Cap. 3: Yo enfrentaré a Anthony.

El aire en la sala se volvía más denso con cada segundo. María Elena sentía cómo la adrenalina subía por su cuerpo, alimentada por la furia y el desconcierto. Sin pensarlo, dio un paso hacia el hombre que acababa de soltar esa confesión devastadora. Lo agarró del brazo y lo zarandeó, sus ojos azules llenos de rabia.

—¿¡Qué dijiste!? —espetó, con la voz temblorosa de indignación—. ¡¿Vienes ahora, después de ocho años, a decirme que Luis Díaz es inocente?! ¡¿Por qué callaste todo este tiempo?!

El hombre, visiblemente asustado, levantó las manos en un intento de defenderse, pero no se apartó. Sabía que merecía ese reclamo.

—¡Tenía miedo! —respondió con la voz rota—. ¡Estaba amenazado! Si hablaba, iban a matarme... a mí, a mi familia. No podía hacer nada. Pero no puedo seguir con esto. No puedo dormir, doctora. Luis Díaz es inocente, ¡no fue él! El verdadero asesino fue su socio... Roberto Medina.

María Elena sintió un frío recorrerle la espalda al escuchar el nombre. Recordaba a Medina, uno de los socios cercanos de Díaz. Su cabeza daba vueltas. ¿Cómo había sido tan ciega? ¿Cómo no había visto que algo no encajaba?

—¿Y qué pruebas tienes? —le gritó, sus ojos llenos de fuego—. ¡¿Cómo esperas que te crea después de tanto tiempo?! ¡Vienes aquí y pretendes que con unas palabras cambies todo!

El hombre tembló bajo su mirada. Se llevó las manos a la cara, desesperado.

—No tengo pruebas físicas, pero puedo testificar. Yo lo vi, sé cómo lo planeó todo. El asesinato fue parte de una venganza... querían sacar a Luis del camino, destruirlo.

María Elena soltó el brazo del hombre, retrocediendo un paso mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar. Sabía lo que debía hacer.

—Tienes que presentar esta declaración ante un fiscal —dijo, respirando hondo, tratando de controlar su ira—. No basta con que me lo digas a mí. Esto tiene que salir a la luz, y debe hacerse formalmente.

El hombre asintió, casi al borde del llanto.

—Lo haré, doctora. No quiero seguir viviendo con esta culpa.

María Elena cerró los ojos por un momento, asimilando la magnitud de lo que vendría. Luis Díaz, el hombre al que había contribuido a enviar a prisión, era inocente. Y ahora todo dependía de este testimonio.

Abrió los ojos, sabiendo que había una última pieza que encajaba en este rompecabezas.

—Tendrás que hablar también con el abogado defensor de Díaz —dijo, su voz más controlada, pero aún tensa—. Anthony Lennox.

El nombre escapó de sus labios, y con él, un torrente de emociones la golpeó. Anthony, el hombre que había defendido a Luis con la misma fuerza con la que ella lo había condenado. Todo volvía a él.

El hombre la miró con desconcierto, sin entender del todo la tensión en su tono. María Elena respiró hondo, consciente de que enfrentarse a Anthony de nuevo no solo reviviría el caso, sino también los fantasmas de su pasado.

María Elena respiró hondo, tratando de calmarse. Sabía que perder el control no la llevaría a ninguna parte. Soltó el brazo del hombre y lo miró, ahora con una mezcla de empatía y seriedad.

—Está bien —dijo en un tono más suave—. Te voy a ayudar. Pero debes saber que ya no soy penalista, y este caso requiere a alguien con experiencia en esa área. Me comunicaré con el doctor Lennox, él es quien lleva la defensa de Luis Díaz.

El hombre asintió, aún nervioso.

—Gracias... Gracias, doctora. No puedo seguir con esta carga. Lo único que quiero es protección. Puedo testificar, pero Roberto Medina es peligroso. Si hablo, vendrá por mí.

María Elena le pidió más detalles.

—Necesito saber dónde estás escondido para poder asegurarte protección antes de que te presentes formalmente.

El hombre, con manos temblorosas, sacó un pequeño papel y anotó una dirección antes de entregárselo.

—Es un lugar temporal... no puedo quedarme mucho tiempo —dijo con voz baja—. Confío en usted.

Ella asintió, guardando el papel en su bolsillo. Lo observó por unos segundos más, mientras su mente intentaba procesar lo que acababa de suceder. Sabía que la próxima llamada que debía hacer sería la más difícil de todas. Anthony Lennox. Tonny.

Cuando el hombre se fue, María Elena se quedó sola en su oficina, su corazón acelerado y su mente dando vueltas. ¿Cómo iba a enfrentarse a Anthony después de tantos años? Sabía que debía hablar con él, pero la idea la llenaba de ansiedad. Lo que había sucedido entre ellos no era solo una cuestión profesional, sino profundamente personal.

Con un suspiro, tomó una decisión. Convocar una junta extraordinaria de socios. Necesitaba el consejo de su familia, de los que siempre habían estado a su lado.

Más tarde, en la elegante sala de juntas del despacho Duque Arismendi y Asociados, su familia la escuchaba atentamente. Salvador Arismendi, su tío, un abogado de gran experiencia y respeto, estaba a la cabeza, junto a Majo Duque, su tía, quien siempre había sido un pilar en su vida. Ambos habían presenciado el impacto que aquel caso y Anthony tuvieron en ella.

—¿Entonces ese hombre viene ahora, después de ocho años, a decirte que Luis Díaz es inocente? —preguntó Salvador, enarcando una ceja, claramente escéptico.

María Elena asintió, intentando mantener la compostura mientras les explicaba los detalles.

—Quiere confesar a cambio de protección. Dice que Roberto Medina fue quien lo planeó todo, y que él mismo fue testigo de cómo lo incriminaron.

Salvador suspiró, cruzándose de brazos.

—María Elena, sabes que reabrir un caso sentenciado es muy complicado, y aún más sin pruebas contundentes. La palabra de un testigo que ha permanecido en silencio tanto tiempo no es suficiente. No podemos confiar solo en sus palabras.

Majo, con una mirada preocupada, agregó:

—Sabemos lo que significó ese caso para ti, y lo difícil que será volver a enfrentarlo... y a Anthony.

María Elena bajó la mirada, sabiendo que su familia entendía lo complicado que era para ella. El recuerdo de la última vez que vio a Anthony la golpeaba, y la idea de enfrentarlo de nuevo no solo por el caso, sino por lo que significaba para ambos, la inquietaba.

—Sabes que debes poner al tanto a Lennox —añadió Salvador—. Él es el abogado defensor de Díaz y debe saber lo que está pasando.

Hubo un breve silencio en la sala. Sus familiares sabían lo que implicaba para ella hacer esa llamada. Salvador la miró con comprensión.

—Si no quieres hacerlo, yo mismo puedo hablar con él.

—O yo —dijo Majo con un toque de dulzura, queriendo proteger a su sobrina del encuentro inevitable.

María Elena respiró hondo, levantando la mirada hacia ellos.

—No, yo lo haré —dijo con firmeza—. Es mi responsabilidad, y tengo que enfrentar esto... incluso si es Anthony.

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