5. Hirviendo

Dio unos pasos con rumbo al jardín principal en el que le esperaba un auto. Se subió y salió de la finca.

En unas horas llegaron a un edificio algo abandonado, no parecía que alguien vivía ahí. Se bajó trás el chófer abrirle la puerta, se puso sus gafas negras y con tranquilidad avanzó hasta el interior del edificio, mirando de vez en cuando si había alguien por esa área.

En el interior del edificio se realizaba una escena algo agresiva. Había un señor amarrado a una silla, estaba muy golpeado, seguro por los gorilas del peculiar de ojos oscuros. Éste le vió nada más entrar a un cuarto del cuarto piso. El señor inmediatamente soltó una carcajada como burlándose de su presencia.

— Héctor...— dijo el señor con una sonrisa cínica.

— Siempre te dije...— se quitó la chaqueta y las gafas — que ese nombre no me gustaba, no me pertenecía...

— Eres mi hijo Héctor...— dijo el señor riéndose.

— Que no quería oírlo ni una sola vez más...— se dobló las mangas de la seda.

— Es tu nombre...— afirmó el otro.

— Bien...— quitó su arma de su cintura y rápidamente la cargó.

— Veo que has crecido...— dijo con un tono sarcástico.

El peculiar de ojos oscuros (Héctor) se acercó al señor y sin demoras le dió un disparo en una pierna.

— ¡ M****a! Héctor...

— Tienes tres segundos para darme una dirección, no tienes tiempo que perder...

— No permitiré que la encuentres...

Dos disparos sonaron unos minutos después y H salió del edificio colocándose su chaqueta.

— Limpien el lugar...

El camino de vuelta fue algo más frío, H no dejaba de intentar aparentar tranquilidad aún con lo tenso que estaba.

*****

Llegó y se dirigió a su habitación. Dió un par de vueltas, se dió una ducha y seguido se sentó en el monitor tecleando con algo de prisa alguna dirección.

— Encárgate de eso...— le habló a alguien por la otra línea. Salió de su búsqueda y prendió las cámaras, visualizando a Regina, quién aparentaba estar tranquila. Estuvo un buen rato observando la tranquilidad de Regina, no vió nada que le llamara la atención por lo que decidió ir a dar unos golpes al saco.

Se acercó a ese lado de su cuarto en el que hacía ejercicio, se paró frente al saco y le dió el primer golpe, seguido de este no pudo evitar seguir dando uno trás otro, recordando lo sucias que tenía las manos y lo sucias que las seguiría teniendo. Los golpes se volvían más fuertes con el tiempo y no se detuvo hasta que comenzó a llover. Odiaba la lluvia, tantas cosas habían pasado en ese tiempo que simplemente la odiaba. Se acercó a sus cortinas, las corrió y seguido se dispuso a salir del cuarto, pero antes se pasó por el monitor para apagarlo, fue entonces cuando se dió cuenta viendo por el monitor que ella seguía sin moverse, ni parecía dormida.

Salió de su cuarto a pasos tranquilos, abrió el ático y lo primero que vió al entrar fue a Regina en el mismo rincón. Se acercó cautelosamente y se agachó para estar a su altura, la observó de cerca y al ver que de verdad no sé movía tomó su brazo con algo de duda, notando lo frío que estaba, y seguido la tomó el pulso. Su rostro inexpresivo se puso algo extraño y sin demoras la soltó las manos y las piernas, la tomó en brazos y salieron del ático. Frente a la puerta estaban unos guardias que al verlo se quedaron extrañados pero sin demostrarlo.

— Tú...— le dijo a un chico rubio, Aron — Vé a por Cedric...

Éste asintió y Héctor se llevó a Regina al cuarto que la había preparado. Al entrar la recostó sobre la cama y se alejó unos pasos esperando a Cedric. Le resultaba extraño pensar en la posibilidad de que estuviera muerta o algo por el estilo, sin embargo mantenía la calma.

— ¿ Me has llamado?...— dijo Cedric al entrar, no le hizo falta una respuesta después de ver a Regina en la cama. Se acercó a ella y la tomó el pulso — Tiene un pulso muy débil...— puso su mano en su frente y notó lo caliente que la tenía — Uf...— se quejó y seguido acercó su oreja al pecho izquierdo, escuchando lo lento que latía su corazón. Se alejó unos pasos y miró a H con mala cara.

— Haz lo que puedas...— dijo fríamente e intentó irse.

— No puedo hacer más que bajarle la fiebre...— dijo apenado.

—¿ Y?

— Sufre de neumonía, necesita un médico...

— Si debe morirse, que se muera...— respondió y salió del cuarto.

— ¡ Ay! Pequeña...— cogió el fijo y llamó a las sirvientas para que le trajeran un par de cosas.

No demoraron y él empezó a intentar bajarle la fiebre. Ella recuperó la movilidad mientras unas enfermeras le estaban cambiando de ropa para después asearla.

— No quiero quedarme aquí...— susurró — No quiero...— le temblaba la voz — Mamá, vuelve...— dijo y se sumergió en un recuerdo de hace unos años.

«— Tienes mucha fiebre...» Dijo ella a su madre secando el sudor de su frente.

«— Estoy bien...» respondió con un tono cansado «— debes ir al colegio... Debes aprender mucho para» le tembló la voz y seguido comenzó a toser con dificultad

«—¿Mamá?¿ Mamá?»

«— Prométeme que estarás bien...» dijo casi sin voz al recomponerse.

«— Te lo prometo, tú también ponte bien...» dijo Regina medio llorando. Su madre asintió y cerró los ojos cayendo inconsciente «—¡ Mamá!¡ Mamá!¡ Mamá! Despierta¿ Por qué te duermes? No te duermas...

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