Capítulo 1. La esposa perfecta
Acaricio mi vientre con una sonrisa, sé que mi embarazo todavía no se me nota mucho porque apenas tengo cuatro meses, pero estoy tan feliz que solo puedo pensar en eso. No es el primero, y cuando recuerdo que Devon y yo hemos perdido dos embarazos anteriores el miedo me asfixia, pero tengo todas mis esperanzas puestas en que todo saldrá bien con este bebé.
Bajo a la cocina y la inundo con el olor del café recién hecho. Dejo el desayuno listo, la mesa impecable, el portafolio ejecutivo de mi esposo está preparado y Bonnie, mi suegra, ya está sentada frente a su taza de té con leche, hojeando la sección financiera del periódico como si entendiera algo.
Mi esposo entra al comedor con su traje perfectamente ajustado y ese aire de seguridad del que me enamoré. Me envuelve en un abrazo y acaricia mi vientre saludando al bebé, y luego parece recordar algo del trabajo.
—Amor, ¿el informe de TradeLink? ¿Crees que deberíamos movernos rápido? —pregunta mientras ajusto su corbata.
—Creo que deberías esperar hasta el cierre de esta tarde para decidir. Es probable que el mercado reaccione al anuncio de las tasas en Europa. Si entras ahora, es arriesgar demasiado —le repito como si fuera un niño pequeño en lugar del CEO de nuestra empresa.
Devon asiente, confiado, y me hace un guiño mientras toma un sorbo de café. Es lo que más me gusta de él: siempre me escucha aunque yo sea la que se queda en casa cuidándolo y él sea el que dirige la compañía.
—¿Qué haría sin ti, Reg? —dice, besándome de nuevo mientras arranca una florecita del arreglo de la cocina y me la entrega—. Eres mi as bajo la manga, mi tesorito.
—No me hagas sonrojar tan temprano —bromeo, aunque por dentro sus palabras me derriten.
Esta es mi rutina y la amo: Cuidar cada detalle. Ser la esposa perfecta. Devon siempre sale de casa preparado para conquistar el mundo, y Bonnie nunca deja de comentar lo feliz que es su hijo conmigo.
—Devon, no llegues tarde hoy —le recuerda Bonnie mientras él toma su portafolio—. Regina necesita descansar así que tú y yo le prepararemos una cena digna de una reina.
—No te preocupes, mamá. Volveré temprano.
Devon se despide de mí con un beso más largo, amoroso, sexi que me llena de mariposas en el estómago. Lo amo tanto que no puedo imaginar mi vida sin él.
—Vamos, linda, siéntate a desayunar y bébete tu zumo de naranja, lo hice especialmente para ti —insiste Bonnie, doblando cuidadosamente el periódico—. El doctor Greer dice que necesitas vitaminas, y ten, tus pastillas de ácido fólico.
—¡Gracias Bonnie! —respondo y me tomo las pastillas con el zumo sin protestar, porque se siente muy bien que mi familia cuide de mí.
Mis padres murieron cuando yo era pequeña, así que todo mi amor es para esta familia que gané cuando me casé con Devon en la Universidad.
El timbre de la puerta interrumpe el momento, y al abrir me encuentro con mis dos mejores amigas: Verónica y Ruby. Ambas tienen una energía contagiosa, siempre listas para arrancarme de mi rutina y recordarme que hay vida más allá de estas cuatro paredes con una vista espectacular de Manhattan
—¡Qué bonita amaneciste hoy! —exclama Ruby, entrando como un torbellino y abrazándome—. ¿Sin ascos ya?
—¡Sin ascos! ¡Y con antojos! —respondo y Vero me abraza después.
—¡Pues entonces tienes que venir con nosotras hoy!
—¿A dónde? —pregunto, riendo ante su entusiasmo.
—A donde sea menos aquí —responde Ruby, cruzando los brazos y mirando alrededor con una sonrisa—. Necesitas aire, Regina. No puedes pasar todo el embarazo encerrada. Tendremos día de spa y luego iremos a almorzar.
—¡Uff, me apunto! Y encima me voy en pantuflas... —empiezo a decir, pero Bonnie nos interrumpe con expresión preocupada.
—Cariño ¿estás segura? Necesitas tranquilidad, y estar en casa es lo mejor para el bebé.
—No vamos a llevarla a correr un maratón, Bonnie —dice Ruby con una sonrisa dulce porque ella sabe que mi suegra es un amor—. Es solo una salida tranquila. Nada que la agote. ¡Te lo prometo!
Bonnie parece inquieta pero termina asintiendo con un suspiro.
—Está bien, pero prométeme que te cuidarás mucho, Regina. Nada de movimientos bruscos ni esfuerzos innecesarios.
—Lo prometo —digo, tratando de contener una sonrisa.
—¡Y si te sientes mal llama al doctor Greer! ¡Siempre al doctor Greer, que sabes que es de la familia!
Le doy un beso en la mejilla antes de salir y juro que mis uñas se ven más bonitas después de que una chica experta las arregle.
Tres horas después entramos en “Mané”, uno de los restaurantes más exclusivos del Uper East Side, cortesía de Verónica que siempre tiene contactos en los mejores lugares.
El ambiente es elegante y lujoso, nos llevan a un reservado con una vista increíble y hablamos de trivialidades, chismes y planes futuros, y por supuesto del bebé.
—¿Y cómo está Devon? —pregunta Verónica mientras toma un sorbo de su limonada.
—Bien. Está emocionado con un trato importante en la empresa. Si todo sale como esperamos, podría ser el mayor logro de su carrera.
—¿De su carrera? —pregunta Ruby, levantando una ceja—. Regina, todos sabemos que el cerebro detrás de esos logros eres tú.
—No digas eso tan fuerte. Bonnie podría escucharte, incluso desde aquí —bromeo.
—No sé cómo has llegado a tener tan buena relación con ella —murmura Verónica—. Creí que a tu suegra jamás se le iba a pasar el amor incondicional por la tal… ¿cómo era que se llamaba? ¿La primera novia de Devon?
—¿Anabella? —murmuro y Ruby hace una mueca.
—¡Esa, la que lo dejó tirado porque no era lo suficientemente rico! —escupe—. ¡¿Cómo se le habrá quedado el ojo ahora que es millonario?! ¡Jajajajajaja!
Y su emoción sobresalta a uno de los camareros, mandando al suelo seis copas de las más finas y caras.
—¡Dios, mi jefe me va a matar…! —escucho susurrar al muchacho, que se inclina a recoger el desastre sudando frío—. No puedo perder este trabajo, no puedo…
Su miedo me toca la fibra sensible (que soy toda yo con este embarazo) y apenas se acerca el capitán de salón le digo que fue mi culpa.
—Yo lo empujé sin querer —digo sacando mi tarjeta—. Por favor cárguelo a mi cuenta, no fue culpa del chico, se lo aseguro.
Él me mira con el agradecimiento reflejado en los ojos porque en un sitio como este probablemente no se encuentre gente amable muy a menudo, y luego las chicas y yo volvemos al menú, debatiendo qué vamos a pedir.
Nos reímos juntas, y por un momento, todo parece perfecto. Pero entonces, un dolor agudo en el vientre me corta la respiración.
—¡Regina! —exclama Verónica, agarrándome del brazo mientras intento mantener la calma.
—Me duele... No sé qué pasa... —balbuceo, sintiendo cómo el pánico comienza a apoderarse de mí porque por desgracia es un dolor que reconozco.
—Vamos al médico —dice Ruby levantándose.
—Tengo el número de mi doctor…
—¡No creo que haya tiempo, linda! ¡Necesitamos ir al hospital más cercano, ya! —insiste Verónica y me doy cuenta de que lo dice porque acaba de ver el pequeño charco oscuro que se está formando a mis pies.
Todo se vuelve borroso mientras el dolor aumenta. El coche acelera mientras mis amigas intentan mantenerme tranquila, pero el miedo me consume. Algo está mal. ¡Algo está mal con mi bebé!
Y, en ese momento, todo se oscurece.
CAPÍTULO 2. Una verdad desgarradoraEl dolor es lo primero que siento cuando abro los ojos. No es físico, aunque mi cuerpo esté cansado y entumecido. Es un dolor profundo en mi pecho, como si algo hubiera sido arrancado de mí. Y lo fue. Lo sé incluso antes de escuchar una palabra.—Regina... —La voz de Verónica llega suave, como si estuviera tratando de no romperme más de lo que ya estoy. Cuando mis ojos se enfocan la veo ahí, sentada junto a mi cama, con Ruby a su lado.—No... —murmuro con un susurro ahogado, pero no hace falta que diga más. Ellas lo saben, y yo lo sé. Ruby aprieta mi mano, y Verónica me acaricia el cabello con los ojos llenos de lágrimas—. No puede ser… esto no puede estar pasando…—Estamos aquí contigo, cariño —dice Ruby.—El bebé... —susurro y la palabra se queda flotando en el aire como un eco vacío hasta que Vero niega con la cabeza.—Lo siento tanto, Regina…Las lágrimas vienen sin previo aviso, un torrente que no puedo detener. No me importa quién me ve o cómo
CAPÍTULO 3. Una máscara de traiciónLas luces del edificio parpadean cuando llego a casa, tambaleándome. Cada paso que doy es una tortura, como si mi cuerpo estuviera cargando el peso de todo lo que me han arrebatado. Verónica y Ruby tratan de seguirme, insisten en quedarse conmigo, pero las detengo en seco.—No. —Y mi voz es firme aunque estoy al borde del colapso—. Esto lo tengo que hacer sola.—Regina por Dios… ¡Solo déjame entrar y te juro que voy a sacar a esa mujer a rastras por los malditos pelos del puto edificio! —gruñe Ruby, pero Verónica la detiene porque entiende que esto ya no puede dolerme más y necesito enfrentarlo por mí misma.—Déjala, es más fuerte de lo que crees —le dice a Ruby y luego me mira con una mezcla de preocupación y respeto—. Llámame si necesitas algo, Regina. Lo que sea.Asiento, aunque la verdad es que no planeo llamar a nadie. Esto es entre Bonnie, Devon y yo.Las veo marcharse y solo entonces entro al departamento, pero la calidez habitual del lugar n
CAPÍTULO 4. La noticia más dolorosaEl departamento está en silencio, uno pesado, que me aplasta el pecho cada vez que intento respirar. He perdido la cuenta de cuántos días han pasado desde que me atreví a salir de esta cama. Sé que Ruby y Verónica han venido más veces de las que puedo recordar, pero siempre me niego a verlas. Solo puedo quedarme aquí, bajo las sábanas, con los ojos fijos en el techo mientras mi mente se hunde más y más.Devon intentó consolarme al principio. Lo hizo, o eso quiero creer. La primera noche me abrazó, me prometió que estaría conmigo, que no dejaría que nada malo volviera a pasar. Me dijo que se tomaría unos días libres para cuidarme, para ayudarnos a superar esto juntos.Pero ahora, más de una semana después, lo único que escucho son excusas. Emergencias en el trabajo. Reuniones que no puede cancelar. Cenas con clientes importantes. Al final, siempre me quedo sola con este dolor punzante que me está destrozando. Tengo tres ángeles en el cielo y solo qui
CAPÍTULO 5. El hombre de mis sueñosMis piernas se sienten como gelatina, pero me obligo a mantenerme de pie. Cada palabra que escucho es como un golpe en el estómago.Devon sabía…Sabía lo que su madre estaba haciendo, y no hizo nada para detenerla…Él sabía que estaba matando a mis hijos…Él sabía…Mi cerebro es un tornado de lógica, conexiones y dolor, piezas que encajan de una vez, destrozándome porque no hay nada peor que saber que el hombre a quien más amas en el mundo es responsable de la muerte de tus hijos.Lágrimas silenciosas ruedan por mis mejillas mientras trato de respirar pero sé que no lo lograré. Duele tanto que quiero morirme. Duele tanto que solo quiero odiarlos a los dos. ¡Quiero que paguen! ¡Quiero que paguen por la muerte de mis hijos!En un momento de absoluto odio lo recuerdo: “a veces las palabras son poderosas, señora Finnigan”. Con manos temblorosas saco mi teléfono, se me cae un par de veces pero consigo… de alguna forma consigo ponerlo a grabar audio…Lueg
CAPÍTULO 6. Una mujer reemplazableMi corazón late tan rápido que estallará en cualquier momento, o simplemente se romperá de alguna forma. Siento como si se estuviera haciendo de arena, una que escurre poco a poco, como si pudiera desaparecer dentro de mí, dejando solo un hueco vacío.Miro los papeles del divorcio frente a mí, y no sé qué estoy esperando exactamente. ¿Una respuesta que tenga sentido? ¿Qué alguien me despierte de la pesadilla?Pero en lugar de eso solo veo una pluma lanzada frente a mí sobre los papeles del divorcio.—¡Fírmalos! —grita Bonnie fuera de sí.Levanto los ojos hasta él y solo veo una expresión en conflicto. Está rabioso y es conmigo, como si lo hubiera obligado a casarse o algo así.—¿De verdad quieres esto, Devon? —pregunto con una voz apenas audible por encima del nudo en mi garganta. En este momento yo quiero el divorcio más que él, pero necesito escucharlo de su boca. Quiero que termine de hundir la maldit@ daga para desangrarme de una vez por la maldi
CAPÍTULO 7. El hombre de los ojos negrosLlego al restaurante con los labios morados y temblando por el frío, mis pies se arrastran por la acera resbaladiza mientras los copos de nieve empiezan a caer. Y los escalofríos son tan fuertes que siento que hasta el último de mis órganos duele horriblemente.Empujo la puerta con dificultad y entro. El calor del lugar me envuelve de inmediato, pero no me alivia. Miro alrededor, buscando con la mirada al camarero. Al principio no lo veo y el pánico me invade. ¿Y si no está aquí? ¡Dios, ni siquiera recuerdo cómo se llamaba…!De repente lo veo. Está atendiendo una mesa en la esquina, y cuando levanta la vista y me ve, su expresión cambia por completo.—Señora… —dice, sorprendido y acerca rápidamente, mirando mi rostro pálido y mi ropa liviana—. ¿Qué le pasó? Está…—Necesito ayuda —lo interrumpo, y mi voz es apenas un susurro mientras miro el nombre en su insignia—. …Luke.Él asiente, nervioso, y me hace un gesto para que lo siga.—Venga. Hay una
CAPÍTULO 8: Escapando del dolorEl licor quema cuando baja por mi garganta, pero no lo dejo. Lo necesito, como si ese calor momentáneo pudiera llenar el hueco enorme que siento en el pecho.Afuera ya debe ser de madrugada, y adentro los ojos del hombre frente a mí solo… me estudian. Ni siquiera intenta ocultar que me está analizando. Pero hay algo en su expresión, en la manera en que se recarga en la silla, como si el mundo entero no fuera suficiente para él, que me hace pensar que también está roto. Tal vez más que yo.—¿Tú y el infeliz al que le rompí las costillas esta noche? —Al parecer esa es toda su pregunta y yo aprieto los labios.—Salvé su trabajo hace una semana… creí que podía pedirle un favor… hacer una llamada. —Río amargamente antes de volver a beber—. Todo lo que quería hacer era una puta llamada…—¡Lenguaje! —gruñe haciendo que me sobresalte, pero me siento tan impotente que las lágrimas saltan de mis ojos—. Regla número uno para sobrevivir en el infierno: No creas en