Elyria dio un respingo al reconocer la voz de uno de sus trillizos.—Hermano… —murmuró con el rostro pálido, y cuando vio al otro, sintió el peso de su linaje sobre ella.Eryon la miró con el ceño fruncido, mientras su porte de Alfa Supremo irradiaba autoridad.—Hueles a humanos y a un alfa. ¿En qué lío andas metida, Elyria? —la reprendió, con voz grave y dominadora.A pesar de que sus habilidades seguían selladas, Elyria no dejaba de ser un alfa suprema y, aunque en su sangre llevaba el mismo poder que sus hermanos, tembló.—Yo… yo no ando en nada —balbuceó, desviando la mirada hacia el sendero por donde Gregor se había marchado.Sus hermanos no parecían convencidos, pero no la presionaron más.—Padre y madre nos enviaron a buscarte —informó Eryon con tono seco.Elyria sintió un torbellino de emociones. Sabía que era su deber volver, que ellos tenían razón en estar preocupados. Pero su mente y su instinto estaban en otro lado… con él. Con Gregor.El alfa rubio había dejado su huella
Tan pronto como Elyria pronunció el nombre de Gregor, el aire en la sala pareció tensarse. Y los alfas presentes internaron miradas cargadas de desdén antes de soltar gruñidos de desaprobación. Incluso Cloe y Ethan fruncieron el ceño ante la mención de aquel nombre.—Ese alfa del que habla la princesa no es más que un líder débil, con un territorio tan insignificante que provoca risa —espetó uno de los alfas con desprecio, mientras apretaba los puños.—Es cierto —secundó otro, con el tono cargado de burla—. No es nada en comparación con nosotros. Princesa, piénselo bien. Convertirse en la luna de un alfa como él solo hará que se ridiculice. Alguien con su poder merece mucho más.Las palabras despectivas colmaron la paciencia de Elyria, quien dio un paso al frente con la mirada encendida de rabia.—Prefiero ser la luna de un alfa con un territorio pequeño que de uno que solo me ve como un maldito trofeo para presumir poder. Se debaten entre ustedes quién es el más "digno" de tenerme,
Sintiéndose segura de que pronto partiría a la manada de Gregor, Elyria no dejaba de insistirle a Cloe con inquietud.—Si vuelvo a verme en un aprieto como el de antes, ¿cómo podré quitarme los brazaletes? —preguntó por enésima vez, con el ceño fruncido y una impaciencia que delataba su temor.Cloe negó con la cabeza.—Es imposible, Elyria. Desiste de esa idea —sentenció, con un tono que oscilaba entre la preocupación y la severidad—. Y deja de pensar en Escocia. Lo único que lograrás es ponerte en peligro. Yo soy la única que puede ayudarte a controlar tu poder.Elyria soltó un bufido, desviando la mirada hacia la ventana, como si con ello pudiera ignorar la advertencia.Cloe suspiró y suavizó su tono.—Si tanto quieres entrenar, podemos buscar una zona despejada del bosque. Quitaremos los brazaletes poco a poco, hasta que aprendas a manejar tu fuerza divina sin poner en riesgo a los demás.—No —Elyria la cortó de inmediato—. No lo necesito.Antes de que Cloe pudiera replicar, una si
Elyria se giró hacia Gregor, atrapada en esa mirada azul que destilaba enojo y serenidad al mismo tiempo. Su corazón latió con fuerza, sintiendo la intensidad de ese hombre que la sujetaba con firmeza. Bajó la vista a esa mano grande y fuerte que rodeaba su muñeca con autoridad. Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios antes de morderse el inferior con picardía.—¿Necesita el alfa algo de esta esclava? —su tono destilaba ironía, pero en el fondo no le molestaba que la compararan con una humana. Después de todo, en ese momento, eso era lo que aparentaba ser.Gregor no respondió de inmediato. Si no que su mirada ardiente se deslizó sobre ella antes de girarse bruscamente hacia la loba alfa, Mairen. Elyria vio cómo el rostro de su dama se encendía de rubor y sintió un ardor de molestia en su pecho. Gregor aún no la soltaba, pero, en cambio, emitió un gruñido bajo, gutural, lleno de advertencia.—Princesa caprichosa… —su voz denotaba furia y desprecio—. Pusiste a tu humana como ceb
Mairen, perdida en sus pensamientos, ni siquiera respondió.—¿Por qué no me gustaría? Lo distinto siempre es emocionante —respondió Elyria en su lugar, con una sonrisa pícara en los labios.Gregor apretó los dientes. Aquella mujer tenía una respuesta para todo, y cada vez que abría la boca, lo ponía más de los nervios, pero su duda crecía cuando ella se refería a sí misma como la princesa.«Es imposible, ¿cómo sería la princesa si no tiene una pizca de poder?», se dijo en su fuero interno, convenciéndose a sí mismo de estar equivocado.Finalmente, entraron en la casa de Gregor. No era un palacio, pero sí una imponente cabaña de madera rústica, construida con maestría y adornada con artesanía lobuna. Era la mejor del territorio, la casa de un alfa, con la esencia de su poder impregnada en cada viga y piedra.Gregor sonrió ladino, con orgullo, esperando ver la reacción de Mairen a quien consideraba la princesa. Pero ella no pareció impresionada… En cambio, Elyria estaba curiosa. Como
Gregor observó a Mairen avanzar con ese andar pausado y majestuoso, con la cabeza en alto y una expresión de absoluto dominio, como si realmente fuera la princesa que todos creían. Su vestido ondeaba a cada paso, y sus ojos brillaban con desafío. Detrás de él, la loba omega seguía sollozando, y temblando de miedo, con la mirada clavada en el suelo, incapaz de sostener la tensión que le provocaba la simple certeza de que la princesa la mataría.—Tan pronto me necesitas, alfa —murmuró Mairen con voz seductora, acercándose a Gregor con la clara intención de tocarlo.Desde que lo vio en el aeropuerto, algo en él despertó su interés, algo más allá del simple deseo de poder. Gregor irradiaba esa fuerza indomable que solo los alfas verdaderos poseían, y de repente, su prioridad cambió. ¿Para qué esforzarse en formar su propia manada cuando podía quedarse con él? Poseerlo significaba no solo un logro, sino un golpe directo a la princesa real. Si lograba doblegar a Gregor, haría tambalear to
Gregor soltó una carcajada seca, sin un rastro de humor. Al llegar a la cocina, divisó a su nana y, sin miramientos, empujó a Elyria hacia ella.—Nana, encárgate de que esta humana no ande de floja. Vigila que no le sirva a su princesa. Si lo hace, avísame. La castigaré.Dicho esto, se marchó sin voltear atrás. Elyria intentó seguirlo, pero dos lobas se interpusieron en su camino.—Ya escuchaste al alfa —dijo una de ellas con una sonrisa ladina—. Debes empezar a trabajar.—Lo sentimos —agregó la otra con fingida pena—, pero las órdenes del alfa se cumplen aquí.Elyria sintió la indignación morderle el orgullo.—¡Cómo se atreven! ¡Están insultando a la princesa!Las lobas estallaron en carcajadas.—Humana que te quede claro que tu princesa aquí no es nadie. Solo obedecemos a nuestro alfa.Elyria respiró hondo, conteniendo las ganas de golpearlas. Sabía que, en ese momento, eran más fuertes que ella. Pero su furia no cedía.—Llamaré a mi padre, el alfa supremo, y exigiré que sean encerr
Cuando Gregor dejó a Elyria sobre un sillón, ella miró a su alrededor, notando que estaban solos. Frunció el ceño, insegura. No sabía cómo interpretar la situación, pero ese alfa había sido todo menos amable con ella. Sin embargo, cuando Gregor se agachó a su lado y empezó a retirar las tiritas adhesivas de sus dedos con cuidado, la sorpresa la dejó sin palabras. Pero lo que realmente la dejó aún más atónita fue verlo usar su poder de sanación en ella. Pues los alfas eran recelosos con usar ese poder en una simple humana, como suponía que él la consideraba.—¿Tú me tratas bien ahora y luego me vuelves a tirar a la cocina? —protestó con un puchero infantil.Gregor alzó la mirada y, para su asombro, sonrió con diversión.—¿Qué esperas al hacer esto? —exigió ella, sin apartar las manos. En cambio, llevó sus dedos al cuello de Gregor, trazando su piel con una suavidad que él no ignoró.Pero Gregor no hizo ningún gesto, ni de incomodidad, ni de placer.—Solo quiero demostrarte que yo cui