El avión aterrizó en Colombia bajo un cielo despejado, y el aire cálido y fresco del campo los recibió mientras se acercaban a la hacienda de la familia de María Elena. Desde la camioneta, Micky no podía contener su emoción, moviéndose inquieto en su asiento mientras se acercaban al gran portón de madera. Apenas se detuvieron, el niño saltó fuera del vehículo, corriendo hacia los abuelos que ya esperaban en la entrada.—¡Abuelo Joaquín! ¡Abuela María Paz! —gritó Micky, con los brazos abiertos, mientras sus pequeños pies levantaban polvo del camino.María Paz se inclinó para abrazarlo con ternura, su rostro iluminado por una sonrisa que parecía borrar los años. Joaquín, de pie a su lado, lo recibió con una risa cálida y una palmada en la espalda.—¡Mírate nada más, muchacho! Cada día te pareces más a tu papá —dijo Joaquín, mirando a Anthony con una chispa de complicidad en los ojos.Anthony y María Elena se acercaron juntos, sus manos entrelazadas. María Paz fue la primera en abrir los
En la recepción, la música animada llenaba el ambiente, mientras los niños corrían entre las mesas y los adultos conversaban animadamente. María Emilia y Juan Emilio, los sobrinos mellizos de María Elena, se sentaron junto a su tía Dafne, quien disfrutaba de una copa de vino con la misma elegancia despreocupada que la caracterizaba.—Tía Dafne —dijo María Emilia, inclinándose hacia ella con curiosidad—, ¿cuándo te vas a casar?Dafne arqueó una ceja y les dirigió una mirada inquisitiva.—¿Qué es esa pregunta? ¿Quién les dijo que me preguntaran eso?Juan Emilio no perdió el tiempo en responder.—Mi papá dice que eres la tía solterona y millonaria de la familia, y que debemos quedar bien contigo para que nos heredes tu fortuna.Dafne dejó escapar una carcajada que atrajo la atención de algunos invitados cercanos.—¡Qué descarados son los de esta familia! —dijo, revolviendo el cabello de Juan Emilio—. Pero déjenme decirles algo: ustedes jamás me verán vestida de blanco. No creo en esas co
La sonrisa de Dafne desapareció en un instante, reemplazada por una expresión que mezclaba incredulidad y furia contenida. Se levantó de golpe, cruzando los brazos mientras lanzaba una mirada fulminante a María Elena.—¿Es en serio, Elena? ¿De todas las personas en este mundo, tenías que mencionar a ese individuo? —dijo, su tono tan afilado como un bisturí—. No sé qué te hace pensar que Díaz me interesa en lo más mínimo. Y mucho menos que le tenga miedo. Porque si alguien debiera estar escondiéndose, ese es él.Mike, que estaba observando con interés, levantó una ceja mientras Stella trataba de sofocar una risa.—¿Qué hizo Díaz ahora? —preguntó Mike, claramente intrigado.Dafne ignoró la pregunta de su hermano, dirigiendo toda su atención a María Elena, que seguía sonriendo como si disfrutara de la reacción.—Y para que quede claro —continuó Dafne, alzando la voz lo suficiente para asegurarse de que todos la escucharan—, ese arrogante egocéntrico no significa nada para mí. Absolutament
El aroma del café recién hecho llenaba la cocina mientras Anthony Lennox revisaba atentamente una lista en su teléfono. A un lado, María Elena, sentada en el mullido sillón junto a la ventana, descansaba con las piernas estiradas y una taza de té en la mano. Su rostro reflejaba una mezcla de paz y cansancio, los signos inconfundibles de los últimos meses de embarazo.Anthony levantó la vista, observándola con una sonrisa que nunca podía disimular cuando se trataba de ella. El ligero movimiento de sus dedos sobre su vientre redondeado lo llenó de una ternura infinita. Esta vez, no estaba dispuesto a perderse ni un segundo.—¿Cómo te sientes, amor? —preguntó mientras se acercaba con una rodaja de pan untada con mantequilla de almendras, uno de los antojos más recientes de María Elena.Ella levantó la mirada con una mezcla de agradecimiento y humor.—Creo que tu hija decidió practicar ballet toda la noche —respondió, dejando escapar una risa suave mientras acariciaba su vientre—. Y tu hi
Anthony, que acababa de colgar el teléfono, se arrodilló frente a su hijo y le revolvió el cabello con una sonrisa.—Sí, campeón. Los abuelos están en camino para quedarse contigo mientras vamos al hospital.Micky asintió con una seriedad que le daba ese aire único de pequeño genio. Luego se acercó a su mamá, observando su vientre con detenimiento. Con una ternura que desarmó a María Elena, colocó suavemente las manos sobre su barriga.—Hermanitos, escuchen bien —dijo, con su voz clara y pausada—. Van a conocer a los mejores papás del mundo, y yo voy a ser el mejor hermano mayor. Pero tienen que ser fuertes y portarse bien para que mamá esté tranquila, ¿de acuerdo?María Elena sintió que las lágrimas llenaban sus ojos mientras Anthony, a su lado, se quedaba sin palabras, conmovido por el gesto de su hijo.—Gracias, mi amor —murmuró María Elena, acariciándole el cabello—. Sé que vas a ser el mejor hermano mayor que podrían tener.Micky se inclinó hacia el vientre, como si realmente pud
La puerta del apartamento se cerró de golpe, y el sonido resonó en la sala silenciosa. María Elena Duque estaba de pie, con el rostro endurecido por la rabia que no podía contener. Su cabello castaño claro, largo y ondulado, caía desordenado sobre su rostro. Sus ojos azules, normalmente calmados, ahora brillaban con incredulidad y furia. Alta y esbelta, irradiaba una energía contenida, lista para explotar.Cuando Anthony entró, sus miradas se encontraron. Los ojos dulces de María Elena, que él tanto conocía, ahora lo miraban con una mezcla de ira y decepción que jamás había visto en ella.—No puedo creerlo —espetó ella, su voz se quebraba por la rabia contenida—. ¿Cómo puedes defender a un asesino?Anthony detuvo el paso, su porte elegante y confiado comenzaba a tambalear bajo la presión. Alto, musculoso, con su cabello oscuro y ondulado enmarcando su rostro de facciones finas, intentó mantener el control. Sus ojos azules, que siempre transmitían serenidad, ahora reflejaban la tensión
El sol de la tarde se colaba por los ventanales del elegante despacho de Anthony Lennox, proyectando sombras sobre las paredes de madera oscura. La mesa de reuniones, de cristal y acero, estaba rodeada por los socios de su firma. La discusión giraba en torno a un caso penal complejo, uno de esos que podían marcar el destino de la firma y de las personas implicadas. Anthony, sentado al final de la mesa, escuchaba en silencio, sus dedos tamborileando sobre los documentos mientras sus colegas intercambiaban opiniones.—El caso es complicado —comentó uno de los abogados—. La evidencia no es concluyente y la presión mediática está en nuestra contra.—No hay manera de ganar esto sin un acuerdo —agregó otro socio—. Si forzamos el juicio, arriesgamos mucho.Anthony, siempre implacable y calculador, alzó la mirada. Con un gesto de la mano, indicó que era hora de hablar. El silencio en la sala fue inmediato. Todos sabían que cuando Lennox hablaba, había una dirección clara que seguir.—Un acuer
El reloj en la pared marcaba las 7:30 a.m., y el ajetreo matutino en el apartamento de María Elena Duque estaba en su apogeo. Mientras intentaba encontrar sus llaves y revisar su agenda para el día, su hijo Michael comía su cereal tranquilamente, completamente ajeno a la prisa de su madre.—Michael, cariño, apúrate con ese desayuno. El bus escolar ya casi llega, y no podemos llegar tarde —dijo María Elena, apresurándose de un lado a otro.Michael, siempre curioso, levantó la vista de su tazón y la observó con sus grandes ojos claros, tan parecidos a los de Anthony.—Mamá, en la escuela dijeron que hay un evento la próxima semana, y tienen que ir todos los papás. —Michael la miró directamente, sus palabras saliendo con total naturalidad—. ¿Por qué mi papá no está conmigo? ¿Cuándo va a venir?La pregunta de su hijo la descolocó por completo. Cada vez que Michael preguntaba por su padre, sentía el mismo nudo en el estómago. Anthony. El hombre que nunca supo que tenía un hijo. Michael se