Aldara
El aire se sentía denso, casi como si pudiera tocarse, cargado de una energía que no comprendía. Las pequeñas motas de luz bailaban alrededor de mí, formando círculos, flotando como si tuvieran vida propia. Quería moverme, quería hacer algo, pero no podía. Estaba atrapada en medio de ese resplandor, y mi cuerpo no respondía a nada más que al miedo.
Miré mis manos. Estaban temblando, y por un instante creí que había perdido el control de mi cuerpo, que quizás aún estaba dormida. Pero sabía que no era así. Esta vez, no. Esta vez estaba completamente despierta.
—¿Qué... qué está pasando? —pregunté, mi voz se quebraba en el silencio de la cabaña, y aunque quería parecer tranquila, no lo estaba.
Ragnar se acercó lentamente, sus ojos fijos en mí, estudiando cada movimiento como si intentara descifrar un rompecabezas. Su rostro estaba tenso, y aunque intentaba ocultarlo, vi algo en sus ojos que no había visto antes: miedo.
—Aldara, quédate quieta —dijo suavemente, casi como si estuviera hablando con un animal herido. Pero esa suavidad en su voz no me tranquilizó. Al contrario, me puso más nerviosa.
—¿Qué es esto? —pregunté de nuevo, más desesperada esta vez, las palabras apenas saliendo entre jadeos—. ¿Qué me está pasando?
Ragnar no respondió inmediatamente. En lugar de eso, extendió una mano hacia mí, como si quisiera alcanzarme, pero algo en él lo detuvo. Su brazo tembló en el aire, y retrocedió un paso, dejando caer la mano a su lado.
Los puntos de luz continuaban flotando a mi alrededor, cada vez más rápidos, girando como pequeños cometas. Sentía una presión en mi pecho, como si algo dentro de mí quisiera salir. Era una sensación nueva, inquietante, y sobre todo, aterradora.
—Ragnar… —mi voz sonaba como un lamento, apenas podía controlar el temblor en mis labios.
—No te preocupes, estoy aquí —dijo, y dio otro paso hacia adelante, sus ojos nunca apartándose de mí—. Respira profundo, Aldara. Solo concéntrate en mí.
Lo intenté. Lo intenté con todas mis fuerzas, pero cada vez que cerraba los ojos, esa luz crecía, más fuerte, más brillante. Sentía un calor subiendo por mi columna, como si algo estuviera despertando dentro de mí, algo que no debería estar allí.
Y entonces sucedió.
Un destello más grande que los demás salió disparado de mis manos, chocando contra la pared de la cabaña con un estallido de luz que me cegó por completo. Me cubrí la cara instintivamente, el corazón latiéndome en los oídos. Cuando abrí los ojos, vi el daño. La madera crujió donde el destello había impactado, astillas cayendo al suelo. Pero lo más aterrador fue lo que vi en el rostro de Ragnar: una mezcla de sorpresa y… reconocimiento.
—¿Lo hiciste tú? —susurró, aunque parecía que ya conocía la respuesta.
Negué con la cabeza rápidamente, los ojos llenos de lágrimas. No podía ser verdad. Yo no podía haber hecho eso. No era posible. No era posible.
—Yo… no sé cómo… —Intenté explicarme, pero las palabras se atoraron en mi garganta.
Ragnar seguía mirándome, pero esta vez sus ojos no estaban llenos de miedo. Estaban llenos de algo diferente. Comprensión. Como si acabara de encontrar la pieza que faltaba en un rompecabezas.
—No eres lo que crees —dijo finalmente, su voz profunda y segura.
—¿Qué quieres decir? —Lo miré desconcertada, con la desesperación inundando mi pecho.
Él avanzó hacia mí lentamente, esta vez sin dudar. Su presencia era fuerte, poderosa, y por un segundo me sentí abrumada. Sabía que había algo extraño en él, pero ahora esa sensación era abrumadora. Como si sus pasos resonaran más allá de lo físico. Algo en mi interior se agitó, reconociendo lo que no podía ver.
—Aldara… tú no eres humana —dijo, su voz firme, pero cargada de un peso que parecía aplastarme.
Mis piernas comenzaron a temblar, y de repente me sentí más vulnerable que nunca.
—¿Qué estás diciendo? —pregunté, aunque una parte de mí ya sabía la respuesta. Algo en mí siempre había estado fuera de lugar, siempre había una sombra de duda. Pero escucharlo en voz alta me hacía sentir como si el suelo se estuviera desmoronando bajo mis pies.
Ragnar suspiró, y por un momento vi la duda en sus ojos. Como si no quisiera decir más, pero ya no pudiera detenerse.
—Eres… diferente. Una magia poderosa está en ti, lo he sentido desde el primer momento en que te vi. —Sus ojos se oscurecieron—. Lo que has hecho aquí, eso no es normal. No es humano.
Retrocedí un paso, sacudiendo la cabeza, tratando de despejar la neblina de confusión que se estaba acumulando en mi mente.
—No puede ser… —murmuré—. No soy una… no puedo ser…
—Bruja. —Ragnar terminó la frase por mí, sus ojos clavados en los míos con una intensidad que me quitó el aliento.
Las palabras cayeron entre nosotros como un yunque. Bruja. La palabra resonó en mi mente, y de repente, todo lo que siempre había conocido, todo lo que creía ser, parecía una mentira. ¿Bruja? No, no podía serlo. No sabía nada de hechizos, no tenía el poder que decían que tenían las brujas. Era solo una chica normal.
—No sé de qué hablas… —intenté apartarme de él, pero mis piernas no respondían como quería. El miedo y la confusión se entremezclaban, y un frío se instaló en mi pecho.
Ragnar me observó, en silencio, dejándome procesar lo que acababa de decir. Pero en sus ojos había algo más, algo que no podía ignorar: certeza.
—Lo sé porque… lo he sentido en ti desde el primer momento. —Sus palabras fueron dichas con una firmeza que no dejaba lugar a dudas—. Eres mi compañera. Lo sé, y ahora, más que nunca, no podemos ignorar lo que está sucediendo.
Mi corazón latió con fuerza en mi pecho, mi mente corría en mil direcciones. ¿Su compañera? Las palabras apenas tenían sentido. Pero antes de que pudiera decir algo más, sentí un tirón en mi interior, una conexión extraña y poderosa que parecía entrelazarnos en ese instante.
Y en ese momento, todo cambió.
Las motas de luz desaparecieron, y el silencio cayó sobre nosotros. Pero ahora, no era solo miedo lo que sentía. Era algo mucho más profundo. Algo que no entendía, pero que sabía que cambiaría mi vida para siempre.
Ragnar me miró, sus ojos llenos de una mezcla de preocupación y… esperanza.
—No estás sola, Aldara. No más.
Sentí que mi mundo se rompía y reconstruía en un solo instante, sin poder hacer nada para evitarlo.
Narrador por RagnarEl sol apenas empezaba a salir, lanzando sus primeros rayos a través de las copas de los árboles, pero el día ya había comenzado para mí. Me encontraba en el centro de la gran sala comunal, rodeado por los miembros más antiguos y respetados de mi manada. El aire estaba tenso, cargado de expectativas y desconfianza. Sabía que traer a Aldara al territorio de los lobos no había sido bien recibido por todos, y ahora estaba pagando el precio por mi decisión.Marcus estaba a mi lado, como siempre, con los brazos cruzados sobre el pecho, su expresión estoica pero preocupada. Aunque era mi beta y amigo, podía sentir la duda que también lo consumía. Al frente, varios de los lobos más veteranos me observaban con ojos duros y evaluadores, esperando que hablara.Respiré profundamente y enderecé los hombros. Mi voz sonó firme cuando rompí el silencio.—Sé que algunos de ustedes tienen dudas sobre mi decisión de traer a la mujer al territorio de la manada —empecé, buscando los oj
Narrador: AldaraLa noche había caído como una manta pesada y silenciosa, envolviéndome en un profundo sueño apenas cerré los ojos. Sentía el cansancio en mis huesos después de todo lo que había pasado, pero era un cansancio extraño, uno que iba más allá del cuerpo, como si fuera un peso que llevaba dentro desde hacía años sin saberlo.Me encontraba en un lugar que no reconocía. El paisaje era brumoso, casi irreal. Frente a mí, un río oscuro serpenteaba bajo la luz de una luna llena, que brillaba con una intensidad sobrenatural. A pesar de no haber estado aquí nunca, algo en mí sentía que conocía este sitio, como si fuera un eco lejano de algo que había olvidado.Mis pies descalzos avanzaban por un suelo frío y húmedo, y con cada paso sentía una mezcla de familiaridad y desconcierto. El viento soplaba suavemente, trayendo consigo un aroma a hierbas y flores que me provocaba una extraña calma, a pesar de la inquietud que me llenaba. Pero entonces, a lo lejos, empecé a distinguir figura
Narrado por RagnarLa luna llena se alzaba en lo alto, bañando el bosque en un resplandor pálido que realzaba cada sombra, cada susurro entre los árboles. Había algo en esa luz que siempre había calmado mi espíritu, pero esta noche todo era distinto. No podía ignorar la tensión que sentía en mis músculos, el palpitar de algo oscuro y urgente en el fondo de mi pecho. Y sabía por qué. O, mejor dicho, *por quién*.Aldara.Ella era un enigma, una mezcla de poder y vulnerabilidad que había empezado a despertar algo en mí que hasta ahora había permanecido dormido. Mis sentidos estaban alerta, cada paso hacia ella era un recordatorio de que lo que sentía iba más allá de la simple atracción. Era instinto puro, una urgencia que, por más que intentaba reprimir, no desaparecía. Como si el mismísimo bosque la reclamara, y yo fuera el guardián que debía protegerla, aunque aún no comprendiera del todo por qué.Cuando la encontré, estaba en un claro, con la luna brillando sobre su figura. Aldara lev
Narrado por AldaraEl bosque tenía una quietud extraña esa mañana. Las hojas susurraban apenas en el viento, y el aire estaba cargado de algo que no alcanzaba a comprender, como si el mismo entorno estuviera ocultándome secretos que solo yo podía revelar. Había dormido poco, atormentada por sueños de voces y rostros borrosos que no lograba identificar, pero que, de alguna manera, sentía míos. Cada vez que intentaba recordar algo, las imágenes se disolvían como niebla, dejando solo una vaga sensación de pérdida.Decidí salir a caminar por el bosque, esperando que el aire fresco despejara mi mente. Cuanto más me adentraba entre los árboles, más fuerte era la sensación de estar siendo guiada hacia algún lugar. La idea me resultaba absurda, pero el impulso era demasiado intenso para ignorarlo. Las ramas crujían bajo mis pies, y un murmullo sordo parecía acompañarme, como un eco de algo antiguo.Después de un rato de caminar, llegué a un pequeño claro rodeado de helechos y arbustos espinos
Narrado por RagnarLa cabaña estaba en silencio, pero no en paz. La tensión era palpable, colándose por cada grieta y cada sombra, como si el mismo bosque hubiese cambiado desde la llegada de Aldara. Los otros lobos lo sentían; aunque no lo dijeran, cada mirada, cada murmullo apenas audible lo confirmaba. No había una sola noche en la que alguno de ellos no cuestionara la razón de tener a una extraña en territorio sagrado.Cuando entré en la sala principal, Marcus estaba allí, apoyado contra la pared, su postura rígida y sus brazos cruzados. No tenía que decir nada para saber que no estaba de acuerdo conmigo.—Marcus —lo saludé, aunque el cansancio se percibía en mi voz.Él me miró, con los ojos entrecerrados y los labios apretados en una línea dura.—Ragnar, sabemos que tienes tus razones… pero esto no puede seguir así. La manada está inquieta. ¿Cuánto tiempo más vamos a tener a esa chica aquí?Suspiré, acercándome al fuego, que crepitaba en la chimenea, lanzando sombras danzantes en
Narrado por AldaraEra tarde, y la cabaña estaba bañada en una penumbra suave, iluminada solo por la luz que se filtraba de la luna. No sabía qué me había llevado a buscar en la vieja biblioteca de la cabaña, ese rincón olvidado entre maderas polvorientas y cueros desgastados, pero algo me guiaba. Era como un impulso persistente que me pedía que escarbara en el rincón más oscuro, más profundo. Al fondo de la estantería, tras montones de papeles viejos y libros deshojados, mis dedos tropezaron con algo distinto.Era un libro antiguo, más grueso que los otros, con una cubierta de cuero gastada y oscura, decorada con símbolos extraños. La piel del libro era suave al tacto, y a la vez, parecía irradiar una energía que me atravesaba como si cada símbolo grabado en su superficie me estuviera llamando. Cuando lo abrí, el olor a pergamino antiguo me golpeó, impregnado de misterio y… algo más, algo familiar. Un escalofrío recorrió mi cuerpo.—¿Qué eres? —susurré en voz baja, pasando la yema de
Narrado por Ragnar
Narrado por AldaraEl bosque estaba en silencio, un silencio que me pesaba en el pecho como si cada sombra entre los árboles conspirara para sofocarme. Ragnar había insistido en que no me alejara demasiado de las cabañas, pero la inquietud dentro de mí era demasiado grande para ignorarla. Había algo en estos árboles, en este aire, que parecía susurrar mi nombre. Algo me llamaba.Caminaba con cuidado, tratando de no hacer ruido. La luz del sol apenas se filtraba a través del espeso follaje, creando un juego de sombras y luces que transformaba cada rama en una figura amenazante. Llevaba conmigo una vieja daga que había encontrado en una de las cabañas, más como un consuelo que como una herramienta útil. No sabía luchar, pero la hoja fría contra mi mano me hacía sentir un poco menos vulnerable.Entonces, lo sentí.Era como una presión en el aire, algo pesado y opresivo que me erizó la piel. Me detuve en seco, conteniendo la respiración. Fue en ese instante c