Mil punzadas, como si se tratasen de alfileres que se me clavaran en la cabeza y en todo el cuerpo, me atacaron de repente.Yahadet me aconsejó que debía respirar profundamente para que la desagradable sensación pasara. —¿Te encuentras bien Adrián? —me preguntó Nahe al verme en tan mal estado. —Siento que el aire me asfixia, me lastima —contesté con dificultad; Nahe se situó a mi lado. —Eso está en tu cabeza, lo que te perjudica no es el aire, sino la esencia de tu oponente, o, mejor dicho, la hechicera negra que lo protege. Su esencia es la magia en el estado más puro, por lo que no permitas que su fuego te consuma y mucho menos que cambie e intervenga en tu mente, bloquearlo… —seguidamente, me tomó del rostro con fuerza. Traté de quitar sus
Estefanía. Los gritos siguieron llenando el silencio de la casa. Rodolfo subió apresuradamente hacia la habitación de su esposa y luego, desde la ventana, les hizo señas a Guillermo y al sacerdote para que lo siguieran. Por la mirada incómoda, pude deducir que algo nefasto pasó y tenía que ver con Lilian, de eso no tenía la menor duda. Perturbada, quise abandonar aquella casa y así lo hice cuando oí los sollozos de Elizabeth. A gritos decía que Lilian había muerto, confirmando mis sospechas. Salí corriendo de la casa sin rumbo fijo; quería abandonar toda aquella podredumbre a muerte que inundaba cada rincón de la hacienda. No podía creer que aquella criatura estuviera muerta y, al mismo tiempo, tenía sentido; yo la vi arder entre las llamas, luego salió volando en forma de un pájaro negro por la ventana de mi habitación. ¿Acaso todo había sido un sueño muy real? —¡Qué locura diabólica es esta! —exclamé mientras regresaba la angustia de mi pesar para reencontrarme con una visió
—¡Niña, Estefanía! ¿Qué está haciendo aquí, tirada? —exclamó Rosa, sorprendida, tomándome por los brazos y sacudiéndome con fuerza—. —La locura viene hacia mí, Rosa, ya no puedo escapar —balbuceé. Ella colocó su mano en mi frente para ver si tenía fiebre. —Hija mía, una noche eterna, parece haberse posado sobre esta hacienda y, que Dios me perdone por lo que voy a decir, pero la muerte de Lilian me trajo tranquilidad. —¿Entonces es cierto? ¡Realmente falleció! —aunque sabía que esa diabla estaba muerta, mi mente no lo creía, percibía que algo más potente y negro ocurría. —Sí, el patrón mandó por el médico. La señora Elizabeth no para de llorar. Sal&iacut
Adrián. Mis ojos contemplaban el líquido azul contenido en el recipiente de cristal. Recordando las explicaciones de Yahadet, quité la tapa del pequeño frasco y me lo tomé sin respirar hasta la última gota, dejando de un lado el temor del efecto que aquel brebaje podía producirme. Si era la muerte, entonces ya era tarde, pero debía arriesgarme; lo que había vivido los últimos días fue muy real. Pude sentir cómo el líquido recorrió mi cuerpo, penetró en mis venas, primero frío y luego tibio; noté cómo los rabihats de mi cuerpo se iban volviendo azul como los vi en ellos; giré para colocarme de espalda frente al espejo; detallé los de mi espalda y vi que también se tiñeron de azul. Hice todo tal y como me lo indicaron los centinelas, di instrucciones en la casa y dejé todo arreglado para mi partida, aunque Violeta y Pablo mostraron cara de no estar de acuerdo por lo rápido de mi estadía. El tiempo apremiaba. Me recosté un momento, sentí cómo mis músculos se relajaban y se me despe
Estefanía. Fueron mis nervios lo que produjeron que escuchara ruidos. Era consciente de que Rodolfo no tenía cabeza para examinar el pasadizo, su mente estaba concentrada en la muerte aparente de ese demonio con largos colmillos. El recuerdo de Joaquina me cogió desprevenida; la echaba de menos y no había ningún día en el que no me preguntara si ella estaría bien, al igual que no había ningún día en el que no le pidiera a Dios y a mi madrina que la protegieran. ¡Cuánta falta me hacía su compañía! De estar cerca mi carga sería más llevadera. Dejé a un lado mi nostalgia y recordé la muerte de Lilian; tenía que llenarme de valor y hablar con el sacerdote Arístides, pero antes debía averiguar cómo acceder por esa puerta que tenía grabada la misma marca que le salía
Al llegar, el centinela tiró de las riendas de su caballo para hacer que este se detuviera. Pude observar su rostro aún cubierto con la capucha azul. Todo cobró sentido: él era Alyan, el tercero de los trillizos. A continuación, Alyan tomó una cadena que parecía de oro con un medallón que colgaba de su cuello; este tenía el mismo símbolo que posaba en mis muñecas; Yahadet también poseía un símbolo en su anillo, específicamente una espiral, quizás eran sus amuletos. Al abrir Alyan el medallón pude ver una especie de luz dorada que se desprendía de su interior y que crecía vertiginosamente adentro hasta salir envolviendo el carruaje. —¡El tiempo apremia! —sentí su voz en mi cabeza. —No puedo abandonarlo solo aquí, en medio de este sendero peligroso, y mucho menos c
Vi con sorpresa cómo el otro igual que yacía debajo de mí, ya no estaba, había desaparecido.Yo combatí contra un espejismo, mientras que el verdadero monstruo se enfrentaba a Alyan. Corrí hacia él y vi que su cabeza estaba completamente girada hacia su espalda. —Creo que ahora sí está muerto —indiqué. Él me miró. —No lo está, simplemente lo induje al letargo. No es sencillo acabar con los oscuros o, mejor dicho, con los vampiros, como ellos mismos se han bautizado y que son herederos de la primera línea. El individuo que yace inconsciente en el suelo fue bautizado por el mismo líder de la rebelión, por lo tanto, sería conveniente darnos prisa; disponemos de 15 minutos desde este momento hasta que se despierte y reciba ayuda oscura. —¿Todos tienen ese aspecto tan re
¿Cómo se encuentra la señora Elizabeth? —Preguntó Guillermo a Rodolfo que parecía una chimenea humana de tantos puros que había consumido. —Muy afectada y esa actitud para mí es exagerada —le contestó el hombre con voz tensa. —Bueno, tú mismo me contaste los lazos que ellas crearon. —Aun así, Guillermo, Elizabeth parece estar en otro mundo y no es este. —Trata de comprenderla —le dijo Guillermo tratando de apelar a sus sentimientos más humanos, pero sus palabras solamente lograron dibujar una sonrisa irónica en el hombre. —No sabes lo que me pides, en eso se me ha ido casi toda mi vida: en tratar de comprender a la mujer que Dios me dio como esposa —sus palabras tenían un dejo de melancolía e ironía, también decepci&oacut