3. Herida

Nuestro gris oscuro caminó por esa mansión tan fría hasta llegar a su habitación, en la que tenía su despacho más que personal. Su habitación estaba pintada de marrón oscuro, con un montón de libros y una cama, algo sencilla al igual que la misma habitación.

Se sentó en su escritorio prendiendo el conjunto de ordenadores que en éste se encontraban. Se centró en una pantalla desde la que se veía a Regina tirada en el piso, no hizo ningún acto compasivo y solo trás un rato descolgó el teléfono.

— Lleve algo de comer...— dijo y colgó, volviendo a poner su mirada en la pantalla, dándose cuenta que todavía sujetaba el collar que la había arrancado, miró la papelera que tenía al lado y sin más lo echó.

Marta, una de las sirvientas le llevó la comida a Regina, entró y se acercó a ella dejando la bandeja en le piso.

— Ahí tiene su cena...— dijo y quiso salir cuando escuchó un ruido provocado por Regina, se dió la vuelta y vió que todo estaba en el piso — Señorita...— quiso acercarse y Regina le mostró uno de sus pendientes como advirtiendo — ¿ Qué quiere hacer?

— Si quieren matarme, mátenme y si no...— clavó la punta de su pendiente en forma de triángulo a una de sus muñecas.

—¿ Qué hace?— se acercó a ella y Regina la empujó.

— Quiero irme a mi casa...— gritó. Su voz recorrió más allá de los pasillos, pero fue silenciada por una bofetada.

La sirvienta se retiró con rapidez cerrando la puerta. Regina miró al responsable del golpe y se encontró con esos ojos oscuros. Retrocedió de inmediato intentando escapar de él, pero éste la tomó del cabello con mucha fuerza y la acercó a él.

— No creí que ibas a recibir tu primer castigo tan pronto...— le susurró al oído haciendo que su cuerpo comenzara a temblar.

— Por favor...— suplicó y él la volteó para verla a los ojos, ella los mantenía cerrados, en señal de miedo

— Toda ley va precedida de un castigo...

Tomó de su mano para arrastrarla cuando vió que de su muñeca salía algo de sangre. La miró con mucha frialdad y no dijo nada al ver que era un simple rasguño.

Entraron a una habitación en el ático, una muy oscura y húmeda. El sujeto la dejó en un rincón sin siquiera decir nada... Ella quería decir algo pero trás el golpe la desesperación ya iba dejándola muda. Él cogió un par de cuerdas y se acercó con una mirada perversa.

— No me haga nada...— susurró Regina casi con los ojos cerrados.

— Mis órdenes son claras, vas a vivir aquí por lo que por cada falta habrá un castigo....— dijo agachándose para tomar sus muñecas y amarrarlas.

— Estoy herida...— la ignoró y la ató las manos —¿ Qué piensa hacerme?...— preguntó con una voz cansada, pero éste no la respondió — ¿ Dejarme morir en el frío?...— le miró a los ojos mientras él procedía a amarrar sus piernas —¿ Qué hice?¿ Éste es mi castigo por algo que le hice a mi padre...?

— No tienes padre...— habló él con una ira en la voz.

— Claro que sí...— gritó con lágrimas en los ojos — Él vendrá a sacarme de aquí, no me dejará en este lug...— un golpe la hizo callar.

— Te castigo por desobedecer una norma y desobedeces otra...— dice enfadado.

— No vuelva a tocarme...— gritó rompiendo en llanto.

Él acabó de amarrarla, tomó una cinta y la tapó la boca con muy poco cuidado. Regina hacía pequeños ruidos pero éste siguió con su propósito y se alejó con intenciones de salir. Notaba lo pálida que ella comenzaba a tener la piel , pero hizo caso omiso y salió del cuarto.

Regina muerta de miedo y desesperación se quedó ahí tumbada, su mente intentaba evitar que sufriera uno de los ataques que a veces sufría, por lo que la llevó a un momento bonito de su vida, uno en el que estaba con su mamá....

— Regina...— llamó su mamá.

— Ya voy... — respondió y fue corriendo hacia ella.

— Ven, voy a peinarte ese bosque salvaje...— dijo sujetando un peine de color rosa, era su favorito porque no la hacía daño.

Se sentó junto a su madre y ésta comenzó a peinar su larga melena, lo hacía con suavidad, calidez, ternura, amor... La brisa del hermoso campo era suficiente para crear el momento perfecto, solo ellas dos.

— Mamá...

—¿ Sí? Cielo...

— Te vas a poner bien ¿ Verdad?— preguntó volteando a ver a su madre, quien tenía una enorme sonrisa.

— Me pondré bien...— respondió y a Regina se le cayeron un par de lágrimas — No debes llorar, la enfermedad pasará...— pasó su cálida mano por sus rosadas mejillas y las limpió.

— No quiero separarme de tí...

— Nunca lo harás, eres mi tesoro... Mi único tesoro — la abrazó cálidamente escondiendo así su tristeza de su hija.

— Quiero correr...— dijo Regina.

— Corre...

— ¿ Puedo?

— Claro, disfruta de la brisa....

Regina corría con una sonrisa enorme en el rostro, en ese momento creí que corriendo igualaba el tiempo, eran sueños de una niña de doce años, pero eran sueños felices, quedarse con su mamá por siempre...

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