CAPÍTULO LXI

Aston no quería pensar en nada más que no fuera ella y el momento que estaban viviendo. Tampoco quería desperdiciar tiempo, y agradeciendo los vehículos de conducción automática que eran el servicio de transporte privado de la ciudad, arrastró a Fira hasta que la sentó a horcajadas sobre sus muslos y siguió besándola.

Él estaba sediento y ella era un oasis, sus gemidos rebotaban dentro de su boca y retumbaban en su pecho, llenándolo más, si cabía, de deseo.

Los quince minutos que tomó ir desde el Yokubō a su loft le parecieron extremadamente largos y agonizantes. No se atrevió a ir a más en el carro porque quería explayarse en ella, besar cada milímetro de su cuerpo y memorizar cada detalle de su piel. Fira no escatimaba en caricias, besos y jugueteos, él se estremecía entre el placer y la secreta necesidad de que se aliment

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