Cuando Anthony salió del despacho de María Elena, sus pasos eran rápidos y decididos. Estaba concentrado en sus propios pensamientos cuando, de repente, chocó de frente con Austin, el colega de María Elena. Austin llevaba unos documentos en la mano y sonreía, claramente de buen humor.—Anthony Lennox, cuánto tiempo —dijo Austin, sorprendido de verlo. Sabía quién era Anthony y lo que había significado para María Elena en el pasado—. ¿Sigues por aquí? Justo iba a buscar a Elena; íbamos a almorzar juntos, como siempre —comentó con naturalidad.Anthony no recordaba que ellos tuvieran una relación tan cercana y no hizo esfuerzo por disimular su desagrado.—No sabía que ustedes dos... —dejó la frase en el aire, con una expresión neutra y una mirada fría.Austin, ajeno o indiferente al tono de Anthony, continuó hablando con entusiasmo mientras acomodaba los papeles bajo el brazo.—Sí, trabajamos bastante juntos. De hecho, siempre nos escapamos a almorzar cuando el día está menos agitado, o a
María Elena intentaba concentrarse en los papeles sobre su escritorio, pero no pudo evitar que cada palabra llegara a sus oídos. Sintió una punzada en el corazón. Todo indicaba que Anthony tenía una vida plena, con una familia que parecía perfecta. No sabía que los niños lo estaban llamando a escondidas.—¿Y dónde está su mamá? —preguntó Anthony, dejando entrever su preocupación por los pequeños—. Bueno, me alegra escucharlos. Cuídense, y también cuiden a Rachel, pero no hagan travesuras; saben cómo se pone cuando le duele la cabeza.María Elena sintió un nudo en la garganta. Recordaba claramente la foto que había visto en la página web de su despacho, donde Anthony aparecía junto a una mujer joven y dos niños pequeños. Esa imagen la había llevado a asumir que Anthony estaba casado y que los niños eran suyos. Ahora, escuchando la ternura en su voz, esa creencia se reforzaba.—Yo también los extraño, mis niños —expresó Anthony, con la voz cargada de afecto—. No se preocupen; cuando reg
Anthony salió de la ducha, dejando que el vapor llenara el elegante baño del hotel. El agua caliente había aliviado la tensión de su cuerpo, pero no podía despejar los pensamientos que se arremolinaban en su mente. Se puso una camiseta gris y unos jeans, optando por una vestimenta más informal. Necesitaba salir, respirar, alejarse de todo.Mientras terminaba de secarse el cabello, su móvil comenzó a sonar. Miró la pantalla y reconoció el nombre: Gerald Lennox. Su padre.—¿Qué tal, papá? —preguntó Anthony al responder, aunque su tono era cansado.—Hijo, ¿cómo estás? —La voz firme y tranquila de Gerald sonó al otro lado de la línea—. Te llamo para saber cómo van las cosas. ¿Ya has tenido ese reencuentro con María Elena?Anthony se dejó caer sobre la cama, mirando el techo mientras el nudo en su pecho volvía a apretarse. Sabía que la pregunta vendría en algún momento, pero no esperaba tener que hablar de eso tan pronto.—Sí, la vi esta mañana —respondió, sin demasiado entusiasmo—. Y, com
—¿Qué? ¿Piensas que te estoy siguiendo? No te comportes como un imbécil, Anthony. Ese papel no te queda —dijo, tratando de mantener la calma, aunque su tono traicionaba un toque de enfado.Anthony la observó con una mezcla de incredulidad y cansancio. Sus ojos, azules y profundos, se entrecerraron ligeramente.—No te estoy acusando de eso; solo me sorprende verte aquí, justo en este lugar. Después de tanto tiempo —su voz mantenía esa frialdad distante que últimamente le era tan habitual.María Elena soltó una risa seca y entrecortada.—Es un café, Anthony. No es un lugar exclusivo para el importante doctor Lennox. Vivo cerca y quería despejarme un poco… Y con todo lo que está pasando, créeme, necesito algo más que café para relajarme —respondió, clavando su mirada en él, buscando algún rastro del hombre que había conocido.Anthony mantuvo su mirada fija en ella, como evaluando cada palabra.—Sí, debe ser difícil. Especialmente cuando tienes que enfrentar al hombre al que condenaste du
Rachel despertó lentamente, su cuerpo aún adormecido por los calmantes que había tomado para dormir. El dolor de cabeza persistía, pero lo ignoró mientras estiraba el brazo hacia su mesita de noche y tomó su celular. Cuando encendió la pantalla, vio varias notificaciones de llamadas realizadas. Al ver que los números coincidían con los de Anthony, su semblante cambió al instante. Se sentó en la cama, con los ojos llenos de furia.Se levantó de un salto y caminó hacia la sala, donde los pequeños, Ethan y Chloe, estaban jugando en silencio, ajenos al desastre que se avecinaba. Ethan, de siete años, y Chloe, de cinco, apenas la miraron al verla aparecer en la puerta, pero sus risas se desvanecieron al notar la expresión en el rostro de su madre.—¿Llamaron a Anthony? —espetó Rachel, con la voz afilada y una mirada que hizo que los niños se tensaran de inmediato.Los pequeños intercambiaron miradas, aterrados, sin saber qué decir. Ethan fue el primero en intentar justificarse.—Mamá, solo
Era ya de madrugada, la habitación del hotel estaba en penumbra, iluminada apenas por las luces tenues que se filtraban desde la calle. Karen y Anthony se encontraban en la cama, sus cuerpos entrelazados, pero en sus miradas no había promesas ni palabras de amor. Era simplemente un encuentro físico, una atracción momentánea que no llevaba más allá de lo que ambos querían en ese instante.Karen, acostada sobre las sábanas, lo miró con una media sonrisa mientras él se acercaba.—Sabes que esto no es más que lo que es —dijo ella con un tono casual, deslizando sus dedos por su pecho—. No espero nada más.Anthony asintió, su expresión serena y controlada.—Tampoco yo —respondió sin titubear, consciente de que ambos entendían perfectamente lo que significaba este momento.Era una atracción física, un escape sin compromisos ni complicaciones. Karen lo sabía, y a él le resultaba cómodo que las cosas fueran tan claras. En ese instante, no había lugar para el pasado o para las emociones enterra
Esa mañana, María Elena se arregló con más esmero del habitual. No lo hizo de manera consciente, o al menos eso se repetía mientras se miraba al espejo. Llevaba un vestido ajustado, elegante pero sobrio, que resaltaba sus curvas de forma sutil. Su cabello castaño caía en ondas suaves sobre sus hombros, y sus ojos azules destacaban con un toque de maquillaje ligero. Sabía que Anthony estaría allí esa mañana, y aunque no quería admitirlo, una parte de ella deseaba que él la viera, que supiera lo que había perdido.Michael ya no tenía fiebre, pero decidió no mandarlo a la escuela. Prefería que descansara un día más, así que lo dejó al cuidado de Linda, su niñera de confianza. Después de despedirse de su hijo con un beso en la frente, salió rumbo a la firma, intentando calmar la mezcla de ansiedad y enojo que sentía tras el encuentro en la cafetería la noche anterior.Durante la mañana, atendió algunos casos, pero su mente no estaba completamente enfocada en ellos. Cada vez que miraba el
Anthony la miró, imperturbable, pero había una chispa en su mirada.—¿Justicia? —preguntó, acercándose a ella—. ¿De verdad crees que es tan simple? Tú no solo cometiste un error, condenaste a un hombre inocente y destrozaste nuestras vidas en el proceso.Las palabras de Anthony la golpearon, pero ella no se dejó intimidar.—Y me arrepiento todos los días de mi vida —replicó, apretando los dientes—. Pero yo también puedo hacer que Orlando colabore. Mi firma tiene el poder de negociar su protección. No eres el único con influencia aquí, Anthony Lennox. —Lo miró desafiante—. Si trabajamos juntos, podemos lograrlo. Pero si vas a seguir atacándome, no vamos a llegar a ningún lado.Anthony la observó en silencio por un instante, luego soltó un suspiro, bajando la guardia, aunque mantuvo su mirada desafiante.—Muy bien, entonces. Si el gran Salvador Arismendi y los otros abogados de tu firma están dispuestos a involucrarse, adelante. Pero recuerda, esto no es solo para salvar a un testigo.