El aire en la sala se volvía más denso con cada segundo. María Elena sentía cómo la adrenalina subía por su cuerpo, alimentada por la furia y el desconcierto. Sin pensarlo, dio un paso hacia el hombre que acababa de soltar esa confesión devastadora. Lo agarró del brazo y lo zarandeó, sus ojos azules llenos de rabia.
—¿¡Qué dijiste!? —espetó, con la voz temblorosa de indignación—. ¡¿Vienes ahora, después de ocho años, a decirme que Luis Díaz es inocente?! ¡¿Por qué callaste todo este tiempo?! El hombre, visiblemente asustado, levantó las manos en un intento de defenderse, pero no se apartó. Sabía que merecía ese reclamo. —¡Tenía miedo! —respondió con la voz rota—. ¡Estaba amenazado! Si hablaba, iban a matarme... a mí, a mi familia. No podía hacer nada. Pero no puedo seguir con esto. No puedo dormir, doctora. Luis Díaz es inocente, ¡no fue él! El verdadero asesino fue su socio... Roberto Medina. María Elena sintió un frío recorrerle la espalda al escuchar el nombre. Recordaba a Medina, uno de los socios cercanos de Díaz. Su cabeza daba vueltas. ¿Cómo había sido tan ciega? ¿Cómo no había visto que algo no encajaba? —¿Y qué pruebas tienes? —le gritó, sus ojos llenos de fuego—. ¡¿Cómo esperas que te crea después de tanto tiempo?! ¡Vienes aquí y pretendes que con unas palabras cambies todo! El hombre tembló bajo su mirada. Se llevó las manos a la cara, desesperado. —No tengo pruebas físicas, pero puedo testificar. Yo lo vi, sé cómo lo planeó todo. El asesinato fue parte de una venganza... querían sacar a Luis del camino, destruirlo. María Elena soltó el brazo del hombre, retrocediendo un paso mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar. Sabía lo que debía hacer. —Tienes que presentar esta declaración ante un fiscal —dijo, respirando hondo, tratando de controlar su ira—. No basta con que me lo digas a mí. Esto tiene que salir a la luz, y debe hacerse formalmente. El hombre asintió, casi al borde del llanto. —Lo haré, doctora. No quiero seguir viviendo con esta culpa. María Elena cerró los ojos por un momento, asimilando la magnitud de lo que vendría. Luis Díaz, el hombre al que había contribuido a enviar a prisión, era inocente. Y ahora todo dependía de este testimonio. Abrió los ojos, sabiendo que había una última pieza que encajaba en este rompecabezas. —Tendrás que hablar también con el abogado defensor de Díaz —dijo, su voz más controlada, pero aún tensa—. Anthony Lennox. El nombre escapó de sus labios, y con él, un torrente de emociones la golpeó. Anthony, el hombre que había defendido a Luis con la misma fuerza con la que ella lo había condenado. Todo volvía a él. El hombre la miró con desconcierto, sin entender del todo la tensión en su tono. María Elena respiró hondo, consciente de que enfrentarse a Anthony de nuevo no solo reviviría el caso, sino también los fantasmas de su pasado. María Elena respiró hondo, tratando de calmarse. Sabía que perder el control no la llevaría a ninguna parte. Soltó el brazo del hombre y lo miró, ahora con una mezcla de empatía y seriedad. —Está bien —dijo en un tono más suave—. Te voy a ayudar. Pero debes saber que ya no soy penalista, y este caso requiere a alguien con experiencia en esa área. Me comunicaré con el doctor Lennox, él es quien lleva la defensa de Luis Díaz. El hombre asintió, aún nervioso. —Gracias... Gracias, doctora. No puedo seguir con esta carga. Lo único que quiero es protección. Puedo testificar, pero Roberto Medina es peligroso. Si hablo, vendrá por mí. María Elena le pidió más detalles. —Necesito saber dónde estás escondido para poder asegurarte protección antes de que te presentes formalmente. El hombre, con manos temblorosas, sacó un pequeño papel y anotó una dirección antes de entregárselo. —Es un lugar temporal... no puedo quedarme mucho tiempo —dijo con voz baja—. Confío en usted. Ella asintió, guardando el papel en su bolsillo. Lo observó por unos segundos más, mientras su mente intentaba procesar lo que acababa de suceder. Sabía que la próxima llamada que debía hacer sería la más difícil de todas. Anthony Lennox. Tonny. Cuando el hombre se fue, María Elena se quedó sola en su oficina, su corazón acelerado y su mente dando vueltas. ¿Cómo iba a enfrentarse a Anthony después de tantos años? Sabía que debía hablar con él, pero la idea la llenaba de ansiedad. Lo que había sucedido entre ellos no era solo una cuestión profesional, sino profundamente personal. Con un suspiro, tomó una decisión. Convocar una junta extraordinaria de socios. Necesitaba el consejo de su familia, de los que siempre habían estado a su lado. Más tarde, en la elegante sala de juntas del despacho Duque Arismendi y Asociados, su familia la escuchaba atentamente. Salvador Arismendi, su tío, un abogado de gran experiencia y respeto, estaba a la cabeza, junto a Majo Duque, su tía, quien siempre había sido un pilar en su vida. Ambos habían presenciado el impacto que aquel caso y Anthony tuvieron en ella. —¿Entonces ese hombre viene ahora, después de ocho años, a decirte que Luis Díaz es inocente? —preguntó Salvador, enarcando una ceja, claramente escéptico. María Elena asintió, intentando mantener la compostura mientras les explicaba los detalles. —Quiere confesar a cambio de protección. Dice que Roberto Medina fue quien lo planeó todo, y que él mismo fue testigo de cómo lo incriminaron. Salvador suspiró, cruzándose de brazos. —María Elena, sabes que reabrir un caso sentenciado es muy complicado, y aún más sin pruebas contundentes. La palabra de un testigo que ha permanecido en silencio tanto tiempo no es suficiente. No podemos confiar solo en sus palabras. Majo, con una mirada preocupada, agregó: —Sabemos lo que significó ese caso para ti, y lo difícil que será volver a enfrentarlo... y a Anthony. María Elena bajó la mirada, sabiendo que su familia entendía lo complicado que era para ella. El recuerdo de la última vez que vio a Anthony la golpeaba, y la idea de enfrentarlo de nuevo no solo por el caso, sino por lo que significaba para ambos, la inquietaba. —Sabes que debes poner al tanto a Lennox —añadió Salvador—. Él es el abogado defensor de Díaz y debe saber lo que está pasando. Hubo un breve silencio en la sala. Sus familiares sabían lo que implicaba para ella hacer esa llamada. Salvador la miró con comprensión. —Si no quieres hacerlo, yo mismo puedo hablar con él. —O yo —dijo Majo con un toque de dulzura, queriendo proteger a su sobrina del encuentro inevitable. María Elena respiró hondo, levantando la mirada hacia ellos. —No, yo lo haré —dijo con firmeza—. Es mi responsabilidad, y tengo que enfrentar esto... incluso si es Anthony.El silencio en la sala era palpable. Todos sabían lo que esa decisión significaba para ella. Su familia asintió, respetando su valentía. El próximo paso sería el más difícil, pero María Elena estaba decidida a enfrentarlo.La llamada con Majo y Salvador fue cortada, y María Elena se quedó frente a sus padres, aun procesando todo lo que había ocurrido. Tomó el teléfono y llamó a su asistente.—Charlotte, necesito que me consigas el número del doctor Anthony Lennox. Tiene un despacho en Boston.Charlotte, siempre eficiente, respondió al instante.—Enseguida, doctora. Le avisaré cuando lo tenga.—¿Estás segura de enfrentarlo? —preguntó Lu.María Elena tragó saliva.—Sí mamá, estoy segura.—¿Le dirás acerca de Micky? —indagó Miguel.María Elena tenía la cabeza vuelta un caos. Apenas estaba procesando lo del caso de Díaz cuando la pregunta de su padre le cayó como una piedra encima.«¿Decirle a Tonny sobre la existencia de Micky?» Quizás no estaba preparada para eso.—No lo sé, primero ten
María Elena llegó a su apartamento, agotada. El día había sido interminable, y la conversación con Anthony la había dejado confundida y triste. Al cerrar la puerta, el silencio del lugar le ofreció un respiro, pero el peso de sus pensamientos seguía ahí. Michael ya estaba dormido, bajo el cuidado de su hermana mayor, Dafne, quien la esperaba en el sofá.—Se quedó dormido hace un rato —avisó Dafne en voz baja—. Estaba inquieto, preguntando por ti, pero lo tranquilicé.María Elena sonrió débilmente y asintió.—Gracias, Dafne. Necesitaba terminar unas cosas.—No hay problema. Sabes que siempre estoy para ti y para él —respondió Dafne, observando el cansancio en su hermana.María Elena no respondió más. Solo se dirigió a la habitación de Micky. Abrió la puerta con cuidado y vio a su hijo profundamente dormido. Su pequeño rostro reflejaba paz, algo que a María Elena le resultaba cada vez más difícil de encontrar.Se acercó despacio a la cama, y al mirarlo, su corazón se apretó. Michael, co
María Elena sintió un escalofrío recorrerle la espalda."¡Ya está aquí!" Todo ese tiempo preparándose para este momento, y ahora no estaba segura de poder enfrentarlo. Su estómago se contrajo, y sus manos se aferraron al borde de la mesa para controlar el temblor.—Gracias, Charlotte… hazlo pasar —respondió, su voz sonaba firme, aunque el nerviosismo traicionaba cada palabra.Colgó el teléfono y cerró los ojos por un segundo. Anthony estaba a unos pasos de entrar a su despacho. Todo lo que había reprimido durante años estaba a punto de estallar. Respiró hondo, intentando calmarse, pero su corazón seguía desbocado."Lo perdí una vez... y ahora tengo que enfrentarlo de nuevo", pensó, sintiendo el nudo en su garganta hacerse más fuerte.Sabía que en cualquier momento la puerta se abriría, y con ello, el pasado que nunca había logrado dejar atrás.Anthony se detuvo frente al escritorio de la asistente, observando el cartel que anunciaba “Duque Arismendi y Asociados”. Hacía años que no pen
Cuando Anthony salió del despacho de María Elena, sus pasos eran rápidos y decididos. Estaba concentrado en sus propios pensamientos cuando, de repente, chocó de frente con Austin, el colega de María Elena. Austin llevaba unos documentos en la mano y sonreía, claramente de buen humor.—Anthony Lennox, cuánto tiempo —dijo Austin, sorprendido de verlo. Sabía quién era Anthony y lo que había significado para María Elena en el pasado—. ¿Sigues por aquí? Justo iba a buscar a Elena; íbamos a almorzar juntos, como siempre —comentó con naturalidad.Anthony no recordaba que ellos tuvieran una relación tan cercana y no hizo esfuerzo por disimular su desagrado.—No sabía que ustedes dos... —dejó la frase en el aire, con una expresión neutra y una mirada fría.Austin, ajeno o indiferente al tono de Anthony, continuó hablando con entusiasmo mientras acomodaba los papeles bajo el brazo.—Sí, trabajamos bastante juntos. De hecho, siempre nos escapamos a almorzar cuando el día está menos agitado, o a
María Elena intentaba concentrarse en los papeles sobre su escritorio, pero no pudo evitar que cada palabra llegara a sus oídos. Sintió una punzada en el corazón. Todo indicaba que Anthony tenía una vida plena, con una familia que parecía perfecta. No sabía que los niños lo estaban llamando a escondidas.—¿Y dónde está su mamá? —preguntó Anthony, dejando entrever su preocupación por los pequeños—. Bueno, me alegra escucharlos. Cuídense, y también cuiden a Rachel, pero no hagan travesuras; saben cómo se pone cuando le duele la cabeza.María Elena sintió un nudo en la garganta. Recordaba claramente la foto que había visto en la página web de su despacho, donde Anthony aparecía junto a una mujer joven y dos niños pequeños. Esa imagen la había llevado a asumir que Anthony estaba casado y que los niños eran suyos. Ahora, escuchando la ternura en su voz, esa creencia se reforzaba.—Yo también los extraño, mis niños —expresó Anthony, con la voz cargada de afecto—. No se preocupen; cuando reg
Anthony salió de la ducha, dejando que el vapor llenara el elegante baño del hotel. El agua caliente había aliviado la tensión de su cuerpo, pero no podía despejar los pensamientos que se arremolinaban en su mente. Se puso una camiseta gris y unos jeans, optando por una vestimenta más informal. Necesitaba salir, respirar, alejarse de todo.Mientras terminaba de secarse el cabello, su móvil comenzó a sonar. Miró la pantalla y reconoció el nombre: Gerald Lennox. Su padre.—¿Qué tal, papá? —preguntó Anthony al responder, aunque su tono era cansado.—Hijo, ¿cómo estás? —La voz firme y tranquila de Gerald sonó al otro lado de la línea—. Te llamo para saber cómo van las cosas. ¿Ya has tenido ese reencuentro con María Elena?Anthony se dejó caer sobre la cama, mirando el techo mientras el nudo en su pecho volvía a apretarse. Sabía que la pregunta vendría en algún momento, pero no esperaba tener que hablar de eso tan pronto.—Sí, la vi esta mañana —respondió, sin demasiado entusiasmo—. Y, com
—¿Qué? ¿Piensas que te estoy siguiendo? No te comportes como un imbécil, Anthony. Ese papel no te queda —dijo, tratando de mantener la calma, aunque su tono traicionaba un toque de enfado.Anthony la observó con una mezcla de incredulidad y cansancio. Sus ojos, azules y profundos, se entrecerraron ligeramente.—No te estoy acusando de eso; solo me sorprende verte aquí, justo en este lugar. Después de tanto tiempo —su voz mantenía esa frialdad distante que últimamente le era tan habitual.María Elena soltó una risa seca y entrecortada.—Es un café, Anthony. No es un lugar exclusivo para el importante doctor Lennox. Vivo cerca y quería despejarme un poco… Y con todo lo que está pasando, créeme, necesito algo más que café para relajarme —respondió, clavando su mirada en él, buscando algún rastro del hombre que había conocido.Anthony mantuvo su mirada fija en ella, como evaluando cada palabra.—Sí, debe ser difícil. Especialmente cuando tienes que enfrentar al hombre al que condenaste du
Rachel despertó lentamente, su cuerpo aún adormecido por los calmantes que había tomado para dormir. El dolor de cabeza persistía, pero lo ignoró mientras estiraba el brazo hacia su mesita de noche y tomó su celular. Cuando encendió la pantalla, vio varias notificaciones de llamadas realizadas. Al ver que los números coincidían con los de Anthony, su semblante cambió al instante. Se sentó en la cama, con los ojos llenos de furia.Se levantó de un salto y caminó hacia la sala, donde los pequeños, Ethan y Chloe, estaban jugando en silencio, ajenos al desastre que se avecinaba. Ethan, de siete años, y Chloe, de cinco, apenas la miraron al verla aparecer en la puerta, pero sus risas se desvanecieron al notar la expresión en el rostro de su madre.—¿Llamaron a Anthony? —espetó Rachel, con la voz afilada y una mirada que hizo que los niños se tensaran de inmediato.Los pequeños intercambiaron miradas, aterrados, sin saber qué decir. Ethan fue el primero en intentar justificarse.—Mamá, solo