Esa mañana, María Elena se arregló con más esmero del habitual. No lo hizo de manera consciente, o al menos eso se repetía mientras se miraba al espejo. Llevaba un vestido ajustado, elegante pero sobrio, que resaltaba sus curvas de forma sutil. Su cabello castaño caía en ondas suaves sobre sus hombros, y sus ojos azules destacaban con un toque de maquillaje ligero. Sabía que Anthony estaría allí esa mañana, y aunque no quería admitirlo, una parte de ella deseaba que él la viera, que supiera lo que había perdido.Michael ya no tenía fiebre, pero decidió no mandarlo a la escuela. Prefería que descansara un día más, así que lo dejó al cuidado de Linda, su niñera de confianza. Después de despedirse de su hijo con un beso en la frente, salió rumbo a la firma, intentando calmar la mezcla de ansiedad y enojo que sentía tras el encuentro en la cafetería la noche anterior.Durante la mañana, atendió algunos casos, pero su mente no estaba completamente enfocada en ellos. Cada vez que miraba el
Anthony la miró, imperturbable, pero había una chispa en su mirada.—¿Justicia? —preguntó, acercándose a ella—. ¿De verdad crees que es tan simple? Tú no solo cometiste un error, condenaste a un hombre inocente y destrozaste nuestras vidas en el proceso.Las palabras de Anthony la golpearon, pero ella no se dejó intimidar.—Y me arrepiento todos los días de mi vida —replicó, apretando los dientes—. Pero yo también puedo hacer que Orlando colabore. Mi firma tiene el poder de negociar su protección. No eres el único con influencia aquí, Anthony Lennox. —Lo miró desafiante—. Si trabajamos juntos, podemos lograrlo. Pero si vas a seguir atacándome, no vamos a llegar a ningún lado.Anthony la observó en silencio por un instante, luego soltó un suspiro, bajando la guardia, aunque mantuvo su mirada desafiante.—Muy bien, entonces. Si el gran Salvador Arismendi y los otros abogados de tu firma están dispuestos a involucrarse, adelante. Pero recuerda, esto no es solo para salvar a un testigo.
María Elena apretó los puños, sus ojos brillando con furia.—No te atrevas a hacerte el inocente. No eres el hombre honesto, íntegro que conocí. No después de todo lo que he visto —replicó, haciendo una clara referencia a Karen.Anthony soltó una breve risa amarga, inclinándose hacia adelante, con sus ojos clavados en los de ella.—¿Honesto? —repitió, con una mezcla de ironía y amargura—. Quizás deberías mirar en el espejo antes de hablar de integridad, María Elena. Tú, que me juzgaste sin pruebas, que me apartaste y nunca me diste la oportunidad de explicarme... Ahora me acusas de jugar sucio.El comentario la dejó sin palabras por un instante, pero no iba a dejar que él desviara la conversación.—No estamos hablando del pasado, Anthony. Estamos hablando de ahora. Vi cómo coqueteabas con esa mujer, como si nada importara. Tienes una familia, ¿verdad? ¿O acaso tu esposa también te resulta indiferente?La mención de una "esposa" hizo que Anthony frunciera el ceño, pero en lugar de cor
Anthony salió del despacho sin mirar atrás, sintiendo la intensidad de lo que había pasado con María Elena como un peso en el pecho. Caminó rápidamente por el pasillo, y al pasar junto a una de las salas, la vio a través del cristal, ocupada con unos clientes. Ella alzó la vista por un breve segundo, y sus miradas se cruzaron fugazmente, aunque ella pronto apartó la vista, centrándose en su trabajo, como si nada hubiera sucedido entre ellos. Esa indiferencia le caló hondo.Salió a la calle y levantó la mano para detener un taxi, con el pulso acelerado y la mente dando vueltas. Una vez dentro, le indicó al conductor que lo llevara a Central Park. Al llegar, se bajó y comenzó a caminar sin rumbo, buscando aclarar sus pensamientos en el aire frío de Nueva York.Mientras paseaba, su teléfono vibró en el bolsillo. Miró la pantalla, y al ver el nombre de Rachel, frunció el ceño antes de contestar.—Ya me enteré de que mis hijos te llamaron —vociferó Rachel, sin ningún preámbulo, su voz carg
Anthony llegó al apartamento en Boston, el cual había sido su hogar durante años, y donde aún vivían Ethan y Chloe. No había alcanzado a tocar la puerta cuando ambos pequeños salieron corriendo a recibirlo, sus rostros iluminados por una mezcla de alegría y ansiedad. Chloe, con su carita angustiada, lo abrazó con fuerza.—¿Es verdad que ya no nos quieres, Anthony? —preguntó con los ojos llenos de lágrimas—. ¿Nos olvidaste?Anthony se arrodilló frente a ellos, los rodeó con sus brazos y los miró con una calidez que brotaba del alma.—Nunca, ni por un segundo —les dijo, su voz firme y segura—. Ustedes son muy importantes para mí, y siempre estaré aquí cuando me necesiten. Nunca los voy a olvidar, ¿me entienden?Ethan le miró con una sonrisa aliviada, y Chloe, al escuchar esas palabras, pareció recuperar la paz que había perdido. Después de un momento de abrazos, los tres se acomodaron en el sofá, y los niños comenzaron a contarle sus historias. Le hablaron de la escuela, de sus amigos,
Al día siguiente, en la fiscalía de Nueva York, el fiscal Johnson, Orlando Jones, María Elena y Austin esperaban en una pequeña sala de reuniones. Anthony, cuya presencia todos asumían necesaria, aún no había aparecido. María Elena, disimulando su impaciencia y algo de frustración, lanzó una rápida mirada a su teléfono y luego a la puerta, preguntándose por qué no había llegado. La idea de que quizás estuviera con Karen la hizo apretar los labios, intentando no mostrar su descontento.El fiscal, un hombre de expresión seria y voz autoritaria, miró su reloj con impaciencia y finalmente rompió el silencio.—No tengo todo el día —anunció con un leve suspiro—. Vamos a proceder con el testimonio del testigo. Así que, señor Jones, espero que haya venido preparado para decir toda la verdad —agregó, lanzándole a Orlando una mirada que lo hizo estremecerse.Austin indicó a Orlando que se sentara frente al fiscal y, sin perder tiempo, procedieron como lo harían en una audiencia preliminar. Marí
En la comisaría de Boston, uno de los colegas de Anthony, su amigo y abogado de confianza, llevaba dos horas luchando por liberarlo, pero los agentes de turno continuaban poniendo trabas en cada intento.—Lo siento, señor. Hay procedimientos que seguir —decía uno de los oficiales con tono despreocupado.—Esto no debería demorar tanto —insistió el abogado—. Ya llevamos horas aquí y solo han dado excusas.—Comprendemos su frustración, pero el capitán está en una reunión —replicó el agente, desviando la mirada.Minutos después, el abogado, visiblemente exasperado, se acercó nuevamente al mostrador.—Mire, si el capitán está ocupado, hay otros oficiales que pueden autorizar esta liberación. Anthony no representa ninguna amenaza, y las pruebas que presentan son, como mínimo, dudosas.—Entiendo, señor. Estamos revisando el caso —dijo el agente, mirando el reloj con indiferencia.Mientras el abogado salía a hacer unas llamadas, María Elena llegó decidida al lugar y se dirigió con paso firme
María Elena inhaló profundamente y luego se sentó frente a él.—Explícame por qué tu esposa te acusa de maltrato.—Esto no es fácil de explicar, pero necesito que lo entiendas. —Hizo una pausa antes de continuar—. Me casé con Rachel hace tres años. Siempre tuvimos una relación... complicada, por decirlo de algún modo. Es celosa, impulsiva... Y creo que nunca terminó de confiar en mí.María Elena lo escuchaba en silencio, asimilando cada palabra, mientras él continuaba.—Rachel ya tenía dos hijos de su primer matrimonio, Ethan y Chloe. Desde el momento en que llegué a sus vidas, los crié como si fueran míos. Los amo, María Elena, son mi familia... —Anthony bajó la mirada, con los ojos cargados de una emoción profunda—. Y ahora que Rachel me ha apartado de ellos, los está utilizando en mi contra.María Elena percibió en sus palabras al mismo hombre noble y correcto de quien se había enamorado tantos años atrás. Una chispa de emoción le iluminó la mirada y apenas pudo contenerse cuando c