El silencio en la sala era palpable. Todos sabían lo que esa decisión significaba para ella. Su familia asintió, respetando su valentía. El próximo paso sería el más difícil, pero María Elena estaba decidida a enfrentarlo.
La llamada con Majo y Salvador fue cortada, y María Elena se quedó frente a sus padres, aun procesando todo lo que había ocurrido. Tomó el teléfono y llamó a su asistente.
—Charlotte, necesito que me consigas el número del doctor Anthony Lennox. Tiene un despacho en Boston.
Charlotte, siempre eficiente, respondió al instante.
—Enseguida, doctora. Le avisaré cuando lo tenga.
—¿Estás segura de enfrentarlo? —preguntó Lu.
María Elena tragó saliva.
—Sí mamá, estoy segura.
—¿Le dirás acerca de Micky? —indagó Miguel.
María Elena tenía la cabeza vuelta un caos. Apenas estaba procesando lo del caso de Díaz cuando la pregunta de su padre le cayó como una piedra encima.
«¿Decirle a Tonny sobre la existencia de Micky?» Quizás no estaba preparada para eso.
—No lo sé, primero tengo que enfrentarlo —susurró.
—Bueno, lo que necesites, sabes que estamos a tu lado —aseguró Luciana, la abrazó, lo mismo hizo Miguel, y luego la dejaron sola, sabiendo que ella necesitaba procesar lo que estaba pasando.
Mientras María Elena esperaba que se contactaran con él, una sensación de inquietud la envolvía. Hacía años que no sabía nada de Anthony. En todo ese tiempo, había evitado indagar en su vida; prefería no saber. Pero ahora, con todo lo que estaba a punto de enfrentar, necesitaba saber a lo que se enfrentaba. ¿Cómo había cambiado su vida?
Con un suspiro, abrió su computadora. Buscó el nombre de la firma de Anthony en Boston. La página web apareció rápidamente en la pantalla, profesional, elegante, como siempre había sido Anthony Lennox. Entró en la sección de "Equipo" y allí estaba su nombre: Anthony Lennox, socio principal. Su foto, impecable, con ese porte confiado y serio que tanto recordaba.
Sin embargo, algo llamó su atención. Hizo clic en la sección de Galería, donde aparecían fotos de eventos y celebraciones del despacho. Allí lo vio. Anthony, de pie junto a una mujer joven, de cabello castaño y una sonrisa radiante, rodeado de dos niños pequeños. Al pie de la foto, el título era claro: "Celebrando el aniversario de nuestro socio Anthony Lennox junto a su esposa y sus hijos".
El nudo en su estómago se apretó al ver la familia que Anthony había construido sin ella. El dolor que había intentado enterrar durante años asomaba implacable. Él había seguido adelante. Se había casado, había tenido hijos... una vida completa sin ella.
Se apartó de la pantalla, sintiendo cómo la devastación la invadía. Todo este tiempo había intentado seguir adelante, convencida de que había tomado la decisión correcta. Pero ahora, viendo la vida que él había construido sin ella, el dolor que tanto tiempo había mantenido oculto comenzó a salir a la superficie.
Justo en ese momento, Charlotte volvió a llamar.
—Doctora Duque, ya tengo el número del doctor Lennox. ¿Quiere que lo marque ahora?
María Elena, aun intentando controlar sus emociones, respiró hondo.
—No... dame un minuto —respondió, su voz temblaba ligeramente.
Cerró la página web de inmediato, como si así pudiera borrar lo que acababa de ver. Pero las imágenes de Anthony con su nueva familia seguían grabadas en su mente. Todo había cambiado para él... y para ella, nada parecía haberse movido.
Con la mano temblorosa, tomó el teléfono. Sabía que tenía que hacer esa llamada. Tenía que enfrentarse a Anthony, no solo por el caso, sino por todo lo que ambos habían dejado atrás.
****
Anthony subió las últimas cajas a su nuevo apartamento, sintiendo el peso no solo de los objetos, sino de lo que dejaba atrás. Dejó los cartones apilados en el pasillo y, exhausto, se lanzó sobre la cama. El lugar aún olía a pintura nueva, vacío y frío, pero era todo lo que necesitaba por el momento.
Giró la cabeza hacia la mesita de noche, donde una foto de los dos pequeños lo observaba. Rachel los había alejado, pero en su corazón siempre serían sus hijos, aunque no fueran de su sangre. Sabía que ellos también lo consideraban su padre, y esa era la única razón por la que seguía luchando.
Tomó la foto entre sus manos, acariciando el cristal con los dedos.
—Voy a encontrar la forma de que no nos separen —susurró, como si los niños pudieran oírlo—. Rachel no puede salirse con la suya.
El dolor del divorcio aún era reciente, pero más le dolía la posibilidad de no volver a ver a esos niños a quienes había amado desde el primer día. No era un hombre que se rindiera fácilmente, y esta vez no sería diferente.
De pronto, su móvil vibró en la mesita. Anthony lo tomó con desgano, viendo que era un número desconocido. Estuvo a punto de ignorarlo, pero algo en su interior lo hizo dudar. ¿Y si era algo relacionado con los niños?
Suspirando, deslizó el dedo para contestar.
—¿Hola?
Al otro lado, un breve silencio. Luego, escuchó una voz que nunca pensó volver a oír.
—Anthony... soy María Elena Duque.
Anthony se incorporó de golpe en la cama, como si un resorte lo hubiese lanzado hacia adelante. Esa voz. La reconoció al instante, incluso tras los años. Su corazón se aceleró, y por un momento no supo qué decir. El pasado lo golpeó de lleno.
—¿María Elena? —logró decir, todavía procesando la sorpresa.
La habitación parecía haberse vuelto más pequeña de repente, y todas las emociones que pensaba que había dejado atrás comenzaron a agolparse de nuevo. No era solo la voz, era todo lo que ella representaba: el caso que los separó, la vida que habían dejado atrás.
—Sí... soy yo —respondió ella, con un tono firme pero tembloroso—. Tenemos que hablar. Es... sobre Luis Díaz.
Luis Díaz. El nombre cayó como una losa sobre Anthony. Sabía que si María Elena lo llamaba después de tanto tiempo y mencionaba ese nombre, solo podía significar que algo grave había sucedido. Se recostó contra el respaldo de la cama, intentando mantener la calma.
—¿Qué pasa con el caso? —preguntó, en tono seco.
Hubo una pausa. Sabía que ella estaba buscando las palabras correctas, pero en su tono percibía algo más, algo personal. Había más que el caso.
—No puedo explicarlo por teléfono. Necesito verte... es importante.
Anthony cerró los ojos por un momento. Verla. La idea lo golpeaba con más fuerza de la que esperaba. Tantos años sin verla, sin saber de ella, y ahora, de repente, volvía a su vida con algo tan grande como el caso que los había separado.
—¿Verme? La última vez dijiste que estaba muerto para ti. ¿Entonces? —indagó, su voz llena de resentimiento.
María Elena tragó saliva, sintió una punzada en el pecho.
—Es importante; de otro modo jamás me habría atrevido a llamarte. Es algo que puede cambiar la vida de tu cliente, pero no te lo puedo decir por teléfono, es grave.
Anthony soltó un bufido.
—¿Cambiar la vida de mi cliente? Eso lo dudo, pero está bien, te haré el favor de escuchar. Dime cuándo y dónde.
—Si puedes venir lo más urgente a mi despacho —solicitó María Elena.
—Debo consultar mi agenda, cualquier cosa, te avisaré. —Anthony colgó sin darle tiempo a decir nada más.
Dejó caer el móvil sobre la mesa, aun mirando la pantalla apagada. María Elena. La mujer que había sido todo para él, la que lo había destrozado en ese juicio, ahora estaba de vuelta. ¿Qué demonios podía querer ahora?
Se tumbó sobre la cama, exhalando con fuerza, sintiendo el peso de lo que vendría. Después de tanto tiempo, los fantasmas del pasado regresaban. Volvió a mirar la foto de los niños, recordando que su lucha no terminaba ahí. Pero ahora tendría que enfrentarse a algo más, algo que nunca había querido volver a enfrentar: a ella.
Con un bufido, Anthony se levantó, decidido a mantenerse frío y calculador, como siempre. No iba a volver a caer en los brazos de María Elena Duque, ni de nadie.
María Elena llegó a su apartamento, agotada. El día había sido interminable, y la conversación con Anthony la había dejado confundida y triste. Al cerrar la puerta, el silencio del lugar le ofreció un respiro, pero el peso de sus pensamientos seguía ahí. Michael ya estaba dormido, bajo el cuidado de su hermana mayor, Dafne, quien la esperaba en el sofá.—Se quedó dormido hace un rato —avisó Dafne en voz baja—. Estaba inquieto, preguntando por ti, pero lo tranquilicé.María Elena sonrió débilmente y asintió.—Gracias, Dafne. Necesitaba terminar unas cosas.—No hay problema. Sabes que siempre estoy para ti y para él —respondió Dafne, observando el cansancio en su hermana.María Elena no respondió más. Solo se dirigió a la habitación de Micky. Abrió la puerta con cuidado y vio a su hijo profundamente dormido. Su pequeño rostro reflejaba paz, algo que a María Elena le resultaba cada vez más difícil de encontrar.Se acercó despacio a la cama, y al mirarlo, su corazón se apretó. Michael, co
La puerta del apartamento se cerró de golpe, y el sonido resonó en la sala silenciosa. María Elena Duque estaba de pie, con el rostro endurecido por la rabia que no podía contener. Su cabello castaño claro, largo y ondulado, caía desordenado sobre su rostro. Sus ojos azules, normalmente calmados, ahora brillaban con incredulidad y furia. Alta y esbelta, irradiaba una energía contenida, lista para explotar.Cuando Anthony entró, sus miradas se encontraron. Los ojos dulces de María Elena, que él tanto conocía, ahora lo miraban con una mezcla de ira y decepción que jamás había visto en ella.—No puedo creerlo —espetó ella, su voz se quebraba por la rabia contenida—. ¿Cómo puedes defender a un asesino?Anthony detuvo el paso, su porte elegante y confiado comenzaba a tambalear bajo la presión. Alto, musculoso, con su cabello oscuro y ondulado enmarcando su rostro de facciones finas, intentó mantener el control. Sus ojos azules, que siempre transmitían serenidad, ahora reflejaban la tensión
El sol de la tarde se colaba por los ventanales del elegante despacho de Anthony Lennox, proyectando sombras sobre las paredes de madera oscura. La mesa de reuniones, de cristal y acero, estaba rodeada por los socios de su firma. La discusión giraba en torno a un caso penal complejo, uno de esos que podían marcar el destino de la firma y de las personas implicadas. Anthony, sentado al final de la mesa, escuchaba en silencio, sus dedos tamborileando sobre los documentos mientras sus colegas intercambiaban opiniones.—El caso es complicado —comentó uno de los abogados—. La evidencia no es concluyente y la presión mediática está en nuestra contra.—No hay manera de ganar esto sin un acuerdo —agregó otro socio—. Si forzamos el juicio, arriesgamos mucho.Anthony, siempre implacable y calculador, alzó la mirada. Con un gesto de la mano, indicó que era hora de hablar. El silencio en la sala fue inmediato. Todos sabían que cuando Lennox hablaba, había una dirección clara que seguir.—Un acuer
El reloj en la pared marcaba las 7:30 a.m., y el ajetreo matutino en el apartamento de María Elena Duque estaba en su apogeo. Mientras intentaba encontrar sus llaves y revisar su agenda para el día, su hijo Michael comía su cereal tranquilamente, completamente ajeno a la prisa de su madre.—Michael, cariño, apúrate con ese desayuno. El bus escolar ya casi llega, y no podemos llegar tarde —dijo María Elena, apresurándose de un lado a otro.Michael, siempre curioso, levantó la vista de su tazón y la observó con sus grandes ojos claros, tan parecidos a los de Anthony.—Mamá, en la escuela dijeron que hay un evento la próxima semana, y tienen que ir todos los papás. —Michael la miró directamente, sus palabras saliendo con total naturalidad—. ¿Por qué mi papá no está conmigo? ¿Cuándo va a venir?La pregunta de su hijo la descolocó por completo. Cada vez que Michael preguntaba por su padre, sentía el mismo nudo en el estómago. Anthony. El hombre que nunca supo que tenía un hijo. Michael se
El aire en la sala se volvía más denso con cada segundo. María Elena sentía cómo la adrenalina subía por su cuerpo, alimentada por la furia y el desconcierto. Sin pensarlo, dio un paso hacia el hombre que acababa de soltar esa confesión devastadora. Lo agarró del brazo y lo zarandeó, sus ojos azules llenos de rabia.—¿¡Qué dijiste!? —espetó, con la voz temblorosa de indignación—. ¡¿Vienes ahora, después de ocho años, a decirme que Luis Díaz es inocente?! ¡¿Por qué callaste todo este tiempo?!El hombre, visiblemente asustado, levantó las manos en un intento de defenderse, pero no se apartó. Sabía que merecía ese reclamo.—¡Tenía miedo! —respondió con la voz rota—. ¡Estaba amenazado! Si hablaba, iban a matarme... a mí, a mi familia. No podía hacer nada. Pero no puedo seguir con esto. No puedo dormir, doctora. Luis Díaz es inocente, ¡no fue él! El verdadero asesino fue su socio... Roberto Medina.María Elena sintió un frío recorrerle la espalda al escuchar el nombre. Recordaba a Medina,