María Elena llegó a su apartamento, agotada. El día había sido interminable, y la conversación con Anthony la había dejado confundida y triste. Al cerrar la puerta, el silencio del lugar le ofreció un respiro, pero el peso de sus pensamientos seguía ahí. Michael ya estaba dormido, bajo el cuidado de su hermana mayor, Dafne, quien la esperaba en el sofá.
—Se quedó dormido hace un rato —avisó Dafne en voz baja—. Estaba inquieto, preguntando por ti, pero lo tranquilicé.
María Elena sonrió débilmente y asintió.
—Gracias, Dafne. Necesitaba terminar unas cosas.
—No hay problema. Sabes que siempre estoy para ti y para él —respondió Dafne, observando el cansancio en su hermana.
María Elena no respondió más. Solo se dirigió a la habitación de Micky. Abrió la puerta con cuidado y vio a su hijo profundamente dormido. Su pequeño rostro reflejaba paz, algo que a María Elena le resultaba cada vez más difícil de encontrar.
Se acercó despacio a la cama, y al mirarlo, su corazón se apretó. Michael, con su cabello oscuro y rasgos tan parecidos a los de Anthony, le recordaba a cada momento lo que había ocultado. Anthony no sabía que tenía un hijo.
Sentada al borde de la cama, lo observó en silencio, mientras su mente repasaba las palabras frías y sarcásticas que Anthony había pronunciado por teléfono. Cuando él descubriera la verdad, cuando supiera que tenía un hijo que nunca conoció, ¿cómo reaccionaría? La odiaría aún más. Lo que había pasado entre ellos era doloroso, pero esto... esto lo destruiría.
María Elena sintió el nudo en la garganta. Se inclinó para besar a Michael en la frente, conteniendo las lágrimas que amenazaban con salir. Lo acarició suavemente, su corazón lleno de culpa y miedo.
—Lo siento tanto, mi amor —murmuró en voz baja, sabiendo que su hijo no la oiría.
Micky murmuró algo en sueños y cambió de posición, pero no despertó. María Elena se quedó un momento más, observándolo con ternura, y luego se levantó lentamente. Salió de la habitación y caminó hacia la sala, donde Dafne la esperaba. Sin decir una palabra, se dirigió al pequeño bar que tenían en la esquina.
—¿Quieres un trago? —preguntó María Elena mientras se servía un whisky.
Dafne la miró de reojo, siempre observadora y analítica.
—Bueno, un whisky no me vendría mal —respondió, levantándose del sofá y caminando hacia la barra.
María Elena bebió el trago de un sorbo, dejando el vaso sobre la mesa con un suspiro. El nudo en su estómago seguía ahí, más fuerte que nunca.
—Hablé con él —dijo finalmente, con la voz cargada de frustración—. Me odia, Dafne. Me trató con una frialdad sorprendente y un sarcasmo que me hizo sentir terrible.
Dafne tomó su vaso y lo bebió con calma, como si ya hubiera anticipado lo que su hermana diría.
—Al menos no te cortó la llamada —comentó con frialdad—. Porque, sinceramente, si yo fuera él, no te hablaría.
María Elena dejó escapar una leve risa amarga. Sabía que Dafne siempre tenía ese enfoque racional y sin rodeos, pero aun así dolía oírlo.
—Lo sé, tienes razón... —dijo María Elena, mirando el vaso vacío—. Pero duele, deberías ser menos directa en ocasiones —susurró—, ahora comprendo por qué te soporta… son tal para cual.
Dafne puso los ojos en blanco.
—Siempre digo lo que pienso, pero ven, vamos a sentarnos en la sala. —María Elena y su hermana se sentaron en el sofá, dejando que el silencio durara unos segundos más—. ¿Y se van a ver? —preguntó Dafne, siempre directa, sin rodeos.
María Elena suspiró, jugando con el vaso entre sus manos.
—Él dijo que me avisaba —respondió, mirando al frente, como si tratara de encontrar las palabras adecuadas—. Pero no sé cómo enfrentarlo, Dafne. Son tantos años sin vernos. No sé ni qué decirle.
Dafne levantó una ceja, siempre la pragmática de las dos.
—¿Aún sientes algo por él? —preguntó, en tono calmado, pero con ese toque analítico que siempre la caracterizaba.
María Elena se quedó en silencio por un momento, mirando el vaso vacío en sus manos, antes de suspirar profundamente.
—Pues, lo que yo sienta, ya no tiene importancia —murmuró finalmente—. Él se casó, tiene una esposa, dos hijos... es feliz. No voy a dañar lo que él construyó sin mí.
Dafne la observó en silencio durante unos segundos, analizando las palabras de su hermana con la misma precisión que usaba en cualquier caso.
—Pero Michael también tiene derecho a conocer a su papá —respondió, sin titubear—. Y Anthony a saber que tiene un hijo.
María Elena apretó el vaso con fuerza, sintiendo cómo la culpa la invadía una vez más. Sabía que Dafne tenía razón, pero enfrentarse a esa realidad la aterraba.
—Lo sé... pero todo se va a desmoronar si se lo digo. ¿Y si no lo quiere? ¿Y si su vida cambia para mal por mi culpa?
Dafne tomó otro sorbo de whisky, manteniendo la calma.
—Eso no lo sabrás hasta que lo enfrentes. No puedes seguir ocultándolo, María Elena. No es justo para Micky ni para Anthony. La verdad tiene que salir tarde o temprano.
María Elena cerró los ojos, tratando de contener el miedo y la incertidumbre. Sabía que lo correcto era decir la verdad, pero temía más que nunca las consecuencias.
****
Al día siguiente, Anthony se encontraba en su apartamento, pero su mente estaba en otra parte. La llamada de María Elena la noche anterior lo había dejado intranquilo, y aunque intentaba concentrarse en sus tareas, nada parecía fluir. Mientras buscaba su cartera y las llaves, el timbre sonó.
Cuando abrió la puerta, sus ojos se iluminaron al ver a Myriam, su madre, de pie frente a él.
—¡Mamá! —exclamó, abrazándola con fuerza.
Myriam lo estrechó en un cálido abrazo y luego lo observó con preocupación.
—Me ha tocado venir a ver a mi hijo —dijo en tono suave, pero con una nota de preocupación en su voz—. ¿Estás bien?
Anthony intentó sonreír, pero no pudo engañarla. Sabía perfectamente que su madre estaba ahí por un motivo.
—Estoy bien, mamá. Solo han sido días complicados.
Myriam entró al apartamento y dejó su bolso en la mesa del recibidor, mirando alrededor.
—Complicados, ya veo —respondió, con una sonrisa que no ocultaba su preocupación—. Me preocupé por lo del divorcio, y sé que lo de los niños te ha afectado más de lo que dejas ver. Pensé que tal vez necesitarías a tu madre.
Anthony suspiró y se pasó una mano por el cabello. La mención de los niños le hizo sentir una presión en el pecho. Estaba lidiando con eso... y ahora, María Elena volvía a aparecer en su vida.
—No tienes idea de cuánto necesitaba verte —admitió Anthony—. Todo ha sido un caos.
Myriam lo observó con detenimiento, su mirada cargada de ternura, pero también de curiosidad.
—¿Qué pasa realmente, Anthony? —preguntó mientras le acariciaba el rostro—. Te conozco, sé que hay más detrás de todo esto.
—No es solo el divorcio, mamá... —dijo, su voz cargada de frustración—. Anoche me llamó María Elena Duque.
Myriam frunció el ceño, aunque intentó mantener la calma. Sabía lo mucho que Anthony había amado a esa mujer, y también cuánto había sufrido cuando ella rompió con él después del juicio.
—María Elena... —repitió lentamente, como si el nombre trajera de vuelta viejos recuerdos—. ¿Qué quería?
Anthony se dejó caer en una silla, frotándose la sien mientras trataba de encontrar las palabras.
—Hablar sobre el caso de Luis Díaz. Dice que es importante y que podría cambiar la vida de mi cliente. Pero, mamá... cuando la escuché, me sentí... no sé, me volví a llenar de resentimiento cuando ella habló y no pude evitarlo —confesó con amargura—. Elena intentó ser correcta, pero yo...
Myriam lo miró con empatía, recordando perfectamente lo devastado que quedó su hijo tras aquella ruptura. Sabía que Anthony aún guardaba emociones profundas que nunca habían sanado por completo.
—Hijo, sé lo mucho que te dolió lo que pasó entre ustedes. Pero si ella te llamó, después de tantos años, quizás sea algo serio. Luchaste mucho por defender la inocencia de ese hombre. Y quizá sea el momento de que enfrentes todo eso que quedó en el aire.
Anthony apretó los labios, frustrado.
—No lo sé, mamá. Parte de mí no quiere verla, pero otra parte... no sé. Hay tanto que quedó sin resolver. Intento no pensar en ella, pero ahora... todo vuelve a mi mente, además como dices está de por medio el señor Díaz.
Myriam asintió, entendiendo perfectamente lo que su hijo estaba viviendo.
—Anthony, eres fuerte. Pero también eres humano. Si vas a enfrentarte a María Elena otra vez, no dejes que el resentimiento te nuble el juicio. Escúchala. No permitas que el pasado defina cómo te sientes hoy.
Anthony la miró, agradecido por sus palabras. Sabía que Myriam tenía razón, pero el miedo a revivir lo que pasó con María Elena seguía ahí.
—Gracias, mamá —murmuró, levantándose para abrazarla nuevamente—. Solo espero que todo esto no vuelva a destrozarme.
Myriam lo abrazó con fuerza, queriendo ofrecerle el apoyo que sabía que necesitaría. No tenía idea de lo que venía, pero estaba segura de que Anthony tendría que enfrentar mucho más que un simple caso.
****
Dos días habían pasado desde aquella llamada con Anthony, pero para María Elena se sentía como una eternidad. Estaba en su despacho, sentada frente a su escritorio, incapaz de concentrarse en nada más que en el inminente encuentro. Sus manos temblaban ligeramente mientras intentaba repasar algunos documentos, pero sus pensamientos volvían una y otra vez a lo que estaba por suceder. Anthony... después de tantos años, volvería a verlo.
Se levantó de la silla y comenzó a caminar de un lado a otro, tratando de calmarse. Había lidiado con situaciones difíciles antes, pero nada se comparaba con esto. Su corazón latía con fuerza, y la ansiedad se apoderaba de cada fibra de su ser.
«¿Cómo será volver a verlo? ¿Qué voy a decir? ¿Cómo lo enfrentaré?»
De repente, el sonido del teléfono en su escritorio la hizo detenerse en seco. Miró la pantalla como si temiera lo que estaba por venir. Finalmente, tomó la llamada.
—Doctora Duque —la voz de su asistente sonó con suavidad, pero con un tono que presagiaba lo inevitable—, el doctor Lennox ya está aquí.
La puerta del apartamento se cerró de golpe, y el sonido resonó en la sala silenciosa. María Elena Duque estaba de pie, con el rostro endurecido por la rabia que no podía contener. Su cabello castaño claro, largo y ondulado, caía desordenado sobre su rostro. Sus ojos azules, normalmente calmados, ahora brillaban con incredulidad y furia. Alta y esbelta, irradiaba una energía contenida, lista para explotar.Cuando Anthony entró, sus miradas se encontraron. Los ojos dulces de María Elena, que él tanto conocía, ahora lo miraban con una mezcla de ira y decepción que jamás había visto en ella.—No puedo creerlo —espetó ella, su voz se quebraba por la rabia contenida—. ¿Cómo puedes defender a un asesino?Anthony detuvo el paso, su porte elegante y confiado comenzaba a tambalear bajo la presión. Alto, musculoso, con su cabello oscuro y ondulado enmarcando su rostro de facciones finas, intentó mantener el control. Sus ojos azules, que siempre transmitían serenidad, ahora reflejaban la tensión
El sol de la tarde se colaba por los ventanales del elegante despacho de Anthony Lennox, proyectando sombras sobre las paredes de madera oscura. La mesa de reuniones, de cristal y acero, estaba rodeada por los socios de su firma. La discusión giraba en torno a un caso penal complejo, uno de esos que podían marcar el destino de la firma y de las personas implicadas. Anthony, sentado al final de la mesa, escuchaba en silencio, sus dedos tamborileando sobre los documentos mientras sus colegas intercambiaban opiniones.—El caso es complicado —comentó uno de los abogados—. La evidencia no es concluyente y la presión mediática está en nuestra contra.—No hay manera de ganar esto sin un acuerdo —agregó otro socio—. Si forzamos el juicio, arriesgamos mucho.Anthony, siempre implacable y calculador, alzó la mirada. Con un gesto de la mano, indicó que era hora de hablar. El silencio en la sala fue inmediato. Todos sabían que cuando Lennox hablaba, había una dirección clara que seguir.—Un acuer
El reloj en la pared marcaba las 7:30 a.m., y el ajetreo matutino en el apartamento de María Elena Duque estaba en su apogeo. Mientras intentaba encontrar sus llaves y revisar su agenda para el día, su hijo Michael comía su cereal tranquilamente, completamente ajeno a la prisa de su madre.—Michael, cariño, apúrate con ese desayuno. El bus escolar ya casi llega, y no podemos llegar tarde —dijo María Elena, apresurándose de un lado a otro.Michael, siempre curioso, levantó la vista de su tazón y la observó con sus grandes ojos claros, tan parecidos a los de Anthony.—Mamá, en la escuela dijeron que hay un evento la próxima semana, y tienen que ir todos los papás. —Michael la miró directamente, sus palabras saliendo con total naturalidad—. ¿Por qué mi papá no está conmigo? ¿Cuándo va a venir?La pregunta de su hijo la descolocó por completo. Cada vez que Michael preguntaba por su padre, sentía el mismo nudo en el estómago. Anthony. El hombre que nunca supo que tenía un hijo. Michael se
El aire en la sala se volvía más denso con cada segundo. María Elena sentía cómo la adrenalina subía por su cuerpo, alimentada por la furia y el desconcierto. Sin pensarlo, dio un paso hacia el hombre que acababa de soltar esa confesión devastadora. Lo agarró del brazo y lo zarandeó, sus ojos azules llenos de rabia.—¿¡Qué dijiste!? —espetó, con la voz temblorosa de indignación—. ¡¿Vienes ahora, después de ocho años, a decirme que Luis Díaz es inocente?! ¡¿Por qué callaste todo este tiempo?!El hombre, visiblemente asustado, levantó las manos en un intento de defenderse, pero no se apartó. Sabía que merecía ese reclamo.—¡Tenía miedo! —respondió con la voz rota—. ¡Estaba amenazado! Si hablaba, iban a matarme... a mí, a mi familia. No podía hacer nada. Pero no puedo seguir con esto. No puedo dormir, doctora. Luis Díaz es inocente, ¡no fue él! El verdadero asesino fue su socio... Roberto Medina.María Elena sintió un frío recorrerle la espalda al escuchar el nombre. Recordaba a Medina,
El silencio en la sala era palpable. Todos sabían lo que esa decisión significaba para ella. Su familia asintió, respetando su valentía. El próximo paso sería el más difícil, pero María Elena estaba decidida a enfrentarlo.La llamada con Majo y Salvador fue cortada, y María Elena se quedó frente a sus padres, aun procesando todo lo que había ocurrido. Tomó el teléfono y llamó a su asistente.—Charlotte, necesito que me consigas el número del doctor Anthony Lennox. Tiene un despacho en Boston.Charlotte, siempre eficiente, respondió al instante.—Enseguida, doctora. Le avisaré cuando lo tenga.—¿Estás segura de enfrentarlo? —preguntó Lu.María Elena tragó saliva.—Sí mamá, estoy segura.—¿Le dirás acerca de Micky? —indagó Miguel.María Elena tenía la cabeza vuelta un caos. Apenas estaba procesando lo del caso de Díaz cuando la pregunta de su padre le cayó como una piedra encima.«¿Decirle a Tonny sobre la existencia de Micky?» Quizás no estaba preparada para eso.—No lo sé, primero ten