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Capítulo 3: Un Rayo en la Oscuridad

Aldara 

El cielo estaba encapotado, amenazando con una tormenta que parecía reflejar el caos que se desataba dentro de mí. Me sentía atrapada, sofocada por un miedo que no podía comprender, y la única cosa en la que podía pensar era en cómo escapar, aunque no supiera exactamente de qué estaba huyendo.

Sentada en la pequeña cama de la cabaña, me abrazaba a mí misma, intentando calmar los temblores que recorrían mi cuerpo. Ragnar había salido poco después de traerme de vuelta, y su silencio me preocupaba más de lo que quería admitir. No podía descifrarlo. Su mirada, esos ojos que parecían leer cada parte de mí, me perturbaban más de lo que debía.

Me levanté de la cama y me acerqué a la ventana. Afuera, el bosque parecía más oscuro que de costumbre. Todo parecía más denso, más amenazante, como si el propio mundo natural estuviera al tanto de lo que había pasado.

"¿Qué soy?", pensé. Era una pregunta que nunca antes me había hecho, porque siempre asumí que la respuesta era obvia. Humana. Normal. Pero después de lo que había sucedido, esa palabra ya no parecía aplicable.

El sonido de la puerta abriéndose me sacó de mis pensamientos. Me giré y ahí estaba Ragnar, llenando la habitación con su presencia. Tenía algo en la mirada que me hizo estremecer. Había dureza, pero también algo más, algo que parecía estar luchando por salir. Parecía querer decir algo, pero no sabía cómo empezar.

—¿Qué fue lo que pasó allá afuera, Aldara? —Su voz era profunda, grave, pero controlada. Siempre parecía tan seguro de todo, y esa seguridad solo hacía que yo me sintiera más vulnerable.

—No lo sé —murmuré, sintiendo cómo la garganta se me cerraba con la angustia—. No sé qué fue eso. Solo... sucedió.

Ragnar no apartaba los ojos de mí. Estaba evaluándome, tratando de entender algo que yo misma no podía explicar. Dio un paso hacia mí, cruzando la habitación en dos zancadas largas. Estaba tan cerca que casi podía sentir el calor irradiando de su cuerpo.

—¿Sucedió antes? —preguntó, con un tono que sonaba más como una orden que una pregunta.

Negué con la cabeza. Era la verdad, al menos lo que yo recordaba. Nunca antes había experimentado algo como esa explosión de luz. Pero una parte de mí sabía que, aunque no hubiera sido consciente de ello, algo había estado dormido dentro de mí durante mucho tiempo. Algo que ahora comenzaba a despertar.

—¿Y si soy peligrosa? —dije en voz baja, casi como si le estuviera confesando un terrible secreto.

Ragnar frunció el ceño, sus ojos fijos en los míos. Por un segundo, pensé que se apartaría, pero en lugar de eso, se quedó ahí, inmóvil, como si estuviera lidiando con una batalla interna.

—No eres peligrosa —respondió, con una seguridad que me sorprendió.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —Lo miré, tratando de encontrar alguna pista en su expresión, pero su rostro era como una máscara impenetrable.

Ragnar soltó un suspiro y pasó una mano por su cabello desordenado. Era la primera vez que lo veía dudar de algo.

—No lo sé —admitió—. Pero algo me dice que, sea lo que sea lo que llevas dentro, no está aquí para hacer daño.

Me quedé en silencio, sintiendo que mis pensamientos estaban más confusos que nunca. Había una conexión entre nosotros, algo que no podía explicar, pero que estaba ahí, latente en cada mirada, en cada palabra que intercambiábamos. Y lo sentía aún más fuerte ahora, con él tan cerca.

—¿Por qué me ayudas? —pregunté finalmente, incapaz de ignorar más la pregunta que había estado rondando mi cabeza desde que me encontró en el bosque.

—No lo sé —repitió, y su voz esta vez era más baja, casi un susurro—. Pero no puedo dejarte sola. No ahora.

Ese último "no ahora" resonó en mi mente, como si él supiera algo que yo no. Como si hubiera un peligro acechando que aún no podía ver.

La tormenta que había estado amenazando finalmente se desató. La lluvia comenzó a golpear el techo de la cabaña con fuerza, y los truenos resonaron en la distancia. Me acerqué un poco más a la ventana, observando cómo las gotas caían en cascada sobre los árboles, pero mi mente estaba lejos de ahí, atrapada en la extraña energía que todavía sentía dentro de mí.

—Esto no es normal —susurré para mí misma, pero sabía que Ragnar lo había escuchado.

—Nada en ti es normal —dijo él, casi en un murmullo.

Mis ojos se encontraron con los suyos. Había algo en su voz que hizo que mi corazón latiera más rápido, como si sus palabras hubieran revelado algo más profundo, algo que no estaba listo para admitir. Pero antes de que pudiera preguntarle qué quería decir, un rayo iluminó el cielo, seguido de un trueno ensordecedor que sacudió la cabaña.

De repente, todo pareció hacerse más intenso, más real. El viento soplaba fuerte, haciendo crujir las viejas paredes de madera, y la sensación de que algo estaba a punto de suceder se hizo más palpable.

—Aldara, quiero que te quedes aquí —dijo Ragnar de repente, su voz adquiriendo un tono más serio, casi autoritario.

—¿Qué? —Lo miré, confundida.

—No salgas. Pase lo que pase. No quiero que te acerques al bosque esta noche —añadió, y por primera vez, vi algo de miedo en su expresión.

Mi piel se erizó al ver la seriedad en sus ojos. No era una petición. Era una advertencia.

—¿Por qué? —Mi voz salió más débil de lo que quería.

—Confía en mí. Algo viene... y quiero que estés a salvo.

Antes de que pudiera protestar, Ragnar se giró y salió de la cabaña, cerrando la puerta tras de sí con un estruendo. El eco de sus palabras resonaba en mi mente mientras observaba la tormenta intensificarse fuera. Algo venía. Y, por primera vez, sentí que esa "cosa" también estaba dentro de mí.

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