Años antes
—Es irónico, ¿no? La mayoría de los hombres, por no decir todos, odian ir de compras con sus chicas. A ti, por el contrario, te gusta —digo sin despegar la vista del paseo de tiendas por el que conducimos.
—No me gusta, es mi obligación por ser tu guardaespaldas —contesta él y sin premeditarlo, mi mano viaja a su vientre y lo golpea. Se ríe, obviamente. Mi golpe debe parecerle una caricia.
Lo miro. Una sonrisa burlona adorna su pálida cara.
—Eres un imbécil, Aleksei —le recrimino y él vuelve a reír. —Es broma, princesa. Sabes que me encanta pasar el tiempo contigo, así sea eligiendo ropa. —Aparca el vehículo frente a la tienda de ropa que suelo frecuentar. Se quita el cinturón de seguridad y se inclina hacia mí con suavidad—. Te quiero. —Deja un casto beso en mis labios que logra sacar la estúpida sonrisa de enamorada que casi siempre tengo cuando estamos juntos.
—Yo también.
—Bien, señorita Záitseva. Pase al asiento de atrás, es hora de volver a la actuación.
Y sin decir nada más, hago lo que me pide. Es como una especie de rutina diaria. Se supone que él es mi guardaespaldas; debo ir en el asiento trasero y no a su lado, por eso cuando llegamos a un lugar en donde saben quiénes somos, debemos fingir que no nos amamos con locura.
Aleksei rodea el auto para abrirme la puerta y cuando me ayuda a salir, me guiña un ojo.
Me encanta. Él es tan lindo que me hace suspirar a cada segundo. Alto, de metro noventa y cinco, de piel pálida, ojos azules como el cielo y cabello rubio. Sexy.
Muerdo mi labio inferior.
—¿Otra vez teniendo pensamientos lujuriosos conmigo? —susurra cuando paso por su lado y me sonrojo.
—Tal vez. —Por el rabillo del ojo puedo ver su sonrisa de suficiencia.
A la par que caminamos hasta la entrada de la tienda, Aleksei hace su “trabajo” y me abre la puerta. Rápidamente las miradas se posan en mi persona. Asimismo, las dependientas sonríen con avaricia.
Sí, ha llegado la pequeña Záitseva: sus bolsillos se van a llenar de dinero.
—Señorita Svetlana, es un placer tenerla de nuevo por aquí —comenta Helena, la administradora de la boutique. Me recibe con su típica sonrisa de depredadora—. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarla?
—Gracias, Helena, pero primero voy a ver. —Le brindo mi expresión seria y de pocos amigos que ella entiende a la perfección. A veces es bueno ser quien soy.
—Por supuesto.
La mujer nos deja a solas de nuevo, no sin antes lanzarle una mirada a mi guardaespaldas, que se mantiene en su papel de hombre imperturbable.
Camino hacia una colección de vestidos de fiesta que tienen en la zona exclusiva con Aleksei pisándome los talones.
—¿Qué crees que deba comprar? —le cuestiono al pasar la mano por un vestido de noche rojo y muy llamativo.
—Es tu fiesta, Svety. Puedes usar lo que te plazca —contesta con su usual voz calmada.
—¿No te parece extraño que mi papá me quiera hacer una fiesta para celebrar mis dieciocho años? —inquiero de nuevo y esta vez lo enfrento. Él solo me mira con atención.
—No. Eres su niñita, quiere consentirte, eso es todo. —Se encoge de hombros.
—El problema está en que dejé de ser su “niñita” desde los diez años, más o menos.
Me vuelvo para seguir viendo más vestidos. Sinceramente me parece más que extraño que en verdad mi padre quiera hacer un cumpleaños para mí. Sin embargo, no gano nada con preguntarle a Aleksei cuando él pasa el noventa por ciento del tiempo a mi cuidado y el otro diez por ciento durmiendo y haciendo las cosas básicas de un ser humano. Él nunca va a las reuniones que se dan en la sala de juntas de la casa.
Me permito unos segundos para observarlo. Mira con detenimiento algo en su móvil. Es joven, apenas veintitrés años. Es mi escolta desde que cumplió los dieciocho y fue iniciado en la Organización. Su padre es el guardaespaldas y mano derecha del mío. Y tenemos una especie de “romance” desde hace un año.
—Me puedes sacar una fotografía, dura más —gorjea sin levantar la vista del teléfono. Yo pongo los ojos en blanco.
—Hay veces que no te soporto. —Sonríe de lado el muy maldito. —Me amas, princesa —enfatiza y me guiña un ojo.
Opto por no responder a eso. No quiero elevar más su ego.
Me acerco a un maniquí que viste una prenda exquisita color champán. No es un vestido para una fiesta de dieciocho, pero me gusta mucho. Y mi padre me dijo que comprara algo lindo, que no escatimara en gastos. Además de que no quiero un típico traje de esos que usan las chicas de mi edad. Los odio.
—Me gusta este. —Paso mi mano por el escote en forma de V. Es muy revelador.
—¿Segura?
—Muy segura. —Me giro hacia Aleksei que admira la prenda de seda brillante—. ¿No está lindo?
—Sí, mucho.
Cuando llamo a la encargada, ella me explica que es una pieza única hecha a mano y de origen francés. Al ver la parte trasera me vuelvo indecisa si el escogerlo o no. Tiene un pronunciado escote hasta el final de la espalda. No obstante, la mujer me anima a comprarlo alegando que me quedará genial.
Entro al vestidor para probarlo. La tela se amolda a mi delgada figura; pronuncia unos atributos que apenas han crecido del todo. Miro mi espalda y me gusta cómo me queda. Cuatro finos tirantes forman una equis sobre mi piel y sostienen el vestido en su lugar.
¡Perfecto!
—¡Me lo llevo! —grito a Aleksei para que le dé la tarjeta de crédito a la dependienta.
—¿Puedo verte? —La voz de mi escolta llega suave, como un murmullo. Sonrío.
—No. Será una sorpresa.
Lo escucho bufar y me río.
Comienzo a quitarme la prenda y con cuidado la dejo a un lado para volver a ponerme el uniforme del colegio.
Al salir de la tienda con mi vestido en la bolsa, volvemos a la rutina del auto. Entro por la parte trasera y luego me paso a la delantera. Suele ser un poco agotador, pero es lo que necesitamos para no levantar sospechas.
—Eres mala. Yo te quería ver con el vestido —masculla mi chico cuando enciende el motor del auto y emprendemos camino. Lo miro con una sonrisa traviesa.
—Te puedo compensar si vamos al nido. —Pongo una mano en su muslo de forma sugerente.
Él sonríe.
—Ni siquiera lo pienses. La última vez casi pierdo el control. Hago un puchero.
—Pero yo quiero que pierdas el control —añado con voz mimosa. —No, Svetlana.
Dejo salir un bufido y me cruzo de brazos. Odio cuando me dicen que no.
—Eres un cobarde —digo con fastidio.
—No soy un cobarde. Soy un hombre y tú eres la mujer que me gusta. Hay veces que no me puedo contener. Y lamentablemente no puedo hacerte mía, princesa.
Ruedo los ojos. Siempre es la misma excusa.
—¿No puedes o no quieres? —murmuro al mirar por el cristal todo lo que dejamos atrás a nuestro paso. De repente la velocidad comienza a reducir hasta que el auto se detiene en un arcén de la carretera.
—Svetlana —me llama, pero no le hago caso—. Princesa, mírame. —Sus dedos toman con suavidad mi barbilla y me obliga a mirarlo. Levanto una ceja inquisitiva—. No sabes cuánto deseo hacerte el amor, pero simplemente no podemos. Si tu padre se llega a enterar, ¿sabes lo que pasaría?
—¿Nos mataría? —Me encojo de hombros, indiferente. —A mí me cortaría la cabeza. A ti… sabe Dios con qué viejo imbécil te casaría y yo no quiero que tú vivas ese infierno. —Sus ojos son tiernos y conciliadores, tan diferentes a cuando mira a otra persona. Se acerca y deja un beso en mis labios. Dulce, lento, como nos gusta—. ¿Entiendes por qué no? —Asiento—. Además de que no vine preparado para obstruir la señal del rastreador del auto. Luego vamos, ¿sí?
Vuelvo a asentir.
Aleksei pone de nuevo en marcha el auto y toma la ruta hacia donde se encuentra mi casa.
Hace unos meses descubrimos un claro oculto por unos árboles en el camino hacia la casona de la Organización. Está abandonado y solitario, y nosotros lo utilizamos para hacer... cosas. Lo apodamos el nido y yo me he vuelto adicta a ir a ese lugar.
Pero ¿quién no lo sería si la persona que te acompaña es un experto en el arte del placer? Y no es que yo tenga experiencia en el tema, pero si hay mejores cosas de las que me hace Aleksei, que me diga quién las realiza porque me gustaría probarlas.
Por muy lamentable que sea, voy a tener que esperar otra excusa de salida para poder ir. Aunque...
—Te espero en el salón de entrenamiento dentro de dos horas —informo cuando me ayuda a salir del auto al llegar a la casona. Camino con seguridad y sin mirar atrás hacia la entrada de mi hogar.
Soy una Záitsev, consigo lo que quiero y no pretendo obtener otro no como respuesta.
Entro a la casa lo más rápido que puedo para poner distancia entre Aleksei y yo. Mi idea es, como todos los días, pasar directo a las escaleras y subir a la única parte de la casa que no está vigilada por mi padre: mi habitación. O bueno, las habitaciones principales. Sin embargo, mi misión es completamente frustrada por el hombre que me ha dado la vida.—Lana, hija mía, que bueno que llegas. —Freno en seco ante su voz y maldigo el tener que pasar frente a la sala de estar para ir al segundo piso—. ¿No saludas, cariño?Fuerzo una falsa sonrisa antes de darme la vuelta y ser consciente de todos los pares de ojos que me observan. Mierda. ¿Acaso hoy hay reunión de la Organización?&nbs
—¡Oh! Mierda —exclamo al levantarme de un salto.Me he quedado dormida de un segundo a otro sin darme cuenta. Miro el reloj en mi mesilla de noche y suspiro aliviada cuando noto que solo he dormido media hora. Tengo sesenta minutos para preparar todo.Me paro de la cama para quitarme la ropa del colegio y buscar unos leggins de deporte. Tengo planes con Aleksei, sí, pero antes voy a entrenar como cada tarde. Acompaño la parte inferior de mi vestimenta con un top también de hacer ejercicio. Amarro mi pelo en una coleta y me pongo mis deportivas.Me acomodo en mi escritorio e inicio sesión en mi computador. Allí tengo un clon del sistema de seguridad de toda la casa. ¿Cómo lo obt
—Sí, no me gusta para nada tu mirada —vuelve a decir Aleksei antes de levantarse del piso y tenderme una mano—. Ven, vamos a ver cómo están tus movimientos.Acepto su ayuda y me paro de un salto. Nos acercamos a la lona de combate cuerpo a cuerpo y nos ponemos cada uno a un extremo. —Sabes que no hay cámaras que den a la entrada de los vestidores —comienzo a explicar mi plan mientras nos estiramos un poco. Él me mira con ojos entrecerrados—. No me mires como si estuviera loca, simplemente vamos a entrenar como cada tarde para darle un espectáculo a los espectadores de la sala de seguridad, luego fingiremos ir a las duchas por separado, nos encontramos en la de mujeres y nos divertimos un rato. Es simple y fácil, pero a mi escolta no le hace gracia debido a
Aleksei me deja en el suelo con lentitud. Su semblante está pálido, lleno de terror, y puedo asegurar que el mío está exactamente igual. —Papá —dice él, sale del cubículo y se enfrenta a su padre. Yo solo observo en silencio cómo trata de esconder con su mano una menguante erección.—¿Qué mierda creen que están haciendo? —le espeta Mijaíl mientras Aleksei frunce el ceño como si no entendiera a qué se refiere su progenitor.—¿De qué hablas?—No me quieras ver la cara de estúpido, Aleksei. Svetlana, sal de ahí. Muerdo mi labio inferior. Joder. Toda la puta noche me la pasé en vela, pues esperaba para ver a Aleksei, pero este nunca llegó a la casona. A eso de las cuatro de la mañana me quedé dormida y no supe más. Ahora tengo la duda en mí. ¿Ya llegó? ¿Podría escaparme un rato a la casa de servicio para verlo?Miro la hora en el móvil. Las nueve de la mañana. Quisiera enviarle un mensaje de texto diciéndole que quiero verlo, pero mi teléfono está intervenido por el equipo de seguridad. Sí, no tengo privacidad por esta parte.Me levanto de la cama con una misión: llegar a hablar con mi guardaespaldas y que las cosas vuelvan a fluir como hace una semana. Odio no verlo, no conversar con él, no besarlo en lasCapítulo 6
Bajo las escaleras en dirección a la terraza luego de que el rubor por los besos de Aleksei se me ha pasado. Como supuse, hay mucho jaleo en la casa debido al montaje de la fiesta para esta noche. Sigo mi camino hacia la parte trasera de la casona para salir a la zona de recreo que está ubicada en el ala izquierdo de la residencia.Al salir hay un camino de madera que conduce a un enorme gazebo, en donde hay una mesa de metal y cristal de seis sillas. Frente a ella está la piscina que nunca se usa.Me acerco todavía con una media sonrisa que me queda de los minutos anteriores, pero muere en el instante en que veo a las personas que acompañan a mis padres. Los Kórsacov no son mi familia favorita, todo lo contrario, sé que ellos buscan
Me separo de mi tío con una gran sonrisa. Estoy contenta de verlo, ya que hace dos años que no lo veo y me hace ilusión que esté aquí. Es el hermano menor de mi padre, Vladislav Záitsev, un hombre que solo comparte el apellido con mi progenitor. Él y mi padre son completamente diferentes. Es divertido, alegre, leal… y a pesar de ser la cabeza de la Bratva en Nueva York, no deja de ser un gran tipo.—Pero mira que grande está mi niña —dice poniendo sus manos en mis hombros mientras sonríe con añoranza—. Estás hermosa, cariño. Feliz cumpleaños.—Gracias. —Vuelvo a abrazarlo porq
—En el auto hay algunas cositas que nos han dado para ellos —dice Sherlyn y la veo caminar hacia la camioneta.Unos dientes pequeños pero filosos se clavan en mi mano. Miro al cachorro blanco y sonrío al verlo pelear con mi palma. Duele, mas no como para crear un drama.—¿Qué nombres les pondrás? —pregunta mi tío colocándose en cuclillas a mi lado.—No lo sé.Miro extasiada a los cuatro bebés.—Tienen dos meses de edad. Son hijos de una misma loba; a la madre la cazaron unos hombres y un equipo de personas rescataron a las crías. Una de ellas