Caminé junto a Milton hasta las escaleras; allí él se despidió para proseguir con sus tareas. —Fortaleza Estefanía —me había dicho antes de marcharse. Seguí subiendo cada escalón que me dirigía hacia el despacho de mi padre, no podía evitar que Adrián se paseara por mi mente sin ser invitado, llegaba a mí siempre para recordarme lo prohibido y lo más amado. ¿Qué sentido tenía mi vista si no podía verlo? Ya ni siquiera mis manos eran importantes porque no podía tocarlo. Esta casa me recordaba mucho a él, lo cual acentuaba mi maldita soledad; mi corazón se había encerrado en un lugar frío e inhóspito. Asimismo, no dejaba de pensar en las palabras de Libia pronunciadas hace un instante; los ojos azules del conde llegaron a mí como un vendaval, al igual que el sabor de sus labios. Sentí escalofríos, ese hombre en un beso me había mostrado la fuerza de su deseo, deseo que no sabría cómo iba a abordar si seguía con mi locura de casarme con él. —Pasa, la puerta está abierta —dijo Ro
—Ella… es, mi —un nudo en la garganta cortó mis palabras. —Si hija ella es Alba, tu madre. Una vez que quedó en estado de ti, me fui con ella y, al nacer, le ordené que hicieran ese retrato. — En la imagen se veía a mi padre junto a mi madre, ella me sostenía en brazos, estaba recién nacida; una imagen similar al cuadro de los padres de Arturo, aunque la de mis padres era más sencilla. —¿Esa niña soy yo? —Mi voz era quebrada. —Sí, eres tú —sus lágrimas también comenzaban a emerger. —Es muy hermosa mi mamá. Nunca la había presenciado… siempre intenté imaginarme su rostro, crear un retrato en mi cabeza con todo lo que me decían, pero no era suficiente. —Era una mujer hermosa, tanto por fuera como por dentro; no sabes cómo atesoré ese retrato, siempre está donde yo estoy; lo mandé a dibujar días después de que nacieras, quería que ese recuerdo se materializara… Era tan feliz Estefanía —, varias lágrimas recorrieron su rostro—. Al enterarme de que Alba te esperaba, aband
—Hija, no te cases con alguien que no amas; dale tiempo al tiempo para curarte el alma, pero no involucres a un tercero —no pude evitar sonreír con sarcasmo. —No me dice que involucre un tercero, cuando usted ya había involucrado a Guillermo; de verdad no entiendo su manera de pensar. —Lo hice con el objetivo de alejarte de Adrián; sé que fui un cobarde cuando lo que debí fue haber dicho la verdad y evitar todo esto; una situación me llevó a la otra y las cosas son diferentes. —En ese caso, pondré la esperanza en Arturo y espero que un día su amor me rescate del exilio —Rodolfo tomó una bocanada de aire. —Veo que mis palabras no lograrán que lo reconsideres, ya lo has decidido. —Efectivamente, y no hay vuelta atrás. —Ve con Rosa y prepara con ella la cena que se ofrecerá esta noche para celebrar el compromiso con el conde, tú conoces bien cuál es la mejor opción. No serán muchos platillos, es una cena para tres personas, el conde viene solo —su voz sonó seca, decep
—Rosa, no voy a beber nada, hablas como una demente. —¿Demente yo? ¡Bien bueno pues! Sí que los espectros infernales se alzaron para que la mal agradecida no viera más allá de sus sombras. Aquí existen numerosas realidades que deberían haber sido malos sueños y demasiados sueños que deberían haber sido realidades. —Al intentar proseguir con la discusión, a lo lejos comenzó a sonar el vals que había bailado con Adrián la noche del cumpleaños de mi abuela. Mi padre había contratado a los mismos músicos que aquella noche; al oír la melodía mi corazón se hizo pequeño, como si aquella composición trajera consigo cada astilla que conformaba parte de aquel recuerdo roto, clavándose una a una en mi alma sin piedad. Su rostro volvía claro y resplandeciente, lo que me permitía comprender que la reminiscencia era aún profunda y cada detalle, por más pequeño que fuera, se volvía en potentes fuentes para su evocación. Sus recuerdos eran como gotas de lluvia que no dejaban de caer. —Adrián —s
Continué pasando las hojas hasta que me encontré con el árbol genealógico, mi madrina explicaba cada detalle y las historias de cada uno de sus integrantes. Estefanía, ese nombre te lo di en honor a mi madre, tu bisabuela, que era una dama muy dulce y encantadora. Como la extraño, al igual que a mi padre. Creo que la vejez ha profundizado mi añoranza por ellos; la historia de mis padres fue hermosa, lucharon para estar juntos, ya que la ley prohibía el matrimonio entre un funcionario español peninsular y una criatura. En estos casos era habitual la convivencia y una vez terminado el período de servicio en la administración pública, contraían matrimonio y fue lo que ellos hicieron; después juntos se hicieron dueños de una de las más hermosas haciendas de tabaco y la volvieron próspera. De su unión surgieron cuatro niños, de los cuales dos murieron al nacer; Estela y yo fuimos las únicas sobrevivientes, dos niñas, y los varones que mi padre, tanto añoró, nunca vieron la luz del día.
Estefanía. Rosa permanecía en silencio mientras me ayudaba a ajustarme el corpiño. Sabía que aún seguía celosa y herida por haber defendido a Mariana. No lo había hecho adrede, pero me parecía una historia muy fantástica, el hecho de que ella me hablara de plantas mágicas que podrían causar amnesia o domar instintos. —Te ves muy hermosa Estefanía, realmente pareces una princesa —por fin había decidido quitarme la ley del silencio—. Es una pena que no ames a ese hombre —se había tardado en abandonar su sarcasmo. —Por favor Rosa, no empecemos otra vez con lo mismo. —¡Jum! —refunfuñó—. ¿Crees que esta negra ignorante te engaña? No soy instruida como tú o esa gente rica con la que te has rodeado últimamente; lo poco que sé de refinamiento me lo enseñó tu abuela; sin embargo, la vida me ha brindado mejores enseñanzas. —Rosa, nunca te he tachado de ignorante, es solo que no encuentro lógica lo que me dices —Rosa ignoró mis palabras, tomó la gargantilla que posaba en la cama y
—¡Rosa, ya para con eso! —Nunca te miento, y tú no puedes casarte con ese conde; debes deshacer ese compromiso inmediatamente. —¿Cómo es posible que pueda creer en las supuestas barbaridades que dije cuando sabes que estoy desequilibrada desde que supe que Adrián es mi hermano? ¡No sé qué es real y qué es irreal! A menudo confundo los pensamientos en mi mente, como podrás ver, ya no puedo confiar en mí misma. Rosa, ahora comprendo lo que soy sin él; ya no puedo aferrarme al hecho de que él vendrá y me rescatará; ya no puedo seguir respirando a través de él, aunque siento que sin Adrián ya no soy real. Mi interior está vacío, sin sus caricias, sin su amor. He estado experimentando una mentira, no hay nada en mi interior que tenga calor; por lo tanto, si dije algo que ya no recuerdo, por favor olvídalo. —Es triste ver que no crees en tus facultades. ¡Esos dones te pueden liberar! Yo sí creo en ellos y ya coloqué en el centro de la mesa una flor de Jericó. Ella es una flor ben
—No lo veo desde esa perspectiva, pero créame, si lo ven como un descarrío, entonces sepa usted que lo hago con todo gusto. Me complace completamente embarcarme en esta travesía que es su hija. —No puedo negar que mi esposa es de naturaleza esclavista; de esta forma la criaron y sus celos desmedidos hacia la fallecida madre de Estefanía, unidos a la rabia de saber que Adrián amaba a la hija de la nativa que causó problemas en nuestro matrimonio, la hicieron cometer actos como esos. Quiero aclarar que no la justifico, simplemente le indico los motivos. —Dígame, Rodolfo, —lo interrumpí—. ¿Ha amado usted alguna vez? Y me refiero a ese amor que quema y que te convierte en otro hombre —por un instante él permaneció en silencio, incluso dudó en responder. —Sí. —¿A su esposa? —No, aquella mujer que amé con todas mis fuerzas fue la madre de Estefanía. —¿Se entregó por completo a ella? ¿No le importaba que fuera una India? —¡Por supuesto que no me importo! De no ser porque