Aldara.
El agua fría me envolvía, como si las sombras del bosque hubieran cobrado vida y me estuvieran arrastrando a sus profundidades. Mi cuerpo flotaba a la deriva, pero mi mente estaba alerta, con una sensación de irrealidad que no lograba sacudir. No sabía dónde estaba ni cómo había llegado hasta aquí. Todo lo que recordaba era un sueño. Un bosque oscuro. Árboles altos que susurraban secretos en lenguas olvidadas. Y yo, caminando, como si me estuviera buscando a mí misma.
Abrí los ojos de golpe, ahogada por el miedo. Mis pulmones se llenaron de aire frío, un aliento agudo que me trajo de vuelta a la realidad. Estaba tumbada sobre algo duro, mojado, con la piel de mis brazos erizada. Me incorporé lentamente, apoyándome sobre los codos, y fue entonces cuando lo vi.
Un hombre, de pie, junto a la orilla del lago. Me miraba con una intensidad que hacía que el frío del agua fuera insignificante. Su figura se alzaba imponente entre las sombras, como un lobo solitario que observaba a su presa. Tenía el cabello oscuro y revuelto, y aunque la penumbra lo cubría parcialmente, podía distinguir sus ojos: profundos, casi negros, llenos de algo salvaje y peligroso.
— ¿Estás bien? —preguntó con voz grave, rompiendo el silencio del bosque.
Intenté hablar, pero mi garganta estaba seca, y solo salió un murmullo ininteligible. Me aclaré la garganta y traté de nuevo.
— ¿Dónde estoy? —susurré, sintiendo cómo el eco de mi propia voz se desvanecía entre los árboles.
— Estabas en el agua —ignora mi pregunta. Dio un paso más cerca, observándome con atención—. ¿Recuerdas cómo llegaste aquí?
Sacudí la cabeza, incapaz de encontrar las palabras. Algo en sus ojos me inquietaba, pero no sabía por qué. Era como si pudiera ver a través de mí, como si supiera más de lo que estaba dispuesto a decir.
Me senté completamente y me di cuenta de que estaba empapada de pies a cabeza, mi vestido se adhería a mi piel como una segunda capa. Miré a mi alrededor, tratando de encontrar algún punto de referencia, pero todo era extraño. Los árboles eran altos, imponentes, y el aire tenía un olor terroso, denso, que no reconocía. Este no era el bosque que conocía.
— Deberías ponerte de pie —sugirió el hombre, tendiéndome una mano.
Vacilé antes de tomarla. Su tacto era cálido, una contradicción extraña en este entorno tan frío y sombrío. Me ayudó a ponerme de pie con facilidad, y durante un breve momento, me sentí diminuta junto a él. Había algo en su presencia que me hacía sentir… vulnerable. No solo físicamente, sino de una manera que no podía explicar. Como si él representara un peligro del que aún no estaba consciente.
— No deberías estar aquí sola —expresó, soltando mi mano con suavidad, pero no apartando la vista de mí—. Este bosque no es seguro para alguien como tú.
— ¿Alguien como yo? —repetí, frunciendo el ceño—. No entiendo.
El hombre inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera decidiendo cuánto debía decirme. Finalmente, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la orilla, indicándome que lo siguiera.
— Ragnar —expuso de repente, sin mirarme—. Mi nombre es Ragnar.
Lo seguí en silencio, sintiendo que mi corazón aún latía desbocado en mi pecho. Había algo en él que me inquietaba, pero no era el miedo lo que me hacía dudar. Era… otra cosa. Una atracción inexplicable, como si mi cuerpo reaccionara a su presencia antes de que mi mente pudiera procesarlo.
Caminamos juntos, pero en silencio, hasta que llegamos a una pequeña cabaña oculta entre los árboles. No me esperaba encontrar algo así en medio del bosque, y me pregunté cuántas veces habría pasado cerca de este lugar sin darme cuenta. Parecía tan apartado del mundo, tan distante de la realidad.
— Entra —abrió la puerta haciéndose a un lado para dejarme pasar primero.
Dentro, la cabaña era pequeña pero acogedora. Un fuego parpadeaba en la chimenea, llenando el espacio de una calidez agradable. Ragnar fue hacia el fuego, lanzando más leña para avivarlo, mientras yo permanecía en la puerta, sintiéndome fuera de lugar.
— Siéntate —me ofreció, sin mirarme.
Me acerqué con cautela, sentándome en una vieja silla junto a la chimenea. El calor del fuego me envolvió, secando poco a poco la humedad de mi ropa. El silencio entre nosotros se alargó, y me di cuenta de que no sabía qué hacer ni qué decir. Todo en este hombre era desconcertante, como si llevara consigo secretos que yo no debía descubrir.
—¿Vives aquí? —pregunté rompiendo el silencio.
Ragnar asintió sin darme más detalles. Claramente, no era alguien que hablara mucho, pero había algo en su comportamiento que me hacía querer saber más. No solo sobre él, sino también sobre este lugar, y sobre por qué me había encontrado aquí.
—¿Y tú? —inquirió finalmente, sin apartar la vista del fuego—. ¿Quién eres?
Su pregunta me tomó por sorpresa. ¿Quién era yo? Me llamaba Aldara. Sabía que vivía en un pueblo cercano, pero más allá de eso, de lo más básico, no podía responder. No podía explicar por qué me sentía atraída a este bosque, por qué mis sueños me traían aquí noche tras noche. Ni siquiera podía recordar cómo había llegado hasta el lago esta vez.
—No lo sé —admití, sintiendo la vergüenza apoderarse de mí—. No sé qué está pasando.
Ragnar me observó en silencio, sus ojos oscuros llenos de una mezcla de curiosidad y algo más, algo que no podía definir.
— No importa —dijo finalmente—. A veces, el bosque guarda sus propios secretos. Quizá tú seas uno de ellos.
Esas palabras resonaron en mi mente mucho después de que fueron dichas. ¿Qué significaba eso? ¿Por qué me sentía tan perdida, tan desconectada de mí misma? Pero antes de que pudiera seguir pensando, un cansancio abrumador me invadió. Mis párpados se volvieron pesados, y la calidez del fuego me envolvió en un abrazo suave y tranquilo.
Mientras me quedaba dormida, solo una cosa cruzaba por mi mente: había algo en Ragnar que me atraía, algo que no podía comprender pero que sabía que no debía ignorar.
Y aunque no lo entendiera en ese momento, sabía que este encuentro sería el comienzo de algo mucho más grande, algo que cambiaría mi vida para siempre.
AldaraEl fuego chisporroteaba suavemente en la chimenea mientras abría los ojos. Por un segundo, me sentí desorientada, sin recordar cómo había llegado a este lugar. La cabaña de Ragnar seguía tan silenciosa como la recordaba, pero algo había cambiado. La noche se había hecho profunda y pesada, el bosque afuera estaba envuelto en un silencio absoluto, como si el mundo se hubiera detenido.Me incorporé lentamente en la silla, mirando a mi alrededor. Ragnar no estaba a la vista, pero la puerta de la cabaña seguía entreabierta, dejando entrar un rastro de luz lunar que se filtraba entre los árboles.Un escalofrío me recorrió la espalda. Había algo extraño en esta calma, una sensación de que algo me acechaba desde las sombras. Apreté los dedos contra los brazos de la silla, mi respiración acelerándose ligeramente mientras intentaba controlar el miedo que comenzaba a surgir.Decidí salir. Quizás estaba afuera, patrullando, o simplemente observando el bosque como lo haría un cazador. Sin p
Aldara El cielo estaba encapotado, amenazando con una tormenta que parecía reflejar el caos que se desataba dentro de mí. Me sentía atrapada, sofocada por un miedo que no podía comprender, y la única cosa en la que podía pensar era en cómo escapar, aunque no supiera exactamente de qué estaba huyendo.Sentada en la pequeña cama de la cabaña, me abrazaba a mí misma, intentando calmar los temblores que recorrían mi cuerpo. Ragnar había salido poco después de traerme de vuelta, y su silencio me preocupaba más de lo que quería admitir. No podía descifrarlo. Su mirada, esos ojos que parecían leer cada parte de mí, me perturbaban más de lo que debía.Me levanté de la cama y me acerqué a la ventana. Afuera, el bosque parecía más oscuro que de costumbre. Todo parecía más denso, más amenazante, como si el propio mundo natural estuviera al tanto de lo que había pasado."¿Qué soy?", pensé. Era una pregunta que nunca antes me había hecho, porque siempre asumí que la respuesta era obvia. Humana. N
RagnarEl viento rugía con furia, como si el bosque estuviera al borde de estallar en un frenesí salvaje. Cada gota de lluvia que caía era un latido en mi pecho, sincronizado con el ritmo incesante de mi propia ansiedad. El olor a tierra mojada y hojas podridas llenaba mis pulmones mientras caminaba a través del denso manto de árboles, pero había algo más. Algo diferente.Una fragancia dulce, embriagadora, que no podía apartar de mi mente. Su fragancia.Había pasado años en este bosque, patrullando los límites del territorio de mi manada, cuidando de mi gente, vigilando los movimientos de los vampiros y las brujas. Sabía exactamente cómo olían cada uno de esos seres. Pero Aldara… ella olía a algo completamente diferente. No como las brujas, no como los humanos.Olía a casa.Cada fibra de mi ser lo sabía desde el momento en que la saqué del agua, desde el instante en que mis manos tocaron su piel fría y húmeda. Mi instinto me gritaba que era ella, mi compañera. La elegida por el destin
AldaraEl aire se sentía denso, casi como si pudiera tocarse, cargado de una energía que no comprendía. Las pequeñas motas de luz bailaban alrededor de mí, formando círculos, flotando como si tuvieran vida propia. Quería moverme, quería hacer algo, pero no podía. Estaba atrapada en medio de ese resplandor, y mi cuerpo no respondía a nada más que al miedo.Miré mis manos. Estaban temblando, y por un instante creí que había perdido el control de mi cuerpo, que quizás aún estaba dormida. Pero sabía que no era así. Esta vez, no. Esta vez estaba completamente despierta.—¿Qué... qué está pasando? —pregunté, mi voz se quebraba en el silencio de la cabaña, y aunque quería parecer tranquila, no lo estaba.Ragnar se acercó lentamente, sus ojos fijos en mí, estudiando cada movimiento como si intentara descifrar un rompecabezas. Su rostro estaba tenso, y aunque intentaba ocultarlo, vi algo en sus ojos que no había visto antes: miedo.—Aldara, quédate quieta —dijo suavemente, casi como si estuvie