Rachel despertó lentamente, su cuerpo aún adormecido por los calmantes que había tomado para dormir. El dolor de cabeza persistía, pero lo ignoró mientras estiraba el brazo hacia su mesita de noche y tomó su celular. Cuando encendió la pantalla, vio varias notificaciones de llamadas realizadas. Al ver que los números coincidían con los de Anthony, su semblante cambió al instante. Se sentó en la cama, con los ojos llenos de furia.Se levantó de un salto y caminó hacia la sala, donde los pequeños, Ethan y Chloe, estaban jugando en silencio, ajenos al desastre que se avecinaba. Ethan, de siete años, y Chloe, de cinco, apenas la miraron al verla aparecer en la puerta, pero sus risas se desvanecieron al notar la expresión en el rostro de su madre.—¿Llamaron a Anthony? —espetó Rachel, con la voz afilada y una mirada que hizo que los niños se tensaran de inmediato.Los pequeños intercambiaron miradas, aterrados, sin saber qué decir. Ethan fue el primero en intentar justificarse.—Mamá, solo
Era ya de madrugada, la habitación del hotel estaba en penumbra, iluminada apenas por las luces tenues que se filtraban desde la calle. Karen y Anthony se encontraban en la cama, sus cuerpos entrelazados, pero en sus miradas no había promesas ni palabras de amor. Era simplemente un encuentro físico, una atracción momentánea que no llevaba más allá de lo que ambos querían en ese instante.Karen, acostada sobre las sábanas, lo miró con una media sonrisa mientras él se acercaba.—Sabes que esto no es más que lo que es —dijo ella con un tono casual, deslizando sus dedos por su pecho—. No espero nada más.Anthony asintió, su expresión serena y controlada.—Tampoco yo —respondió sin titubear, consciente de que ambos entendían perfectamente lo que significaba este momento.Era una atracción física, un escape sin compromisos ni complicaciones. Karen lo sabía, y a él le resultaba cómodo que las cosas fueran tan claras. En ese instante, no había lugar para el pasado o para las emociones enterra
Esa mañana, María Elena se arregló con más esmero del habitual. No lo hizo de manera consciente, o al menos eso se repetía mientras se miraba al espejo. Llevaba un vestido ajustado, elegante pero sobrio, que resaltaba sus curvas de forma sutil. Su cabello castaño caía en ondas suaves sobre sus hombros, y sus ojos azules destacaban con un toque de maquillaje ligero. Sabía que Anthony estaría allí esa mañana, y aunque no quería admitirlo, una parte de ella deseaba que él la viera, que supiera lo que había perdido.Michael ya no tenía fiebre, pero decidió no mandarlo a la escuela. Prefería que descansara un día más, así que lo dejó al cuidado de Linda, su niñera de confianza. Después de despedirse de su hijo con un beso en la frente, salió rumbo a la firma, intentando calmar la mezcla de ansiedad y enojo que sentía tras el encuentro en la cafetería la noche anterior.Durante la mañana, atendió algunos casos, pero su mente no estaba completamente enfocada en ellos. Cada vez que miraba el
Anthony la miró, imperturbable, pero había una chispa en su mirada.—¿Justicia? —preguntó, acercándose a ella—. ¿De verdad crees que es tan simple? Tú no solo cometiste un error, condenaste a un hombre inocente y destrozaste nuestras vidas en el proceso.Las palabras de Anthony la golpearon, pero ella no se dejó intimidar.—Y me arrepiento todos los días de mi vida —replicó, apretando los dientes—. Pero yo también puedo hacer que Orlando colabore. Mi firma tiene el poder de negociar su protección. No eres el único con influencia aquí, Anthony Lennox. —Lo miró desafiante—. Si trabajamos juntos, podemos lograrlo. Pero si vas a seguir atacándome, no vamos a llegar a ningún lado.Anthony la observó en silencio por un instante, luego soltó un suspiro, bajando la guardia, aunque mantuvo su mirada desafiante.—Muy bien, entonces. Si el gran Salvador Arismendi y los otros abogados de tu firma están dispuestos a involucrarse, adelante. Pero recuerda, esto no es solo para salvar a un testigo.
María Elena apretó los puños, sus ojos brillando con furia.—No te atrevas a hacerte el inocente. No eres el hombre honesto, íntegro que conocí. No después de todo lo que he visto —replicó, haciendo una clara referencia a Karen.Anthony soltó una breve risa amarga, inclinándose hacia adelante, con sus ojos clavados en los de ella.—¿Honesto? —repitió, con una mezcla de ironía y amargura—. Quizás deberías mirar en el espejo antes de hablar de integridad, María Elena. Tú, que me juzgaste sin pruebas, que me apartaste y nunca me diste la oportunidad de explicarme... Ahora me acusas de jugar sucio.El comentario la dejó sin palabras por un instante, pero no iba a dejar que él desviara la conversación.—No estamos hablando del pasado, Anthony. Estamos hablando de ahora. Vi cómo coqueteabas con esa mujer, como si nada importara. Tienes una familia, ¿verdad? ¿O acaso tu esposa también te resulta indiferente?La mención de una "esposa" hizo que Anthony frunciera el ceño, pero en lugar de cor
Anthony salió del despacho sin mirar atrás, sintiendo la intensidad de lo que había pasado con María Elena como un peso en el pecho. Caminó rápidamente por el pasillo, y al pasar junto a una de las salas, la vio a través del cristal, ocupada con unos clientes. Ella alzó la vista por un breve segundo, y sus miradas se cruzaron fugazmente, aunque ella pronto apartó la vista, centrándose en su trabajo, como si nada hubiera sucedido entre ellos. Esa indiferencia le caló hondo.Salió a la calle y levantó la mano para detener un taxi, con el pulso acelerado y la mente dando vueltas. Una vez dentro, le indicó al conductor que lo llevara a Central Park. Al llegar, se bajó y comenzó a caminar sin rumbo, buscando aclarar sus pensamientos en el aire frío de Nueva York.Mientras paseaba, su teléfono vibró en el bolsillo. Miró la pantalla, y al ver el nombre de Rachel, frunció el ceño antes de contestar.—Ya me enteré de que mis hijos te llamaron —vociferó Rachel, sin ningún preámbulo, su voz carg
Anthony llegó al apartamento en Boston, el cual había sido su hogar durante años, y donde aún vivían Ethan y Chloe. No había alcanzado a tocar la puerta cuando ambos pequeños salieron corriendo a recibirlo, sus rostros iluminados por una mezcla de alegría y ansiedad. Chloe, con su carita angustiada, lo abrazó con fuerza.—¿Es verdad que ya no nos quieres, Anthony? —preguntó con los ojos llenos de lágrimas—. ¿Nos olvidaste?Anthony se arrodilló frente a ellos, los rodeó con sus brazos y los miró con una calidez que brotaba del alma.—Nunca, ni por un segundo —les dijo, su voz firme y segura—. Ustedes son muy importantes para mí, y siempre estaré aquí cuando me necesiten. Nunca los voy a olvidar, ¿me entienden?Ethan le miró con una sonrisa aliviada, y Chloe, al escuchar esas palabras, pareció recuperar la paz que había perdido. Después de un momento de abrazos, los tres se acomodaron en el sofá, y los niños comenzaron a contarle sus historias. Le hablaron de la escuela, de sus amigos,
Al día siguiente, en la fiscalía de Nueva York, el fiscal Johnson, Orlando Jones, María Elena y Austin esperaban en una pequeña sala de reuniones. Anthony, cuya presencia todos asumían necesaria, aún no había aparecido. María Elena, disimulando su impaciencia y algo de frustración, lanzó una rápida mirada a su teléfono y luego a la puerta, preguntándose por qué no había llegado. La idea de que quizás estuviera con Karen la hizo apretar los labios, intentando no mostrar su descontento.El fiscal, un hombre de expresión seria y voz autoritaria, miró su reloj con impaciencia y finalmente rompió el silencio.—No tengo todo el día —anunció con un leve suspiro—. Vamos a proceder con el testimonio del testigo. Así que, señor Jones, espero que haya venido preparado para decir toda la verdad —agregó, lanzándole a Orlando una mirada que lo hizo estremecerse.Austin indicó a Orlando que se sentara frente al fiscal y, sin perder tiempo, procedieron como lo harían en una audiencia preliminar. Marí