Nuestro gris oscuro caminó por esa mansión tan fría hasta llegar a su habitación, en la que tenía su despacho más que personal. Su habitación estaba pintada de marrón oscuro, con un montón de libros y una cama, algo sencilla al igual que la misma habitación. Se sentó en su escritorio prendiendo el conjunto de ordenadores que en éste se encontraban. Se centró en una pantalla desde la que se veía a Regina tirada en el piso, no hizo ningún acto compasivo y solo trás un rato descolgó el teléfono. — Lleve algo de comer...— dijo y colgó, volviendo a poner su mirada en la pantalla, dándose cuenta que todavía sujetaba el collar que la había arrancado, miró la papelera que tenía al lado y sin más lo echó. Marta, una de las sirvientas le llevó la comida a Regina, entró y se acercó a ella dejando la bandeja en le piso. — Ahí tiene su cena...— dijo y quiso salir cuando escuchó un ruido provocado por Regina, se dió la vuelta y vió que todo estaba en el piso — Señorita...— quiso ace
— ¿ Sigue igual?— preguntó el de los ojos oscuros a Cedric, su mano derecha, un señor algo viejo pero todavía en forma. Él era el único que entraba a su cuarto. — No deberías castigarla a la primera...— le dijo con un ceño fruncido. — Conocía las normas...— respondió quitándose la chaqueta. — Leíste su información, es desafiante, grosera, a veces llega a ser agresiva y... — Ahora vive aquí, llevará mi apellido por lo que deberá ser lo que yo quiera que sea...— quitó su arma dejándola sobre la cama. — El castigo no enseña... — No se va a revocar...— dijo demandando. — Bien...— respondió y se alejó de los monitores — Que tengas buena noche...— salió del cuarto cerrando la puerta. El señor acabó de desvestirse y se dirigió a la ducha. Entró poniendo la elección de agua fría y se quedó sentado bajo esa lluvia falsa, pensando en trivialidades y de vez en cuando en las acciones que él cometía... Salió trás un largo rato con la toalla en la cintura y con otra pequeña secánd
Dio unos pasos con rumbo al jardín principal en el que le esperaba un auto. Se subió y salió de la finca.En unas horas llegaron a un edificio algo abandonado, no parecía que alguien vivía ahí. Se bajó trás el chófer abrirle la puerta, se puso sus gafas negras y con tranquilidad avanzó hasta el interior del edificio, mirando de vez en cuando si había alguien por esa área.En el interior del edificio se realizaba una escena algo agresiva. Había un señor amarrado a una silla, estaba muy golpeado, seguro por los gorilas del peculiar de ojos oscuros. Éste le vió nada más entrar a un cuarto del cuarto piso. El señor inmediatamente soltó una carcajada como burlándose de su presencia.— Héctor...— dijo el señor con una sonrisa cínica.— Siempre te dije...— se quitó la chaqueta y las gafas — que ese nombre no me gustaba, no me pertenecía...— Eres mi hijo Héctor...— dijo el señor riéndose.— Que no quería oírlo ni una sola vez más...— se dobló las mangas de la seda.— Es tu nombre...— afirmó
La fiebre comenzaba a jugarle una mala jugada y en medio de esa confusión, miedo y llanto comenzó a respirar con dificultad. Estaba alterada y se movía por la cama dando vueltas. Cédric y las sirvientas intentaron calmarla pero parecía distante mientras se ahogaba. «— Cuidado con el vaso de agua, te puedes ahogar» «—¿ Cómo me voy a ahogar mamá?» preguntó por la duda. «— A veces nos ahogamos en un charco que nos llega solo en los talones, la mente nos juega malas pasadas» la abrazó « nunca lo olvides... Poco a poco su respiración se fue equilibrando, sentía unos brazos rodear su cuerpo, se sentía cálido estar ahí, sentir la respiración del sujeto en su cabello mientras sus ojos seguían cerrados. Hector entró al cuadro y se encontró con Cedric abrazando a la pequeña mientras ella sollozaba en su pecho. Hizo una señal y las sirvientas se retiraron. Miró esa escena con desaprobación y seguido se asomó a la ventana, ya había anochecido, la Luna estaba oculta entre las nubes de l
[...]Regina despertó menos alterada, abrió los ojos observando de nuevo en dónde se encontraba. Por la ventana se podía ver la luz de la mañana, observó los rayos del Sol trás la lluvia como anhelando la sensación que le solía dar. Estaba más calmada, era como ni siquiera el estar ahí ahora mismo no le importara, será porque su estado la había dejado cansada. Se estiró dándose cuenta de que no llevaba la misma ropa, salió de la cama con dificultad y se acercó a la ventana de cristal apoyando sus manos en ella. Suspiró con tristeza volviendo a revivir su llanto, esta vez menos esperanzada.— ¡ Papá!...— susurró dolida — Ven a buscarme, tengo miedo...— dijo y se derrumbó al piso encogiendo sus piernas — Tengo miedo... Quiero sentir los rayos de Sol pero estoy encerrada...— hizo un pequeño ruido — Por favor...— Tu llanto me molesta...— habló Héctor haciéndole saber que estaba ahí.Regina ni volteó a verlo y siguió con su llanto— Por favor...— Vámonos...— dijo.— Yo no voy a ningún lad
Brayan era un joven de veinte años, castaño de piel clara y ojos canela, recién llegado a la finca. Su propósito en la vida no era el acabar siendo un perro de un mafioso pero los caminos que nos trazamos no siempre podemos seguirlos. Cuando era adolescente su padre lo abandonó y él debía cuidar de su hermanita por lo que comenzó a hacer trabajos para un jefe de un negocio ilegal. Cuando cumplió los veinte H le contrató de manera fija y así él pudo comenzar a darle a su hermana la vida que ella quería.— Brayan...— le llamó su hermana apareciendo de la nada. Él estaba muy distraído por lo que ni la escuchó — Brayan ...— gritó y él ni se movió. Ella pasó su mano para quitarle el arma y así como acto reflejo él la detuvo agarrando su muñeca.— Ibi..— dijo soltando su mano —¿ Qué haces?— Estabas en blanco y yo te quería despertar..— respondió con una sonrisa.— Ah...— suspiró cansado.— ¿ En qué pensabas?...— En nada...— respondió desviando la mirada.— Mentira...— No pienso en nada..
Hector solo observaba detalladamente el cuarto, fijándose en cada rastro del destrozo. Sus miradas se encontraron y permanecieron en un espacio frío del tiempo. H la miraba sin ninguna expresión en el rostro, mientras ella lloraba desesperadamente. Sus ojos marrones se volvían cada vez más oscuros. Le temblaban los labios, al igual que los brazos, su respiración comenzaba a ser acelerada, no era ninguna buena señal. Él se hizo soltar y se alejó viéndola con la mirada más fría que hasta ahora había mostrado, sin embargo, solo la miró y salió de la habitación, sin siquiera amarrarla de nuevo. — ¡No es cierto!— dijo Regina volviendo a derrumbarse — Papá nunca me entregaría a esta gente... Nunca... [...] La cena se sirvió como cada noche. H se sentó en su lugar de siempre, a su derecha Cédric hablando sobre ciertos temas. Al finalizar se levantó y salió al patio. — H... —¿ Qué Cedric?...— preguntó rompiendo el silencio. — Lleva tres noches sin comer y... — No. — Se va a enfermar
[...]— Y al tercer día de cautiva perdí la sonrisa, no hacía mucho desde que regalé la misma a la persona que más quería, que más amaba, esa persona que pensé que siempre estaría pero aunque no fuera su culpa en este momento ya me había abandonado...— se había pasado parte de la noche leyendo aquel libro de unas cuatrocientas páginas intentando evitar pensar en la escena en la que ella se encontraba — Y cuando supe que esos días se convertirían en semanas, meses y años... No pude evitar acostumbrarme a esa nueva ficción realista en la que viviría, pues...— se detuvo al oír el ruido de la puerta al abrirse.Miró sin interés de saber quién entraba. Sentada en posición de yoga con las piernas cruzadas y el libro en sus manos, su mirada se encontró con la de un chico alto, castaño de piel clara y ojos canela.Éste la miró directamente a los ojos mientras el silencio parecía querer decir algo. El tipo no se acercó por ciertas órdenes y Regina ni se inmutó por un largo tiempo, incluso deci