Ragnar
El viento rugía con furia, como si el bosque estuviera al borde de estallar en un frenesí salvaje. Cada gota de lluvia que caía era un latido en mi pecho, sincronizado con el ritmo incesante de mi propia ansiedad. El olor a tierra mojada y hojas podridas llenaba mis pulmones mientras caminaba a través del denso manto de árboles, pero había algo más. Algo diferente.Una fragancia dulce, embriagadora, que no podía apartar de mi mente. Su fragancia.
Había pasado años en este bosque, patrullando los límites del territorio de mi manada, cuidando de mi gente, vigilando los movimientos de los vampiros y las brujas. Sabía exactamente cómo olían cada uno de esos seres. Pero Aldara… ella olía a algo completamente diferente. No como las brujas, no como los humanos.
Olía a casa.
Cada fibra de mi ser lo sabía desde el momento en que la saqué del agua, desde el instante en que mis manos tocaron su piel fría y húmeda. Mi instinto me gritaba que era ella, mi compañera. La elegida por el destino. Esa conexión que todos los lobos alfas sueñan con encontrar alguna vez en la vida.
Y sin embargo… algo no encajaba.
Los lobos encontrábamos a nuestras compañeras por el olor, pero ella no olía como debería. El rastro de una bruja siempre tenía un dejo metálico, amargo, algo que nos ponía en alerta inmediata. Pero Aldara… olía a flores salvajes, al rocío del amanecer. A vida.
El hechizo que llevaba encima estaba fuerte, casi perfecto. Era humano en todos los sentidos. Solo en momentos, como cuando la vi bajo la luna, algo en mí se removía. El leve destello en sus ojos cuando la tormenta se acercaba, o esa extraña energía que la rodeaba cuando estaba asustada. No podía ser solo una humana.
—Ragnar. —La voz de Caelan, mi segundo al mando, rompió mis pensamientos.
Me giré para encontrarlo acercándose con paso firme a través de los árboles, el resto de la manada detrás de él, sus ojos brillando bajo la luz tenue de la tormenta. Sabían que algo no estaba bien. Sentían la tensión en el aire.
—¿Qué está pasando? —preguntó Caelan, su tono firme, pero con un deje de preocupación. Había estado a mi lado durante años, había visto más batallas de las que podía contar, pero nunca me había visto así: inquieto, atrapado entre lo que debía hacer y lo que sentía que era correcto.
—Es ella —respondí con voz baja, mirando a la distancia, hacia la cabaña donde había dejado a Aldara. No sabía cómo explicar lo que sentía. No sabía cómo decirles que mi propia naturaleza me estaba empujando hacia algo que parecía imposible.
Caelan frunció el ceño, mirándome fijamente.
—¿La chica? —Su voz estaba cargada de incredulidad. Sabía que algo me había cambiado desde que la había traído al campamento. Sabía que mis órdenes eran erráticas, que algo más profundo me estaba afectando.
—Es mi compañera —admití finalmente, dejando que la verdad saliera como una confesión. Las palabras colgaron en el aire, pesadas y llenas de significado.
La sorpresa en el rostro de Caelan fue instantánea. No estaba preparado para escuchar esas palabras. Ninguno de nosotros lo estaba.
—¿Cómo es posible? —preguntó, casi en un susurro. Sabía que para los lobos, el lazo de una compañera era sagrado, algo que no se podía cuestionar. Y sin embargo, aquí estábamos, en medio de la noche, discutiendo la posibilidad de que una humana —o lo que sea que fuera Aldara— pudiera ser la mía.
Sacudí la cabeza, pasando una mano por mi cabello empapado por la lluvia.
—No lo sé, Caelan. Todo en mí dice que es ella, pero algo no está bien. Su olor… no es normal. No es como el de las demás brujas. Pero tampoco es completamente humano. —Hice una pausa, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. Es como si hubiera algo más, algo oculto dentro de ella.
Caelan asintió lentamente, su rostro sombrío.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó finalmente.
La pregunta flotó en el aire, y por un momento me sentí incapaz de responder. Mi deber como alfa era proteger a mi manada, asegurarme de que todos estuvieran a salvo. Pero cada vez que pensaba en Aldara, todo lo demás se desvanecía. Mi instinto de protegerla, de cuidarla, superaba cualquier otro pensamiento.
—No sé si puedo seguir con esto —admití en voz baja. Era la primera vez que decía algo así frente a mi manada. Mi lealtad siempre había estado clara, y ahora sentía que estaba traicionando mis principios más básicos.
Caelan me miró durante un largo momento antes de asentir una vez más.
—Confío en ti, Ragnar. Y la manada también. Haremos lo que sea necesario.
Sentí un peso aliviado de mis hombros con esas palabras. Sabía que Caelan no lo diría si no lo creyera. Y sabía que mi manada me seguiría, sin importar lo que decidiera.
Pero aún quedaba una pregunta sin respuesta. ¿Qué era realmente Aldara? Y si era tan peligrosa como temía… ¿sería capaz de elegir entre mi manada y mi compañera?
De repente, un estruendo retumbó a lo lejos. Era diferente de los truenos que habían sacudido el cielo. Algo mucho más profundo, más primitivo. Como un grito ahogado, pero distorsionado por el viento y la lluvia.
Mis ojos se ensancharon, y mi corazón saltó.
—Aldara —susurré, sin esperar la confirmación de Caelan. Mi cuerpo se movió antes de que mi mente pudiera procesar lo que estaba pasando.
Corrí. Cada músculo de mi cuerpo se tensó mientras me abría paso a través del bosque, saltando entre ramas y troncos caídos. La cabaña no estaba lejos, pero con cada segundo que pasaba, el miedo crecía en mi interior.
Cuando finalmente llegué, la puerta estaba entreabierta, y un escalofrío recorrió mi columna. Entré, empapado por la tormenta, pero no me importaba. La cabaña estaba oscura, salvo por el leve resplandor de la chimenea casi apagada.
Aldara estaba allí, de pie, temblando en medio de la sala. Sus ojos estaban muy abiertos, y su piel pálida brillaba a la luz de las llamas moribundas. Pero no fue eso lo que me detuvo en seco.
A su alrededor, flotando en el aire, había pequeñas motas de luz. Pequeñas, pero poderosas, como si estuvieran formadas por pura energía. Y a pesar de lo increíble que era, supe inmediatamente lo que significaban.
—¿Qué está pasando? —preguntó Aldara, su voz apenas un susurro.
No supe qué responder. Pero sabía una cosa con certeza. Lo que estaba viendo no era magia cualquiera.
Era su magia.
AldaraEl aire se sentía denso, casi como si pudiera tocarse, cargado de una energía que no comprendía. Las pequeñas motas de luz bailaban alrededor de mí, formando círculos, flotando como si tuvieran vida propia. Quería moverme, quería hacer algo, pero no podía. Estaba atrapada en medio de ese resplandor, y mi cuerpo no respondía a nada más que al miedo.Miré mis manos. Estaban temblando, y por un instante creí que había perdido el control de mi cuerpo, que quizás aún estaba dormida. Pero sabía que no era así. Esta vez, no. Esta vez estaba completamente despierta.—¿Qué... qué está pasando? —pregunté, mi voz se quebraba en el silencio de la cabaña, y aunque quería parecer tranquila, no lo estaba.Ragnar se acercó lentamente, sus ojos fijos en mí, estudiando cada movimiento como si intentara descifrar un rompecabezas. Su rostro estaba tenso, y aunque intentaba ocultarlo, vi algo en sus ojos que no había visto antes: miedo.—Aldara, quédate quieta —dijo suavemente, casi como si estuvie
Narrador por RagnarEl sol apenas empezaba a salir, lanzando sus primeros rayos a través de las copas de los árboles, pero el día ya había comenzado para mí. Me encontraba en el centro de la gran sala comunal, rodeado por los miembros más antiguos y respetados de mi manada. El aire estaba tenso, cargado de expectativas y desconfianza. Sabía que traer a Aldara al territorio de los lobos no había sido bien recibido por todos, y ahora estaba pagando el precio por mi decisión.Marcus estaba a mi lado, como siempre, con los brazos cruzados sobre el pecho, su expresión estoica pero preocupada. Aunque era mi beta y amigo, podía sentir la duda que también lo consumía. Al frente, varios de los lobos más veteranos me observaban con ojos duros y evaluadores, esperando que hablara.Respiré profundamente y enderecé los hombros. Mi voz sonó firme cuando rompí el silencio.—Sé que algunos de ustedes tienen dudas sobre mi decisión de traer a la mujer al territorio de la manada —empecé, buscando los oj
Narrador: AldaraLa noche había caído como una manta pesada y silenciosa, envolviéndome en un profundo sueño apenas cerré los ojos. Sentía el cansancio en mis huesos después de todo lo que había pasado, pero era un cansancio extraño, uno que iba más allá del cuerpo, como si fuera un peso que llevaba dentro desde hacía años sin saberlo.Me encontraba en un lugar que no reconocía. El paisaje era brumoso, casi irreal. Frente a mí, un río oscuro serpenteaba bajo la luz de una luna llena, que brillaba con una intensidad sobrenatural. A pesar de no haber estado aquí nunca, algo en mí sentía que conocía este sitio, como si fuera un eco lejano de algo que había olvidado.Mis pies descalzos avanzaban por un suelo frío y húmedo, y con cada paso sentía una mezcla de familiaridad y desconcierto. El viento soplaba suavemente, trayendo consigo un aroma a hierbas y flores que me provocaba una extraña calma, a pesar de la inquietud que me llenaba. Pero entonces, a lo lejos, empecé a distinguir figura
Narrado por RagnarLa luna llena se alzaba en lo alto, bañando el bosque en un resplandor pálido que realzaba cada sombra, cada susurro entre los árboles. Había algo en esa luz que siempre había calmado mi espíritu, pero esta noche todo era distinto. No podía ignorar la tensión que sentía en mis músculos, el palpitar de algo oscuro y urgente en el fondo de mi pecho. Y sabía por qué. O, mejor dicho, *por quién*.Aldara.Ella era un enigma, una mezcla de poder y vulnerabilidad que había empezado a despertar algo en mí que hasta ahora había permanecido dormido. Mis sentidos estaban alerta, cada paso hacia ella era un recordatorio de que lo que sentía iba más allá de la simple atracción. Era instinto puro, una urgencia que, por más que intentaba reprimir, no desaparecía. Como si el mismísimo bosque la reclamara, y yo fuera el guardián que debía protegerla, aunque aún no comprendiera del todo por qué.Cuando la encontré, estaba en un claro, con la luna brillando sobre su figura. Aldara lev
Narrado por AldaraEl bosque tenía una quietud extraña esa mañana. Las hojas susurraban apenas en el viento, y el aire estaba cargado de algo que no alcanzaba a comprender, como si el mismo entorno estuviera ocultándome secretos que solo yo podía revelar. Había dormido poco, atormentada por sueños de voces y rostros borrosos que no lograba identificar, pero que, de alguna manera, sentía míos. Cada vez que intentaba recordar algo, las imágenes se disolvían como niebla, dejando solo una vaga sensación de pérdida.Decidí salir a caminar por el bosque, esperando que el aire fresco despejara mi mente. Cuanto más me adentraba entre los árboles, más fuerte era la sensación de estar siendo guiada hacia algún lugar. La idea me resultaba absurda, pero el impulso era demasiado intenso para ignorarlo. Las ramas crujían bajo mis pies, y un murmullo sordo parecía acompañarme, como un eco de algo antiguo.Después de un rato de caminar, llegué a un pequeño claro rodeado de helechos y arbustos espinos
Aldara.El agua fría me envolvía, como si las sombras del bosque hubieran cobrado vida y me estuvieran arrastrando a sus profundidades. Mi cuerpo flotaba a la deriva, pero mi mente estaba alerta, con una sensación de irrealidad que no lograba sacudir. No sabía dónde estaba ni cómo había llegado hasta aquí. Todo lo que recordaba era un sueño. Un bosque oscuro. Árboles altos que susurraban secretos en lenguas olvidadas. Y yo, caminando, como si me estuviera buscando a mí misma.Abrí los ojos de golpe, ahogada por el miedo. Mis pulmones se llenaron de aire frío, un aliento agudo que me trajo de vuelta a la realidad. Estaba tumbada sobre algo duro, mojado, con la piel de mis brazos erizada. Me incorporé lentamente, apoyándome sobre los codos, y fue entonces cuando lo vi.Un hombre, de pie, junto a la orilla del lago. Me miraba con una intensidad que hacía que el frío del agua fuera insignificante. Su figura se alzaba imponente entre las sombras, como un lobo solitario que observaba a su p
AldaraEl fuego chisporroteaba suavemente en la chimenea mientras abría los ojos. Por un segundo, me sentí desorientada, sin recordar cómo había llegado a este lugar. La cabaña de Ragnar seguía tan silenciosa como la recordaba, pero algo había cambiado. La noche se había hecho profunda y pesada, el bosque afuera estaba envuelto en un silencio absoluto, como si el mundo se hubiera detenido.Me incorporé lentamente en la silla, mirando a mi alrededor. Ragnar no estaba a la vista, pero la puerta de la cabaña seguía entreabierta, dejando entrar un rastro de luz lunar que se filtraba entre los árboles.Un escalofrío me recorrió la espalda. Había algo extraño en esta calma, una sensación de que algo me acechaba desde las sombras. Apreté los dedos contra los brazos de la silla, mi respiración acelerándose ligeramente mientras intentaba controlar el miedo que comenzaba a surgir.Decidí salir. Quizás estaba afuera, patrullando, o simplemente observando el bosque como lo haría un cazador. Sin p
Aldara El cielo estaba encapotado, amenazando con una tormenta que parecía reflejar el caos que se desataba dentro de mí. Me sentía atrapada, sofocada por un miedo que no podía comprender, y la única cosa en la que podía pensar era en cómo escapar, aunque no supiera exactamente de qué estaba huyendo.Sentada en la pequeña cama de la cabaña, me abrazaba a mí misma, intentando calmar los temblores que recorrían mi cuerpo. Ragnar había salido poco después de traerme de vuelta, y su silencio me preocupaba más de lo que quería admitir. No podía descifrarlo. Su mirada, esos ojos que parecían leer cada parte de mí, me perturbaban más de lo que debía.Me levanté de la cama y me acerqué a la ventana. Afuera, el bosque parecía más oscuro que de costumbre. Todo parecía más denso, más amenazante, como si el propio mundo natural estuviera al tanto de lo que había pasado."¿Qué soy?", pensé. Era una pregunta que nunca antes me había hecho, porque siempre asumí que la respuesta era obvia. Humana. N