Tan pronto como Elyria pronunció el nombre de Gregor, el aire en la sala pareció tensarse. Y los alfas presentes internaron miradas cargadas de desdén antes de soltar gruñidos de desaprobación. Incluso Cloe y Ethan fruncieron el ceño ante la mención de aquel nombre.—Ese alfa del que habla la princesa no es más que un líder débil, con un territorio tan insignificante que provoca risa —espetó uno de los alfas con desprecio, mientras apretaba los puños.—Es cierto —secundó otro, con el tono cargado de burla—. No es nada en comparación con nosotros. Princesa, piénselo bien. Convertirse en la luna de un alfa como él solo hará que se ridiculice. Alguien con su poder merece mucho más.Las palabras despectivas colmaron la paciencia de Elyria, quien dio un paso al frente con la mirada encendida de rabia.—Prefiero ser la luna de un alfa con un territorio pequeño que de uno que solo me ve como un maldito trofeo para presumir poder. Se debaten entre ustedes quién es el más "digno" de tenerme,
Sintiéndose segura de que pronto partiría a la manada de Gregor, Elyria no dejaba de insistirle a Cloe con inquietud.—Si vuelvo a verme en un aprieto como el de antes, ¿cómo podré quitarme los brazaletes? —preguntó por enésima vez, con el ceño fruncido y una impaciencia que delataba su temor.Cloe negó con la cabeza.—Es imposible, Elyria. Desiste de esa idea —sentenció, con un tono que oscilaba entre la preocupación y la severidad—. Y deja de pensar en Escocia. Lo único que lograrás es ponerte en peligro. Yo soy la única que puede ayudarte a controlar tu poder.Elyria soltó un bufido, desviando la mirada hacia la ventana, como si con ello pudiera ignorar la advertencia.Cloe suspiró y suavizó su tono.—Si tanto quieres entrenar, podemos buscar una zona despejada del bosque. Quitaremos los brazaletes poco a poco, hasta que aprendas a manejar tu fuerza divina sin poner en riesgo a los demás.—No —Elyria la cortó de inmediato—. No lo necesito.Antes de que Cloe pudiera replicar, una si
Elyria se giró hacia Gregor, atrapada en esa mirada azul que destilaba enojo y serenidad al mismo tiempo. Su corazón latió con fuerza, sintiendo la intensidad de ese hombre que la sujetaba con firmeza. Bajó la vista a esa mano grande y fuerte que rodeaba su muñeca con autoridad. Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios antes de morderse el inferior con picardía.—¿Necesita el alfa algo de esta esclava? —su tono destilaba ironía, pero en el fondo no le molestaba que la compararan con una humana. Después de todo, en ese momento, eso era lo que aparentaba ser.Gregor no respondió de inmediato. Si no que su mirada ardiente se deslizó sobre ella antes de girarse bruscamente hacia la loba alfa, Mairen. Elyria vio cómo el rostro de su dama se encendía de rubor y sintió un ardor de molestia en su pecho. Gregor aún no la soltaba, pero, en cambio, emitió un gruñido bajo, gutural, lleno de advertencia.—Princesa caprichosa… —su voz denotaba furia y desprecio—. Pusiste a tu humana como ceb
Mairen, perdida en sus pensamientos, ni siquiera respondió.—¿Por qué no me gustaría? Lo distinto siempre es emocionante —respondió Elyria en su lugar, con una sonrisa pícara en los labios.Gregor apretó los dientes. Aquella mujer tenía una respuesta para todo, y cada vez que abría la boca, lo ponía más de los nervios, pero su duda crecía cuando ella se refería a sí misma como la princesa.«Es imposible, ¿cómo sería la princesa si no tiene una pizca de poder?», se dijo en su fuero interno, convenciéndose a sí mismo de estar equivocado.Finalmente, entraron en la casa de Gregor. No era un palacio, pero sí una imponente cabaña de madera rústica, construida con maestría y adornada con artesanía lobuna. Era la mejor del territorio, la casa de un alfa, con la esencia de su poder impregnada en cada viga y piedra.Gregor sonrió ladino, con orgullo, esperando ver la reacción de Mairen a quien consideraba la princesa. Pero ella no pareció impresionada… En cambio, Elyria estaba curiosa. Como
Gregor observó a Mairen avanzar con ese andar pausado y majestuoso, con la cabeza en alto y una expresión de absoluto dominio, como si realmente fuera la princesa que todos creían. Su vestido ondeaba a cada paso, y en sus ojos brillaba con desafío. Detrás de él, la loba omega seguía sollozando, y temblando de miedo, con la mirada clavada en el suelo, incapaz de sostener la tensión que le provocaba la simple certeza de que la princesa la mataría.—Tan pronto me necesitas, alfa —murmuró Mairen con voz seductora, acercándose a Gregor con la clara intención de tocarlo.Desde que lo vio en el aeropuerto, algo en él despertó su interés, algo más allá del simple deseo de poder. Gregor irradiaba esa fuerza indomable que solo los alfas verdaderos poseían, y de repente, su prioridad cambió. ¿Para qué esforzarse en formar su propia manada cuando podía quedarse con él? Poseerlo significaba no solo un logro, sino un golpe directo a la princesa real. Si lograba doblegar a Gregor, haría tambalear
—¡Isabella! —. Una voz llena de dolor y enojo resonó enel bosque. Un rayo negro se disparó sin rumbo a través de los árboles. Perosólo el eco le respondió, devolviendo su propia desesperación en el vasto ycruel silencio.Ethan, uno de los Alfas más poderosos, quedócompletamente devastado por la pérdida de su luna, Isabella. Ya no estaba ahí,o no estaban. Su destinada luna, una loba tan pura y hermosa, su presencia eslo único que podía detener la oscuridad de su lobo. Pero Isabella ya no estabaallí, se había ido con su hijo, su hijo que nunca nacería, se lo llevaron en unbrutal accidente aéreo, dejándolo solo y vacío.Las lágrimas luchaban por salir de sus cuencas, pero élno se lo permitía. En su pecho, el lobo rugía, arañando las paredes de sumente, exigiendo liberarse, exigiendo sangre.Ethan cerró los ojos, pero el pasado lo asaltó como unatormenta. Recordó aquella noche de luna nueva, la más oscura que había vivido.Como furia lo había tomado por completo. Sin Isabellap
Cuatro años después:—¡Casarme! Eso no está en mis planes en estos momentos— refunfuño Cloe un tanto alterada. Ya que, su abuela, al estar enferma, quiere asegurarse que sus nietas se casen antes que ella deje este mundo, pues no quisiera dejarlas desprotegidas a ella y a su hermana, sin que tengan a su lado a buenos hombres que se encarguen de ellas. —Mía querida, te aviso que debes de asistir a tres citas a ciegas que te he conseguido—le informó su abuela. — ¡Citas a ciegas!— replicó Cloe incrédula y con un deje de burla. —Necesito que consigas cuanto antes un hombre bueno y que sea buen partido para que puedas casarte.—Lo siento abuela, pero en eso no pienso darte gusto. Yo ya tengo un novio al que amo y no necesito andar buscando a nadie más.—Lo querrás, pero no es lo que tú te mereces. Ese chico no es apto para ti, es un chico muy insignificante y tú necesitas a alguien que te dé seguridad y estabilidad económica y social.A Cloe, el comentario de su abuela, le molesta de
Cloe se sintió destrozada en ese momento; no podía creer lo que Robin había sido capaz de hacerle. Creía que el mundo se le venía abajo, se sentía herida, dolida, expuesta y vilmente traicionada. Jamás pensó que el hombre al que amaba le rompería el corazón con sus palabras y acciones. Con puños apretados y lágrimas rodando por sus mejillas, se puso delante de él.—Robin, ¿por qué me has hecho? ¿Cómo que subiste videos de mi desnuda?—le gritó, alterada y dolida—. Yo nunca te he tratado mal, siempre te he amado de verdad y, para colmo, siempre quise ayudarte. Y tú tenías que humillarme de esta manera.—No escuchaste bien, mi amor —intentó excusarse Robin—. No hablábamos de ti, no has entendido bien.—Claro que entendí bien. ¡Qué razón tenía mi abuela cuando me dijo que no eras adecuado para mí! —rebatió Cloe con decepción—. Debí haberla escuchado. Esta vez ella tenía razón. Te quiero fuera de mi vida para siempre.Al escuchar esas palabras en la voz de Cloe, Robin se quedó pasmado, s