bien, su presión y saturación de oxigeno también según el monitor.Sostengo una de sus manos y aprieto fuerte, pero no hace ningún movimiento.Suelto el aire que estaba conteniendo y suspiro. Demasiado bueno para ser verdad.Me vuelvo hacia las niñas.- Deben estar cansadas. Vamos para que duerman que ya es tarde.Ellas asienten, y como siempre, ambas toman mis manos, una a cada lado. Las acompaño hasta llegar a su habitación.Preparo las camas y las arropo, dándoles un beso en la frente y
Me recompongo un poco antes que me vean en esta nueva faceta que se ha apoderado de mi alma de hielo y voy escaleras arriba hasta entrar en el dormitorio de los médicos. Encuentro a Fredek roncando con la boca abierta en un sueño profundo. Lo sacudo con fuerza hasta que logro despertarlo del todo.- Vamos imbécil, míralo con tus propios ojos.Corro de nuevo fuera de la habitación, escaleras abajo, hasta estar junto a Bella nuevamente. Él me sigue, aunque llega un poco después que yo, sofocado. Sus pintas me hacen sonreír internamente. Viene en calzones, camiseta y descalzo. Pero me complace que comparta mi locura y mi urgencia.Aunque, yo estoy en traje, tengo una imagen que mantener.Fredek se queda paralizado cuando la ve con sus ojos abiertos como plato. Es bastante joven, hace un par de años se graduó como especialista en neurocirugía, el mejor de la facultad de medicin