Elyria se giró hacia Gregor, atrapada en esa mirada azul que destilaba enojo y serenidad al mismo tiempo. Su corazón latió con fuerza, sintiendo la intensidad de ese hombre que la sujetaba con firmeza. Bajó la vista a esa mano grande y fuerte que rodeaba su muñeca con autoridad. Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios antes de morderse el inferior con picardía.—¿Necesita el alfa algo de esta esclava? —su tono destilaba ironía, pero en el fondo no le molestaba que la compararan con una humana. Después de todo, en ese momento, eso era lo que aparentaba ser.Gregor no respondió de inmediato. Si no que su mirada ardiente se deslizó sobre ella antes de girarse bruscamente hacia la loba alfa, Mairen. Elyria vio cómo el rostro de su dama se encendía de rubor y sintió un ardor de molestia en su pecho. Gregor aún no la soltaba, pero, en cambio, emitió un gruñido bajo, gutural, lleno de advertencia.—Princesa caprichosa… —su voz denotaba furia y desprecio—. Pusiste a tu humana como ceb
Mairen, perdida en sus pensamientos, ni siquiera respondió.—¿Por qué no me gustaría? Lo distinto siempre es emocionante —respondió Elyria en su lugar, con una sonrisa pícara en los labios.Gregor apretó los dientes. Aquella mujer tenía una respuesta para todo, y cada vez que abría la boca, lo ponía más de los nervios, pero su duda crecía cuando ella se refería a sí misma como la princesa.«Es imposible, ¿cómo sería la princesa si no tiene una pizca de poder?», se dijo en su fuero interno, convenciéndose a sí mismo de estar equivocado.Finalmente, entraron en la casa de Gregor. No era un palacio, pero sí una imponente cabaña de madera rústica, construida con maestría y adornada con artesanía lobuna. Era la mejor del territorio, la casa de un alfa, con la esencia de su poder impregnada en cada viga y piedra.Gregor sonrió ladino, con orgullo, esperando ver la reacción de Mairen a quien consideraba la princesa. Pero ella no pareció impresionada… En cambio, Elyria estaba curiosa. Como
Gregor observó a Mairen avanzar con ese andar pausado y majestuoso, con la cabeza en alto y una expresión de absoluto dominio, como si realmente fuera la princesa que todos creían. Su vestido ondeaba a cada paso, y en sus ojos brillaba con desafío. Detrás de él, la loba omega seguía sollozando, y temblando de miedo, con la mirada clavada en el suelo, incapaz de sostener la tensión que le provocaba la simple certeza de que la princesa la mataría.—Tan pronto me necesitas, alfa —murmuró Mairen con voz seductora, acercándose a Gregor con la clara intención de tocarlo.Desde que lo vio en el aeropuerto, algo en él despertó su interés, algo más allá del simple deseo de poder. Gregor irradiaba esa fuerza indomable que solo los alfas verdaderos poseían, y de repente, su prioridad cambió. ¿Para qué esforzarse en formar su propia manada cuando podía quedarse con él? Poseerlo significaba no solo un logro, sino un golpe directo a la princesa real. Si lograba doblegar a Gregor, haría tambalear
—¡Isabella! —. Una voz llena de dolor y enojo resonó enel bosque. Un rayo negro se disparó sin rumbo a través de los árboles. Perosólo el eco le respondió, devolviendo su propia desesperación en el vasto ycruel silencio.Ethan, uno de los Alfas más poderosos, quedócompletamente devastado por la pérdida de su luna, Isabella. Ya no estaba ahí,o no estaban. Su destinada luna, una loba tan pura y hermosa, su presencia eslo único que podía detener la oscuridad de su lobo. Pero Isabella ya no estabaallí, se había ido con su hijo, su hijo que nunca nacería, se lo llevaron en unbrutal accidente aéreo, dejándolo solo y vacío.Las lágrimas luchaban por salir de sus cuencas, pero élno se lo permitía. En su pecho, el lobo rugía, arañando las paredes de sumente, exigiendo liberarse, exigiendo sangre.Ethan cerró los ojos, pero el pasado lo asaltó como unatormenta. Recordó aquella noche de luna nueva, la más oscura que había vivido.Como furia lo había tomado por completo. Sin Isabellap
Cuatro años después:—¡Casarme! Eso no está en mis planes en estos momentos— refunfuño Cloe un tanto alterada. Ya que, su abuela, al estar enferma, quiere asegurarse que sus nietas se casen antes que ella deje este mundo, pues no quisiera dejarlas desprotegidas a ella y a su hermana, sin que tengan a su lado a buenos hombres que se encarguen de ellas. —Mía querida, te aviso que debes de asistir a tres citas a ciegas que te he conseguido—le informó su abuela. — ¡Citas a ciegas!— replicó Cloe incrédula y con un deje de burla. —Necesito que consigas cuanto antes un hombre bueno y que sea buen partido para que puedas casarte.—Lo siento abuela, pero en eso no pienso darte gusto. Yo ya tengo un novio al que amo y no necesito andar buscando a nadie más.—Lo querrás, pero no es lo que tú te mereces. Ese chico no es apto para ti, es un chico muy insignificante y tú necesitas a alguien que te dé seguridad y estabilidad económica y social.A Cloe, el comentario de su abuela, le molesta de
Cloe se sintió destrozada en ese momento; no podía creer lo que Robin había sido capaz de hacerle. Creía que el mundo se le venía abajo, se sentía herida, dolida, expuesta y vilmente traicionada. Jamás pensó que el hombre al que amaba le rompería el corazón con sus palabras y acciones. Con puños apretados y lágrimas rodando por sus mejillas, se puso delante de él.—Robin, ¿por qué me has hecho? ¿Cómo que subiste videos de mi desnuda?—le gritó, alterada y dolida—. Yo nunca te he tratado mal, siempre te he amado de verdad y, para colmo, siempre quise ayudarte. Y tú tenías que humillarme de esta manera.—No escuchaste bien, mi amor —intentó excusarse Robin—. No hablábamos de ti, no has entendido bien.—Claro que entendí bien. ¡Qué razón tenía mi abuela cuando me dijo que no eras adecuado para mí! —rebatió Cloe con decepción—. Debí haberla escuchado. Esta vez ella tenía razón. Te quiero fuera de mi vida para siempre.Al escuchar esas palabras en la voz de Cloe, Robin se quedó pasmado, s
—¡Por favor, señor, ayúdeme! ¡Abra el seguro de las puertas! —le rogaba al conductor, que permanecía tranquilo, como si nada de lo que sucedía le afectara. Cloe golpeaba el cristal de la ventanilla con sus manos, desesperada por escapar de lo que parecía una pesadilla viviente.De repente, un gruñido bestial resonó en el auto. Ethan, o lo que quedaba de él, se movió tan rápido que Cloe apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que una mano fuerte y bestial se aferrara a su muñeca. La fuerza de su agarre la obligó a girarse, enfrentando al alfa supremo.Lo que vio la hizo congelarse de terror.Los ojos de Ethan no eran completamente humanos. Un brillo amarillo intenso los dominaba, y aunque su cuerpo seguía en forma humana, sus fauces de lobo se asomaban entre sus labios, afiladas y aterradoras. Cloe sintió cómo la sangre se drenaba de su rostro, y en un último suspiro de pánico, su cuerpo se desplomó, desmayada en el asiento.(¿Qué diablos fue eso?) preguntó Ethan a Ferus, con frustr
Ethan apareció de repente, caminando descalzo, con solo unos jeans ajustados, dejando su torso desnudo al descubierto. Los tatuajes que decoraban su piel parecían moverse con cada paso que daba, y su presencia era tan abrumadora que Cloe sintió cómo su respiración se volvía errática. El frío del aire acondicionado del lugar no era suficiente para calmar el calor que se apoderaba de ella. Comenzó a hiperventilar, sus manos sudorosas y su estómago enredado en nudos. —Todavía mi oferta de llevarte sigue en pie —murmuró Ethan al pasar junto a ella.Cloe apenas podía moverse. Sus piernas temblaban como si fueran de gelatina, incapaces de sostenerla con firmeza. Nunca se había sentido tan vulnerable, ni siquiera frente a Robin. Apretó los puños, tratando de controlar el ataque de ansiedad que sentía subir por su pecho. Se obligó a respirar profundo, intentando domar el caos en su mente. —Bien, tú ganas —respondió temblorosa, intentando sonar despreocupada mientras se encogía de hombros